Debates sobre el nuevo sindicalismo en EE. UU. a propósito de un libro de Joe Burns

Presentamos la traducción al castellano de un artículo de Jason Koslowski aparecido en el último número de Left Voice Magazine sobre el libro de Joe Burns Class Struggle Unionism (“Sindicalismo de lucha de clases”). Este libro publicado recientemente en inglés llega en un momento clave donde el movimiento sindical estadounidense, adormecido durante mucho tiempo, empieza a agitarse de nuevo.


Casi el 70% de la población estadounidense aprueba los sindicatos. Es la cifra más alta en 50 años. Y una ola de sindicalización está arrasando el país. El año pasado se produjo un aumento del 57% en el número de peticiones enviadas a la National Labor Relations Board (NLRB, el equivalente a un Ministerio del Trabajo, NdelT) para formar nuevos sindicatos: el nivel más alto en una década. El sindicato Amazon Labor Union (ALU) obtuvo una victoria histórica en el depósito de Staten Island. Los trabajadores se están sindicalizando en Starbucks; ya se han agremiado más de 150 tiendas y más de 300 han presentado solicitudes. La lucha es liderada por organizadores jóvenes, a menudo de la comunidad LGBT+, conocidos como “Generation U”Labor Notes –un evento donde los activistas sindicales se reúnen para debatir ideas y estrategias– tuvo su mayor conferencia de la historia el pasado verano.

Pero el movimiento sindical también se enfrenta a grandes peligros.

En primer lugar, las patronales están redoblando sus esfuerzos por acabar con los sindicatos. Están despidiendo a organizadores en Starbucks y Amazon. En segundo lugar, el Partido Demócrata mira a los nuevos sindicatos como ALU y se frota las manos. Han traicionado a los trabajadores durante décadas: han mantenido sus luchas dentro de límites legales, seguros y convenientes para el régimen y han convencido y presionado a los líderes sindicales de abandonar las huelgas que afectarían los beneficios de los empresarios.

Ahora, sin embargo, los demócratas quieren sacarse fotos con los dirigentes para quedar bien con los sindicatos, para canalizar nuestra energía y poder hacia las urnas en lugar de luchar por nosotros mismos, en el lugar de trabajo y en las calles. Están especialmente desesperados ahora, ya que se enfrentan a unas difíciles elecciones de medio término en noviembre y la administración Biden puede perder la mayoría en una o ambas cámaras del Congreso.

Ahí es donde entra el nuevo libro de Joe Burns, Class Struggle Unionism (“sindicalismo de lucha de clases” o “sindicalismo combativo”, NdelT). El autor es director de negociación colectiva del Association of Flight Attendants-CWA (sindicato nacional de tripulantes de cabina, NdelT) y aboga por sindicatos para la lucha de clases. Critica la constante traición del Partido Demócrata al movimiento obrero. Y pide que los sindicatos confíen en las armas de la clase obrera, como las huelgas, en lugar de en los políticos. Sindicatos que hagan huelga incluso en caso de ser ilegal, que hagan fuertes piquetes para detener a los esquiroles, que desafíen los mandatos judiciales y que peleen juntos en los conflictos económicos y en las calles, atravesando las divisiones raciales y de género, para unir a la clase trabajadora en su conjunto contra los patrones que la explotan.

El libro es un recordatorio urgente: sí, definitivamente necesitamos más sindicatos, pero necesitamos que sean firmes y poderosos, sin tener miedo de hacer huelga -una de las armas más fuertes que tienen- y que rechacen a sus falsos “aliados” en el Partido Demócrata.

El libro de Burns tiene también algunos límites importantes. No llega al punto de reclamar que nuestros sindicatos rompan todos los lazos con el Partido Demócrata para conseguir la independencia política que necesitamos, aunque demuestra lo traicionero que es este partido. Y el libro pasa por alto importantes cambios dentro del movimiento obrero, que debemos tener en cuenta si queremos construir una verdadera democracia en nuestras organizaciones.

Aun así, sirve enormemente para que tengamos en cuenta que es posible tener mejores sindicatos y que sean combativos. Los trabajadores ya construyeron ese tipo de organizaciones en el pasado, y nosotros podemos volver a hacerlo hoy. Solo tenemos que llevar las ideas de Burns aún más lejos que él.

¿Qué es el sindicalismo combativo?

