Marxismo y decolonialidad: entre la revolución y el reformismo


“La diferencia que hay entre el método marxista de análisis social
y las teorías contra las cuales luchó no es menor que la diferencia
que hay entre la ley periódica de Mendeléyev con todas sus
modificaciones posteriores, por un lado, y las elucubraciones
de los alquimistas por el otro”

León Trotsky, «El materialismo dialéctico y la ciencia»

“La dialéctica histórica no conoce ni el atraso puro
ni el progreso químicamente puro”

León Trotsky

“… la revolución socialista no será solo, ni principalmente, la lucha
de los proletarios revolucionarios de cada país contra su burguesía,
sino que, además, será la lucha de todas las colonias y de todos
los países oprimidos por el imperialismo, la lucha de todos los países
dependientes contra el imperialismo internacional”

Lenin, «El imperialismo, fase superior del capitalismo»

El capitalismo está siendo sacudido por una crisis que recorre todos los poros de la sociedad. La pandemia del Covid, la guerra en Ucrania y la crisis económica, han acelerado todas las contradicciones que ya existían. Millones de jóvenes, mujeres y trabajadores están luchando y lucharán por no ser arrastrados hacia la barbarie. En país tras país estamos viendo convulsiones insurreccionales, en algunos casos revolucionarias.

Por no ir más lejos, hemos visto movilizaciones en diferentes países de América Latina que han derribado, ya sea por la lucha en las calles o por vías electorales, a gobiernos de derecha, tan reaccionarios y brutales como el colombiano o el chileno. Las movilizaciones masivas en Ecuador, Perú, Panamá y demás países del continente demuestran esta rabia latente a todo lo que representa el statu quo. El sistema capitalista no puede ofrecer un futuro digno para la juventud y la clase obrera. Por su parte, sectores de explotados no están dispuestos a quedarse con los brazos cruzados ante los ataques.

La guerra, la crisis, las revoluciones y contrarrevoluciones son parte de nuestra cotidianidad. Estamos entrando a uno de los periodos más turbulentos de la historia reciente de la humanidad y tenemos que prepararnos. El partido y la teoría revolucionaria son factores esenciales, sin ellos la crisis del sistema será más dramática y se extenderá por años, arrastrando hacia la barbarie a toda la sociedad. Discutir con las corrientes en boga, no tiene un fin académico, sino militante. Debemos buscar una teoría que nos permita afilar nuestras armas para la batalla

Una de las teorías más socorridas entre los intelectuales dentro de las universidades y entre activistas del movimiento feminista, de la juventud, partidos reformistas y de los sindicatos, es el decolonialismo. Esta teoría, bajo frases radicales de crítica al capitalismo, invita a aceptar lo “hecho en Latinoamérica”, como algo innovador y revolucionario; descartar cualquier idea o experiencia que venga de los “países centrales”, principalmente los europeos, porque ellos nos han dominado durante décadas, no solo económicamente, sino por el conocimiento y culturalmente. Nos dicen que lo verdaderamente revolucionario es construir un nuevo conocimiento y conceptos, con los cuales rehacer nuestra historia y encontrarnos “desde nuestros ojos” con las ideas de los sectores “subalternos” de nuestra región y “esperar algunos siglos” (Grosfogel, 2022) para ver cómo va pintando la cosa para un cambio radical de la sociedad.

Lo quieran o no, la consecuencia más grave del decolonialismo es una confusión enorme, pues hacen creer a activistas honestos, que cambiando el pensamiento y la cultura se va a transformar la realidad –idealismo subjetivo–, y que los ideales reformistas de los diferentes gobiernos latinoamericanos son revolucionarios porque no copian esquemas preestablecidos o europeos.

Estos intelectuales reivindican a los gobiernos de Evo Morales en Bolivia, Hugo Chávez en Venezuela y ahora a López Obrador en México, porque “rompen los esquemas eurocéntricos”, “reconocen a los pobres e indígenas”, dan cabida a la organización comunal, trabajan la formación política para “crear nuevos conceptos y entendernos mejor”, etc. Para esta corriente de pensamiento, lo fundamental es dar voz a los sectores “subalternos” y principalmente, hacerle frente a un poder hegemónico europeo y estadounidense (central).

Los gobiernos “progresistas” del continente son variados entre sí. Todos llegan impulsados por movilizaciones de masas o luchas muy radicales que no pudieron llegar a insurrecciones triunfantes. Impulsados por las esperanzas de un cambio profundo, generaron muchas ilusiones, las cuales, en la mayoría de las veces fueron frustradas. Ninguno de ellos planteaba una lucha contra el capitalismo –si exceptuamos a Chavez en Venezuela–, y asumieron el gobierno con el objetivo de reorganizar los desgastados Estados burgueses, pacificar a los sectores más radicalizados con algunos programas sociales y reafirmar el control de la burguesía bajo el anhelo de un capitalismo más  democrático y humano.

Todos, hasta la fecha, han fracasado en sus intentos de convencer a las burguesías locales de ser más democráticas, menos avariciosas y brutales. Como su proyecto político es la administración del capital de forma responsable, han sido estos mismos gobiernos los que han implementado contrarreformas cuando el capitalismo ha entrado en crisis, esto lo pudimos ver a partir de la crisis capitalista mundial del 2008, que en América Latina se expresó particularmente después de 2011, con la caída de los precios de las materias primas. Estos gobiernos crean desilusión en las amplias capas de la población pues no pueden resolver los problemas más importantes de las masas, porque eso significaría ir contra el capitalismo. Terminan por traicionar a los sectores más pobres antes que enfrentarse con los dueños del dinero y el imperialismo.

Así como no hay nada original en las reformas que se llevaron a cabo en el periodo de Evo y ahora AMLO, tampoco lo hay en el pensamiento decolonial –por más que sus teóricos se presenten como creadores de un pensamiento nuevo–. Sus ideas son un refrito del posmodernismo europeo, con una mezcla de la teología de la liberación, un aderezo de terminología marxista y muchos “discursos” reformistas actuales. Nos proponemos por tanto refutar su base teórica y propuestas políticas, desde un punto de vista marxista, al tiempo que defendemos el marxismo de los ataques infundados a los que los teóricos de esta corriente lo han sometido.

¿De dónde surge y que defiende la corriente decolonial?

Hay varias visiones sobre el surgimiento del llamado “giro decolonial”. Autores como Dussel dicen que se originó entre intelectuales del Caribe, donde la lucha por la independencia se mezcla con la lucha contra la segregación racial y el colonialismo. De ahí surgieron ideas que tenían como ejes rectores el dominio colonial y el racismo. Además, le otorga un mérito destacado al intelectual peruano Aníbal Quijano, que descubrió lo importante que era el racismo en el proceso colonial:

Aníbal Quijano, en Binghamton, estando en relación con Wallerstein y también con el pensamiento caribeño, descubrió el racismo como la clasificación social más importante, incluso más que la clase social, contrario a lo que habíamos pensado en el marxismo tradicional. Esta reflexión nos permitió tomar conciencia de que la liberación de los imperios (España, Portugal, Francia, Inglaterra y posteriormente Estados Unidos) sería un proceso aún más complejo.” Dussel, (2021)

Enrique Dussel. Fuente: ALAI.info

Otros dicen que el “giro decolonial” surge en la década del 2000, a partir del simposio Alternativas al eurocentrismo y colonialismo de pensamiento social latinoamericano contemporáneo, organizado en el Congreso Mundial de Sociología realizado en Montreal, entre julio y agosto de 1998, donde se dieron cita algunos de los teóricos que conforman la corriente (Dussel, Quijano, Mignolo, Castro, Lander, Walsh, Escobar, Grosfoguel, etc.). Algunos otros plantean que fue una respuesta a los regímenes dictatoriales que vivieron los diferentes países de América Latina durante la década de los 80´s. Algunos más datan su existencia después de 1940, cuando el mundo se ve sacudido por las tremendas revoluciones en todo el mundo colonial.

Independientemente de cuando inicia, sí hay una homogeneidad en los postulados políticos que defienden. Todos, sin excepción, se desligan del marxismo y de la lucha por el socialismo. Aunque Dussel dice conocer el marxismo y estar de acuerdo con él en ciertos postulados, en términos prácticos reniega, cada que puede, de la esencia del marxismo.

“Sé el marxismo, por eso no hablo de que en este momento el proyecto político del país (México) sea siquiera socialista, pues el mismo socialismo fue eurocéntrico, leninista, soviético, ortodoxo, y no entendía a América Latina.” Dussel, (2022)

Desde el comienzo esta corriente se propone una gran tarea, reinterpretar la historia del continente americano, particularmente la de los países latinoamericanos, con nuevos conceptos, que no contengan relación con el pensamiento eurocéntrico y la modernidad. Para esta tarea, nos dicen, son claves tres conceptos que van a estar presentes en la gran mayoría de sus escritos: Modernidad, Colonialidad y Decolonialidad.

Para entender estos conceptos nos remiten a un pasado histórico donde, en el mundo, sucedían grandes acontecimientos, (del siglo XV al XVII). Especialmente importante son dos, por un lado, la expulsión de los moros y judíos de la península ibérica, en el siglo XV y por todo el proceso de la conquista de América. Para esta corriente, estos acontecimientos fueron fundamentales porque afianzaron una visión europea, que justifica el proceso colonial. La nueva modernidad justifica la invasión de Europa en América, Asía y África; promueve la trata de esclavos y la explotación de la población indígena; ofrece una salvación cristiana para las almas no europeas por medio de la religión y promueven un progreso económico, imponiendo estándares de desarrollo y desechando o tachando de inferior todo lo no europeo, (al otro) o, mejor dicho, todo lo que existía en los países colonizados (ellos dirán, periferia). Edgardo Lander dice lo siguiente:

“Esta cosmovisión tiene como eje articulador central la idea de la modernidad, noción que captura complejamente cuatro dimensiones básicas: 1) la visión universal de la historia asociada a la idea del progreso (a partir de la cual se constituye la clasificación y jerarquización de todos los pueblos y continentes, y experiencias históricas; 2) la “naturalización” tanto de las relaciones sociales como de la “naturaleza humana” de la sociedad liberal capitalista; 3) la naturalización u ontologización de las múltiples separaciones propias de la sociedad; y 4) la necesaria superioridad de los saberes que produce esa sociedad (“ciencia”) sobre todo otro saber.” Lander E. (2000)

Como resultado de esta modernidad, argumentan, se implementó un sistema de opresión, que no solo implica la explotación económica, sino que va mucho más allá, conlleva un control desde el ‘centro’ a la ‘periferia’ a partir del conocimiento. Plantean que la opresión es compleja y múltiple, que abarca lo sexual, racial, laboral, militar, etc. A este sistema de opresión le nombraron ‘matriz colonial de poder’. Para ellos, un aspecto relevante, en esta opresión múltiple, es la discriminación racial. Este análisis los lleva a cuestionarse el papel revolucionario de la clase obrera, que es sustituida por otros sectores racialmente excluidos, por ejemplo, los pueblos originarios o indígenas, las mujeres o las comunidades afrodescendientes de la región.

Como refutación a este régimen opresivo nos presentan la decolonialidad, como las respuestas de muy distinta índole que se han dado a lo largo de más de cinco siglos, por parte de los sectores oprimidos por el régimen colonial. Dicen que hay una lista muy larga de acontecimientos de resistencia que hay que reinterpretar, para poder dotar de nuevas estrategias de luchas y derribar este régimen opresivo de centro-periferia.

Hacemos un paréntesis para hacer notar que, para los decoloniales, hay una diferencia entre colonialismo y colonialidad. El primero representa el periodo en el cual las potencias europeas invadieron los territorios y ejercían un poder directo sobre los países colonizados. Sin embargo, hace más de 200 años que se conquistó una independencia formal, pero, a pesar de ello, sigue manteniéndose ese dominio, por otras formas, una de ellas, la más importante, la del conocimiento. A este último tipo de dominación le llaman colonialidad.

Dicho esto, para la corriente decolonial, la historia está configurada a modernidad, colonialidad y decolonilalidad. Para ellos no existe la clase obrera y la lucha de clases en Europa ni en los EE. UU. Aunque sí toman en cuenta al capitalismo como sistema de dominación mundial, para ellos lo más importante es el dominio de un continente sobre otro. No toman en cuenta las contradicciones que se generan entre la burguesía local y la clase obrera local, etc. A pesar de que dicen que el marxismo simplifica la forma de ver la realidad latinoamericana, la forma que ellos proponen para interpretar la historia es mucho más simple, un continente dominando a otro por medio de las armas y la cultura.

Esta visión los lleva a posiciones absurdas, por ejemplo, considerar que no todo el mundo fue colonizado, y rescatan como punto de referencia el imperio de los Zares, en Rusia. Dicen que, bajo el imperio de los zares, Rusia se mantuvo al margen del proceso de colonización:

“Rusia estuvo también de espaldas a Occidente, cuando Moscú fue declarado «La Tercera Roma», hasta la dinastía de los Romanov, y fundamentalmente Pedro el Grande y Catalina la Grande, en el siglo XVIII. En ese momento el tsarato ruso se declara imperio, expande y consolida sus dominios en Asia Central y el Cáucaso. Sigue las pautas imperiales de occidente, aunque no intenta la transformación del Estado monárquico en el Estado moderno-burgués que se comenzaba a gestar en Europa después de la Revolución Gloriosa en Inglaterra (1688) y la Revolución Francesa (1789).”

El colmo de esto es que presentan a la revolución socialista de 1917, como un proceso donde se concluye la incorporación de Rusia a la modernidad. Esto es poner todo de cabeza, pretender que la revolución bolchevique sea la causante de terminar con la “independencia” rusa, es un análisis grosero, por decir lo menos:

“El imperio ruso fue interrumpido (en 1917) por la intervención de occidente, aunque no en la dirección del Estado liberal y la económica capitalista, sino en la dirección del socialismo surgido en Europa después de la revolución francesa y consolidado en los análisis de Karl Marx como así también en su «manifiesto comunista». La Revolución Rusa, de donde se forma la Unión Soviética, es una revolución que surge de la cara disidente de la ilustración: el socialismo político y el comunismo económico frente al liberalismo político y el individualismo económico. A lo largo del siglo XX la lucha entablada entre los dos sistemas termina con uno desmontando a otro. La Unión Soviética implosiona y quince años después, la Federación Rusa comienza a recuperarse del golpe y a refundarse mediante su adopción de la economía capitalista y, como China, afirmarse en ella para mantener su soberanía.” Grosfoguel, R. y Mignolo, W. (2008)

Lo que podemos entender de esto, es que la revolución rusa incorporó a Rusia a la cara disidente del eurocentrismo, pero “afortunadamente”, recuperaron su independencia cuando regresó el capitalismo. Podemos decir que por lo menos entre líneas son claros en sus propósitos. Prefieren un capitalismo “independiente”, que un socialismo que fue inventado por la “cara disidente” del eurocentrismo.

Regresando a su propuesta, nos dicen que la descolonización no solo implica el ser independientes en términos políticos, sino un proceso en el cual tenemos que romper los lazos y relaciones de poder (una concepción retomada de Foucault por parte de Quijano, donde plantea que todo son relaciones de poder), una descolonización del saber (inventar nuevos conceptos para “vernos con nuestros propios ojos”) y del ser. Para lograr esto se necesita un “pensamiento decolonial”, es decir pensar desde los principios decoloniales planteados más arriba; para ellos este momento es el del “giro decolonial”. También plantean un programa de acción política, una “opción decolonial”.

Hacen hincapié en el pensar de forma decolonial. No es un accidente, al final, uno de los planteamientos centrales de su teoría es un cambio en el saber, inventar nuevas palabras para quitarnos de la cabeza ese pensamiento eurocéntrico. Sobre el pensar decolonial dicen que es

“…un proceso de desprenderse de las bases eurocentradas del conocimiento y del pensar haciendo conocimiento que ilumine las zonas obscuras y los silencios producidos por una forma de saber y conocer cuyo horizonte de vida fue construyéndose en la imperialidad.” Grosfoguel, R. y Mignolo, W. (2008)

El objetivo de los decoloniales es: “construir economías no capitalistas y futuros pluriuniversales transformadores”; anuncian un proyecto descolonizador no estatal; lucharán contra cualquier proyecto universal que implique una uniformidad imperial en torno al capital (porque para ellos lo diverso es lo fundamental); potencializar el pensamiento de países colonizados; reescribir la lengua, la filosofía y saberes de los pueblos sojuzgados, etc.

