James Connolly nació el 5 de junio de 1868, en el seno de una familia trabajadora del gueto de Cowgate, en Edimburgo. Su padre John era un trabajador no cualificado que trabajó primero en la recogida de estiércol y luego en el mantenimiento de los baños públicos de la ciudad. Él y su mujer Mary eran inmigrantes irlandeses llegados desde Monaghan durante la gran hambruna y se mudaron a Escocia en un momento en el que sus barrios marginales se encontraban entre los más pobres de las islas británicas.
Los Connollys eran una familia política. El padre de James fue un militante sindicalista, implicado en numerosas huelgas durante la infancia de su hijo. Pero quizá más importante, cartas descubiertas en la Marx Memorial Library de Londres recientemente han establecido que los tíos de James eran Fenianos, nacionalistas revolucionarios y partidarios del levantamiento que tuvo lugar en Irlanda un año antes de su nacimiento.
La vida no fue fácil para el joven James Connolly. Empezó a trabajar a los nueve años, primero en una panadería, luego como repartidor del periódico local y finalmente en una fábrica de tejas. Después de esto vino un capítulo que desapareció en gran medida de las hagiografías republicanas posteriores: en 1882, a los catorce años, siguió a su hermano John al alistarse en el ejército británico. Las circunstancias que rodearon su alistamiento se detallan en la biografía del historiador Donal Nevin, pero aún queda mucho debate sobre sus motivaciones. Para algunos, era un trabajador joven con perspectivas laborales limitadas que intentaba ganar un salario, para otros, su posible presencia en un regimiento, el King’s Liverpool, que había sido infiltrado por los fenianos menos de dos décadas antes sugería objetivos políticos. En cualquier caso, en una ironía de la historia, fue el ejército británico el primero que trajo a James Connolly a Irlanda.
Realmente, muy poco se sabe sobre su primera etapa en Irlanda, incluso se discute el regimiento en el que sirvió. Sabemos que fue una época turbulenta, con el ejército británico participando en los desalojos durante la Guerra Agraria, sofocando las luchas sectarias y acabando con las rebeliones en las prisiones. Parece poco probable que el joven Connolly no estuviera involucrado en parte de esta represión. Una cosa que sí sabemos es que, mientras estaba en Irlanda, Connolly se enamoró de una joven protestante llamada Lillie Reynolds. Ya fuera por la primera o la última razón, James Connolly se cansó del ejército británico y desertó cuando se enteró de que lo destinarían a la India. En su lugar, se mudó con Lillie de regreso a Escocia
Camino al socialismo
Después de dejar el ejército, James Connolly siguió a su hermano a Dundee, donde el último se estableció no sólo como trabajador sino como miembro de la Socialist League. Desde allí, regresó a Edimburgo en 1890, para entonces un socialista totalmente comprometido, y se lanzó a la agitación sindical y la organización socialista con la Scottish Socialist Federation. Un joven James Connolly, intelectual autodidacta de clase trabajadora, era en ese momento una de las figuras principales de una generación que fundó el movimiento socialista en Escocia y era activo en el entorno del Independent Labour Party, junto a Keir Hardie. Leía con voracidad, estudiaba historia y literatura, llegando incluso a aprender por su cuenta algo de alemán y francés para leer clásicos marxistas en sus idiomas originales.
En 1894, Connolly se presentó a las elecciones locales en Edimburgo y, poco después, su militancia entró en conflicto con sus empleadores en el Ayuntamiento. Incluido en la lista negra de trabajadores y despedido de su trabajo, abrió brevemente una tienda de zapatero, antes de dejar Escocia en 1896 para ocupar un puesto en Dublín como organizador de los Socialist Clubs, que luego cambiarían de nombre por el de Irish Socialist Republican Party (ISRP). Con el ISRP Connolly se dispuso por primera vez a emprender el proyecto político que definiría su vida, sintetizando las luchas nacionales y sociales en Irlanda. Su primer trabajo importante, Erin’s Hope -publicado en 1897- evidencia este camino, que comprende ensayos que había escrito en una conversación con la publicación nacionalista irlandesa Shan Van Vocht y la revista socialista británica Labor Leader de Keir Hardie, explicando a cada uno la necesidad de la causa del otro.
