Mientras que se está dedicando mucha atención a la guerra en Ucrania, se está desarrollando un conflicto igualmente importante en el Pacífico, y se trata de quién va a dominar esta región clave: ¿Estados Unidos o China? De hecho, el principal eje de la política exterior estadounidense consiste en frenar la creciente influencia de China.
En 1989, cuando la economía mundial crecía y había espacio para varios actores importantes, se puso en marcha el grupo de Cooperación Económica Asia-Pacífico con 21 Estados miembros, entre ellos Estados Unidos, Japón, Canadá y Australia, y más tarde Rusia y China, y prácticamente todos los países costeros del Océano Pacífico.
Por aquel entonces, la Unión Soviética estaba al borde de una gran crisis, ya que todos los países de Europa del Este bajo su esfera de influencia sufrieron un cambio de régimen con el colapso del antiguo sistema y la vuelta al capitalismo; a lo que siguió, dos años después el colapso de la propia URSS. China se estaba desarrollando, pero aún estaba muy lejos de ser la gran potencia en la que se ha convertido hoy. En ese momento, China ofrecía unos costes laborales muy baratos y un campo para la inversión rentable, y muchas empresas multinacionales desembarcaron para aprovechar la situación.
El declive relativo de Estados Unidos y el ascenso de China
El escenario mundial actual es muy diferente. Estados Unidos sigue siendo, de lejos, el país imperialista más poderoso del planeta. Sin embargo, ha sufrido desde hace tiempo un importante declive relativo. Su peso en la economía mundial se ha reducido desde la Segunda Guerra Mundial. En 1945 representaba más del 50% del PBI mundial. En 1960 era el 40%, pero en 1980 se había reducido a aproximadamente el 25%, pasando a cerca del 30% en el año 2000 para volver a caer al 24% desde entonces. China, en cambio, ha visto aumentar su participación en el PBI mundial desde el 1,28% en 1980, hasta el 10% en 2013, y más del 15% en la actualidad.
Con una economía mucho más fuerte, China se ha convertido en un importante actor capitalista a escala mundial, y ahora está mostrando sus músculos y haciendo frente a la influencia de Estados Unidos en diferentes partes del mundo, en particular en el sudeste asiático y el Pacífico. Esto es evidente, por ejemplo, en los intentos de China por llegar a acuerdos comerciales y de seguridad con varias naciones insulares del Pacífico, siendo uno de ellos, el de las Islas Salomón, que ha sido noticia recientemente.
Tras convertirse en la segunda economía del mundo, también invierte enormes sumas en más de 150 países de todo el mundo. Según el China Global Investment Tracker: “El valor de las inversiones y construcciones chinas en el extranjero en conjunto desde 2005 es de 2,2 billones de dólares”. Esta cifra es aproximadamente un tercio del total de Estados Unidos, que ascenderá a 6,15 billones de dólares a finales de 2020.
Sin embargo, según statista.com: “En 2020, Estados Unidos tenía la mayor acumulación de Inversión Extranjera Directa (IED) en el exterior de todo el mundo, que ascendía a unos 8,1 billones de dólares estadounidenses. China fue el segundo país a gran distancia, con unos 2,4 billones de dólares estadounidenses”.
Estas cifras muestran que el total de las inversiones extranjeras de China en el exterior asciende a entre una cuarta y una tercera parte de las de Estados Unidos, y equivale a un 133% del PBI anual de Italia. Italia es la octava economía del mundo y forma parte del G7.
Sin embargo, las cifras anteriores no dan la imagen completa. Hong Kong es el séptimo mayor inversor mundial, con cerca de 2 billones de dólares, y ya ha sido totalmente absorbido por China. De estas inversiones, 1,2 billones de dólares están en China, pero los 0,8 billones restantes están en otros países, lo que hace que el total de China supere fácilmente la marca de los 3 billones de dólares. Se mire como se mire, mientras que Estados Unidos sigue siendo el país imperialista más poderoso del mundo, China, en consonancia con el crecimiento de su propio PBI, se ha convertido en el segundo mayor inversor extranjero.