Lo primero que hay que tener en cuenta es lo diferente que es este libro de la gran mayoría de los que han salido sobre el mismo tema, al menos en los últimos 25 años. El capítulo 1 señala una idea que es totalmente ignorada por un autor más mainstream como Jane McAleevey. Se trata de algo tan básico como esto: la fuente de todas las ganancias de los empresarios somos nosotros, la clase trabajadora.

Burns lo explica en términos de matemáticas simples. Supongamos que un patrón me contrata por 20 dólares la hora. En un turno de ocho horas, gano 160 dólares. El patrón también pone algo de dinero para las máquinas, el alquiler, etc., y tal vez algunos beneficios como un seguro de salud para el empleado (aunque es probable que no lo haga). Eso hace que la cantidad total que el patrón gasta durante mi turno sea de unos 500 dólares.

Pero cuando estoy trabajando -ya sea haciendo cafés o armando pedidos en un almacén de Amazon- estoy generando mucho más dinero que eso para el patrón. Este gasta 500 dólares en mí. Pero en mi turno sirvo suficientes cafés o empaqueto suficientes cajas para que el patrón gane 800, 1000 dólares o más. Cuando trabajaba en una línea de producción en la ciudad de Reading, en Pensylvania, hace unos años, movía cientos de miles de dólares en productos de pastelería en un turno y me pagaban 58 dólares. Esa diferencia es la razón por la que se contrata trabajadores.

¿A dónde va ese valor extra, el valor que los trabajadores creamos con nuestro trabajo? “Los multimillonarios llaman a esto ganancia”, escribe Burns. “Los sindicalistas de la lucha de clases lo llaman robo”. [1] En otras palabras, todo el fundamento del trabajo es esta explotación: trabajamos para que los patrones no tengan que hacerlo, y para que puedan enriquecerse. Y estos siempre buscarán la manera de aumentar la explotación a la que nos someten y amputar el poder de los trabajadores para defenderse. El trabajo, en otras palabras, es parte de la lucha de clases: la lucha de la multimillonaria clase dominante para explotar a quienes tienen que vender su fuerza trabajo para vivir.

Todo esto significa varias cosas. En primer lugar, necesitamos sindicatos para que los trabajadores puedan protegerse y defenderse. Para eso existen estas organizaciones. Y esta batalla fundamental entre “ellos” y “nosotros” significa que ningún compromiso de nuestros sindicatos con los empresarios puede superar eso; no hay ninguna cooperación que pueda hacer que los empresarios sean nuestros amigos. También significa que una de las armas más fuertes que tenemos como trabajadores es negarnos a prestar servicio, hacer huelga para luchar, para derrotar los ataques de la patronal, para conseguir más poder sobre nuestro trabajo y arrancar más concesiones a los empresarios. Así que este punto de partida de “ellos y nosotros” tiene que ser la base de la lucha sindical.

¿Y por qué no lo es?

En los primeros capítulos del libro, Burns explica por qué los dirigentes sindicales han rechazado abrumadoramente esta idea, abandonando en su mayoría, junto con ella, la utilización real de la huelga como un medio de combate para obtener concesiones tangibles de los empresarios.

La principal forma de dirigir los sindicatos en Estados Unidos durante muchas décadas, señala acertadamente, ha sido el sindicalismo empresarial [2]. Es el modelo que domina la mayor parte de la AFL-CIO, la mayor federación sindical del país. La AFL-CIO es muy burocrática y vertical. Por tanto, no tiene mucha necesidad de que las bases luchen ni de que haya democracia: esas cosas serían demasiado perturbadoras para el poder de la cúpula. Burns muestra cómo la raíz de este enfoque está ligada a los vínculos de los dirigentes sindicales con el Partido Demócrata. Estos se niegan en su mayoría a utilizar el arma más importante de los trabajadores –la huelga– para presionar a los empresarios. No hacen nada porque cuentan con los demócratas para mejorar las leyes y se ocupan de hacer campañas políticas para el partido. Los burócratas y los demócratas, en otras palabras, trabajan juntos para mantener a los trabajadores a raya.

Este enfoque ha sido un fracaso total. Y es que, cuando los trabajadores no construyen poder para hacer huelga e interrumpir el flujo de ganancias, ocurren dos cosas. Los patrones y los políticos pasan por encima de los sindicatos, y los trabajadores también pierden la fe en ellos. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido. Entre 1980 y hoy –el apogeo del “sindicalismo empresarial” – las huelgas cayeron en picada; la clase dominante desmanteló los sindicatos; las cifras de sindicalización cayeron del 20-30% al 11% actual.