Treinta años antes, la Fenian Proclamation, probablemente escrita por James Stephens de la Primera Internacional de Karl Marx, había apelado a “los trabajadores de Inglaterra” a “recordar el hambre y la degradación que la opresión del trabajo trajo a sus hogares” y prestar su apoyo a la República Irlandesa. En Erin’s Hope, Connolly volvería a retomar este estandarte, afirmando que:
Ningún revolucionario irlandés que se precie se negaría a echar una mano a la socialdemocracia de Inglaterra en el esfuerzo por desarraigar el sistema social del cual el Imperio Británico es el ápice, y de la misma manera ningún socialdemócrata inglés deja de reconocer claramente que el estallido que presagiaría la caída de las clases dominantes en Irlanda sonaría como el primer paso de la revuelta de los desheredados en Inglaterra.
Como organizador del Irish Socialist Republican Party, Connolly dirigió el movimiento en Irlanda hacia una plataforma revolucionaria e hizo campaña contra los intereses imperiales británicos. En 1897 organizó una manifestación contra las celebraciones del Jubileo Real en Dublín, instando a los irlandeses a “protestar contra la suposición básica de que le debemos a este imperio cualquier otra deuda que no sea el odio a todas sus instituciones saqueadoras”. Como parte de los eventos, marchó por la vía principal, Sackville Street, llevando un ataúd adornado con las palabras “Imperio Británico”. Su decisión de terminar este espectáculo arrojando el ataúd al río Liffey finalmente resultó en su primera estancia en una prisión irlandesa.
En 1898, Connolly comenzó a escribir, imprimir y distribuir su propio periódico, The Workers’ Republic. Usó sus páginas para condenar amargamente el movimiento moderado del Home Rule —“un complot para engañar al trabajador irlandés en interés de su amo irlandés”— y para subrayar la necesidad de una ruptura revolucionaria con el Imperio Británico. También desafió al clero católico, ahora los opositores más vehementes del socialismo en Irlanda, respondiendo a los sermones y construyendo una visión audaz y no sectaria de la política de izquierdas.
En 1899, el The Workers’ Republic albergaba algunas de las intervenciones teóricas más importantes de Connolly sobre la naturaleza del socialismo. Primero, en un artículo titulado “Monopolio estatal versus socialismo”, desafió la idea de que la nacionalización en sí misma era socialista. Si bien reconoció que la propiedad estatal había mejorado las condiciones de los trabajadores, señaló que la nacionalización de la infraestructura y la ayuda estatal a las industrias se habían utilizado a menudo como un medio para apuntalar la propiedad privada de los medios de producción en lugar de socavarla. Los socialistas necesitaban luchar no solo por más propiedad estatal, sino por un tipo diferente de estado, uno donde los trabajadores controlaran colectivamente la producción. “Al grito de los reformadores de la clase media, ‘hagan de esto o aquello propiedad del gobierno’, respondemos, ‘sí, en la medida en que los trabajadores estén dispuestos a hacer del gobierno su propiedad’”, concluyó.
Más tarde ese mismo año, Connolly expondría un caso materialista a favor del socialismo en un artículo titulado “La base económica de la política”. En él se burlaba de la noción de que las ideas por sí solas eran la fuerza motriz de la historia, argumentando que “una fuerza política efectiva” tenía que tener sus orígenes “en lo profundo de la vida cotidiana de la gente, [no] en los cerebros de una media docena de señores en el parlamento”. Burlándose de la teoría de la historia del “gran hombre”, dijo que siempre era fácil persuadir “las mentes de los pensadores superficiales de la clase media” de que “el mundo giraba alrededor de sus héroes y personas exitosas”. En cambio, argumentó, “la condición social de la masa popular es el factor determinante en la actividad política”, concluyendo que “el asiento del progreso y la fuente de la revolución no está en el cerebro, sino en el estómago”.
Connolly continuaría con su agitación anti-imperial durante estos años, organizando mítines contra la guerra de los bóeres y haciendo campaña contra el alistamiento en el mismo ejército británico en el que había servido solo unos años antes. El Imperio Británico era ahora el foco firme de sus energías, tanto que a menudo miraba a sus enemigos con una benevolencia que apenas merecían. En el caso de la guerra de los bóeres, su presentación de las repúblicas sudafricanas como representativas de los intereses proletarios estaba claramente fuera de lugar, aunque su postura contraria a la guerra contrastaba notablemente con los órganos socialistas británicos como el periódico The Clarion o la Fabian Society, que cerraron filas tras la postura del gobierno.