China también está muy involucrada en los préstamos. Según la Harvard Business Review: “En las dos últimas décadas, China se ha convertido en un importante prestamista mundial, con créditos pendientes que superan ya más del 5% del PBI mundial”. Y continúa: “En total, el Estado chino y sus filiales han prestado alrededor de 1,5 billones de dólares en préstamos directos y créditos comerciales a más de 150 países de todo el mundo. Esto ha convertido a China en el mayor acreedor oficial del mundo, superando a prestamistas oficiales tradicionales como el Banco Mundial, el FMI o todos los gobiernos acreedores de la OCDE juntos”.
No es de extrañar entonces que el China Global Investment Tracker añada el comentario: “Estados Unidos y algunos otros países siguen desconfiando de la actividad china”. Con este nivel de alcance global, viene el deseo por parte del gobierno chino de reforzar el control de China sobre las rutas comerciales, las fuentes de materias primas y la seguridad de una manera típicamente imperialista.
China en el Pacífico
Esto está muy claro en muchas partes del mundo. Las inversiones de China, además de los países capitalistas avanzados de Norteamérica y Europa, se extienden desde América Latina hasta África, pasando por Asia y el Pacífico. Y es al Pacífico al que dedicamos principalmente este artículo.
China tiene una posición dominante en las industrias de extracción de materias primas en todo el Pacífico. En 2019, recibió más de la mitad de los mariscos, la madera y los minerales exportados fuera de la zona, por un valor total de 3.300 millones de dólares. En consonancia con esto, más de una cuarta parte de la flota de buques mercantes en el Pacífico es china. China cuenta con 290 buques de este tipo, más que el total combinado de todos los países del Pacífico.
Más del 90% de las exportaciones de madera de Papúa Nueva Guinea y las Islas Salomón van a parar a China, al igual que el 90% de todos los recursos extractivos de las Islas Salomón. Papúa Nueva Guinea también suministra a China níquel de su mina de Ramu. Existen cifras similares para Vanuatu, Tonga y Palau. En total, en los últimos 20 años las empresas chinas han invertido más de 2.000 millones de dólares en la minería de la región del Pacífico.
Está claro que la región tiene una importancia clave para China. Esto explica sus recientes movimientos para llegar a acuerdos con varios países. Esto comenzó con el acuerdo de seguridad de cinco años firmado en abril entre China y las Islas Salomón. El motivo de este acuerdo es el objetivo a largo plazo de China de convertirse en la potencia predominante en la región.
Por el momento, el acuerdo prevé que China desempeñe un papel importante en la seguridad interna de las Islas Salomón. La policía china ya ha estado en la isla para formar a la policía local en métodos antidisturbios. El gobierno de las Islas Salomón se ha enfrentado a grandes disturbios populares y ha tenido que sofocar protestas masivas, y puede que tenga que volver a hacerlo en un futuro próximo. Pero China pretende claramente ir más allá.
Las Islas Salomón se encuentran, en efecto, en el patio trasero de Australia, por lo que se consideran dentro de la esfera de influencia de Estados Unidos. Si China llegara a establecer su propia base naval en las islas –algo que sigue negando públicamente que tenga intención de hacer– sería una amenaza directa para las rutas marítimas entre Estados Unidos y Australia. También sería una posición muy útil en caso de que alguna vez se produjera una amenaza de invasión china de Taiwán, lo que claramente acercaría a China y a Estados Unidos a un conflicto militar, ya sea directa o indirectamente. El hecho de que el actual gobierno de las Islas Salomón haya cambiado su reconocimiento diplomático a China en lugar de a Taiwán en 2019 es una indicación de cómo se están moviendo las cosas.
Sin embargo, los intereses de China en el Pacífico no se detuvieron en las Islas Salomón. Ahora está tratando de negociar un acuerdo que involucrará a alrededor de una docena de naciones insulares en el Pacífico, que incluye a la policía, la seguridad y la comunicación de datos. Si China llegara a cerrar este acuerdo –que contiene cuestiones comerciales y de seguridad– aumentaría enormemente su influencia en toda la región.