Pero una de las ideas más interesantes e importantes de Burns sobre los sindicatos de hoy es la relativa al “ala izquierda” que se ha desarrollado dentro de las burocracias sindicales, y la forma en que ha fracasado también.

Burns señala que, en los ‘90, los líderes sindicales desarrollaron otra estrategia que también fracasó. La llama liberalismo laboral. Nació de los fracasos del sindicalismo empresarial y es el modelo que vemos, por ejemplo, en el Service Employees International Union (SEIU, el sindicato de empleados de servicios). El liberalismo laboral intenta luchar contra el declive de los sindicatos apuntando a problemas más amplios, como el antirracismo y la igualdad de género. En otras palabras, el objetivo es ampliar el movimiento como forma de reforzar los sindicatos.

Es crucial que los sindicatos defiendan estas cuestiones, pero esta corriente lo utiliza como una forma de evitar las luchas reales con la clase dominante. En su lugar, apela a un poder comunitario abstracto, se basa en acciones simbólicas, se asocia con organizaciones sin fines de lucro (ONGs) que no pueden interrumpir realmente el flujo de ganancias, etc., dejando de lado las peleas en el lugar de trabajo donde se produce la explotación de los trabajadores, el racismo y el sexismo de los empresarios. De este modo, el liberalismo laboral tampoco necesita construir luchas partiendo del lugar de trabajo o un verdadero control democrático de las decisiones sindicales por parte de las bases. Y al igual que el sindicalismo empresarial, tampoco pelea contra la patronal mediante huelgas combativas.

Ninguna de estas estrategias burocráticas puede ayudarnos hoy, dice Burns. Y tiene toda la razón. Vemos la prueba, por ejemplo, en el fracaso del Retail, Wholesale and Department Store Union (RWDSU, sindicato de trabajadores de depósitos) en la organización de un almacén de Amazon en Bessemer, Alabama. Los dirigentes del RWDSU parecen un ejemplo de manual de los “liberales laborales”. Denuncian el racismo y plantean que hay que solidarizarse contra la discriminación; hasta ahí, muy bien. Pero en Alabama lo que se vio fue una estrategia organizativa liberal que no logró vencer a los patrones. Por los informes que salieron de Alabama en su momento, el método parecía más bien vertical, sin conexiones profundas con la lucha a gran escala y sobre el terreno de los trabajadores de allí.

Burns nos recuerda que hay otra forma de organizar un sindicato. Su época dorada fue durante las bulliciosas huelgas masivas de los años ‘30 que aterrorizaron a la clase dominante; lo llama sindicalismo de lucha de clases.

Está basado en la idea de “nosotros y ellos” de la que hablábamos antes; el lugar de trabajo es el sitio donde se desarrolla la lucha de clases, de patrones que intentan aumentar la tasa de explotación de los trabajadores, y de trabajadores que buscan contraatacar. El sindicalismo de lucha de clases construye el poder de sus organizaciones desde abajo hacia arriba, porque se basa en las propias batallas diarias de los trabajadores con los patrones en el lugar de trabajo. Y dice que es un tipo de sindicalismo que tiene que ser políticamente independiente; cuando nos arrodillamos ante los demócratas y esperamos que nos salven, renunciamos a nuestro poder para luchar por nosotros mismos en las empresas y en las calles.

Como muy bien señala Burns, la huelga tiene que estar en el centro del sindicalismo de lucha de clases. Esto se debe a que los trabajadores se encuentran en el punto de congestión clave del capitalismo: nosotros producimos las ganancias. Así que la huelga –negarse a producir ganancias para la patronal– tiene que ser el arma clave de nuestros sindicatos (aunque las organizaciones burocráticas la hayan abandonado en su mayoría). Pero el autor nos recuerda que llevar adelante movimientos huelguísticos poderosos implica hacer lo que los sindicatos han evitado durante décadas: violar la ley. La legislación laboral está diseñada para evitar que triunfemos. Por ejemplo: leyes estaduales como la Ley Taylor de Nueva York prohíben las huelgas del sector público. La legislación laboral nacional prohíbe las huelgas en solidaridad, en las que un sindicato se pone en huelga para apoyar a otro. Y prohíbe las acciones para evitar que los esquiroles ocupen nuestros puestos de trabajo durante las huelgas. Todas estas leyes tienen como objetivo reducir el poder de los sindicatos para luchar y ganar. Por eso ganar significa violar esas leyes.