Ramón Grosfoguel. Foto: ALAI.info

“Por todo ello, la interpretación, que propiciamos aquí, propone un desenganche (la desconexión) del fundamentalismo eurocéntrico, esto es, el pensar y actuar descolonial hacia un proyecto trans-moderno (no posmoderno ni posestructuralista pues se trata de un más allá de la modernidad/colonialidad) anti-capitalista como culminación del proyecto inconcluso e inacabado de la descolonización. Así el proyecto inconcluso de la globalización no lo llevará a cabo, no puede llevarlo a cabo, la epistemología occidental ni la globalización neoliberal, sino que ella será la «otra globalización» que proclama el Foro Social Mundial y cuyo pensamiento es, y seguirá siendo des-colonial anti-capitalista transmoderno…”

“En fin, se trata de hacer visible los aspectos invisibilizados por la colonialidad del poder global de las luchas alter-mundialistas hoy que se desarrollan desde las subalternidades epistémico-políticas diversas de los pueblos periferializados y colonizados por el «sistema-mundo europeo/Euroamericano capitalista/patriarcal/moderno/colonial»”. (Grosfoguel, R. y Mignolo, W. (2008)

Si desmenuzamos este rompecabezas ininteligible, lo que estos personajes proponen es “otra globalización”, –aunque esto vaya en contra de la diversidad– bajo los lineamientos del Foro Social Mundial (FSM). Lo que no dicen es que el FSM es un nicho de reformistas, ONG’s pequeño burguesas financiadas por grandes empresas internacionales y que no tienen un plan de lucha serio para terminar con el capitalismo y la explotación.

La filosofía decolonial, refrito posmoderno latinoamericano

Una de las tareas más ambiciosas de los decoloniales es construir una nueva episteme, un nuevo conocimiento. Nosotros sabemos que, en la historia de las ideas, una nueva teoría siempre tiene una base de la cual arrancar o contradecir. Igual que en otros terrenos, de las contradicciones de lo viejo surge una contraparte que rompe y se coloca como dominante, dando pie a una nueva idea, en términos dialécticos, una idea niega a la pasada para hacerse valedera, la negación no implica decir que no existió, sino superarla a partir de sus contradicciones. Esta también es la historia de la ciencia y de todas las sociedades, les guste o no a los decoloniales.

La mayoría de los teóricos decoloniales son egocéntricos, creen que su pensamiento es único y nuevo en su totalidad, desprendido de ninguna parte. Tienen la necesidad de mostrarse así porque ¿cómo puede ser posible que un conocimiento que trata de romper con todo lo eurocéntrico, tenga orígenes eurocéntricos? Por eso ellos afirman que su pensamiento es nuevo.

“El pensador descolonial se desengancha/desconecta (delinks) del canon occidental desde Aristóteles a Habermas, de Platón a Derrida, de Rousseau a Marx, de Hobbes a Freud, de Nietzsche a Bourdieu, etc. Sin reproducir un fundamentalismo tercermundista”. Grosfoguel, R. y Mignolo, W. (2008)

Nos preguntamos, ¿de verdad rechazan a todos los pensadores y las teorías occidentales? ¿Rechazan la teoría de la evolución de Darwin o la teoría de la gravedad de Newton? Si hubiera un poco de verdad en sus ideas, que las teorías occidentales no aplican en América Latina, viviríamos flotando.

El problema para ellos es que, quien ha estudiado un poco la historia de las ideas se puede dar cuenta que ellos sí retoman una filosofía europea, y para su desgracia, no retoman lo más avanzado, sino el idealismo subjetivo que fue superado por el marxismo hace más de 150 años. El pensamiento decolonial retoma algunas fuentes filosóficas que conforman su pensamiento. La más importante de ellas es el pensamiento poscolonial, que se origina a partir del libro Orientalismo de Edward Said (1978) que desata una crítica a los prejuicios del mundo oriental postulados desde el punto de vista de occidente. Said, trata de denunciar las formas de dominación a las que han sido sometidos los orientales, las cuales, dice, no son solo económicas, sino culturales. Los decoloniales retoman prácticamente todas las ideas del poscolonialismo y le recriminan el no tomar en cuenta todas las dimensiones del colonialismo.

Tomemos en cuenta que el poscolonialismo se nutre del estructuralismo francés, particularmente de dos teóricos, Derrida y Foucault. Este pensamiento es adoptado, uno a uno, por los decoloniales, sin ningún rubor. De Derrida retoman la idea de “descentralizar el centro”, es decir encontrar nuevas ideas que rompan con las ideas europeas; el romper con ideas de privilegio y el potenciar la diversidad y realidades populares. De Foucault retoman la idea de que todas las relaciones sociales se convierten en relaciones de poder y opresión, particularmente el poder del conocimiento. Si ponemos atención un poco, estas ideas se repiten, no solo en la visión decolonial o del poscolonialismo, sino en la política de identidad y demás ideas que terminan siendo reaccionarias.

Aníbal Quijano es quien más claramente retoma a Foucault en su teoría de la matriz colonial de poder, donde expone que en casi todos los aspectos de la vida y relaciones sociales existe una relación de poder. Para Foucault, la verdad y la mentira son impuestas por un régimen de poder, con esta afirmación plantea una disyuntiva en la cual todo lo que existe está implícito una relación de poder-sometimiento.

También retoman la filosofía de la liberación, una serie de ideas planteadas por Dussel, las cuales tienen el mismo origen que el poscolonialismo, –Derrida, Foucault y Lyotard, todos ellos europeos–, con un poco de la Teología de la liberación –cristianismo– y un marxismo bastante deformado. Dussel analiza a Marx y nos dice que la base sobre la que descansa toda la teoría marxista –base del desarrollo de todos sus conceptos– es el “trabajo vivo”. Para Dussel, este concepto se opone al capital, que concentra trabajo muerto. El trabajo vivo es lo “no Capital”, el “otro”, otra cosa del Capital. A partir de este concepto nos dice que el trabajo vivo es todo lo que se opone al capital, la “exterioridad” del capital, el otro. Si el obrero no es subsumido por el capital, puede ser otro, no enajenado, ser “alteridad”. Estos dos términos son parte de la columna vertebral de los decoloniales: la exterioridad, lo no capitalista da la posibilidad a la alteridad, ser otro o distinto.

La filosofía de la liberación es subjetivismo puro, parte de aspectos morales y no políticos ni económicos para analizar y dar respuestas a las necesidades de los explotados. Plantea categorías generales que uno “debería ser” a partir de la ética y las asume como realidad. El ejemplo más claro de lo que decimos está en la forma en como Dussel plantea la cuestión del poder. Para él, el poder no está en el Estado o en la clase que posee los medios de producción, sino en el pueblo. El pueblo, como categoría abstracta, empapada de una ética y moral regeneradora, tiene el poder, no importa las circunstancias y las coyunturas específicas. Como conclusión de su idea, no hace falta pelear por derrocar el poder de la burguesía o del Estado, porque el verdadero poder está en el pueblo. Esta idea fantástica choca con la experiencia práctica de millones de jóvenes, obreros y campesinos que cuando han salido a luchar se han encontrado con los bastonazos y escopetas de los policías. Ellos saben bien dónde reside el poder ahora mismo. Pero parecería que este concepto tan sencillo de entender no logra penetrar en el duro cráneo de nuestros amigos decoloniales en las torres de marfil de la academia.

Su crítica de la modernidad está retomada de la escuela posmoderna. La idea de deshacerse del pensamiento europeo e inventar uno nuevo, también es una idea que la popularizó Derrida bajo el término de “deconstrucción”, pero, con otras palabras. Para los decoloniales y posmodernos, la modernidad debe ser condenada, ya que es el pensamiento europeo capitalista que defiende el progreso, la visión racional –dirán ellos lineal y cristiana– del mundo, la superioridad europea sobre el resto de los países, así como una imposición del pensamiento occidental al resto del mundo. Todo esto lo iremos desarrollando a lo largo del texto.

Dicen que, como los hombres blancos europeos, se han pasado la vida explotando a nuestros pueblos, por lo tanto, todas las teorías mantienen una carga de opresión e intolerancia a lo “otro”. La corriente en cuestión se propone rescatar y hacer valer la voz de los “otros”. Con esta política, descalifican automáticamente a aquellos que no han nacido en el continente, que no son indígenas o no son mujeres latinas con diferentes particularidades. Estas ideas de política de identidad son veneno en la lucha contra el capitalismo, porque desde la “pluralidad” confunden, dividen y marginan a los sectores más combativos de la clase obrera y la juventud. En lugar de unificar a todos los oprimidos en la lucha conjunta contra el opresor, lo que hacen es fragmentar las masas en una miríada de identidades cada vez más particulares cada una de ellas mirándose al ombligo.

No solo eso, igual que el posmodernismo, la corriente decolonial plantea que no puede haber una visión general, teorías universales, para entender la historia. La decolonialidad plantea que estas ideas generales o universales lo que quieren es imponer una forma de ver y entender el mundo, pero, dicen ellos, la realidad latinoamericana es diferente y no encaja en esas visiones eurocéntricas. Entonces plantean la necesidad de retomar las historias y visiones de los marginados y desposeídos del continente. Al parecer una idea muy convincente, pero lo que están defendiendo es que, en vez de tener una teoría general que explique las fuerzas motrices acerca de cómo suceden y el por qué los cambios en la historia, ellos proponen que reconozcamos miles o millones de experiencias de cómo han vivido y asumido los cambios las diferentes personas y pueblos, con ello diluyen cualquier posibilidad de sacar conclusiones generales del proceso, paso fundamental de toda ciencia. Es además un punto de vista totalmente idealista. Para nuestros amigos decoloniales no son las fuerzas económicas las que determinan el rumbo de la historia, sino las ideas las que moldean la realidad. A pesar de toda su pretensión de originalidad, no hay nada nuevo aquí. Es el subjetivismo idealista del Obispo Berkeley, un hombre blanco europeo.

Otra de las ideas centrales de la filosofía decolonial es que se oponen a la idea del desarrollo, no admiten que haya sociedades superiores e inferiores, porque dicen que cada sociedad se desarrolla a su ritmo y con sus características particulares; rechazan cualquier visión “teleológica y lineal” sobre los supuestos estadios y línea que deberían seguir las sociedades de países ex coloniales. Los argumentos que utilizan los desarrollaremos cuando hablemos sobre la crítica al marxismo.

No podemos negar que una buena parte de la filosofía decolonial es europea, y no solo eso, es de la peor clase, la mayoría es idealista, si cambias tu forma de pensar, desterrando el eurocentrismo, está resuelta una buena parte del problema. Esta idea se rebate por sí misma. Un minero boliviano puede levantarse un día por la mañana, libre de toda idea eurocéntrica, totalmente decolonizado en su pensamiento, después de haber leído a nuestros sesudos teóricos, pero le guste o no le guste va a tener que bajar a la mina, a producir plusvalía para el patrón sacando metal que posteriormente será apropiado por empresas multinacionales. La otra alternativa es morir de hambre. Las teorías decoloniales por tanto, la idea de que hay que liberar el pensamiento porque en la opresión cultural-epistemológica es donde reside el poder, solo tienen sentido entre las cuatro paredes de la cátedra académica, donde las ideas reinan. Si por lo menos fueran honestos y admitieran que los fundamentos de su teoría son retomados de pensadores posmodernos, no tendríamos que objetarles más que una crítica marxista. Pero lo que vemos aquí es una mentira para sustentar una supuesta innovación teórica y de conocimiento. Como dice el dicho “resulta que la montaña parió un ratón.”

Su plan de acción política

La corriente decolonial, a pesar de que se proclama anticapitalista, afirma que no tiene por qué seguir los lineamientos que plantea el marxismo, sino que habrá que buscar caminos nuevos para la emancipación de los oprimidos. Sus ideas en este terreno son inacabadas porque no saben exactamente a donde ir, ni cómo lograrlo. Anuncian una sociedad anticapitalista pero no dicen con claridad cómo tiene que ser, ni cómo luchar por ella. Dussel, en una de sus últimas entrevistas a un diario mexicano, La Jornada, plantea claramente que el socialismo no es el camino, porque las condiciones son diferentes que las de Europa. Su posición es transparente:

“No vamos a dar pasos a la manera revolucionaria para de un día para otro cambiar la tierra, como Lenin o como Fidel Castro. No. El cambio subjetivo de las personas dura decenios. Tenemos que modificar una cultura democrática, pero no va a ser socialista. Será otra cosa, pero tampoco capitalista, ni eurocéntrica. El futuro es global.

“El Estado debe defender al pueblo, y defendernos de las potencias extranjeras. No es una izquierda extrema que disuelve al Estado porque es anarquista, al contrario. Tenemos que fortalecer al Estado para que haya alimentación, salud, defensas de los intereses.

“Es un proyecto popular, pero no populista, en el futuro superará al capitalismo, a la modernidad eurocéntrica a partir de las tradiciones, tanto de árabes, chinos, bantúes, africanos, y nosotros desde nuestra cultura latinoamericana; México, sobre todo, desde su espléndida historia de 7 mil años, que se desprecia todavía. La lucha no es fácil, habrá que seguir siendo críticos, y latinoamericanos. Tenemos que poner los fundamentos de la creación de un nuevo tipo de cultura, una nueva sociedad y economía política. Para eso es la filosofía de la liberación”. Dussel, E. (2022)

¡Tremendo galimatías! Lo único que queda claro es que nuestro amigo decolonial rechaza a Lenin y la revolución cubana por ser de “izquierda extrema”, y en lugar de resolver el problema de la tierra, por ejemplo, mediante la expropiación de los latifundios y el reparto agrario, prefiere “el cambio subjetivo de las personas”. Aparentemente, de lo que se trata es de convencer, educar al latifundista, decolonizar su pensamiento… Cualquier campesino organizado le puede decir a nuestro amigo Dussel que ese proceso no es que vaya a durar decenios, sino que nunca se va a producir.

En cambio, solo plantea un desvarío, habrá que buscar nuestro camino, con nuestros propios recursos y tradiciones. Pero ¿Cuáles son los recursos y tradiciones que plantean los decoloniales? Ya lo escribimos más arriba, para algunos la alternativa son las ideas que plantea el Foro Social Mundial, y ¿cuáles son ellas? Combatir al neoliberalismo.

Debemos ser claros en esto, el neoliberalismo no es más que el sistema capitalista en una cierta etapa. No puedes declarar la lucha al neoliberalismo y dejar de lado la lucha contra el capitalismo. Los reformistas en Latinoamérica han declarado la lucha al neoliberalismo y quieren luchar por un capitalismo más “democrático y responsable”, lo cual es una verdadera utopía. La lucha por el socialismo es una necesidad. En esta época no existe ningún otro tipo de capitalismo que no sea neoliberal.

Esta corriente asume esta idea, la lucha contra el neoliberalismo, con las dos manos, pero le da un discurso aparentemente más radical. No dejan de plantear que su lucha es contra el capital, pero por ahora, sería “un error muy grave” el plantear que el Estado desapareciera y su alternativa de lucha radical tendrá que esperar a “los próximos siglos” para ver cómo se van resolviendo las cosas.

“Hay cosas como, por ejemplo, el Estado moderno que está ahí y no lo podemos saltar esta noche, eso sería un error político muy grave, pero sí podemos desde ahora construir formas alternas de autoridad política frente a ese Estado moderno. Por ejemplo, cuando miramos el proceso boliviano, obviamente hay que ocupar el Estado como una manera de interrumpir las formas políticas de dominación, pero al mismo tiempo se hace un andamiaje por fuera de ese Estado, creando un futuro comunal, como se plantea en el pensamiento de Hugo Chávez y en la Revolución Bolivariana, donde se construye una alternativa al Estado moderno, que poco a poco vaya desde abajo autogestionándose, decidiendo a nivel popular y arrancándole decisiones. Pero es un proceso de horizonte de largo plazo, porque plantearse hoy eliminar el Estado moderno sería ya una cosa políticamente equivocada; pero sí se puede transitar hacia una nueva forma que supere su determinación moderna, es decir, un Estado transmoderno (¿?), comunal, que nos permita enfrentar esta crisis y conducirnos hacia un nuevo proyecto civilizatorio.

