Revisitando el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP)

Érase una vez una organización que se propuso la transformación radical de la sociedad colonial y capitalista que aún padecemos en Puerto Rico. Creó comités y núcleos a lo largo y ancho del archipiélago, y aun entre la comunidad boricua en Estados Unidos: desde Nueva York hasta Los Ángeles. Logró presencia en foros internacionales, donde puso en agenda y denunció nuestra condición colonial. Tuvo medios de comunicación, una imprenta, librería, disquera, una agencia de viajes, un centro de cuido infantil para militantes, entre otras instituciones desde donde promovió una política y cultura revolucionarias. A pesar de censuras y represiones brutales, demostró capacidad de impacto e influencia en la sociedad puertorriqueña, haciendo uso de todos los medios que tuvo a su alcance: desde la participación electoral hasta la lucha armada clandestina.

Esa organización fue el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP) y se constituyó hace 52 años: el 28 de noviembre de 1971 en la cancha Pepín Cestero de Bayamón, para ser precisos. Fue el resultado de la evolución del Movimiento Pro-Independencia (MPI), fundado en 1959. El PSP creció rápidamente, alcanzó su máxima expresión a mediados de los años setenta y dejó huellas perdurables en la sociedad y política puertorriqueñas, para luego sucumbir por sus propias contradicciones internas a principios de los ochenta. Su disolución en 1993 –una mera formalidad– aconteció sin pena ni gloria.

No pocos investigadores y exmilitantes del PSP sugieren o afirman, desde la distancia, que la transformación de aquel movimiento patriótico en partido socialista fue un error. Eso concluye el amigo y colega Mario Ramos Méndez; también el exmilitante Juan Raúl Mari Pesquera, citado por Ramos en una columna reciente. Difiero y sostengo que la fundación del PSP fue el mayor acierto histórico del MPI y un reflejo de la madurez que alcanzó el independentismo de aquella época.

El MPI merece reconocimiento –junto con la Federación de Universitarios Pro-Independencia (FUPI) fundada en 1956– por revitalizar al movimiento independentista, debilitado como lo estaba por la represión que siguió a la derrota de la insurrección nacionalista de 1950. Echaron a andar lo que llamaron una “nueva lucha de independencia” en plena época de fanfarria triunfalista del PPD sobre el Estado Libre Asociado y la operación Manos a la Obra, discurso dominante que en aquel entonces se daba el lujo de creerse sus propios mitos. Pero ese modelo no tardó en mostrar sus grietas.

En los setenta, fueron cotidianas las tomas de terreno por familias humildes; las huelgas y formación de nuevos sindicatos, y los desafíos comunitarios contra la destrucción ambiental y el desplazamiento. El gobernador Rafael Hernández Colón lanzó la Guardia Nacional en dos ocasiones –en 1973 y 1974– contra el movimiento obrero, hecho inédito desde la insurrección nacionalista. En ese contexto de crisis y luchas sociales, el PSP tuvo mayor claridad ideológica y flexibilidad organizativa que su predecesor para desenvolverse en la tormenta y crecer. Así lo hizo.

El desarrollo del PSP hizo sonar las alarmas en Washington, y no por casualidad varios de los golpes más horrendos de la represión de aquellos años se dirigieron en su contra. Incluyeron el asesinato de Santiago “Chagui” Mari Pesquera en marzo de 1976, hijo de Juan Mari Brás, entonces secretario general del partido y candidato a gobernador en las elecciones de ese año. Los trabajos del historiador Che Paralitici ofrecen un catálogo abultado de actos similares.

Proclamar, como lo hizo el PSP, que la clase obrera debía organizarse en su propio partido para tomar el poder y transformar la sociedad según sus mejores intereses –que son los de la inmensa mayoría–, significó también que se buscó abrir el partido a esas mayorías. Comenzaron a abordarse temas como el machismo y el racismo. La independencia fue conceptualizada como el medio para construir una mejor sociedad, y no como un fin abstracto. Como todo en el PSP, estos esfuerzos quedaron en forma incipiente, pero marcaron la diferencia respecto al independentismo que le precedió, y también con el que le sucedió.

Ninguna organización está exenta de contradicciones, y el PSP estuvo repleto de ellas. En el mejor de los casos, la contradicción lleva a debates constructivos que definen rumbos y fortalecen. Los debates de 1977 y 1982 en el PSP, en cambio, tuvieron el efecto contrario. No tendría que haber sido así, pero lo fue. No se explica la virtual cooptación del PSP por el PPD en la década del 80 sin el aniquilamiento del proyecto socialista al interior del partido, en pos de una vuelta al énfasis en la independencia como fin. Las claves de ese proceso se hallan en aquellos debates y su mal manejo.

La epopeya del Partido Nacionalista bajo el liderato de Pedro Albizu Campos en la primera mitad del siglo fue, sin duda, fuente de inspiración moral para los socialistas, pero además, el análisis crítico de esa experiencia produjo lecciones valiosas para su presente. El PSP fue la organización revolucionaria más importante del siglo XX puertorriqueño, y su historia debería ser rescatada y analizada con el mismo propósito que animó en aquellos el estudio del nacionalismo. Razones sobran: el sistema colonial y capitalista que motivó la fundación del PSP hace 52 años continúa, y sus consecuencias desastrosas están a la vista de todos.

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Author: Guillermo Morejón Flores

Egresado del Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico (UPR), Recinto de Río Piedras, donde obtuvo su grado de Maestría en Historia en diciembre de 2021. Junto a Gabriel Díaz Rivera, coordina el Proyecto Coabey, un archivo digital dedicado al independentismo e izquierda puertorriqueña.