Si bien sus escritos sobre política internacional carecían de cierta profundidad en ese momento, la calidad de su prosa sobre Irlanda solo hacía que mejorar. En 1900, en respuesta a un desfile nacionalista de niños, Connolly criticó al movimiento separatista por su falta de compromiso para mejorar las condiciones sociales. Citando al poeta socialista Fred Henderson, instó a quienes luchan por la libertad de Irlanda a “pensar en los niños que pululan y mueren […] en guaridas repugnantes donde reina la desesperación”. El artículo está definido por uno de los pasajes más líricos de Connolly:
Irlanda sin su gente no es nada para mí, y el hombre que está rebosante de amor y entusiasmo por “Irlanda”, y aún así puede pasar impasible por nuestras calles y ser testigo de todo el mal y el sufrimiento, la vergüenza y la degradación forjada sobre el pueblo de Irlanda, sí, forjado por irlandeses sobre hombres y mujeres irlandeses, sin arder para acabar con él, es, en mi opinión, un fraude y un mentiroso en su corazón, no importa cuánto ame esa combinación de elementos químicos a los que le complace llamar “Irlanda”.
Sin embargo, su carrera política en Irlanda no estaba alcanzando las alturas de su escritura. Connolly se presentó sin éxito en las elecciones municipales de 1900, 1902 y 1903, y sus fracasos le dolieron particularmente a la luz del éxito de otros representantes laboristas que, al mismo tiempo, se abrieron paso con listas más moderadas. Realmente, el Irish Socialist Republican Party de Connolly no había estado muy involucrado en el movimiento sindical en estos años, a pesar de que él mismo se convirtió en delegado del consejo sindical de Dublín en 1901. Así, el partido había ignorado en gran medida las disputas significativas que involucraban a los constructores, sastres e ingenieros durante su tiempo como su organizador. No fue hasta que Connolly se fue de Irlanda a Estados Unidos, en 1903, que se dio cuenta de la importancia del sindicalismo radical.
Connolly en Estados Unidos
Connolly había sido invitado por primera vez a hacer una gira por Estados Unidos en 1902 por el Socialist Labor Party (SLP) de Daniel De Leon, quien por aquel entonces se encontraba al frente de un resurgimiento del sindicalismo industrial en el país. Connolly había establecido sus credenciales de Leonista un año antes como editor fundador de The Socialist, una escisión de izquierda de la British Social Democratic Federation (SDF) de la cual había sido un miembro crítico. El SLP estadounidense le correspondió al reimprimir el folleto de Connolly, Erin’s Hope, en un intento de atraer a la gran cantidad de trabajadores inmigrantes irlandeses en las ciudades de Estados Unidos. Sus compromisos durante el viaje llevaron a Connolly al prestigioso Cooper Union Hall, donde eminentes figuras políticas estadounidenses, desde Abraham Lincoln hasta Frederick Douglass y Susan B. Anthony, habían hablado en años anteriores. La aclamación con la que sus palabras fueron recibidas por los trabajadores irlandeses persuadió al SLP de traer a Connolly a Estados Unidos a tiempo completo y emigró al año siguiente.
Pero la introducción de Connolly al socialismo americano no fue fácil. A los seis meses de su llegada, se vio envuelto en una amarga disputa con De Leon sobre la política del SLP. Connolly escribió una carta a la publicación del partido The People criticando a un líder del SLP en Nueva York por argumentar que cualquier aumento salarial que obtuvieran los trabajadores bajo el capitalismo inevitablemente se vería compensado por un aumento de precios equivalente. Esto, dijo Connolly, podría “sonar muy revolucionario”, pero no era cierto y llevó al partido a una política de no luchar por mejorar la vida de los trabajadores. Además, se ofendió por la participación del SLP en asuntos religiosos, argumentando que estos deberían permanecer privados en el movimiento socialista y que el clero solo debería involucrarse en cuestiones de teología y no en asuntos políticos y económicos.