“En el largo plazo a la utopía hay que dejarla abierta, pues esta nunca se va a realizar, pero nos sirve de brújula…aunque hoy estamos en una realidad tal que nos hace muy pesimistas no la debemos cerrar completamente, debemos dejarla abierta a ver qué pasa en los próximos siglos…” Grosfoguel, R. (2021)

Se pueden decir muchas cosas de esta cita y la anterior. Los dos teóricos del decolonialismo dicen que no pueden terminar con el Estado, sino fortalecerlo y tomarlo desde dentro, estas son las tesis centrales del reformismo. Recordemos que el Estado es una herramienta de opresión de una clase sobre otra, el querer “tomar” el actual Estado, implica entrar a un Estado burgués y quererle cambiar. Esto lo han intentado mucho antes de los decoloniales y en todos los casos los nuevos administradores el aparato estatal tiene que cumplir las leyes del capital, no importa si son indígenas –Evo–, negros –Obama– o mujeres –Kamala Harris–.

La posición con respecto al Estado es una de las grandes diferencias entre los reformistas y los marxistas, mientras los primeros piensan que los problemas de la sociedad son por una debilidad del Estado y luchan por fortalecerlo, los marxistas luchan por terminar con el Estado burgués y reemplazarlo por un Estado de la clase obrera que tienda a desaparecer, al ser compuesto por la mayoría. Este nuevo órgano de poder deberá estar basado en asambleas democráticas de los trabajadores (soviets).

Como su idea es asumir todo lo que rompa con las ideas modernas y europeas, todo lo que se haga en el continente es bueno, lo que viene de fuera es malo, una filosofía básica de la dualidad del bien y del mal. Lo que parezca o huela a europeo o de algún país central, está mal y no lo debemos seguir. Por el contrario, cualquier idea o proyecto que venga de Latinoamérica debe ser apuntalado y sostenido como un avance en el pensamiento decolonial, aunque en términos prácticos planteen lo mismo que cualquier otro partido reformista de Europa o cualquier otra parte del mundo: administrar de mejor manera el Estado capitalista, utilizarlo para hacer algunas reformas democráticas y, si las finanzas lo permiten, dar algunas concesiones económicas a los más pobres para mejorar el reparto de la riqueza.

Con estas ideas bajo el brazo, nos incitan a reconocer que el gobierno de Evo Morales rompe con la modernidad y es de corte decolonial, pues es un indígena el que llega a la presidencia, desafiando el racismo histórico y planteando un Estado plurinacional, reconociendo a las naciones indígenas históricamente invisibilizadas. No hacen un balance de lo que sucedió con el gobierno, ni sus limitaciones reformistas. No prestan atención a su programa político, el cual reivindica el desarrollo de un “capitalismo andino-amazónico”, como forma de superar el racismo. El gobierno de Evo, en ningún momento planteó la lucha por el socialismo, por el contrario, socavó las bases para una lucha seria para derrotar al capitalismo, en aras de fortalecerlo a partir de la intervención estatal.

De Hugo Chávez rescatan la idea del poder comunal, como alternativa al Estado burgués. Ésta era una buena idea de Chávez, sin embargo, se quedó en el papel. Las comunas ahora mismo son autogestoras de ciertos programas y recursos, pero no tienen ningún papel en la vida política del país y mucho menos son una alternativa seria para terminar con el Estado burgués en Venezuela. Invitan a poner atención en los ejercicios autonomistas de las comunidades indígenas como los caracoles zapatistas, frente al sistema mundo. Esto no tiene ningún sentido, por más que se quiera levantar un muro entre las comunidades indígenas y el capitalismo para preservar su cultura y sus tradiciones o intentar que no los toque la cultura capitalista, es imposible. Toda comunidad está inserta en una dinámica global del capital, se quiera o no. Por otra parte, esto no puede ser un ejercicio contra el capital, pues no afecta de ninguna forma al sistema. Por mucho que quieran nuestros amigos decoloniales, uno no puede “salirse” del capitalismo. Al capitalismo hay que derrocarlo.

Sus ideas, al no plantear una lucha férrea contra el capital y dar apoyo a los gobiernos reformistas del continente y teorizar sobre la necesidad de mantener el capitalismo un poco más humano, deja nítidas sus intenciones. Ellos en ningún caso son revolucionarios, por más que lo griten a los cuatro vientos o por más que juren ante sus demás colegas. Su proyecto político es el del reformismo simple y llano.

Dussel, quien es el responsable del Instituto de Formación Política de Morena, el partido en el poder en México mantiene un proyecto político increíblemente confuso y reformista, plantea un cambio en las conciencias, para cambiar la realidad –idealismo puro–, para ello propone términos y conceptos nuevos, habla sobre crear un nuevo poder soberano, el pueblo. Esto, a primera vista es correcto, el pueblo organizado es fundamental para emprender la lucha revolucionaria. Pero inmediatamente después de decir esto, plantea que el poder del pueblo se debe hacer sentir, votando por candidatos que les representen, es decir, no plantea sustituir al Estado, herramienta de opresión de una clase sobre otra, sino mantener el régimen electoral, la diferencia con respecto a antes, es que ahora el pueblo debe estar informado, consciente que él tiene el poder, pero sin ejercerlo. Esto es una chapucería reformista, por más radical que parezca.

A mi entender, hay dos problemas centrales en su planteamiento político, el primero es que se deshacen de la única herramienta que les puede ayudar a entender, de forma real, las verdaderas contradicciones del sistema, y por lo tanto ir al fondo para resolverlas, el marxismo. Lo segundo, adoptando la teoría posmoderna, argumentan que todas las relaciones que se dan dentro de sociedades ex coloniales son relaciones de poder las cuales habitan en todos los aspectos de la vida y esto no se puede desmontar más que dándonos cuenta de ellos y comportándonos de forma diferente, plantean un cambio cultural, sin remover las estructuras que le dan soporte a la cultura e ideología actual. Según la matriz colonial de poder, establece una dominación sobre el sexo, las clases, racial, etc. Y la única forma de salir de ella es con un nuevo conocimiento –epistemología–. Tomando en cuenta esto, su perspectiva de un nuevo conocimiento y una nueva cultura, el cambio tardará, al menos unos siglos.

Reinterpretando y desfigurando las ideas

Una tarea que se plantean los decoloniales es una reinterpretación de la historia latinoamericana, pero también de los diferentes escritores o revolucionarios que han planteado ideas subversivas en el continente. Estas reinterpretaciones están muy de moda, porque a partir de los estándares decoloniales y posmodernos, se pueden incorporar nuevas versiones, algunas totalmente alucinantes, de la historia del continente.  Grosfoguel dice, por ejemplo, que:

“No se puede entender la racialización de los indígenas en las Américas sin entender el heterosexismo europeo, de la misma forma que no se puede entender el militarismo como una forma predominante de resolver los conflictos sociales sin entender la supremacía masculina patriarcal blanca occidental articulada al racismo y el sexismo”. (Grosfoguel, R., 2008).

Al parecer el autor desconoce por completo la historia de los pueblos prehispánicos. Decir que resolver conflictos de forma militar es fruto de la masculinidad patriarcal blanca occidental, es omitir que los aztecas eran un pueblo guerrero que sometía a los diferentes pueblos a rendir tributo con las armas en la mano.  Desconocemos si la diversidad sexual fue la causa para que en las sociedades prehispánicas no hubiera racismo, pero lo que si había era una terráquea burocrática violenta que segmentaba la sociedad a partir de cargos hereditarios. Ciertamente en todas las sociedades prehispánicas que habían llegado a un cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas, junto con el surgimiento de la opresión de clase, vemos la opresión de la mujer por el hombre. El sexismo no es un invento “europeo”, sino que surge al tiempo que la propiedad privada y el Estado, es decir, la sociedad dividida en clases, y esto fue así en Tenochtitlán, en la antigua Grecia y en la China imperial. Si nos ponemos un poco serios, estas reinterpretaciones pueden llegar a confundir y reforzar sus posiciones reformistas.

Otro aspecto que han asumido es analizar a los diferentes revolucionarios latinoamericanos y buscar dentro de su repertorio algo que suene a “un pensamiento que rompa con la modernidad” o “no europeo”. Con estos argumentos, regularmente fuera de contexto, los presentan como un descubrimiento del pensar decolonial. Hacen una interpretación, por ejemplo, de Mariátegui, deformando su pensamiento utilizando la frase “ni calco ni copia, sino creación heroica” para ponerlo de cabeza y presentarlo como un decolonial.

José Carlos Mariátegui

Es escandaloso presentar a Mariátegui como un decolonial, tomando en consideración que la decolonialidad le declara la guerra al marxismo. Mariátegui era un marxista que utilizó el método dialéctico y el materialismo histórico para analizar la realidad peruana. Al igual que muchos otros marxistas, pudo cometer este o aquel error en su análisis, pero esto no resta importancia a sus trabajos y comprensión de la realidad peruana. El marxista peruano explicó correctamente que el indígena sufría los mismos problemas que sufrían los campesinos pobres, es decir identificaba el problema del indio con problemas de clase. Planteó la necesidad de la lucha por el socialismo, y sí, dijo que la revolución en el continente no era ni calco ni copia, pero de ninguna forma estaba desligada de la correlación de fuerzas internacional y de la transformación socialista de la sociedad.

“El socialismo no es, ciertamente, una doctrina indoamericana. Pero ninguna doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es ni puede serlo. Y el socialismo, aunque haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco específico ni particularmente europeo. Es un movimiento mundial, al cual no se sustrae ninguno de los países que se mueven dentro de la órbita de la civilización occidental. Esta civilización conduce, con una fuerza y unos medios de que ninguna civilización dispuso, a la universalidad. Indoamérica en este orden mundial, puede y debe tener individualidad y estilo; pero no una cultura ni un signo particulares… No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano”. (Mariátegui, C., 1928)

Mariátegui nunca renunció a la lucha por el socialismo, era un internacionalista y pensaba en la revolución en el Perú como parte de la revolución internacional, en su artículo Aniversario y balance podemos leer:

“La revolución latinoamericana será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente la revolución socialista”.

Los decoloniales guardan silencio frente a estos textos, solo les interesa lo que les acomode. Si estas “reinterpretaciones” no hicieran daño y causaran confusión entre los activistas de izquierda, podríamos dejarlo pasar, pero sí tienen algún eco y por eso conviene dejar claras las cosas.

Esta forma de reinterpretaciones está plagada de inconsistencias teóricas y alteran de forma grave cualquier visión real de los acontecimientos y posicionamientos políticos de los personajes antes citados. En la búsqueda de afianzar su teoría, no tienen ningún empacho en distorsionar la realidad o la historia.

Bases decoloniales para comprender América Latina

Es necesario abordar este tema porque toda su teoría es para explicar la exclusividad del desarrollo latinoamericano y la imposibilidad de verlo con “ojos” o teorías europeas. Incluso tienen teorías para explicarlo. Dicen que hay una geopolítica del conocimiento y una “corpo política del conocimiento”. Lo que quieren decir es que diferentes países o regiones del mundo crean su conocimiento para someter a otras regiones del mundo; también, dependiendo de donde te encuentres el análisis toma diferentes formas y contenidos.

Estas dos teorías las utilizan para deshacerse de las ideas europeas, no importa si es el liberalismo o el marxismo (las cuales tienen objetivos diametralmente opuestos y representan intereses de clase mutuamente excluyentes), y de todo aquel o aquella que no haya nacido en el continente. Pretenden con esto, que los acotamientos históricos que fueron dando figura a este continente solo se les puede interpretar por un latinoamericano y con ideas no eurocéntricas, de no ser este el caso, tendríamos un análisis deformado de la realidad. De entrada, tratan de poner un dique y a pesar de que dicen que no les gustan las ideas universales y totalitarias (con una visión general), ellos plantean que, si no cumples con estos objetivos, tú te quedas fuera de tener una visión verdadera y real del continente y repites un pensamiento eurocéntrico.  Solo su teoría es real y verdadera.

Pasando al análisis que hacen del continente. La conquista fue un punto de ruptura en toda la historia latinoamericana, en lo cual estamos de acuerdo con ellos. Es un acontecimiento de importancia histórica, no solo para el continente americano, sino para el mundo. La riqueza y el saqueo perpetrado en estas tierras significó un tremendo impulso para el desarrollo y consolidación del capitalismo a nivel mundial, a la consolidación del nuevo sistema de explotación, acentuó una ideología necesaria para su dominación, la modernidad y esta implicaba justificar el mundo entre dominadores y dominados.  Los pueblos originarios quedaron reducidos a una explotación y violencia sistemática; sus culturas fueron arrasadas de manera bárbara en nombre de la ‘civilización’ y la religión cristiana.

Los teóricos decoloniales argumentan que la dominación se impuso a todos los niveles, no sólo en términos de explotación laboral, sino también que implicó una explotación sexual, de género, religiosa, educativa, lingüística, espiritual, epistémica, etc. Aquí comienza su planteamiento. Para ellos la colonización implicó una forma compleja de dominación y desarrollo que no se puede entender por los demás teóricos. La colonización trajo consigo una “colonialidad de poder”, de alguna forma es un dominio múltiple que se extiende una vez que los países formalmente conquistaron su independencia. Para Quijano tanto la consolidación de la modernidad como la “colonialidad de poder”, son dos procesos de un mismo acontecimiento.

Aníbal Quijano. Foto: Marxismo Crítico.

Aníbal Quijano es el que más desarrolló esta idea y después fue integrada a la teoría decolonial. Para Quijano, la colonialidad de poder generó una dominación a todos los niveles y espacios, volviendo complejo el análisis de la explotación local. Para él, la base de la explotación en América Latina no es la explotación de la clase obrera, sino la que se ejerce contra la raza, en sus escritos, el tema de la discriminación y explotación racial es fundamental para entender la historia de América y también para determinar quién debería ser el factor fundamental en la lucha contra la “modernidad”. A partir de esta discriminación y racismo se estructura una organización social del poder. Estos aspectos, dice él, duran hasta nuestros días y se acentúan en el proceso de globalización.

Dice que la raza es una invención de los conquistadores. Antes de ello, las palabras como europeo, español o portugués eran símbolos de referencia e identidad, pero después de la conquista estos se convirtieron en estructuras de poder racial en medio del proceso de dominación que implicó la conquista. Es decir, la identidad del hombre blanco europeo fue asociado a la jerarquización de la sociedad donde ellos eran los dominadores. Quijano dice:

“Dos procesos históricos convergieron y se asociaron en la producción de dicho espacio/tiempo y se establecieron como los dos ejes fundamentales del nuevo patrón de poder. De una parte, la codificación de las diferencias entre conquistadores y conquistados en la idea de la raza, es decir, una supuesta diferente estructura biológica que ubica a los unos en una situación natural de inferioridad respecto a los otros. Esa idea fue asumida por los conquistadores como el principal elemento constitutivo, fundante, de las relaciones de dominación que la conquista imponía. Sobre esa base, en consecuencia, fue clasificada la población de América, y del mundo después, en dicho nuevo patrón de poder. De otra parte, la articulación de todas las formas históricas de control de trabajo, de sus recursos y de sus productos, en torno al capital y del mercado mundial”. Quijano, A. (2000).

Dejemos de lado por un momento la idea absurda de que el “espacio/tiempo” fue “producido”. Así, para este autor, las identidades y roles fueron enmarcados en una jerarquización de poder altamente racializada. Esta visión pierde de vista que la ideología racial se usó para mantener y reforzar una dominación que tenía como fin la expoliación de los recursos naturales primero. La opresión racial y esclavista es consecuencia y justificación del saqueo colonial, no su causa. Durante la Colonia la estratificación de la sociedad de acuerdo con castas –color de piel, lugar de procedencia, parentesco, etc.– jugaron un papel fundamental para mantener dividida a la población. Cada una de estas castas tenía acceso a ciertos trabajos, nivel de vida, etc. Esto cambió cuando el capitalismo hizo trabajadores o campesinos a la gran mayoría de la población, independientemente de sus raíces identitarias y su color de piel. El motor de la conquista no fue la supremacía blanca y masculina de los hombres españoles, sino la “sed de oro” y la explotación de la mano de obra de forma indiscriminada. Quijano dice que después este control se mantuvo por una teorización que se incorporó a la cultura y fue aceptada la idea de que lo europeo era superior que lo no europeo.