Wang Yi, ministro de Asuntos Exteriores de China, organizó una reunión en Fiyi a finales de mayo como parte de los esfuerzos para alcanzar el acuerdo. Esto ha hecho saltar las alarmas en la región y fuera de ella. David Panuelo, presidente de los Estados Federados de Micronesia (EFM), ha declarado abiertamente que el acuerdo podría desencadenar una nueva “guerra fría”, con China enfrentada a Occidente, y, en particular, a Australia, Japón, Estados Unidos y Nueva Zelanda. No es casualidad que los Estados Federados de Micronesia tengan un acuerdo de defensa con Estados Unidos, lo que refleja su posición como uno de sus peones en la región.
China también está buscando un acuerdo separado con Kiribati, que también estableció relaciones diplomáticas con China en lugar de con Taiwán en 2019. El acuerdo con Kiribati sería similar al firmado con las Islas Salomón. Mientras tanto, China también ha firmado un contrato con Vanuatu para construir una nueva pista de aterrizaje que amplíe la capacidad del aeropuerto de Pekoa, en la isla de Santo. Samoa también ha firmado un acuerdo bilateral con China que implica, entre otras cosas, “la paz y la seguridad”, y China proporcionaría a la pequeña nación un mayor desarrollo de infraestructuras. Una delegación china ha estado haciendo un gran número de visitas a islas, como Fiyi, Tonga, Vanuatu, Papúa Nueva Guinea y Timor Oriental, entre otras.
Mientras China se esfuerza por reforzar su posición económica y de seguridad en el Pacífico, su comercio con los países del sudeste asiático es ya mayor que el de Estados Unidos, y pretende reforzar esa posición aumentando su inversión extranjera directa en la región.
En respuesta a todo esto, Estados Unidos envió recientemente una delegación diplomática a las Islas Salomón, y Daniel Kritenbrink, secretario de Estado de Estados Unidos para Asuntos de Asia Oriental y el Pacífico, llegó a plantear la amenaza de una posible intervención militar estadounidense en el futuro si se producía algún movimiento para establecer una presencia militar china en las islas. La nueva ministra de Asuntos Exteriores australiana, Penny Wong, visitó recientemente Fiyi para expresar su preocupación por los movimientos de China en la región.
Finalmente, en la reunión que organizó China con los diez países a finales de mayo se decidió retrasar cualquier decisión, y Wang emitió una declaración en la que decía que había que seguir negociando para lograr el consenso necesario. Está claro que estas pequeñas naciones sienten la presión de dos potencias imperialistas enfrentadas y se resisten a pisar el terreno de una u otra. Pero, como hemos visto en algunos de estos países -como las Islas Salomón-, China se ha convertido, por mucho, en la principal potencia comercial, y con ello viene un incentivo para estrechar los vínculos diplomáticos y de seguridad.
Joe Biden intenta contrarrestar
Alarmado por los avances de China en la región, Joe Biden ha lanzado un intento de lograr un pacto económico con varios países del Indo-Pacífico, lo que a su vez ha enfadado al gobierno chino. Paralelamente, Estados Unidos se esfuerza por reforzar su posición militar, como demuestra la firma el año pasado del pacto AUKUS [Australia, Reino Unido y Estados Unidos], un nuevo acuerdo de seguridad con el Reino Unido y Australia, en el que Estados Unidos proporcionará a Australia submarinos de propulsión nuclear, claramente dirigidos contra China.
El 23 de mayo se organizó en Tokio un acto para lanzar el Marco Económico Indo-Pacífico para la Prosperidad. Se trata de un intento por parte de Joe Biden de contrarrestar la creciente influencia de China reuniendo a una docena de países de la región. India, Vietnam, Indonesia, Tailandia, Brunei y Filipinas han acordado participar en las negociaciones y unirse a Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda, Singapur y Malasia. El acuerdo que busca Estados Unidos incluye el comercio digital y la facilitación del comercio, la energía limpia y la descarbonización, las cadenas de suministro y (supuestamente al menos) la lucha contra la corrupción y la fiscalidad.
La ironía es que la mayoría de los países a los que Biden trata de convencer para que lleguen a un acuerdo también han firmado acuerdos comerciales con China, como parte de lo que se conoce como Asociación Económica Integral Regional. En efecto, lo que tenemos aquí es una importante línea de fractura en las relaciones mundiales, que implica una batalla entre la potencia imperialista más poderosa del planeta, Estados Unidos, y la potencia creciente de China.