Burns muestra que construir ese tipo de poder de huelga significa unir a los trabajadores por encima de nuestras diferencias, dentro y fuera de los lugares de trabajo. En otras palabras, necesitamos un tipo de sindicalismo antirracista que también luche ferozmente contra la opresión de género, la opresión racial y cualquier otra forma de opresión, ya que el racismo, el sexismo y la homofobia dividen a los trabajadores y socavan su poder colectivo. Si los liberales laborales dicen que están a favor de construir ese tipo de poder, el objetivo del sindicalismo de lucha de clases es hacerlo realidad: unirnos en nuestros lugares de trabajo para luchar contra todo tipo de opresión mediante la huelga. Esta es la clave para construir poder tanto en las empresas donde trabajamos como en las luchas de nuestra diversa clase por fuera de las unidades productivas.

Las propuestas de Burns se han vuelto más urgentes en las últimas semanas. Sabemos que la clase dominante está intensificando sus ataques contra la clase trabajadora y los oprimidos; no solo está en pleno apogeo la represión contra los sindicatos en Starbucks y Amazon y en otros lugares, sino también la anulación del fallo Roe v. Wade, ya que son la clase trabajadora, las minorías raciales y los pobres los que más van a sufrir la prohibición del aborto. El derecho a decidir sobre nuestros cuerpos está en el centro de los derechos de lxs trabajadorxs. Burns tiene toda la razón al afirmar que hoy nos enfrentamos a la urgente tarea de hacer que nuestras organizaciones superen el sindicalismo burocrático y rígido que no moverá un dedo para combatir realmente la opresión, y por el contrario construir gremios combativos dispuestos a ir a la batalla en las calles y en los lugares donde nos desempeñamos laboralmente. Nuestro poder como trabajadores y en los sindicatos proviene del hecho de que las ganancias provienen de nosotros. Utilizamos ese poder cuando cerramos, por medio de la huelga, la válvula de donde fluyen los dividendos.

El problema del Partido Demócrata

Pero el libro de Burns también está atravesado por una contradicción clave.

Por un lado, señala –de forma implacable y detallada– el papel que ha desempeñado el Partido Demócrata en el debilitamiento y la traición del movimiento obrero. También en esto, Class Struggle Unionism es un libro muy diferente. (No hay nada ni siquiera parecido a esta crítica en otros libros importantes como State of the Union de Lichtenstein de hace varios años, o cualquiera de los libros de Jane McAlevey. Las obras de Kim Moody son una excepción clave).

Por ejemplo, Burns señala que los líderes sindicales de Estados Unidos han convertido en el eje central de su estrategia el hecho de que los sindicatos imploren a los demócratas que mejoren las leyes y, a cambio, respaldan y hacen donaciones a sus candidatos. Demuestra una y otra vez el completo desastre que esto ha supuesto para los sindicatos. Por nombrar solo algunos ejemplos desde la Segunda Guerra Mundial, los demócratas han sido la clave para aprobar leyes laborales perjudiciales como la Taft Hartley en 1947, que restringió severamente cuándo y cómo los sindicatos pueden hacer huelga. Los demócratas lucharon ferozmente contra los gremios en huelga, como contra el sindicato de profesores de Chicago en 2012 y 2021. Fueron los demócratas quienes encabezaron la brutal represión del levantamiento antirracista del verano de 2020. Los demócratas se negaron a tomar medidas reales para legalizar el derecho al aborto en los últimos 50 años, y ahora se niegan a luchar para restablecerlo. La lista sigue y sigue.

En la que quizá sea su crítica más aguda al Partido Demócrata en el libro, Burns escribe

Ahora bien, se podría argumentar que invertir millones de dólares e innumerables horas de voluntariado en un partido que traiciona constantemente los intereses de los trabajadores es un despilfarro, y se podría argumentar que si eso fuera todo, aunque es algo malo, los trabajadores podrían lidiar con ello –después de todo, desperdiciamos dinero en todo tipo de cosas. Pero no es eso; la estrecha dependencia del Partido Demócrata permite que las ideas de la clase multimillonaria entren en el movimiento obrero. En lugar de las ideas de la lucha de clases discutidas en el capítulo 2, la alianza con el Partido Demócrata fomenta la moderación, el apoyo a la política exterior de las corporaciones estadounidenses y la cooperación y la confianza en el mismo gobierno que se ha creado para proteger a la clase multimillonaria. Es una fuerza conservadora y se plantea como un recurso alternativo a la lucha obrera. Esto es mucho peor que el mero despilfarro de recursos en las elecciones, ya que marca una dirección equivocada para los trabajadores [3].