Se rechaza de forma categórica la idea de evolución y progreso, porque esto implica, una dirección que deben de seguir los países no europeos y el resultado es presentar a Europa como el ejemplo máximo, en términos de avances en las fuerzas productivas, pero también en las ideas. Denuncian que la colonización implicó el despojo de la personalidad del indígena y la invisibilidad de su cultura. Grosfoguel hablando sobre esto plantea:

“El sistema-mundo entonces es mucho más que un sistema económico, es una matriz colonial de poder compuesta por todo un sistema complejo en red de múltiples y heterogéneas relaciones de poder enredadas entre sí que privilegian a las poblaciones occidentales (euro-norteamericanas, euro-mexicanas, euro-colombianas, etc.) sobre la población no occidental”.

Quijano plantea que en América no existe un sistema de producción clásico, como en Europa, sino que hay varios modos de producción conviviendo. Su teoría se llama “heterogeneidad histórico estructural”. Dice que, si bien el capitalismo es un aglutinador de las diferentes formas de producción existentes en el continente –capitalistas y precapitalistas–. El capitalismo, según Quijano, no las absorbe ni se sobrepone, sino que las articula. Así, al interior de cada país hay formas de articulación con una temporalidad histórica heterogénea y contradictoria. Este análisis es muy parecido al de Rene Zavaleta, quien bajo la teoría de “Formación Social Abigarrada” nos dice:

“La experiencia histórica demuestra […] que el capitalismo mundial está lejos de ser una totalidad homogénea y continua. Al contrario, como lo demuestra América, el poder mundial que se conoce como capitalismo es, en lo fundamental, una estructura de elementos heterogéneos, tanto en términos de las formas de control del trabajo-recursos-productos (relaciones de producción) o en términos de los pueblos e historias articulados en él. En consecuencia, tales elementos se relacionan entre sí y con el conjunto de manera también heterogénea, discontinua, incluso conflictiva […]. Especialmente el capital, desde que todos los estadios y formas históricas de producción y de apropiación de plusvalor […] están simultáneamente en actividad y trabajan juntos en una compleja malla de transferencia de valor y plustrabajo”.

En concreto lo que se plantea es que no existe un modo de producción, sino varios modos de producción funcionando al mismo tiempo, en el caso de Quijano, como lo mencionamos arriba, reconoce que el capitalismo es el que aglutina a los diferentes modos de producción, pero no es dominante, esto por la forma en que el continente fue incorporado a la economía internacional.

Aquí existe una pequeña diferencia con Zavaleta, él plantea que las sociedades latinoamericanas son una convivencia de lo múltiple y lo complejo, que hay una coexistencia de diferentes modos de producción y que el capitalismo no alcanzó a volverse hegemónico en la región, en este caso hay una “sobreposición desarticulada y caótica”, sin ninguna conexión con lo internacional.  El argumento es que “en formaciones sociales abigarradas, la unidad es formal, aparente e incompleta, lo que predomina es la desarticulación e inorganicidad”. A diferencia de Quijano, Zavaleta Mercado no reconoce algo que le dé articulación. Zavaleta dice que ha habido una “subsunción fallida del capital” (¿?) y esto ha creado un Estado aparente, el intento por imponer una cultura y lenguaje oficial ha sido fallida, niega la organización comunal y la toma de decisiones y elección de autoridades indígenas, por tanto, el Estado solo es un esqueleto sin nación:

“La debilidad de los Estados-nación en condición de abigarramiento se debe a esta diversidad de formas de sociedad y de sus formas de autogobierno. Esto implica que hay varios espacios donde se organiza la vida política según principios y acciones bien diferentes y, obviamente, la participación política principal y organizada se da en las asambleas de comunidad o red de comunidades de los pueblos indígenas y no así en las instituciones de mediación con el Estado-nacional”. (Citado Cabaluz, F. y Torres, T., 2021)

Esta idea, la de que “la participación política principal” se da en “las asambleas de las comunidades indígenas”, será algo sorpresivo para la CONAIE en Ecuador, por poner un ejemplo, que regularmente organiza paros nacionales y movilizaciones masivas ¡contra las políticas del estado nación!

Para estos dos autores y la corriente decolonial, en América no existe un modo de producción hegemónico, dicen que hay varias formas de producción precapitalistas que viven en la región, al mismo nivel que el capitalismo. Sobre este orden de ideas, la clase obrera no puede ser entonces el factor fundamental en la lucha revolucionaria, sino, lo no europeo, lo indígena, lo que parezca original de estas latitudes. Quijano dice que el conflicto de clase y su organización de poder, no es un punto de conflicto fundamental aquí, lo que sí es, es un patrón global de poder el cual implica una diferencia racial.

Así que, para los decoloniales, no hay una totalidad, sino una suma de las partes, que es imposible analizar desde una perspectiva general o total. Niegan, con esto, la esencia general de la sociedad actual, el dominio del capital, y las consecuencias que de ello se desprende. En aras de entender la diversidad y las particularidades del continente pierden de vista o desvirtúan la forma en que se integró AL a la economía mundial y el desarrollo de las contradicciones y su efecto en lo continental.

Lo que piensa el marxismo de América Latina

Si bien Marx no tuvo tiempo para desarrollar una teoría general sobre la revolución en América Latina, este trabajo lo vino a desarrollar León Trotsky y la teoría del desarrollo desigual y combinado y la teoría de la revolución permanente. Ambas fueron esbozadas y sometidas a la dura prueba de la realidad en Rusia, un país tremendamente atrasado, con una masa campesina gigantesca y con un proletariado incipiente.

León Trotsky

Trotsky, analizando la conformación de la sociedad rusa, describe la situación de la siguiente manera: un país enorme con un brutal atraso en las fuerzas productivas, en el campo había relaciones feudales de producción donde se utilizaba el arado de madera y el campesino era embrutecido por el alcohol y la religión. Había pequeños centros donde el capital se desarrollaba de forma impresionante, por la intervención del capital financiero internacional, particularmente del imperialismo francés e inglés. En estos lugares, el proletariado crecía rápidamente, como fruto de esta inversión imperialista, pero la burguesía local se quedaba al margen de este proceso de desarrollo, ella estaba atada por miles de hilos al capital internacional o al campo feudal, no le interesaba, ni a la burguesía local, ni al capitalismo internacional, terminar con las relaciones precapitalistas, solo les interesaba la extracción de plusvalía.

Plantea que había tres fuerzas sociales conviviendo, por un lado, el elemento feudal el cual era predominante, con una autocracia todopoderosa, el clero como parte del Estado, una burocracia servil a la nobleza terrateniente y esto se recargaba en la explotación de la tierra.  Por otro lado, había una burguesía débil, dependiente e impopular, y la presencia de la gran burguesía imperialista, la cual comenzaba a dominar sobre las demás. Era una sociedad que se desarrollaba de forma desigual y combinada.

“Azotados por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados se ven obligados a avanzar a saltos. De esta ley universal de desarrollo desigual de la cultura se deriva otra que, a falta de nombre más adecuado, calificaremos de ley del desarrollo desigual y combinado, aludiendo a la aproximación de las distintas etapas del camino y la confusión de distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas. Sin acudir a esta ley, enfocada, naturalmente, en la integridad de su contenido material, sería imposible comprender la historia de Rusia ni la de ningún otro país de avance cultural rezagado, cualquiera que sea su grado”. Trotsky, L., (1932)

Esta forma de organización no es solo exclusiva de Rusia, a finales del siglo XIX y principios del XX, sino la forma general de las sociedades en los países coloniales o ex coloniales con fuerte atraso de las fuerzas productivas. Este proceso está acompañado por el ascenso de la fase imperialista, el capitalismo monopolista comienza a dominar la escena internacional exportando capitales, para invertir en las diferentes regiones –un cambio significativo con respecto a las exportaciones de mercancías, que se llevaba a cabo previamente–. Además, en todo el mundo el capitalismo ya era un modo de producción dominante y no le interesaba terminar de forma revolucionaria con las diferentes fuerzas de producción precapitalistas. Más que aniquilarlas las incorporaba, como bien describió Marx respecto al trabajo esclavo en los EE. UU.

Aquí existe un régimen de producción capitalista, aunque sea de un modo formal, puesto que la esclavitud de los negros excluye el trabajo libre asalariado (…) Son, sin embargo, capitalistas los que manejan el negocio de la trata de negros”. Marx, C. y Engels, F., (1971)

Trotsky nos dice al respecto:

“El país más desarrollado industrialmente –escribió Marx en el prefacio de la primera edición de El Capital– no hace más que mostrar al de menos desarrollo en sí la imagen de su propio futuro”. Este pensamiento no puede ser tomado literalmente en circunstancia alguna. El crecimiento de las fuerzas productivas y la profundización de las inconsistencias sociales son indudablemente el lote que corresponde a todos los países que han tomado el camino de la evolución burguesa. Sin embargo, la desproporción en los “tiempos” y medidas que siempre se produce en la evolución de la humanidad, no solamente se hace especialmente aguda bajo el capitalismo, sino que da origen a la completa interdependencia de la subordinación, la explotación y la opresión entre los países de tipo económico diferente. Solamente una minoría de países ha realizado completamente esa evolución sistemática y lógica desde la mano de obra, a través de la manufactura doméstica, hasta la fábrica, que Marx sometió a un análisis detallado. El capital comercial, industrial y financiero invadió desde el exterior a los países atrasados, destruyendo en parte las formas primitivas de la economía nativa y en parte sujetándolos al sistema industrial y banquero del Oeste. Bajo el látigo del imperialismo, las colonias y semicolonias se vieron obligadas a prescindir de las etapas intermedias, apoyándose al mismo tiempo artificialmente en un nivel o en otro. El desarrollo de la India no duplicó el desarrollo de Inglaterra; no fue para ella más que un suplemento. Sin embargo, para poder comprender el tipo combinado de desarrollo de los países atrasados y dependientes como la India es siempre necesario no olvidar el esquema clásico de Marx derivado del desarrollo de Inglaterra. La teoría obrera del valor guía igualmente los cálculos de los especuladores de la City de Londres y las transacciones monetarias en los rincones más remotos de Hyderabad, excepto que en el último caso adquiere formas más sencillas y menos astutas. La desproporción en el desarrollo trajo consigo beneficios tremendos para los países avanzados, los cuales, aunque en grados diversos, siguieron desarrollándose a expensas de los atrasados, explotándolos, convirtiéndolos en colonias, o por lo menos, haciéndoles imposible figurar entre la aristocracia capitalista. Las fortunas de España, Holanda, Inglaterra, Francia, fueron obtenidas, no solamente con el sobretrabajo de su proletariado, no solamente destrozando a su pequeña burguesía, sino también con el pillaje sistemático de sus posesiones de ultramar. La explotación de clases fue complementada y su potencialidad aumentada con la explotación de las naciones”. (Trotsky, L. 1939)

Lo que Marx y los demás teóricos clásicos del marxismo entendieron es que el capitalismo, una vez consolidado, pudo adoptar formas de producción precapitalistas y beneficiarse de ellas. La necesidad de romper las relaciones de producción anteriores al capital ya no era necesaria pues era el sistema dominante. Se entiende que, en este proceso, hay dos formas de producción desiguales que se encuentran –dos o más–, y que el resultado de este choque trae consigo una fusión de formas económicas, políticas y culturales de las cuales, una es la dominante sobre las demás. En este caso el capitalismo dominó a las fuerzas de producción precapitalistas y las incorporó, creando un sistema dinámico, con características propias, sí, pero bajo la lógica general del capital.

Este ritmo particular que se desprende afecta a todo, la cultura, las clases, las estructuras políticas y la economía. Este nuevo proceso no surge de la nada, sino de las viejas formas preexistentes El capitalismo triunfante retoma viejas formas de las relaciones anteriores. Esto potencia las contradicciones y la sociedad es altamente inestable. Toda lucha de clases o cambios significativos en lo económico y político genera un reordenamiento interno, creando nuevas contradicciones.

Este dominio de las sociedades más avanzadas sobre las menos desarrolladas implica un salto en las etapas de desarrollo de las sociedades colonizadas, en este caso las latinoamericanas. El marxismo no reconoce una linealidad, como lo quieren hacer ver, por el contrario, reconoce los cambios bruscos en la situación, las particularidades y especificidades donde se desarrolla el capitalismo. Para el marxismo no hay esquemas generales de desarrollo. A la vez, el marxismo no niega la necesidad de las generalidades teóricas abstractas como recursos necesarios para entender las contradicciones fundamentales que empujan la evolución y las revoluciones.  Citemos nuevamente a Trotsky:

“Los países atrasados asimilan las conquistas materiales e ideológicas de las naciones avanzadas. Pero esto no significa que sigan a estas últimas servilmente, reproduciendo todas las etapas de su pasado (…) El capitalismo prepara y, hasta cierto punto, realiza la universalidad de permanencia de la evolución de la humanidad. Con esto se excluye ya la posibilidad de que se repitan las formas evolutivas en las diferentes naciones. Obligadas a seguir a los países avanzados, el país atrasado no se ajusta en su desarrollo a la concatenación de sus etapas sucesivas”. (Trotsky, L., 1932).

Las diferencias con la propuesta decolonial son muchas. El marxismo reconoce la universalidad del capitalismo, que absorbe formas de producción precapitalistas y las pone al servicio del capital. Las relaciones sociales precapitalistas sucumben ante la fuerza y la dinámica capitalista, más tarde o más temprano reproducen una ideología general, es decir burguesa.

Para el marxismo, lo que existe en América Latina es un capitalismo dominado y brutal, con características particulares, pero son sociedades capitalistas, con sus contradicciones y visión. La burguesía local es racista y violenta, esto y todas las contradicciones que esto acarrea le dan un toque de explosividad sistemática a países azotados por el hambre y la violencia. América Latina es un territorio donde los millonarios son más ricos que en Europa y los pobres más pobres que en el viejo continente. La debilidad de la burguesía nacional en los diferentes países de América Latina y su posición subordinada en relación al imperialismo ha llevado a que en ocasiones el Estado haya intervenido para tratar de forzar el desarrollo capitalista propio. Esto lo ha hecho apoyándose en las masas campesinas y obreras para obtener un cierto margen de maniobra respecto de la dominación imperialista. Ese fue el caso por ejemplo de Cárdenas en México.

La historia de esta región sí tiene características propias, pero no los hace exclusivos, ni fuera de los márgenes del capital. El marxismo, como lo hemos dicho, no obvia las contradicciones nacionales o regionales, las enmarca en la dinámica general del capitalismo internacional. En este caso, lo nacional o particular, es el resultado del desarrollo desigual del capitalismo mundial.

Sobre la cultura mesoamericana y las tradiciones indígenas

Uno de los aspectos que remarcan, cuando critican al marxismo, es que, según la teoría marxista, exporta de forma mecánica (teleológica y lineal, dicen ellos) la forma de desarrollo de las sociedades y el papel de la clase obrera, como factor revolucionario. Para los decoloniales, lo que existía antes de la conquista no era una sociedad inferior a la europea, sino una forma diferente de organización económica, política y cultural. Dicen que había una filosofía y cosmogonía que hacía que la sociedad viviera en paz con la naturaleza, lo comunal (la tierra comunal y la toma de decisiones) era la base de una sociedad, incluso más desarrollada en términos del cuidado del medio ambiente y de la convivencia social.

Es innegable, solo un tonto podría decir lo contrario, que las formas de producción, de organización y culturales, que existían en el continente americano antes de los españoles, eran diferentes a las del continente europeo. Aceptar la diferencia no implica que todas las sociedades tengan el mismo grado de desarrollo interno. Para el marxismo, el desarrollo de una sociedad se puede medir por el avance de las fuerzas productivas, por el avance en la ciencia y la técnica en la producción de medios de vida. Estos avances también se ven reflejados, lo quieran o no, en un avance cultural de la sociedad. En Europa, al momento de la llegada de los españoles existían unas fuerzas productivas que permitían manejar los metales y utilizarlos como armas, habían retomado de los chinos el uso de la pólvora y habían avanzado mucho en la navegación marítima y la construcción de grandes navíos que permitieran esa exploración, gracias a la brújula. Esto último estaba siendo empujado por una nueva fuerza emergente en Europa, el mercantilismo. El saqueo de América fue la base para la acumulación originaria de capital.