La creciente fuerza militar de China
Inevitablemente, en algún momento, con el crecimiento del poder económico llega también el poder militar. Estados Unidos tiene un gasto militar anual de 778.000 millones de dólares, más que el gasto total combinado de las siguientes nueve potencias militares. Estas son las cifras: China: 252.000 millones de dólares, India: 72.900 millones de dólares, Rusia: 61.700 millones de dólares, Reino Unido: 59.200 millones de dólares, Arabia Saudí: 57.500 millones de dólares, Alemania: 52.800 millones de dólares y Francia: 52.700 millones de dólares.
Lo que cabe destacar aquí es que China es el segundo país del mundo que más gasta en armas, y gasta más que las cuatro potencias siguientes juntas, incluida Rusia. Y aunque todavía sólo gasta algo menos del 2% de su PBI en armamento (frente al 3,7% de EE.UU.) ha ido creciendo masivamente en términos absolutos, pasando de poco más de 20.000 millones de libras en el año 2000, a más de diez veces esa cifra, como podemos ver más arriba.
China tiene ahora la mayor armada del mundo, según las cifras del gobierno chino, y tiene submarinos que pueden lanzar misiles con armas nucleares. El Wall Street Journal ha advertido que, “primero con sigilo, luego por grados, y ahora a pasos agigantados, China está construyendo una flota de alta mar y una red de bases para extender su influencia militar y política”. Una nueva base militar secreta china en Camboya debería despertar a la clase política de Estados Unidos -incluyendo a los mandos de la Armada- ante lo que se está convirtiendo rápidamente en un desafío global chino”.
El mismo artículo explica que “China quiere una red global de bases que facilite la proyección de poder”. Y añade: “La proliferación de bases del ejército chino va acompañada de una armada china en constante crecimiento. Estados Unidos va en la dirección opuesta, con 297 barcos y planea bajar a 280 en 2027. China tiene 355 y se dirige a 460 en 2030. Pekín confía en buques más pequeños, pero pronto lanzará un avanzado portaaviones que le permitirá proyectar su poder aéreo en el extranjero”.
Un informe de Al Jazeera señala lo siguiente sobre el ejército chino:
“[E]n sus filas hay más de 915.000 soldados en servicio activo, lo que empequeñece a Estados Unidos, que tiene unos 486.000 soldados activos, según el último informe del Pentágono sobre el poder militar de China.
“El ejército también ha estado abasteciendo su arsenal con armas de cada vez más alta tecnología. En 2019, el misil balístico intercontinental DF-41, que según los expertos podría alcanzar cualquier rincón del planeta, fue presentado durante el desfile militar del Día Nacional. Pero fue un misil hipersónico DF-17 lo que más llamó la atención.
“Este año, se informó que China había probado armas hipersónicas en dos ocasiones -una en julio y otra en agosto- y un alto general estadounidense describió el avance casi como un “momento Sputnik”, en referencia al lanzamiento del satélite de la Unión Soviética en 1957, que marcó su liderazgo en la carrera espacial”.
La fuerza aérea china también se ha ampliado masivamente y se ha convertido en la mayor de la región Asia-Pacífico y la tercera del mundo. Cuenta con más de 2.500 aviones y unos 2.000 aparatos de combate. Estas son las cifras publicadas en un informe anual de la Oficina del Secretario de Defensa de Estados Unidos publicado en 2020.
Nuevo equilibrio de fuerzas
Todas estas son muy buenas razones por las que la clase dominante estadounidense está preocupada -muy preocupada, por cierto- y está intentando maniobrar para recuperar el terreno perdido. Estados Unidos sigue siendo, de lejos, la mayor y más armada potencia imperialista del planeta, pero China -al menos en la región del Indo-Pacífico- se ha convertido en una importante amenaza para sus intereses.