Continúa:

Pero a pesar de todas las pruebas en contra, la dirección de los sindicatos sigue manteniendo la esperanza de que algún día puedan elegir a los demócratas y reformar la legislación laboral. Aunque esto nunca sucederá, es una forma de evitar las crisis laborales. … Peor aún, esta alianza con los demócratas se utiliza como una especie de válvula de escape. Cuando estalla una lucha intensa, los sindicalistas empresariales suelen estar desprevenidos y no tienen el control. Normalmente, intentan desviar las luchas hacia el refugio seguro de la política electoral [4].

Class Struggle Unionism muestra exactamente por qué esto no es un accidente o un error por parte del Partido Demócrata. Es un partido de, y para, la élite dominante; ha consumado su trabajo de la mejor manera cuando logra convencernos de “salir a votar” en lugar de luchar contra nuestros patrones en las empresas y marchar en las calles.

Pero aquí es donde entra la contradicción. Todo en el libro apunta a una lección clave para construir verdaderos sindicatos de lucha de clases: tenemos que romper el control de los demócratas sobre nuestras organizaciones.

Aunque todo el libro apunta en ese sentido, el autor rehúye de esa conclusión. Por ejemplo, cuando Burns enumera cuatro tácticas que los sindicatos necesitan para ser más combativos, la lucha por la independencia política del Partido Demócrata no aparece –aunque dice que “estas tácticas se opondrían a los jueces y políticos demócratas y republicanos por igual” [5]. Insertado en el medio de sus agudas críticas a los demócratas, Burns cita a Bernie Sanders como autoridad en el sindicalismo de lucha de clases. Termina el libro con una declaración de apoyo a Alexandría Ocasio-Cortez y Sanders, ambos representantes del partido que critica. De hecho, parece decir constantemente que los demócratas podrían ayudarnos a construir sindicatos combativos. En varios puntos, el libro parece intentar realmente sostener la confianza en el partido que acaba de mostrar que es tan dañino.

Es definitivamente cierto que Sanders y AOC han influido a un ala izquierda de trabajadores en EEUU. La aparición de Bernie Sanders en Labor Notes este año, por ejemplo, muestra que es admirado por muchos de los militantes comprometidos que luchan en el ala izquierda del movimiento sindical, que lo ven como un defensor del movimiento obrero. Pero esta situación también está llena de contradicciones, y es crucial que no cerremos los ojos ante ellas.

Lo quieran o no, Bernie y AOC están desempeñando un papel clave en el Partido Demócrata. Están organizando el ala izquierda de los movimientos sindicales y sociales y llevándolos de vuelta hacia el partido, entregándolos en bandeja a dirigentes como Biden. Ayudan a disimular el papel del Partido Demócrata como el cementerio de los movimientos sociales, el eterno traidor de los sindicatos.

Un ejemplo ayuda a mostrar cuán profundo es este problema. Fue el Partido Demócrata en Filadelfia, Nueva York, Minneapolis y otros lugares el que reprimió las protestas antirracistas en 2020, un movimiento liderado por jóvenes negros y latinos, en su gran mayoría de la clase trabajadora. Es un partido que durante mucho tiempo ha defendido a la policía racista y asesina. Pero en medio de todo esto, en 2020, Bernie Sanders fue un polo de atracción para muchos activistas -en los sindicatos y fuera de ellos- que querían un cambio radical en Estados Unidos. Recogiendo su apoyo, luego cumplió con su deber: sostuvo a Biden y llamó a todos a votar por él para resolver nuestros problemas (cuando perdió la interna para la nominación presidencial demócrata, NdelT). Eso ayudó a cooptar la energía de las masas en las calles y en los lugares de trabajo, entregándola a un político que se opone a cada una de las principales demandas del levantamiento y que no ha hecho más que traicionar a los sindicatos. Biden luego se dio la vuelta y pidió más policía y más ejército. ¿Se acerca algo de esto al tipo de sindicalismo antirracista, internacionalista y de lucha de clases que reclama Burns?

¿Por qué existe esta contradicción en el libro, entonces? Parte de la razón tiene que ser la propia posición contradictoria de Burns. Forma parte de la dirección de un sindicato: es “director de negociación colectiva” en el sindicato de auxiliares de vuelo CWA-AFA (dirigido por Sarah Nelson). Es uno de los sindicatos más combativos e inspiradores de Estados Unidos. Pero también es un sindicato vinculado al Partido Demócrata. Por ejemplo, apoyó a Bernie Sanders en 2015, y luego a Biden en 2020. El libro de Burns encarna esa dualidad.