En las comunidades prehispánicas no había una homogeneidad. A lo largo del territorio hoy conocido como América había una multitud de formas de organización política y social, diferentes comunidades en un variado nivel de desarrollo. No se puede comparar, sin ánimos de demeritar, el desarrollo cultural y arquitectónico que tenían los incas o los aztecas, con algunas comunidades internadas en el Amazonas, o al norte de lo que hoy es México. Todas sus formas de organización política e instituciones son diferentes, desde la composición de la familia, las organizaciones políticas y la cultura en general.

En el caso de las sociedades que habían alcanzado un nivel más fuerte de diferenciación social, particularmente entre los incas y los mexicas, había un alto grado de jerarquización. El Estado controlaba la tierra, aunque esta fuera de posesión comunitaria. Aquí la cultura, la filosofía y la astrología estaban más desarrolladas que las demás sociedades, porque la jerarquización había liberado a una parte de la comunidad, del trabajo manual. Esto dio un empuje para la creación de la poesía y el culto religioso. Por su parte, las tribus cazadoras-recolectoras que aún existían en diferentes regiones del vasto territorio tenían una organización mucho más sencilla basada en familias ampliadas donde los viejos tenían un papel importante en las decisiones. Había un abismo entre unas y otras. Los decoloniales no hacen distinción de nada, porque para ellos, todas son iguales en su desarrollo. Bajo este argumento nunca logran explicar a qué comunidad prehispánica apelan o a cuál quisieran imitar en su comunitarismo. No se trata de desdeñar a nadie, ni de tratar con más o menos respeto a una u otra. Todo este cúmulo de culturas y aportes se van sumando, de muchas formas, a una cultura universal.

La diversidad que hay en estas comunidades también la podemos encontrar en Europa, –entre los diferentes países o reinos, según sea la fecha–, o en cualquier otra parte del mundo. La razón de ello es muy variada, desde aspectos geográficos, culturales, sociales o meros accidentes que dotaron a una comunidad u otra de mejores mecanismos para desarrollar las fuerzas productivas. Alan Woods dice al respecto:

“Cada período, cada pueblo, ha añadido algo al gran tesoro de la cultura humana que es nuestra herencia colectiva. Pero ¿esto significa que una cultura es tan buena como cualquier otra? ¿Eso significa que se puede afirmar que entre las primeras hachas de piedra (algunas de las cuales mostraban un grado considerable de sentido estético) y el David de Miguel Ángel no se ha producido un progreso artístico perceptible?” Woods, A., (2021)

Como la teoría decolonial niega el desarrollo y no acepta que haya países más adelantados que otros, pone en el mismo rango a la sociedad europea y la prehispánica en la era de la conquista. Para justificar esto, plantean que la modernidad niega la diversidad, que cada sociedad es diferente y las teorías totalizantes o universales, lo que hacen es desechar, bajo el argumento de inferiores, a toda la cultura y tradiciones indígenas. Revuelven todo para obtener una idea más o menos así: si niegas que eran iguales la sociedad europea y prehispánica, es porque estás colonizado, es porque ves con ojos eurocéntricos la historia que nos han vendido. Para ellos la realidad es que las comunidades indígenas estaban en un mismo nivel que las sociedades europeas.

En diferentes civilizaciones prehispánicas había verdaderos aportes a la humanidad. Los mayas habían descubierto el cero y lo utilizaban en sus relaciones matemáticas, tenían un calendario mucho más exacto que el europeo. Los Incas tenían unas formas de irrigación muy adelantas, llegaron a desarrollar avances importantes en el dominio de metales como oro y plata. Se tiene registro hasta incrustaciones de metal en el cerebro practicados por curanderos indígenas. Entre los aztecas también hubo aportaciones en la filosofía, en las construcciones arquitectónicas, etc. Su filosofía era el reflejo de su modo de producción agrario, basada en ciclos cerrados, inmutables que se repetían eternamente, como espejo de los ciclos del día y la noche, las estaciones del año y de las cosechas. Todo esto es innegable y deberíamos de rescatar su historia y filosofía, así como tratar de preservar y estudiar sus idiomas más a fondo. Reconocer esto no quiere decir que estábamos al mismo grado de desarrollo con el viejo continente, negar esto es poner todo de cabeza.

Es cierto, y no lo inventaron los decoloniales, que cada clase que obtiene el poder –en este caso país colonial–, para mantenerlo tiene que reescribir la historia, de tal forma que ésta explique el éxito que han tenido, que justifique su quehacer. Que haya una visión histórica oficial donde se acepte que la conquista se dio porque los españoles eran más listos o porque eran europeos, o porque los indígenas eran estúpidos, esto parte de esta “historia” conveniente para justificar sus acciones devastadoras. Lo que dice Quijano sobre que la conquista se justificó a partir de una división racial del trabajo, donde los blancos estaban en la punta de la cresta y los indígenas y negros al fondo, esto solo es un subproducto, no la causa. Nos tiene que quedar claro que la base de la conquista fue la explotación de los recursos naturales y la mano de obra (mediante la esclavitud, la encomienda, etc.). Esta explotación se justificó mediante la ideología racista y supremacista. La posición contraria, decir que la base de la conquista fue el racismo nos lleva a una visión idealista, y la conclusión lógica de ella es que la explotación termina acabando con el racismo. Hemos visto a indígenas, mujeres, negros, homosexuales dirigiendo empresas y gobiernos, y en ningún caso se ha terminado la explotación, porque esta vive en el sistema capitalista, no en el color, sexo o género de una persona.

También lo es el hecho de que, una vez implantado el control español sobre sus colonias, esto duró más de 300 años, y después, aunque se conquistó la independencia formal, el país siguió encadenado y dominado por las potencias extranjeras. Para mantener este dominio no solo hizo falta el control militar y la represión, sino un control ideológico y cultural. Este colonialismo cultural hizo parecer a los indígenas como flojos, mugrosos, ignorantes y demás. También se encargaron de presentar a las sociedades como bárbaras, que comían carne humana y que no sabían más que matarse entre ellos mismos. Esto fue una de las justificaciones por la cual los piadosos cristianos tenían que quedarse y evangelizar a los ignorantes indios.

El hecho es que, admitir que hay una sociedad con un desarrollo superior de las fuerzas productivas que otra, no implica que se justifique todo lo que acabamos de decir. La denostación y los ataques a las tradiciones y filosofía indígena fueron destinados para justificar el saqueo, el imperialismo cultural de los españoles fue brutal y tenemos que rechazarlo. Lo que no podemos rechazar es tener una visión científica y aceptar que una sociedad puede ser más desarrollada que otra, y cuando hablamos de desarrollo nos referimos a los avances de la técnica en la producción de bienes.

Ideológicamente los conquistadores eran portadores del oscurantismo religioso –en todos los quehaceres de su vida y motivaciones estaba involucrado dios y el respaldo que tenían de él para sus menesteres–. Todos los escritos tienen una visión bíblica de sus andanzas. Este pensamiento se implantó a sangre y fuego entre los nativos. Es cierto que la cultura de las comunidades prehispánicas fue aplastada sin miramientos. La justificación fue el convertirlos al cristianismo y salvar sus almas.

Esta idea religiosa chocó con otras ideas religiosas de los nativos. En este territorio también había dioses a los que se les tenía que cumplir con sacrificios, había ceremonias religiosas y castigos ejemplares para los que violaran alguna de las reglas que regían el comportamiento social y religioso de las comunidades, por lo menos esto sucedía en las grandes ciudades. Es cierto que en las comunidades prehispánicas había una filosofía activa y vibrante que trataba de explicar su entorno de forma creativa y dialéctica. Esto fue aplastado por la religión católica. La forma en que los españoles se pudieron mantener y dominar grandes extensiones de tierras, implantar su lengua y su ideología, se logró, no solo por las armas, y las muertes de millones de indígenas, sino porque el desarrollo de las fuerzas productivas del viejo continente era más avanzado. De otra forma el régimen colonial hubiera perecido.

Hubo una resistencia a lo largo de todos esos 500 años, un sinfín de levantamientos indígenas contra la opresión; comunidades enteras o desprendimientos de estas huyeron a las regiones menos accesibles; las condiciones los llevaron a no tener ningún vínculo fuera de su comunidad, para sobrevivir en medio de la precariedad y la persecución tuvieron que emplear su arma más poderosa, la cooperación comunitaria, las decisiones por asamblea, los intereses del pueblo por encima del individuo. Este tipo de organización existió en las comunidades prehispánicas, pero conforme las ciudades iban creciendo, las asambleas del calpulli cedieron su dominio al poder central del Huey Tlatoani.

En la colonia, los indígenas que huían de la brutalidad de la conquista retomaron la organización comunitaria como una forma de mantener sus tradiciones y creencias, pero más importante que eso, fue para sobrevivir. Estas comunidades en resistencia vivían enclavadas en las sierras, desiertos, selvas, etc. Formaban ejércitos del pueblo para defenderse de los ataques. En algunas regiones retomaron el catolicismo y lo adecuaron con el culto local, creando un sincretismo religioso muy particular. La jefatura de estas sociedades se basaba en una dirección colectiva, lo que hacía complicado descabezar al movimiento. Desde mapuches, chichimecas, guaraníes, aymaras, etc. Resistieron de forma armada y colectiva la conquista, algunos las llaman guerras fronterizas.

Los decoloniales toman como ejemplo este desarrollo comunitario y dicen que a pesar de toda la colonización se pudo preservar la cultura indígena y no capitalista. Podríamos preguntarnos ¿es progresista la resistencia comunitaria? La respuesta es afirmativa, el trabajo colectivo, la decisión en asamblea, es una visión diferente y es un signo de lucha. Ha sido la forma en que muchas comunidades han resistido en medio de oleadas represivas por parte del Estado capitalista y empresas privadas que quieren saquear los recursos naturales de las diferentes regiones. Estas comunidades comunitarias tienen características que serán aprovechadas en la lucha por la construcción de una sociedad socialista. Queremos una gran asamblea comunitaria, conformada por representantes electos democráticamente, que decida y resuelva sobre los problemas más urgentes del país –un soviet.– Representantes directos del pueblo. Queremos esa visión de construcción colectiva frente a problemas, que la asamblea delibere y tome medidas para todo lo que se tenga que cambiar.

Pero, el problema y la discusión es la siguiente: ¿en esas comunidades existe o no el capitalismo? Los decoloniales dicen que no alcanzó a penetrar la modernidad en ellas y por lo tanto gozan de un pensamiento decolonial, por eso hay que escucharlas y rescatar su cultura y signos de lucha. En estas comunidades, aun la más lejana, tiene vínculos con la sociedad capitalista, los jóvenes que salen de la comunidad ven, aprenden y asimilan el capitalismo. El sistema las rodea, acecha y somete o las pudre. Les da dinero para que preserven sus tierras, con la condición de que no siembren. Esto podría ser visto como una buena forma de preservar el medio ambiente, pero en realidad está pudriendo a la población, porque el ocio crea alcohólicos empedernidos que no tienen ánimos para luchar. Aunque las asambleas deciden los aspectos fundamentales, se desarrollan relaciones de producción capitalistas, el mercado penetra y pone en aprietos a los pequeños productores, sus artículos son presa de la compra al mayoreo, de los intermediarios que pagan un precio muy bajo por los productos, las religiones están bien arraigadas (no sólo la católica) y crean adeptos fanáticos que dividen a la comunidad. Los diferentes grupos de poder, desde partidos políticos hasta la delincuencia organizada, penetra en las comunidades, crea rivalidades, las explota, etc.

Estas comunidades regularmente se ubican en los lugares más pobres de los países. No cuentan con infraestructura pública, como escuelas y hospitales bien dotados de medicamentos, para evitar que la población y los niños se desplacen por horas para tener acceso a la educación y a la salud. La pobreza es la que reina ahí. Lo comunitario es una forma de resistir la pobreza. Añorar una forma comunitaria así, solo es cerrar los ojos frente a la verdad. La única forma de terminar con esa pobreza es terminar con el capitalismo, que es, a final de cuenta el que los mantiene en esas condiciones, pues el gobierno central no da recursos y aplica políticas para saquear los recursos naturales de las zonas, etc.

Los decoloniales ven de forma moral y romántica esta dura resistencia de las comunidades indígenas. Quieren regresar el tiempo para vivir en el comunismo primitivo y abandonar todos los avances de la humanidad de los últimos 10 mil años. Claro está que, desde sus escritorios, en los salones de clase de las universidades donde laboran, se dicen dispuestos a vivir sin la tecnología y la ciencia. Nuestra idea es muy diferente, si queremos que la sociedad sea armónica y participativa, sin explotación del hombre por el hombre, pero esto solo se va a lograr dando una lucha sin cuartel contra el capitalismo y sus representantes e incorporando todo el conocimiento científico y tecnológico para eliminar las carencias y reconstruir la sociedad a un nivel muy superior.

Estas comunidades son acechadas por el narcotráfico, por las grandes empresas extractivistas, son asesinados sus dirigentes, los niños son robados y encuadrados al crimen organizado, son marginados cuando llegan a las ciudades, etc. La lucha por su resistencia es digna, pero el capitalismo las asecha y destruye, la única salida que tienen no es mantenerse aislados sino pasar a la ofensiva, luchar por una revolución a nivel nacional e internacional y extender su experiencia.

Los decoloniales plantean que el indígena, como ser descolonizado, es uno de los factores revolucionarios por excelencia. Lo pueden ser, hay grandes tradiciones de lucha entre las organizaciones indígenas, pero antes de indígenas son campesinos pobres, trabajadores agrícolas u obreros en las fábricas. Esta visión de clase es rechazada por la corriente en cuestión. Para ellos la raza es un aspecto central, lo indígena lo toman como un bloque homogéneo, pero no lo es, incluso desde la conquista o antes, las sociedades estaban divididas en castas muy marcadas que planteaban una categoría de nobleza, sacerdotes, guerreros y pueblo llano. Durante la colonia, los españoles convenientemente utilizaron a una parte de los indígenas para ser sus esbirros y les dieron prebendas a ellos y familias. Hoy mismo hay indígenas ligados al crimen organizado, al narco, a la burguesía local mientras que la gran mayoría son campesinos pobres o asalariados. Incluso hemos tenido presidentes indígenas, como Evo Morales, pero en la medida en que no tenía una perspectiva de superación del capitalismo, su gobierno no puso fin a la miseria de los pueblos. Lo mismo podemos decir de las comunidades afrodescendientes y demás minorías raciales.

Una nueva cultura… acompañado de una nueva sociedad

Marx, analizando a la sociedad capitalista, llega a la conclusión que la ideología que impera en la sociedad es la de la clase dominante. Si la clase dominante, en este caso la burguesía, tuviera que mantener su dominio con las armas en la mano, su régimen colapsaría tarde o temprano, ya sea por las movilizaciones en contra de ese estado de represión constante o por el gasto enorme que significaría tener a un ejército y una policía constante en las calles, incrementando su fuerza para contener el descontento.

Para mantener su régimen de explotación, en el cual una minoría es la que decide los aspectos cruciales de la vida económica y política, y se beneficia de todo ello a costa de la mayoría, es necesario un aparato y una cultura, que contenga una ideología que pueda ayudarla a sostenerlo. Claro está que no solo es un aspecto ideológico o cultural, también necesita la ayuda de una institucionalidad que le otorgue toda la cobertura necesaria para justificar su régimen, el Estado y todas las instituciones que lo conforman juegan ese papel, incluyendo el ejército y la policía, porque la represión ha sido parte de todo ello.

La cultura es todo aquello que ha creado el hombre al margen de la naturaleza. El hombre se organizó, primero, para conseguir alimentos, adecuó las herramientas necesarias para que fuera más fácil este objetivo. El trabajo en comunidad implicó el desarrollo del lenguaje y este, a su vez, potencia el desarrollo neuronal. Conforme la sociedad va creciendo y se enfrenta a situaciones adversas, es de primera importancia el desarrollo de las fuerzas productivas; en su vida diaria descubre las propiedades de la materia y con ella aumentan las posibilidades de subsistir. Así, el trabajo para transformar nuestro entorno ha cambiado al hombre y aumentado los recursos tanto materiales como culturales para superar todos los obstáculos.

La cultura es, entonces, conocimiento científico, técnico, arte, educación, hábitos de cómo hacer las cosas. Todo esto es una construcción del hombre en convivencia en la sociedad y la naturaleza, la cultura no diseña a la sociedad, la sociedad crea su cultura; conforme cambia la sociedad, la cultura, la moral y todo lo demás también cambia. En una sociedad dividida en clases, esta cultura también contiene las ideas de la clase dominante, la ideología es un vehículo para ello.