Esta semana (del 10 al 12 de junio) se celebra en Singapur la principal reunión de seguridad de Asia, conocida como el Diálogo de Shangri-La, y tanto Estados Unidos como China contarán con sus delegaciones. Con la agresiva postura de China hacia Taiwán, sus operaciones militares en el Mar de la China Meridional y sus recientes movimientos para ampliar su influencia en la región del Pacífico -como se ha señalado anteriormente-, junto con los intentos de Biden de construir una alianza para contrarrestar el creciente peso de China en la región, la cumbre podría ser testigo de un conflicto abierto entre la primera y la segunda potencia del mundo.
Taiwán será claramente una fuente importante de conflicto, así como la postura de China en la guerra de Ucrania. Durante años, Estados Unidos se ha mantenido en una posición de la llamada “ambigüedad estratégica” sobre si intervendría militarmente en caso de que Taiwán fuera invadida por China. Sin embargo, las recientes declaraciones de Biden parecieron cambiar la política estadounidense hacia la perspectiva de una intervención militar directa. Posteriormente, los funcionarios estadounidenses han tratado de restarle importancia, pero la amenaza se mantiene y ha enfadado a los funcionarios chinos.
El 21 de mayo, la APEC se reunió en condiciones muy diferentes a las de su creación en 1989. Ahora la economía mundial se encuentra en una profunda crisis, con todas las grandes potencias luchando por defender sus esferas de influencia y sus mercados. La pandemia ha interrumpido las cadenas de suministro. La guerra de Ucrania ha agravado la situación. La globalización se está rompiendo, con la aparición de bloques de poder regionales.
En esa reunión, mientras hablaba el ministro de Economía ruso Maxim Reshetnikov, los representantes de Canadá, Nueva Zelanda, Japón y Australia, junto con los estadounidenses, se retiraron en señal de protesta. Al parecer, querían “un lenguaje más fuerte sobre la guerra de Rusia”. Esto podría repetirse en la cumbre de este fin de semana.
Todo esto subraya la nueva época en la que vivimos. En el período en que el mundo estaba dominado por dos superpotencias, Estados Unidos y la URSS, se había establecido un cierto equilibrio. En la base de la relativa estabilidad de ese período estaba el poderoso auge de la posguerra, que vio un crecimiento económico sin precedentes durante décadas. Esto terminó con el colapso de la Unión Soviética y la aparición de los Estados Unidos como única superpotencia.
La clase dirigente estadounidense estaba llena de confianza, tal y como expresó el entonces presidente de EE.UU., George H W Bush, en 1991, cuando declaró: “Cien generaciones han buscado este esquivo camino hacia la paz, mientras mil guerras hacían estragos a lo largo del esfuerzo humano”. Hoy ese nuevo mundo está luchando por nacer, un mundo muy diferente del que hemos conocido”.
El nuevo mundo que ha nacido no es el que Bush pensaba entonces. Estados Unidos ha demostrado no ser tan poderoso como había imaginado y la promesa de paz se ha desvanecido. El mundo está preñado de guerras, con la actual guerra en Ucrania claramente como una guerra indirecta entre Rusia y la OTAN -dirigida por EE.UU.- mientras que un conflicto mayor y potencialmente mucho más peligroso se está gestando en la región del Indo-Pacífico.
Al igual que se planteó la amenaza de una tercera guerra mundial al estallar la guerra en Ucrania, también hay quien contempla la posibilidad de que surja una guerra mundial a raíz de un futuro conflicto entre China y Estados Unidos por Taiwán. Otra cuestión es si Estados Unidos intervendría directamente con sus propias fuerzas militares. Hemos visto cómo, incluso en Ucrania, la OTAN se ha negado sistemáticamente a imponer una “zona de exclusión aérea” sobre el territorio ucraniano, ya que esto habría supuesto un conflicto directo con las fuerzas rusas.
De hecho, tras el desliz de Biden sobre la política de Estados Unidos hacia Taiwán, el general estadounidense Lloyd Austin, actual secretario de Defensa de Estados Unidos, insistió en que el comentario de Biden “puso de manifiesto nuestro compromiso, en virtud de la Ley de Relaciones con Taiwán, de ayudar a proporcionar a Taiwán los medios para defenderse”. La Ley de Relaciones con Taiwán establece que EE.UU. debe proporcionar “artículos de defensa y servicios de defensa en la cantidad que sea necesaria para permitir a Taiwán mantener una capacidad de autodefensa suficiente.”
