El 18 de marzo de 1871 empezó a tomar cuerpo el fantasma que anunciaban Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista. El proletariado, que iba conformando su independencia de clase a medida que se desarrollaba el capitalismo, demostró por primera vez en la Comuna de París, tanto su capacidad para dirigir un proceso revolucionario, como para revelar en su transcurso las características esenciales de su proyecto emancipatorio.
El 150 aniversario de la primera revolución obrera de la historia nos reclama y nos propone a todas aquellas personas convencidas de la necesidad de derrocar el orden social más criminal y sanguinario de la historia, el capitalismo, adentrarnos y actualizar la experiencia de las mujeres y los hombres de la Comuna.
Nos convocan porque inauguraron los intentos revolucionarios de colocar al ser humano en el centro de la Historia, porque necesitamos comparar lo que ellos y ellas hicieron con la situación que tenemos ahora, y porque aprender de sus logros y de sus errores, de esta y de otras revoluciones, nos es imprescindible para situar nuestras tareas en estos tiempos.
En sus dos meses de vida, desde el 18 de marzo hasta finales de mayo, bombardeada desde el 2 de abril por las tropas de Versalles, la Comuna desplegó ante el mundo las señas de identidad del gobierno de quienes no tienen nada que perder.
Escrita a fuego en su código genético está el protagonismo de las mujeres trabajadoras en todos y cada uno de los avatares de la experiencia revolucionaria, erigida sobre la conciencia obrera y la fuerza creciente de las organizaciones de mujeres en la Asociación Internacional de Trabajadores. Las huelgas protagonizadas por ellas, así como el Manifiesto llamando a la juventud a desertar de la guerra de los burgueses, explican su papel decisivo en la defensa de la Comuna, que pagaron con su sangre, junto a sus compañeros.
Los Decretos de la Comuna, en tan corto periodo de tiempo, desnudan por sí mismos a quienes se autoproclaman “el gobierno más progresista de la historia”. Entre otros destacan los siguientes:
La Comuna se situó frente al parlamentarismo, constituyéndose como “corporación de trabajo, legislativa y ejecutiva al mismo tiempo”. En ella todos los cargos públicos, jueces, funcionarios, etc eran electos, revocables, y recibían el salario medio de un obrero.
Disolvió el ejército y la policía, reconociendo a la Guardia Nacional como único cuerpo armado, integrada esencialmente por la clase obrera, y cuyos jefes eran también electos.
Separó la iglesia del estado, instituyendo la enseñanza laica y la gratuidad de la misma.
Se condonaron las deudas por impago de alquileres y hospedajes.
Considerando que el juego es “inmoral” y “conduce a todos los vicios y hasta el crimen” se cerraron los garitos de apuestas y se prohibió todo juego de azar.
El proletariado de París tomó el poder cuando las clases dominantes estaban dispuestas a capitular ante Prusia, precisamente por miedo al pueblo trabajador armado. La Comuna arrancó para siempre la máscara de defensa de la nación a la burguesía que la había usado para camuflar la opresión de clase. La reacción instalada en Versalles llamó en su ayuda al ejército invasor para aplastar juntos a la clase obrera.
El pueblo de París defendió su Comuna a sangre y fuego, quizás conscientes de que inauguraban la demostración histórica de que la Revolución obrera es posible y de que debían dejarnos el ejemplo brillante e insobornable de su heroísmo.
El París revolucionario desplegó para siempre el internacionalismo como seña de identidad del proletariado mundial y lo hizo, afirmando su universalidad, eligiendo a trabajadores de otros países como diputados o como jefes de la Guardia Nacional y sustituyendo, emblemáticamente, la bandera tricolor por la bandera roja. El sello indeleble de su vocación de traspasar fronteras lo muestra el hecho de que fueran combatientes de la Comuna los autores, tanto de la letra, como de la música de La Internacional. En palabras de Marx: “La Comuna anexionó a Francia los obreros del mundo entero”.
Tomado de lahaine.org