La clase dominante, diseña la forma en que uno se puede conducir en la sociedad, crea estándares de comportamiento, aceptación, rechazo, etc. Utiliza los medios de comunicación masiva, para difundir su forma de pensar, a tal grado que el “pensamiento común” es el pensamiento de la burguesía. Es importante comprenderlo, porque esa susodicha “modernidad” que los decoloniales pregonan, no es el pensamiento europeo, como ellos dicen, sino el de la clase dominante, la burguesía, que tuvo su impulso y desarrollo en Europa, y desde ahí se extendió a todo el planeta.

En una sociedad dividida en clases, necesariamente encontramos una cultura predominante, como lo hemos dicho, la de la clase dominante.  Pero la burguesía para existir necesita una contraparte, su negación o antítesis, y son los trabajadores los que juegan ese papel de polo opuesto, el uno sin el otro no existiría. La clase obrera y demás sectores explotados desarrollan una cultura o por lo menos las bases para una nueva, Lenin dice al respecto:

“En cada cultura nacional hay elementos, por muy poco desarrollados que estén, de cultura democrática y socialista, pues en cada nación hay la masa trabajadora y explotada, cuyas condiciones de vida engendran inevitablemente una ideología democrática y socialista. Pero en cada nación, hay también una cultura burguesa (y, muy a menudo, una cultura reaccionaria y clerical) –y ésta no sólo bajo la forma de “elementos”, sino en forma de cultura dominante. Por eso la cultura nacional es, en general, la cultura de los terratenientes, de los popes y de la burguesía”.  Lenin, V. (1913)

La organización colectiva en los sindicatos para resistir los embates del capital, la organización en barrios y comunidades para resolver los problemas básicos, la forma en que la clase obrera y los sectores empobrecidos resisten dignamente día a día la vida brutal dentro del sistema, la forma en cómo transmite sus conocimientos como familia obrera, etc. Todo esto es la base de una cultura, si lo queremos llamar así, emergente. Pero para terminar con el capitalismo, no tenemos que crear pequeñas subculturas, sino acabar con la sociedad que le da sustento a la cultura general dominante, la capitalista.

Para que esto suceda, no tenemos que preservar esta cultura en los sindicatos o comunidades, sino romper la cultura hegemónica del capital y esto se logrará cuando le arrebatemos los medios masivos de comunicación, destrocemos las leyes e instituciones que ejercen presión para preservar este dominio, cambiemos de fondo las instituciones educativas y, principalmente, rompamos la base de miseria que mantiene a los explotados en un estado de indolencia, esto pasa por expropiar su riqueza y los medios de producción. De esta forma sentaremos las bases de una nueva cultura donde el egoísmo, la miseria humana y demás calamidades, como el machismo y el racismo, comiencen a desaparecer. Como diría uno de los grandes novelistas del siglo XX, Howard Fast, en su maravillosa novela Espartaco: “cuando a los hombres se les trata como bestias se les impide soñar como ángeles”. Nuestra tarea es crear las condiciones para que a nadie se le trate como bestia, para que pueda soñar y realizarse en todos los aspectos de la vida.

La lucha para un cambio radical en la conciencia de la gente, “revolución de las conciencias”, no solo tiene que ver con pensar diferente a partir de un conocimiento nuevo. Tenemos que dotar de tiempo libre para que las masas lean, terminar con esa explotación brutal y que tengan buenos salarios y más días de descanso para que dejen de pensar solo en cómo conseguir la comida de mañana. Nuevas relaciones sociales florecerán sobre la abundancia económica, por eso cualquier cambio radical implica arrebatar el control de los medios de producción a la burguesía y poner toda esa riqueza que produce la clase trabajadora y los campesinos, a disposición de un gobierno que planifique cómo resolver nuestras necesidades.

Los decoloniales nos prometen un cambio de conciencia y de cultura a partir de pensar de forma decolonial, es decir, no europea. Como hemos mencionado, ni siquiera ellos pueden escapar de su antepasado filosófico posmoderno.

La tarea de nosotros los socialistas, por cierto, no es negarnos al conocimiento europeo, la cultura y el conocimiento universal es legado de toda la humanidad, sólo apropiándonos de ellos podremos encontrar un camino para nuestra emancipación. La ignorancia nunca ayudo a nadie. La tarea de todos los trabajadores y oprimidos es absorber lo mejor del capitalismo, del pensamiento internacional, sobre ello podremos indagar sobre las posibilidades que tiene la humanidad, que son infinitas, si las liberamos de la ignorancia y el capital. Trotsky dice al respecto, con disculpas anticipadas por la cita larga:

“Cultura es todo lo que ha sido creado, construido, aprendido, conquistado por el hombre en el curso de su Historia, a diferencia de lo que ha recibido de la Naturaleza, incluyendo la propia historia natural del hombre como especie animal. La ciencia que estudia al hombre como producto de la evolución animal se llama antropología. Pero desde el momento en que el hombre se separó del reino animal –y esto sucedió cuando fue capaz de utilizar los primeros instrumentos de piedra y madera y con ellos armó los órganos de su cuerpo–, comenzó a crear y acumular cultura, esto es, todo tipo de conocimientos y habilidades para luchar con la naturaleza y subyugarla.

“Cuando hablamos de la cultura acumulada por las generaciones pasadas pensamos fundamentalmente en sus logros materiales, en la forma de los instrumentos, en la maquinaria, en los edificios, en los monumentos… ¿Es esto cultura? Desde luego son las formas materiales en las que se ha ido depositando la cultura –cultura material–. Ella es la que crea, sobre las bases proporcionadas por la Naturaleza, el marco fundamental de nuestras vidas, nuestra vida cotidiana, nuestro trabajo creativo. Pero la parte más preciosa de la cultura es la que se deposita en la propia conciencia humana, los métodos, costumbres, habilidades adquiridas y desarrolladas a partir de la cultura material preexistente y que, a la vez que son resultado suyo, la enriquecen. Por tanto, consideraremos como firmemente demostrado que la cultura es un producto de la lucha del hombre por la supervivencia, por la mejora de sus condiciones de vida, por el aumento de poder. Pero de estas bases también han surgido las clases. A través de su proceso de adaptación a la Naturaleza, en conflicto con las fuerzas exteriores hostiles, la sociedad humana se ha conformado como una compleja organización clasista. La estructura de clase de la sociedad ha determinado en alto grado el contenido y la forma de la historia humana, es decir, las relaciones materiales y sus reflejos ideológicos. Esto significa que la cultura histórica ha poseído un carácter de clase.

“La sociedad esclavista, la feudal, la burguesa, todas han engendrado su cultura correspondiente, diferente en sus distintas etapas y con multitud de formas de transición. La sociedad histórica ha sido una organización para la explotación del hombre por el hombre. La cultura ha servido a la organización de clase de la sociedad. La sociedad de explotadores ha creado una cultura a su imagen y semejanza. ¿Pero debemos estar por esto en contra de toda la cultura del pasado?

“Aquí existe, de hecho, una profunda contradicción. Todo lo que ha sido conquistado, creado, construido por los esfuerzos del hombre y que sirve para reforzar el poder del hombre, es cultura. Sin embargo, dado que no se trata del hombre individual, sino del hombre social, dado que en su esencia la cultura es un fenómeno sociohistórico y que la sociedad histórica ha sido y continúa siendo una sociedad de clases, la cultura se convierte en el principal instrumento de la opresión de clase. Marx dijo: ‘Las ideas dominantes de una época son esencialmente las ideas de su clase dominante.’ Esto también se aplica a toda la cultura en su conjunto. Y, no obstante, nosotros decimos a la clase obrera: asimila toda la cultura del pasado, de otra forma no construirás el socialismo”. Trotsky, L., (1927)

¿Qué hacer con esa parte de la cultura capitalista (modernidad, dirían los decoloniales)? Lo más podrido de ella que está presente en todos los países capitalistas, como el egoísmo, el machismo, la misoginia, etc., simplemente tenemos que combatirla y terminarla. Esto es muy diferente a decir, todo lo europeo es malo y tenemos que desecharlo.

El desarrollo de la ciencia no empieza en Europa sino en Mesopotamia con el inicio de la sociedad de clases. Posteriormente el conocimiento filosófico y científico de los griegos clásicos, se transmite a través de los árabes, que lo preservan durante la época oscura de la Baja Edad Media, y que sientan las bases para el Renacimiento y la Ilustración.

Lo que se plantea como modernidad es un periodo que abarca la Ilustración y el Renacimiento, el periodo en el cual la burguesía se afianzaba en su lucha contra el feudalismo. De aquí surgen los mejores pensadores de la época dorada de la burguesía la cual jugaba un papel revolucionario al luchar contra el oscurantismo medieval. El conocimiento y la ciencia fueron las herramientas con las cuales se enfrentaron a la religión católica. Los marxistas no desechamos los aportes que hacen los pensadores de este periodo histórico, por el contrario, como dijo Engels, son los antecedentes teóricos del marxismo:

“El socialismo moderno es, ante todo, por su contenido, el producto de la percepción de las contraposiciones de clase entre poseedores y desposeídos, asalariados y burgueses, por una parte, y de la anarquía reinante en la producción, por otra. Pero, por su forma teorética, se presenta inicialmente como una ulterior continuación, en apariencia más consecuente, de los principios sentados por los grandes ilustrados franceses del siglo XVIII. Como toda nueva teoría, el socialismo moderno tuvo que enlazar con el material mental que halló ya presente, por más que sus raíces estuvieran en los hechos económicos.

“Los grandes hombres que iluminaron en Francia las cabezas para la revolución en puerta obraron ellos mismos de un modo sumamente revolucionario. No reconocen ninguna autoridad externa, del tipo que fuera. Lo sometieron todo a la crítica más despiadada: religión, concepción de la naturaleza, sociedad, orden estatal; todo tenía que justificar su existencia ante el tribunal de la razón, o renunciar a esa existencia. El entendimiento que piensa se aplicó como única escala a todo. Era la época en la que, como dice Hegel, el mundo se puso a descansar sobre la cabeza, primero en el sentido de que la cabeza humana y las proposiciones descubiertas por su pensamiento pretendieron valer como fundamento de toda acción y toda asociación humanas; pero luego también en el sentido, más amplio, de invertir de arriba abajo en el terreno de los hechos la realidad que contradecía a esas proposiciones. Todas las anteriores formas de sociedad y de Estado, todas las representaciones de antigua tradición se remitieron como irracionales al desván de los trastos; el mundo se había regido hasta entonces por meros prejuicios; lo pasado no merecía más que compasión y desprecio. Ahora irrumpía finalmente la luz del día; a partir de aquel momento, la superstición, la injusticia, el privilegio y la opresión iban a ser expulsados por la verdad eterna, la justicia eterna, la igualdad fundada en la naturaleza y los inalienables derechos del hombre”. (Engels, F. 2014)

El querer desechar estas ideas y conocimiento es querer regresar la historia al oscurantismo medieval y sus creencias místicas. Los decoloniales rechazan la ideología burguesa porque con ella justifica su dominio frente a los demás pueblos, su colonialismo cultural. Nosotros también estamos en contra de este dominio ideológico, pero no rechazamos todos los conocimientos acumulados que ha dotado la burguesía, lo quiera o no, al movimiento obrero para su liberación.

La burguesía, una vez que tomó el poder en una serie de países y al sentirse lo suficientemente fuerte y segura para que no fuera derrotada por la contrarrevolución feudal, dejó claro que, su ideología siempre fue una herramienta para hacerse del poder y no para buscar la liberación de toda la población. Engels también lo dice de forma clara:

“Hoy sabemos que aquel Reino de la Razón no era nada más que el Reino de la Burguesía idealizado, que la justicia eterna encontró su realización en los tribunales de la burguesía, que la igualdad desembocó en la igualdad burguesa ante la ley, que como uno de los derechos del hombre más esenciales se proclamó la propiedad burguesa y que el Estado de la Razón, el contrato social roussoniano, tomó vida, y sólo pudo cobrarla, como república burguesa democrática. Los grandes pensadores del siglo XVIII, exactamente igual que todos sus predecesores, no pudieron rebasar los límites que les había puesto su propia época”. (Ídem)

Con la expansión del capital, el dominio imperialista y la lucha nacional, de forma regular se confunde a la ideología nacional o la cultura latinoamericana, –que se oponen a ciertos aspectos del dominio imperialista–, con una ideología socialista o marxista. Lo nacional o latinoamericano no es una ideología revolucionaria, detrás de ellas están las burguesías nacionales que quieren una tajada más grande del pastel, disputándole al imperialismo cierta parte de su poder, utilizando a los trabajadores, para enfrentarse a él. La clase obrera tiene la necesidad de distinguir entre la ideología nacional (burguesa) y la de clase, para encontrar el camino a la revolución socialista. Como decía Lenin, tenemos que distinguir entre el interés de las aspiraciones nacionales de la clase obrera, que buscan con ello, liberarse de la explotación, y del nacionalismo de la burguesía que pretende mantener el régimen de explotación capitalista con un tinte nacional.

Ataques al marxismo

En todos sus escritos los decoloniales atacan al marxismo sobre las siguientes bases: 1) el marxismo repite las ideas del “cientificismo moderno” y tiene influencia del positivismo, 2) el tiempo histórico lo asume de forma lineal, asumiendo la idea de “desarrollo” igual que la modernidad, 3) tiene una visión reduccionista porque la base de su análisis parte de las condiciones económicas y esto lo vincula de forma directa con la superestructura y 4) que comprende de forma externa la relación entre cultura y naturaleza, o dicho de otra forma, que la cultura es todo lo que no hace la naturaleza.

Se le acusa al marxismo de tener un método científico para entender la realidad, el materialismo histórico. Aníbal Quijano dice que él retoma la visión materialista de la historia, pero no el materialismo histórico, es decir que es un materialista, pero no acepta la aplicación de la dialéctica a la historia. Recuerda un poco la crítica que hace Ludwig Feuerbach a Hegel, criticando este su idealismo, pero desechando el método. Así, algunos decoloniales aceptan la visión materialista, pero no la forma en que se mueve la historia.

El materialismo histórico es uno de los grandes aportes de Marx a la comprensión de la historia. Hasta antes de ello, la historia se interpretaba como una suma de hechos aislados, inconexos y accidentales. Marx y Engels, entendieron que la base sobre la que parte toda la historia es la que inicia con el hombre tratando de resolver sus problemas más básicos de subsistencia, la comida, un techo, etc. A partir de esto comienza un increíble camino del hombre que lucha ante las inclemencias de la naturaleza para satisfacerse. En este camino el trabajo va transformando la naturaleza y transforma al hombre mismo. Con el tiempo, el hombre va construyendo herramientas y con ello, va sobreponiéndose cada vez más a sus necesidades hasta lograr un excedente, de ahí la historia da un vuelco y las sociedades se parten en líneas de clase.

Estas sociedades, conforme se desarrollan, van creando nuevas instituciones, modificando las que ya tenían, y van creando todo lo necesario para mantener el control de las clases que tienen más. No solo la formación de los Estados, sino el patriarcado, la herencia, las leyes, la moral, todo esto es creación de la sociedad en momentos determinados. Este proceso se dio de forma independiente y paralela en varios sitios a la vez, por lo menos en Mesopotamia, en el Valle del Indo, en China, en los Andes y Mesoamérica.  Los resortes ocultos de todo esto, son el desarrollo de las fuerzas productivas y las contradicciones que en cierto momento se generaron con las relaciones sociales establecidas. Llegado a este punto, estalla la lucha de clases y esto es el motor de la historia. Marx nos dice en la Contribución a la economía política lo siguiente:

“…en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia… Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se ha desenvuelto hasta allí”.  (Marx, C. 1859)

Desde ese momento se pudieron sentar las bases para estudiar la historia de forma científica. Cualquiera que intente denostar al marxismo por ello, se está dando un balazo en el pie, está renunciando a entender el mundo de forma conexa, dinámica, en constante cambio. En esto no hay nada de positivismo.