La confrontación militar directa entre grandes potencias nucleares plantea el riesgo de que ambas partes se destruyan mutuamente, sin que ninguna salga ganando. Eso no es, por supuesto, del interés de la clase dominante. Por esa razón, en cualquier conflicto futuro sobre Taiwán, Estados Unidos podría tratar de doblegar a China mediante sanciones masivas, en lugar de una intervención militar directa, como está intentando hacer con Rusia en la actualidad.
Sin embargo, tal escenario conduciría a una guerra comercial de proporciones sin precedentes y sería devastadora para todas las economías del planeta. Llevaría a un inmenso sufrimiento para millones de personas a una escala nunca vista en la historia. Ya vemos lo que están consiguiendo las sanciones contra Rusia: un aumento de la pobreza en los países avanzados, mientras que los países más pobres se enfrentan a una hambruna masiva.
Este es el “nuevo mundo” que ha nacido. Y es una condena de todas las clases dominantes, de todos los capitalistas del mundo, los norteamericanos, los europeos, los chinos y los rusos, y todas las demás potencias secundarias. Todos ellos sólo ven sus propios y egoístas intereses de clase, sus propios y estrechos intereses nacionales. Esto es una señal de que el capitalismo dejó hace tiempo de tener un papel progresista para hacer avanzar la sociedad. Ahora nos está arrastrando a las profundidades de la barbarie.
El poder de la clase obrera
Sin embargo, hay una fuerza en el mundo que podría poner fin a este escenario de pesadilla: la clase obrera mundial. Hay más de 3.000 millones de trabajadores en todo el mundo. Ellos y sus familias, junto con los pobres y oprimidos del mundo, tienen el poder de cambiar todo esto. Los trabajadores de todos los países deben unirse como una fuerza y derrocar a las clases dominantes en sus propios países. Los trabajadores estadounidenses, europeos y chinos, junto con los trabajadores de todos los continentes, no tienen ningún interés en librar guerras fratricidas de destrucción masiva y muerte.
En tiempos de guerra y de chovinismo nacional, los marxistas deben destacarse como internacionalistas y poner de manifiesto los intereses comunes de los trabajadores de todos los países contra sus clases dominantes nacionales. Tenemos que explicar que los trabajadores de China y Estados Unidos no tienen nada que ganar con una futura guerra o conflicto entre los dos países, por no mencionar el hecho de que Taiwán sería destruido en el proceso, como Ucrania está siendo destruida hoy ante nuestros ojos.
Sin embargo, hay otra cara de este escenario, y es que la profundización de la crisis económica, que afecta a todos los países, también está produciendo un cuestionamiento cada vez mayor de cada clase dirigente nacional en sus respectivos países. Los trabajadores y los jóvenes se ven afectados por la crisis del coste de vida, con una inflación que se dispara en todas partes. Esto está preparando el terreno para la intensificación de la lucha de clases, que ya se refleja en la actividad huelguística en un país tras otro. Esto viene acompañado de iniciativas para sindicalizar a los trabajadores no organizados, así como de cambios de humor dentro de los sindicatos hacia una mayor combatividad.
Hemos visto enormes protestas en países desde Kazajstán a Sri Lanka, desde Turquía a Irán, desde Líbano a Sudán, y también en el corazón del propio imperialismo, Estados Unidos. En algunos de estos países, los movimientos han sido de proporciones insurreccionales. Es a través de estos movimientos que podemos empezar a ver la alternativa a la guerra entre las naciones: la guerra entre las clases.
Disponemos de enormes fuerzas productivas en todo el mundo que han sido creadas durante décadas y siglos. Si estos recursos se utilizaran en una cooperación fraternal de todos los pueblos, podríamos empezar a resolver todos los grandes problemas a los que nos enfrentamos, desde el cambio climático, hasta la guerra, desde la inflación galopante hasta la escasez de alimentos.
Este es el mensaje que debemos llevar a los trabajadores del mundo. En las palabras finales de Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto Comunista: “Los proletarios no tienen nada que perder, salvo sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar. Proletarios de todos los países, ¡uníos!”
Fuente: Lucha de Clases