Pero parece haber algo más grande e importante en todo esto. La contradicción en este libro parece registrar una especie de descontento o desarrollo dentro del movimiento obrero organizado, entre las bases, en los últimos años.

Por ejemplo, en la masiva conferencia de 2022 de Labor Notes, un miembro de Left Voice, parte de la Red Internacional La Izquierda Diario, planteó el punto directamente a la propia Sarah Nelson –la jefa de Burns en el CWA-AFA–, que también escribió el breve texto que abre el libro, elogiándolo. El camarada de Left Voice planteó que hacía falta que nuestras organizaciones tuvieran una verdadera independencia de los demócratas. Eso fue recibido con un aplauso enloquecido en una sala enorme y abarrotada de activistas sindicales. Pero la respuesta de Nelson fue reveladora. No defendió a los demócratas; de hecho, en su intervención en ese panel, criticó su historial sindical a la manera de Burns. Pero se negó a romper con ellos.

Esto parece ser una señal de que algo grande se está desarrollando a nivel de las bases, provocando una especie de cambio en la cúpula del propio sindicato –un cambio que se expresa como esta contradicción.

Pero eso significa que ahora, más que nunca, es el momento de luchar por acabar con todos los lazos políticos entre nuestras organizaciones y cualquier partido capitalista. La construcción de verdaderos sindicatos de clase lo exige.

Transformar nuestros sindicatos

El libro de Burns también es crucial por su defensa de la democracia sindical. Pero aquí también tenemos que llevar las ideas de Burns más allá del propio libro.

Class Struggle Unionism señala, una y otra vez, la hostilidad de los sindicatos actuales hacia la verdadera democracia sindical. La democracia sindical es algo de lo que pueden prescindir tanto el modelo de “sindicalismo empresarial” como el del “liberalismo laboral”. Esto se debe a lo peligroso que sería para estos modelos el poder real de la base.

El objetivo de ambas estrategias es sobre todo evitar las batallas cotidianas de las bases, que podrían salirse rápidamente de su control. En su lugar, buscan canalizar ese tipo de energía hacia las urnas y hacia las acciones legales de los propios sindicatos, tratando el conflicto en los estrechos confines de la legislación, etc. Este tipo de organizaciones están dirigidas, no por los trabajadores, sino por un ejército de burócratas.

Burns señala, con razón, que como resultado la construcción de gremios combativos implica la transformación de nuestros propios sindicatos –haciéndolos mucho más democráticos– con el fin de poner el poder en manos de la base.

Una de las herramientas clave para mejorar la democracia es la presentación de listas pro-reforma para elegir mejores dirigentes:

Incluso en su estado debilitado, el movimiento sindical incluye a millones de trabajadores, y los sindicatos locales y nacionales tienen recursos que podrían utilizarse para enfrentarse a los empresarios. Tener el control de los recursos del sindicato sería la base para implementar políticas de lucha de clases por estas razones, elegir nuevos dirigentes es un paso necesario para hacer avanzar la lucha [6].

Sin embargo, este tipo de desafíos a los líderes sindicales más burocráticos deben ir acompañados de órganos de lucha fuertes y militantes de las bases. Burns señala con perspicacia los límites de los propios intentos de reforma: “Aunque la reforma sindical parece radical, en realidad es un enfoque más bien conservador, porque en esencia dice que el problema son los malos dirigentes” [7]. El problema, sin embargo, es más profundo: consiste en centralizar la acción de los sindicatos en apoyar a los demócratas y en mantenerse “dentro de los límites” de las leyes laborales de la clase dominante, en lugar de luchar para cambiar el equilibrio de poder entre empresarios y trabajadores. El centro de gravedad en la construcción de los sindicatos combativos debe estar en organizar la lucha desde el nivel de las bases contra la patronal.

Cuando la lucha de las bases se convierte en el fundamento, podemos “atrapar a los burócratas sindicales en el medio” [8]. En otras palabras, es la organización a nivel de las batallas de las bases con los patrones lo que aprovecha la energía y la rabia de los trabajadores que son explotados día a día, y puede empujar a los líderes sindicales a ayudar a movilizar a una escala amplia y militante, y a prepararse para la huelga, para quebrar la ley laboral que nos quita nuestro poder, etc.

En este llamado a los sindicatos basados en la democracia sindical real y en la lucha de abajo hacia arriba, el libro de Burns es extremadamente importante hoy en día. Hemos visto en los últimos meses que se han incrementado los intentos de sindicalización en Amazon, Starbucks y otros lugares. Aquí no se puede subestimar la necesidad de un sólido control de nuestros sindicatos por parte de los trabajadores, para resistir las tendencias burocráticas de la cúpula.