Marx y Engels tampoco trazan una visión lineal de ver el desarrollo de las diferentes sociedades alrededor del mundo.  Es cierto que plantean aspectos teóricos abstractos para comprender los cambios que han sucedido a lo largo de la historia de Europa, que es lo que más estudiaron, pero de ninguna forma sus estudios pretenden ser una receta de lo que tenía que pasar en todos los lugares. Marx dice al respecto

“… el capítulo de mi libro que versa sobre la acumulación originaria se propone señalar simplemente el camino por el que en la Europa occidental nació el régimen capitalista del seno del régimen económico feudal (…) A todo trance quiere convertir mi esbozo histórico sobre los orígenes del capitalismo en Europa Occidental en una teoría filosófico-histórica sobre la trayectoria general a que se hallan sometidos fatalmente todos los pueblos, cualesquiera que sean las circunstancias históricas que en ellos ocurra, para plasmarse por fin en aquella formación económica que, a la par que el mayor impulso de las fuerzas productivas, del trabajo social, asegura el desarrollo del hombre en todos y cada uno de los aspectos. (Esto es hacer demasiado honor y, al mismo tiempo, demasiado escarnio)”.  Marx y Engels, correspondencia.

Por el contrario, los marxistas no reconocen un desarrollo lineal, ni de las sociedades, ni del progreso, ni de la lucha de clases, eso es lógica formal. Reconocen que las formaciones históricas toman formas determinadas a partir de sus circunstancias históricas concretas. No tomamos una cita y la sacamos de contexto para justificar o explicar lo que sigue o no en determinadas circunstancias, el desafío es retomar el método del marxismo para analizar la situación concreta y a partir de ahí, sugerir una posible trayectoria de lucha y desarrollo. Los clásicos del marxismo nos dejaron en sus escritos la forma en que utilizaron el método y ese es su gran legado. Trotsky plantea lo siguiente sobre el método del marxismo:

“La economía histórica y teórica de Marx muestra que el desarrollo de las fuerzas productivas, en una fase precisa, perfectamente descriptible, destruye ciertas formas económicas, en medio de otras formas, y, en el curso de este proceso, destruye el derecho, la moral, las ideas, las creencias; demuestra también que la introducción de un sistema de fuerzas productivas de un nuevo tipo y más elevado crea, por sus propias necesidades –siempre por los hombres, siempre por la actividad de los seres humanos– nuevas normas sociales, legales, políticas y otras, en el marco de las cuales esta etapa se provee del equilibrio dinámico que necesita. De este modo, la economía pura es una ficción. A lo largo y a lo ancho, a través de su estudio, Marx pone de relieve, con gran claridad, las correas de transmisión, los engranajes, los demás mecanismos de transmisión que conducen sus relaciones económicas a las fuerzas productivas y a la naturaleza misma, a la corteza terrestre, de la que los seres humanos son un producto; pero también las relaciones económicas que conducen hacia arriba, hacia lo que se llama los aparatos superestructurales y las formas ideológicas que siempre tomaron su alimento de la economía. Todos los hombres comen pan; la mayoría prefiere comerlo con manteca. En otros términos, existe una interacción constante entre la economía y la superestructura”. (Trotsky, L., 1928)

Esta cita nos remite a otro aspecto que también es criticado por los decoloniales, su supuesto reduccionismo económico – pretender que todo se reduce a las contradicciones económicas de la sociedad capitalista. – Engels también respondió está idea:

“…Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta –las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas– ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma”. (Carta de Engels a Bloch, 1890).

Lejos de ello, sentaron las bases para entender que las contradicciones entre las formas de reproducir los medios de vida y las relaciones sociales que se generan a partir de ello son las causas de las explosiones revolucionarias y estas son el motor de la historia, lo que hace avanzar o retroceder a las sociedades. Para los marxistas este método permite analizar las diferentes sociedades, en toda su complejidad, conectadas entre sí, en movimiento y contradicción constante.

El estalinismo, de muchas maneras ensució el nombre del marxismo y el socialismo, en este caso, los partidos comunistas (estalinistas) tenía una visión totalmente lineal y mecánica del desarrollo de las sociedades, uno de los objetivos – si obviamos que el pensamiento revolucionario en una mente burócrata, pierde la mayoría de contenido, por más que se hable en su nombre – era justificar la teoría de las dos etapas. Analizando América Latina decían que en el continente existía feudalismo y lo que tenía que seguir, haciendo caso al “manual de marxismo-leninismo”, era una revolución burguesa, antifeudal, que debía ser dirigida por la burguesía y luego, más adelante, después de un período de desarrollo capitalista, la lucha por el socialismo, por lo tanto, las tareas de los partidos comunistas no era luchar por el socialismo, sino apoyar a los sectores más radicales de la burguesía local, para que se realizaran las tareas de la revolución democrática nacional. Esto es una clara distorsión de la teoría marxista.

El estalinismo tomaba algunas frases de Marx, Engels y Lenin y las sacaban de contexto para convertir al marxismo en recetas, sin filo. Planteaban, por ejemplo, una línea única y obligatoria de desarrollo de las sociedades: comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo y socialismo. Sin tomar en cuenta las condiciones concretas de cada país, ni de sus tradiciones. Querían encajar el mundo en su concepción teórica-política aún a costa de romper las extremidades de la realidad, cuál cama de Procusto. Afortunadamente la realidad es más necia que la agenda de un burócrata.

Los decoloniales plantean que el marxismo tiene una visión eurocéntrica porque plantea la idea de desarrollo, de la misma forma que la modernidad. Esto también es una distorsión escandalosa, el marxismo surge como una corriente de pensamiento revolucionaria, que critica fuertemente a la ilustración y lucha para erradicar la “modernidad” capitalista. Esto ya lo aclaramos anteriormente, la ilustración jugó un papel progresista de cara al oscurantismo feudal, sin embargo, cuando esta consolidó su poder, frenó cualquier intento de ir más allá en las reformas y aspectos democráticos esenciales. Engels dice claramente que el marxismo surge como una ruptura frente a esta nueva modernidad capitalista, el marxismo es la ideología de la clase obrera que está en contradicción con la burguesía y su sistema de dominación y explotación. Los críticos del marxismo nada dicen de ello, solo plantean que el marxismo es resultado de esta modernidad, su ala izquierda. No se toman el tiempo para decir que surgió como su negación o antítesis, no como complemento o justificación.

Dicen que desde Marx existe un esquema o linealidad para establecer que primero fue el capital comercial, después el industrial, después el imperial, y que esto no aplica en América Latina, porque aquí se dan todas esas formas de capital al mismo tiempo. Entonces la linealidad que le adjudican al marxismo es incorrecta:

“El mismo problema “etapista” y “lineal” que discutimos en Lenin se encuentra también en Marx cuando escribe las etapas de la acumulación de capital. Primero, surge la acumulación originaria, que según Marx es la forma más violenta y sangrienta de acumulación correspondiente a los orígenes del capitalismo; luego sigue la plusvalía absoluta, correspondiente a las primeras fases de la manufactura; finalmente, surge la plusvalía relativa o reproducción ampliada del capital correspondiente a las fases más “avanzadas” del capitalismo industrial”. (Grosfoguel, R., 2008)

Esto ya lo explicamos más arriba, basta decir que el aceptar que hay rasgos de evolución más desarrollados en una sociedad que en otra, implica aceptar que las sociedades se desarrollan a ritmos diferentes y que cuando hay un choque de esas diferencias, surgen sociedades particulares donde la más adelantada cultural y económicamente se impone a las otras, como sucedió en América.

Estas sociedades con desarrollos desiguales y combinados plantean retos teóricos porque ellas no encajan en las formas generales, pero esto no quiere decir que el método de cómo analizarlas salga sobrando. Los decoloniales, al criticar las fórmulas abstractas de los estalinistas y retomando la complejidad de las sociedades latinoamericanas o ex coloniales, desechan el materialismo histórico y dialéctico y en cambio nos propone un método arbitrario, pre marxista, que no tiene ni pies ni cabeza y que, en el mejor de los casos, nos invita a desechar cualquier teoría cientificista y universal y retomar los relatos variados de los pueblos originarios. Esto es posmodernismo puro.

Los adjetivos con los que intentan desprestigiar al marxismo no son suficientes para sustituir un método científico de entendimiento de la historia y sustituirlo por las incoherencias que proponen.

El marxismo y el problema colonial

Otra de las críticas que hacen los decoloniales, y que preferimos tocarlo por aparte, por la importancia que tiene el tema, es sobre la posición del marxismo con respecto al problema colonial, aspecto transversal en la discusión. Mal intencionadamente se quiere hacer creer que Marx apoyaba el colonialismo porque traería progreso a los países colonizados, esta idea no tiene nada que ver con Marx ni con sus sucesores. Los únicos que reivindicaron esta idea aberrante fueron los renegados de la Segunda Internacional.

La posición de Marx cambió a lo largo del tiempo –al igual que otros aspectos de su teoría–, a partir de profundizar el análisis sobre el problema colonial y principalmente cuando la lucha de clases se intensificó en los países coloniales. Desde sus escritos más tempranos, Marx nunca fue omiso a las brutalidades que implicó la colonización, incluso fue uno de los primeros en agitar contra la división entre los explotados obreros de Europa y los explotados de los países coloniales. Criticó de forma viva los horrores que implicaba la penetración del capital en las regiones de África, Asia y Latinoamérica. La exposición más clara al respecto la podemos encontrar en El Capital, en el capítulo dedicado a la acumulación originaria.

“El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, el exterminio, la esclavización y el sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: tales son los hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria”. (Marx, C. 2014)

Lo que sí defendió Marx, fue que la penetración del capital en estas regiones revolucionaría las fuerzas productivas y empujaría a las poblaciones a una dinámica capitalista, esto los pondría más cerca de la lucha por el socialismo, que es una visión central en el análisis. Para él, la penetración capitalista en estos países ayudaba a los nativos a que estuvieran mejor para la lucha revolucionaria.

Con el tiempo, Marx se dio cuenta que la penetración del capital en estas regiones no implicaba necesariamente el desarrollo de las fuerzas productivas, sino que los diferentes modos de producción eran incorporados a la lógica del capital, sin romper las formas precapitalistas. Podemos encontrar el escrito sobre la esclavitud en los estados Unidos y principalmente sobre el análisis que hace sobre la situación de Irlanda, donde, tanto Marx y Engels llegaron a la conclusión de que el sistema colonial impedía el desarrollo de las fuerzas productivas en ese país. Engels dice en una carta a Marx, sobre la situación de Irlanda: “Cuanto más estudio el asunto, más claro resulta que Irlanda ha sido frenada en su desarrollo por la invasión inglesa, y que le ha hecho retroceder varios años.” Carta de Engels a Marx. 19 de enero de 1830.

Esto, junto a las diferentes luchas que se desatan en los diferentes países ex coloniales, particularmente la insurrección de los Cipayos en la India (1857-1858) y la revuelta de Tai Ping, en China (1850-1854), incluso la resistencia del pueblo mexicano a la invasión francesa (1862-1876), refuerzan la visión de que la única forma en que se potencie la lucha revolucionaria en los países de capitalismo avanzados es que la lucha por la independencia de los países coloniales también se desarrolle.

Este cambio en las condiciones suscitó un cambio radical en la política de Marx. Trotsky analizando el Manifiesto Comunista, dice que la política colonial en Marx no estaba tan desarrollada porque su visión estaba fijada en el triunfo de la revolución socialista en Europa, y esto implicaría que la liberación de los países coloniales vendría como una consecuencia de ello:

“Mientras describe cómo el capitalismo arrastra en su vorágine a países bárbaros y atrasados, el Manifiesto no contiene ninguna referencia a la lucha de los países coloniales y semicoloniales por su independencia. Dado que Marx y Engels consideraban a la revolución social “por lo menos en los países civilizados más importantes”, como una cuestión que debía resolverse en unos pocos años, para ellos, el problema colonial estaba resuelto automáticamente, como como consecuencia de un movimiento independiente de las nacionalidades oprimidas, sino como consecuencia de la victoria del proletariado en los centros metropolitanos del capitalismo”. Trotsky, L., (1937).

De esta idea llegaron a promover la unidad de los obreros de todos los países, la lucha por la independencia de Irlanda como necesidad para el desarrollo de ese país y para la revolución en Gran Bretaña, etc.

Para los decoloniales todo esto pasa desapercibido, simplemente retoman los primeros artículos y los malinterpretan para deformar todas las ideas que planteaban los fundadores de la teoría marxista. Asumen que las posiciones de la Segunda Internacional, particularmente la política de Bernstein y su ala en el Partido Socialdemócrata Alemán es la visión del marxismo, cuando esto nunca fue cierto. Nos gustaría citar brevemente la política que defendía este grupo para dejar claro que es lo que el marxismo nunca defendió y de lo que se agarran los decoloniales para criticarlo. Para Bernstein y seguidores, la colonización de parte del imperialismo era una cuestión totalmente justificada, según ellos porque era la forma de ayudar a desarrollar las fuerzas productivas y civilizar a los nativos ignorantes:

“Por lo demás, cuando se trata de la obtención de colonias, existen razones para examinar detenidamente su valor y sus perspectivas, así como para controlar rigurosamente la compensación y el trato que se dé a los aborígenes, lo mismo que el resto del aparato administrativo; pero no hay ninguna razón para condenar el hecho de la obtención de colonias como algo desde un principio reprobable”. (Bernstein, E., 1899).

En otro de sus artículos célebres sobre esta cuestión nos dice:

“Los pueblos enemigos de la civilización e incapaces de acceder a mayores niveles de cultura, no poseen ningún derecho a solicitar nuestras simpatías cuando se alzan en contra de la civilización. Nosotros no reconocemos derecho alguno al robo y al saqueo de cultivos. En una palabra, por critica que sea nuestra posición respecto de la civilización alcanzada, no dejamos de reconocer sus logros relativos y los erigimos en aspectos que determinan el criterio de acuerdo con el cual tomamos partido. Vamos a enjuiciar y combatir ciertos métodos mediante los cuales se sojuzga a los salvajes, pero no cuestionamos ni nos oponemos a que estos sean sometidos y que se haga valer ante ellos el derecho de la civilización”. (Bernstein, E., 1896-97).

Estos líderes de la Segunda Internacional si justificaban el colonialismo en nombre de la civilización, bajo la denominación de una “política colonial positiva”. Estas posiciones, donde equiparaba a los trabajadores y campesinos de los países coloniales, a pequeños niños débiles e indefensos, se presentaron en el congreso de 1904.  Si bien, esta resolución no fue aprobada, demuestra cuál era la tendencia que, aunque formalmente se combatió, al final fue la que primó en 1914 cuando los partidos socialdemócratas votaron los créditos de guerra para apoyar la Primera Guerra Mundial.

Esto no tiene nada que ver con el marxismo, los dirigentes de la Segunda Internacional defendían a su burguesía nacional, igual que lo hacen los decoloniales. Para conocer verdaderamente la posición de Marx y Engels con respecto al colonialismo, podemos citar una carta que escribe Kautsky a Engels planteado la idea de que, una vez hecha la revolución, el proletariado inglés podría traer provecho para el pueblo indio, liberándolo del despotismo, porque lo consideraba inútil. Citamos la carta de Kautsky y la respuesta de Engels.

“Creo que la posesión de la India por el proletariado inglés sería de provecho para ambos. Para este como fuente proveedora de materias primas. Para aquella, en la medida que el pueblo indio, abandonado a sí mismo, caería en manos del peor de los despotismos. Por el contrario, bajo la dirección del proletariado europeo, la India podría ser conducida muy bien, según mi opinión, hacia el moderno socialismo, sin tener que pasar por el estadio intermedio del capitalismo”. Kautsky a Engels, 11 de mayo de 1882 (Bernstein, Belfot Bax, Kautsky y Renner, (1978).

Engels responde, de forma categórica de la siguiente forma:

“Tendremos bastante que hacer en nuestra propia casa. Una vez organizadas Europa y América del Norte, esto dará tan colosal impulso y tal ejemplo, que los países semicivilizados nos seguirán por sí mismos, pues así lo impondrán, aunque solo sea, sus necesidades económicas. Por lo que se refiere a las fases sociales y políticas que habrán de atravesar estos países hasta llegar también a la organización socialista, creo que solo podríamos hacer hipótesis bastante inútiles. Una cosa es indudable: el proletariado triunfante no puede imponer a ningún otro pueblo “felicidad” alguna sin socavar con este acto su propia victoria”. Engels a Kautsky, 12 de septiembre de 1882 (Bernstein, Belfot Bax, Kautsky y Renner, 1978).

La respuesta deja clara la postura del marxismo y contesta concretamente sobre el desarrollo “lineal” que tanto critican los decoloniales, y la posición ante el colonialismo “positivo” de la Segunda Internacional. Para el marxismo no hay esquemas preestablecidos porque parte de la realidad concreta y tampoco existen pueblos que puedan ilustrar y liberar a otros. En todo caso podrán brindar todo el apoyo, pero la tarea fundamental de nuestra liberación está sobre nuestros hombros y como herramienta para llevarla a cabo tenemos la experiencia entera del proletariado mundial.

Si queremos conocer la verdadera postura del marxismo después de Marx y Engels tenemos que buscarla en la política que tenía la Tercera Internacional y los escritos de Lenin y Trotsky al respecto. En ellos no cabe la menor duda sobre la postura marxista. Son tan claros que sus oponentes no pueden utilizar ninguna cita al respecto, guardan silencio y dicen que eso es leninismo, no marxismo. Como si hubiera una barrera entre lo que defendió el uno y el otro. Veamos lo que plantea la resolución de la Tercera Internacional, en su Segundo Congreso en las Tesis y adiciones sobre los problemas nacional y colonial:

“…3) asimismo deben dividir netamente las naciones en: naciones dependientes, sin igualdad de derechos, y naciones opresoras, explotadoras, soberanas, por oposición a la mentira democrático-burguesa, la cual encubre la esclavización colonial y financiera –cosa inherente a la época del capitalismo financiero y del imperialismo– de la enorme mayoría de la población de la tierra por una insignificante minoría de países capitalistas riquísimos y avanzados….

“4) De las tesis esenciales arriba expuestas se desprende que la base de toda la política de la Internacional Comunista, en lo que al problema nacional y colonial se refiere, debe consistir en acercar a las masas proletarias y trabajadoras de todas las naciones y de todos los países para la lucha revolucionaria común por el derrocamiento de los terratenientes y de la burguesía, ya que solo un acercamiento de esta clase garantiza el triunfo sobre el capitalismo, sin el cual es imposible suprimir la opresión nacional  y la desigualdad de derechos”.

Después, como contestando a los decoloniales de la época, por cierto, de raíz pequeñoburguesa, la resolución dice:

“12. La opresión secular de las nacionalidades coloniales y débiles por las potencias imperialistas ha dejado entre las masas trabajadoras de los países oprimidos, no sólo un rencor, sino también una desconfianza hacia las naciones opresoras en general, comprendiendo al proletariado de estas naciones. La vil traición al socialismo por parte de la mayoría de los jefes oficiales de ese proletariado durante los años de 1914 a 1919, cuando de modo social chovinista encubrían con la “defensa de la patria” la defensa del “derecho” de “su propia” burguesía a oprimir las colonias y a expoliar a los países financieramente dependientes, no ha podido dejar de acentuar esta desconfianza en todo sentido legítimo. Por otra parte, cuanto más atrasado es un país, tanto más pronunciados son la pequeña producción agrícola, el estado patriarcal y el aislamiento, lo cual conduce de modo ineludible a un desarrollo particularmente vigoroso y persistente de los prejuicios pequeñoburgueses más arraigados, a saber: los prejuicios de egoísmo nacional, de estrechez nacional. La extinción de esos prejuicios es necesariamente un proceso muy lento, puesto que sólo pueden desaparecer después de la desaparición del imperialismo y el capitalismo en los países avanzados y una vez que cambie radicalmente toda la base de la vida económica de los países atrasados…” (Los primeros cuatro congresos de la Internacional Comunista, primera parte, 1977).

Está resolución también explica que los comunistas deben ser conscientes de las aspiraciones nacionales de los trabajadores y se debería ser paciente con ese tema. Está resolución fue votada y aprobada por el Segundo Congreso y era la postura oficial de la Tercera internacional. Esta tradición es la misma que defendió Trotsky en uno de los textos fundacionales de la Cuarta Internacional.

“Sud y Centro América sólo podrán romper con el atraso y la esclavitud uniendo a todos sus estados en una poderosa federación. Pero no será la retrasada burguesía sudamericana, agente totalmente venal del imperialismo extranjero, quien cumplirá este objetivo, sino el joven proletariado sudamericano, destinado a dirigir a las masas oprimidas. La consigna que presidirá la lucha contra la violencia y las intrigas del imperialismo mundial y contra la sangrienta explotación de las camarillas compradoras nativas será, por lo tanto: Por los estados unidos soviéticos de Sud y Centro América.

[…]

“Sólo bajo su propia dirección revolucionaria el proletariado de las colonias y las semicolonias podrá lograr la colaboración firme del proletariado de los centros metropolitanos y de la clase obrera mundial. Sólo esta colaboración podrá llevar a los pueblos oprimidos a su emancipación final y completa con el derrocamiento del imperialismo en todo el mundo. Un triunfo del proletariado internacional libraría a los países coloniales de un largo y trabajoso período de desarrollo capitalista, abriéndoles la posibilidad de llegar al socialismo junto con el proletariado de los países avanzados”. (Trotsky, L., 1940).

La posición de los fundadores del marxismo con respecto al colonialismo es una sola pieza, desde el comienzo criticaron duramente los horrores y el sufrimiento de los pueblos colonizados. Creían en un primer momento que la penetración del capitalismo desarrollaría las fuerzas productivas y esto pondría más cerca a los trabajadores locales de la lucha por el socialismo, una vez que vieron que la penetración capitalista no estaba desarrollando las fuerzas productivas y, por el contrario, frenaba cualquier impulso de los países coloniales, reivindicaron la necesidad de la lucha contra el colonialismo y la independencia nacional. Nunca compartieron el punto de vista del “colonialismo civilizatorio” que sostuvo la Segunda Internacional, al contrario, plantea una lucha a muerte contra el imperialismo, por la hermandad de los proletarios y pueblos del mundo, como única forma de terminar con el capitalismo en su forma imperialista.

Nada de esto ven nuestros críticos decoloniales, a ellos les basta decir que es un pensamiento eurocéntrico.

El todo, las partes y la centralidad de la clase obrera

Los posmodernos latinoamericanistas (que niegan e incluso critican al posmodernismo) –chovinistas continentales, como los llamaría Retamar– plantean que lo que sucede en Latinoamérica es exclusivo y nada parecido a lo que se puede desarrollar en los países centrales o de capitalismo avanzado. Ellos piensan que no hay nada que pueda unirnos a lo que sucede a nivel general porque las condiciones son diferentes, los sujetos políticos también. Apelan a un chovinismo regional y ponen una barrera para recuperar cualquier experiencia de la clase obrera europea y norteamericana, que ayude en nuestra liberación. Al cerrar esta puerta, abren la ventana para permitir la entrada de tendencias reformistas en nombre de innovación latina, como los llamados gobiernos progresistas de Ecuador, Bolivia, Venezuela y México, entre otros.

La historia la entienden de manera inconexa o ponen el acento en lo nacional negando o degradando lo internacional. El marxismo considera errónea esta premisa. Lo general o universal contienen la esencia del proceso, esta esencia se expresa de formas variadas a partir de las particularidades nacionales. En otras palabras, lo particular o nacional, es la mejor expresión del desarrollo desigual y combinado, de la esencia general.

Esta esencia de la que hablamos es la que atraviesa los diferentes procesos, no solo en los llamados países periféricos, sino en los centrales, o de capitalismo avanzado. La totalidad es reflejada en todos los procesos, solo que las particularidades le dan un aspecto diferente en cada caso. Perder de vista esto y pensar en una historia o una cultura especial, separada del proceso general, de la esencia de la generalidad, te lleva a cometer grandes errores, como pensar que, porque un país todavía tenga elementos de modos de producción precapitalista, el capitalismo no domina todas las esferas del mismo.

Los teóricos del decolonialismo rechazan la idea universal –salvo que lo universal sea aceptar sus teorías–, porque están en contra del totalitarismo y la imposición, pero en realidad lo que hacen es negarse a ver el bosque y extraer sus conclusiones sobre él viendo solo una avellana. Son tan miopes que presentan sus debilidades como un gran descubrimiento y avance. Al cortar cualquier “vínculo” con la generalidad internacional, se conforman con pensar que lo que pase en el continente, si lo hace un nativo con rasgos o un discurso nacional o regional, entonces es nuevo y es positivo. Esto es hacerle una oda a la ignorancia y escupir la experiencia histórica para justificar al capitalismo, lo quieran o no.

El marxismo plantea que el sistema dominante es el Capital. Este funciona de forma diferente en cada país y región, no por esto quiere decir que el capitalismo en esos lugares no opere o no sea el dominante. Es tan fuerte su dominio que puede incorporar fuerzas y dinámicas no capitalistas sin que esto represente un retroceso para el capital, porque lo general permanece. Lo general es la propiedad privada de los medios de producción y el Estado Nacional. Mientras esto se mantenga, se pueden permitir una pluralidad de formas de gobernar y de relacionarse.

No comprender la esencia del capital te hace perder de vista donde centrar tu atención. Esto no quiere decir que los marxistas no toman en cuenta otro tipo de opresiones y luchas, es equivocado decir esto, pero lo que sí plantea el marxismo es que, para terminar de fondo con todas las demás opresiones, se tiene que reventar la base del capital y las relaciones que lo sostienen.

Por eso para el marxismo es importante la centralidad de la clase obrera en la lucha de clases actual. Sabemos que la gran mayoría de la clase obrera está dispersa, poco organizada, incluso puede ser una minoría en tal región o país, pero esto no resta la importancia que tiene en la generalidad del capital. Al ser la antítesis de la burguesía, no sólo en las relaciones productivas, sino en la conformación general del capital, es la que, en el momento de su liberación, tiene que emancipar a los demás sectores de su opresión. Al romper las relaciones capitalistas en la sociedad, se están sentando las bases para romper los demás signos de brutalidad. El capitalismo necesita a la clase obrera porque de su explotación crea plusvalía, a su vez, como la explotación es colectiva, la clase obrera desarrolla una conciencia colectiva.

La teoría decolonial, como ya lo mostramos, desecha la centralidad de la clase obrera como factor fundamental en la revolución en el continente, porque las condiciones materiales son diferentes aquí y esa diferencia le da a los indígenas y nativos el poder central de la dirección revolucionaria. Aplicando una política de identidad, nos dicen que solo los nacidos aquí, en el continente, y que estemos liberados de prejuicios coloniales, podemos entender porque los pueblos originarios son los llamados a esta lucha. Pero lo que no comprenden, nuevamente, es el todo y las partes.

Marx en La sagrada familia dice:

“Si los autores socialistas atribuyen al proletariado ese papel mundial, no es debido, como la crítica afecta creerlo, porque consideran a los proletarios como dioses (…) no puede él liberarse sin suprimir sus propias condiciones de existencia. No pueden suprimir sus propias condiciones de existencia, sin suprimir todas las condiciones de existencia inhumanas de la sociedad actual que se condensan en su situación. No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aún el proletariado íntegro se propone momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo con su ser”.

Si el obrero como clase, como antítesis de la burguesía, se libera, libera al mismo tiempo a los demás sectores oprimidos y sienta las bases para terminar con las demás opresiones que hay en la sociedad, porque desgarrará, con su emancipación, las bases del sistema de clases.  El obrero no solo juega un papel determinante para la creación de la plusvalía, sino para las relaciones de clases dentro del capitalismo. Supongamos que fuera posible que algún otro sector se liberara de su opresión, por ejemplo, las mujeres o un grupo étnico. Estas liberaciones no tendrían un impacto general en el sistema capitalista. La razón por la que no pueden liberarse estos y todos los demás sectores oprimidos es que, las relaciones de clase en el capitalismo están esencialmente determinadas por la relación capital-trabajo, es decir, burguesía-obreros. Si estas no se rompen, las demás opresiones no podrán lograr una solución final a sus problemas.

En el sistema capitalista, o, mejor dicho, dentro de las relaciones sociales capitalistas, las demás opresiones, son incorporadas para acentuar el dominio de la burguesía. No es que el capital las cree, pero son bien recibidas por el sistema e incluso, algunas veces potenciadas. Para terminar con ellas, ya no basta resolver la opresión en sí, sino liberarlas de las relaciones generales que las sustentan.

Todas las opresiones que se viven dentro del capitalismo se agravan dentro de las relaciones sociales actuales. La posibilidad de terminar con ellas es terminar con el sistema de explotación vigente. No será inmediato esto, pero la revolución socialista sentará las bases para una nueva sociedad, sin presiones de ningún tipo.

Conclusiones

Frente a la bancarrota del capital, la necesidad de extraer conclusiones de esta discusión es fundamental. Hemos podido ver como una pequeña herida se puede volver gangrena. Algunos dirán, para qué pelear por teorías, lo que necesitamos es unirnos en la lucha contra la explotación capitalista, ambos lados están de acuerdo en ello. Aunque esta idea es correcta y tiene un genuino interés en que todos luchemos contra el enemigo común, hay una diferencia insalvable. Para los decoloniales la lucha está pensada a largo plazo, algunos siglos por delante, porque su atención está en los cambios culturales, la construcción de nuevos conocimientos y, principalmente, no reconocen el factor determinante de la clase obrera en esta lucha.

Como hemos explicado, renuncian a entender el mundo, y transformarlo, de una forma revolucionaria, a comprender el mundo de forma científica. No es cierto que los decoloniales renuncien a todo el conocimiento europeo, la base de su filosofía es el estructuralismo francés, base del pensamiento posmoderno, de la política de identidad y demás corrientes que ponen por encima las diferencias antes que la necesidad de la unión.

En su encarnizada lucha contra las teorías totalizantes, se pierden en un laberinto de nacionalismo regional, que les impide ver la esencia del proceso mundial. Son cortos de miras, y en sus “nuevos” conceptos, su nuevo lenguaje y reinterpretaciones que hacen, se sienten cómodos, apapachando a gobiernos reformistas y acomodándose entre las elites de la izquierda reformista latinoamericana, lanzan sus ataques contra el marxismo.

La confusión que esparcen entre sus seguidores es mucha, los paralizan frente a acontecimientos importantes y en los momentos claves se vuelven una traba para poder avanzar en la lucha revolucionaria. Si bien no están en contra de la construcción de partidos políticos, estos, no deben ser de vanguardia, a ellos les repele eso, aunque en los hechos quieren que su teoría se acepte y sus ideas son las que dirijan siempre. En cambio, prometen un movimiento de retaguardia, es decir, de marginados por el sistema a los cuales hay que escucharlos y a partir de sus historias tratar de construir un nuevo conocimiento.

Acusan al marxismo de científico, para nosotros esto no es un ataque sino un honor. El marxismo desde siempre ha intentado hacer un análisis lo más cercano a la realidad, porque solo entendiéndola podemos avanzar en su transformación. La teoría es fundamental como un método y una guía de interpretación, pero ¿dónde comienza el marxismo?, en la realidad misma. No renunciamos al partido de vanguardia, ni a un método científico de análisis de la sociedad. Por el contrario, insistimos que es necesario un partido de cuadros marxistas enclavados en las luchas y organizaciones de la clase obrera de los diferentes países del continente y del mundo. Somos internacionalistas porque solo una organización que aprende de la experiencia de todo el proletariado mundial goza de las herramientas para cumplir sus objetivos.

Nosotros, los marxistas, los trabajadores, las mujeres y la juventud no podemos esperar siglos para que esto cambie, si no actuamos pronto, necesariamente veremos síntomas de barbarie en la sociedad, la guerra en Ucrania es un síntoma de ello, igual que el Covid, la inflación, etc. Cualquier teoría que quiera justificar al capitalismo, como los decoloniales, se les tiene que combatir, porque solo sirve para reforzar una esperanza en un sistema asesino y corrupto. La lucha por el socialismo no solo es el camino, sino una necesidad para terminar con las calamidades de nuestras sociedades y del mundo.

¡Proletarios de todos los países unidos!

Referencias

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Fuente: La Izquierda Socialista

Nota editorial: Si interesó este artículo de seguro te interesará: “Marxismo versus posmodernismo: jugando al escondite con la verdad”

Author: Ubaldo Oropeza

Dirigente de la Organización Comunista Revolucionaria (antes La Izquierda Socialista), sección de la Internacional Comunista Revolucionaria (antes Corriente Marxista Internacional) en México.