Al mismo tiempo, sin embargo, el libro de Burns no aborda suficientemente esta cuestión de la democracia sindical.

En particular, el libro no aborda los principales cambios en la burocracia gremial en los últimos cuarenta años y cómo estos socavan la democracia sindical. En un momento del libro, Burns dice: “Con una tasa de sindicalización del 6 por ciento en el sector privado, no tenemos una dirección poderosa a la que criticar” [9]. Pero esto pasa por alto un punto crucial: en los últimos años, las burocracias sindicales han cambiado fundamentalmente la forma en que socavan y destruyen el poder de los organismos de base de los sindicatos.

Desde aproximadamente 1980, a medida que los gremios se han ido debilitando bajo los golpes de la ofensiva neoliberal, los efectivos de las burocracias sindicales han aumentado. Incluso han acelerado su crecimiento de forma espectacular. Y han centralizado y concentrado su poder en la cúspide, y en contra de los trabajadores de base, en un grado que probablemente nunca hemos visto en la historia. En parte, los líderes sindicales han hecho esto utilizando las técnicas de “gestión de recursos humanos” que utilizan las corporaciones.

Esta es una gran parte de por qué no solo hemos visto un colapso en la afiliación sindical y las huelgas desde 1980 (señalados por Burns). También vemos un colapso en el número y el tamaño de las acciones de las bases. En otras palabras, la burocracia se ha vuelto mucho mejor para cooptar a la “minoría militante”, asegurándose de que las bases se mantengan dentro de los estrictos límites legales establecidos por los demócratas y los republicanos, como los que prohíben algunas huelgas del sector público, que prohíben las huelgas de solidaridad y las huelgas durante la vigencia de un contrato, que prohíben detener a los esquiroles; etc.

No solo ha habido menos conflictos, sino que la nueva burocracia surgida en la década de 1980 también ha perfeccionado el arte de la huelga altamente “profesionalizada”. Las huelgas, como señala Kim Moody, se volvieron más sobrias y de buenos modales después de las agitadas luchas de la década de 1940. Pero se han vuelto aún más predecibles y “seguras” gracias a la nueva burocracia. Esto se ve muy claro en las ideas de la organizadora profesional Jane McAlevey.

McAlevey es la portavoz de una nueva capa de sindicalistas profesionales que ha ido creciendo desde aproximadamente 1980. Es una capa que reconoce que los sindicatos realmente necesitan hacer huelga de vez en cuando. Así que ofrecen un modelo de cómo hacerlo manteniéndose dentro de los límites de la ley capitalista: nunca mientras haya un convenio colectivo; nada de huelgas de solidaridad; nada de impedir que los carneros rompan los piquetes; etc. Sus influyentes libros dejan claro, además, que se trata de un modelo que hace todo lo posible para no perturbar a los demócratas, incluso cuando lucha contra ellos (sus libros No Shortcuts y A Collective Bargain, por ejemplo, son realmente claros: ve a los sindicatos como medios para apoyarlos y asegurarles una mayoría en el Congreso). Al mantenerse dentro de la legislación laboral, estas huelgas “profesionalizadas” solo perturban mínimamente a un alcalde, gobernador o presidente demócrata.

Pero esa nueva burocracia no solo es mejor para detener o canalizar la energía de la huelga, y mantener a los trabajadores de base dentro de los límites de la ley laboral que nos quita nuestro poder. Los sindicatos son también una herramienta clave que vincula al movimiento obrero con el Partido Demócrata (como deja claro McAlevey). Son los que impulsan las campañas electorales, presionan a los demócratas, y así sucesivamente, sin parar. Son el principal vínculo entre los sindicatos y el Partido Demócrata; son la policía política dentro de los sindicatos que intenta obligarnos a seguir esa línea.

A la luz de estos cambios, no basta con pedir más democracia sindical. Necesitamos una estrategia más profunda: no se trata solo de luchar por la democracia, sino que esta además sea radical. Eso implicaría, por ejemplo, no solo limitar radicalmente el sueldo que se paga a los burócratas y la duración de su mandato. También significaría luchar para que el principal órgano de toma de decisiones del sindicato sean las asambleas masivas de trabajadores, poniendo realmente el poder en manos de la base. Esto a su vez significa no solo luchar contra la burocracia de nuestros sindicatos. Construir sindicatos combativos probablemente implicará luchar por desmantelar la burocracia que nos limita, sustituyéndola en la medida de lo posible por las decisiones democráticas de las masas de los propios trabajadores.

Nuestra estrategia para construir sindicatos combativos, por lo tanto, tiene que tener un plan sobre cómo hacer frente a estos cambios en la burocracia. Para ello, será importante adoptar una perspectiva internacional. Es muy cierto que tenemos que aprender de los sindicatos radicales de los años 30, durante el apogeo del CIO (Congress of Industrial Organizations, que, para Burns, es una fuente constante de inspiración). Pero más recientemente, también, en Argentina se han visto poderosos experimentos en la construcción de sindicatos de lucha de clases de los que podemos aprender.

Desde finales de la década de 1990, los trabajadores de la fábrica de cerámica Zanón en Argentina comenzaron una batalla contra su burocracia sindical donde cumplieron un papel importante militantes trotskistas como Raúl Godoy. En esa batalla, los trabajadores empezaron a desmantelar la propia burocracia, instalando la asamblea de trabajadores como máximo órgano de decisión del sindicato en lugar de los funcionarios sindicales, asegurándose de que todos los dirigentes elegidos pudieran ser revocados en cualquier momento y estableciendo límites de mandato para ellos, etc. Una parte clave de los estatutos del sindicato que surgió de esta batalla fue la independencia política del sindicato de todos los partidos del capitalismo. Como señala Godoy, la asamblea de trabajadores desempeñó un papel clave en las convulsiones que se produjeron en Argentina en los años siguientes. En 2001, en medio de una crisis social y económica, los trabajadores de Zanón ocuparon la fábrica, poniéndola bajo su control, y la bautizaron como “Fábrica sin Patrones”. En esta experiencia vemos la posibilidad de un sindicalismo combativo que tanto necesitamos en Estados Unidos.

¿Qué hacer?

Burns tiene toda la razón: necesitamos un sindicalismo de lucha de clases. Y su libro es una invitación inspiradora a construir sindicatos más firmes y fuertes, dispuestos a luchar contra la clase dominante.

Sin embargo, tendremos que llevar las ideas de Burns más allá de él mismo. Para eso tendremos que luchar por cortar los lazos de nuestros sindicatos con el Partido Demócrata y con cualquier partido capitalista, y superar y desmantelar la burocracia sindical que sirve a los demócratas –todo para una verdadera lucha de clases internacionalista. Es aún más crucial tener una estrategia para construir ese polo de poder, ya que el Partido Demócrata trata de cooptar al nuevo movimiento sindical como el Sindicato Independiente de Trabajadores de Amazon (ALU).

Pero tampoco basta con rechazar a los demócratas. Necesitamos urgentemente un grito de guerra, una visión diferente del mundo; para construir sindicatos distintos, no solo un mensaje negativo (contra los demócratas y los burócratas) sino uno positivo en pos de una política diferente, liberadora y revolucionaria.

Esta es una de las principales razones por las que necesitamos nuestro propio partido político para la clase obrera y los oprimidos. Sería un lugar para ayudar a coordinar nuestras propias habilidades organizativas, compartirlas y ayudar a construir grupos o núcleos de organizadores sindicales. Y sería un centro de gravedad, un polo de atracción alejado de los partidos de los ricos, como el Partido Demócrata.

El libro de Burns es inspirador y poderoso. La tarea ahora es luchar por un movimiento obrero militante y radicalmente democrático que rompa todos los lazos con cualquier partido capitalista, que luche contra la propia clase dominante en nombre de la clase obrera y los oprimidos.

NOTAS:

[1] Burns, Joe. Class Struggle Unionism. Chicago, IL: Haymarket Books, 2022, pp. 9-10.

[2] Una corriente que dice que los sindicatos se deben dirigir como si fueran una empresa, con una burocracia impuesta desde arriba y por fuera del control de los miembros de base

[3] Ibid. 79-80.

[4] Ibid. 81.

[5] Ibid. 89.

[6] Ibid. 114

[7] Ibid. 115

[8] Ibid. 115

[9] Ibid. 102

Fuente: La Izquierda Diario

Fuente original: Left Voice Magazine

Traducción: Nicolás Daneri

Author: Jason Koslowski

Profesor universitario por contrato y organizador sindical que vive en la ciudad de Philadelphia (EE.UU.). Trabaja con el «Radical Education Department»(RED), grupo de investigación militante y escribe para «Left Voice Magazine».