Connolly también discrepó con la publicación en The People del libro Women Under Socialism del socialista alemán August Bebel. Los ataques del libro a la institución del matrimonio y su fascinación “casi lasciva” por los asuntos sexuales, en opinión de Connolly, probablemente alejarían a los trabajadores del movimiento socialista. Aunque Connolly estuvo de acuerdo en que las mujeres estaban particularmente oprimidas por el capitalismo, dejó claro en este debate que creía que el socialismo solo era capaz de resolver el aspecto económico de esta cuestión, y que los argumentos sobre las relaciones sexuales seguirían siendo “acaloradamente discutidos” después de la revolución.
La conducta de De Leon durante la disputa (censurar a Connolly de The People y obligarlo a responder en la prensa británica mientras publicaba innumerables artículos criticando sus posiciones) provocó una ruptura entre los dos hombres. Pero en 1905 se unieron de nuevo, junto con otras figuras del movimiento socialista estadounidense como Eugene Debs, Mother Jones, Big Bill Haywood y Lucy Parsons para fundar el Industrial Workers of the World (IWW). El IWW abogó por “un gran sindicato” que representara a toda la clase trabajadora y acabara con el faccionalismo promovido por la American Federation of Labor, que hasta entonces había excluido de sus filas a los trabajadores no calificados. Fue en este entorno que Connolly se encontró con el sindicalismo radical y desarrolló su creencia en una “mancomunidad cooperativa” que daría forma a su vida posterior.
Connolly se implicó con el IWW, primero en el comité de defensa de Bill Haywood, Charles Moyer y George Pettibone, militantes industriales acusados falsamente de asesinato, y luego, en 1907, como organizador en la costa este. Este papel llevó a Connolly al corazón del movimiento obrero, exponiéndole por primera vez a la organización de las masas y a las distintas tácticas de huelga. Aunque fracasó en sus intentos de organizar una huelga en Estados Unidos (pues encontró trabajadores de tranvías no sindicalizados que no estaban dispuestos a alinearse junto con electricistas e ingenieros), aprendió más de las huelgas solidarias del IWW. Así, Connolly adoptó el enfoque del sindicato según el cual la unión de los trabajadores de todos los sectores en puntos clave de la economía capitalista suponía la mejor oportunidad de transformar el sindicalismo de algo reformista a una política revolucionaria.
Aunque se puso del lado de los anarquistas contra De León en 1908 -rompiendo con el SLP por su dogmatismo- nunca abandonó su creencia en la necesidad de un partido socialista y en que su participación en las elecciones era parte integral del avance de la causa. Connolly continuó asumiendo un papel como organizador nacional del Socialist Party of America de Eugene Debs en 1909 y 1910, pero nunca olvidó el papel del sindicalismo industrial, manifestando que “sin el poder del sindicato industrial detrás de ella, la democracia sólo puede entrar en el estado como la víctima entra en la garganta de la serpiente.”
Sin embargo, durante todo su tiempo en Estados Unidos, Connolly nunca perdió su conexión con Irlanda. Escribió su obra más importante Labor in Irish History durante su etapa en los Estados Unidos a partir de notas recopiladas mientras estudiaba en la Biblioteca Nacional de Dublín. El libro fue un intento de reevaluar la historia de Irlanda desde un punto de vista socialista, algo que Friedrich Engels había aspirado a hacer durante sus viajes por el país.
El alcance del trabajo era ambicioso: Connolly se adentró en las antiguas sociedades gaélicas para encontrar restos del comunismo, un enfoque que probablemente aprendió del tratamiento que dio el socialista escocés John Leslie a las sociedades de clanes. Pero también abordó preocupaciones más contemporáneas: desde las rebeliones campesinas hasta la comuna de Ralahine del “primer socialista irlandés” William Thompson, y desde la Society of United Irishmen hasta las luchas republicanas del siglo XIX. Probablemente su capítulo más famoso se titula “Un capítulo de horrores: Daniel O’Connell y la clase trabajadora”, en el que Connolly critica duramente a una de las figuras más populares de la historia de Irlanda por liderar una emancipación católica que benefició a los ricos a expensas de los proletariado.
En sus últimos años en Estados Unidos, Connolly fundó la Irish Socialist Federation (ISF) junto con otros destacados socialistas irlandeses, incluida Elizabeth Gurley Flynn. Su lema “Fag an’ Bealac”, que en irlandés significa “Despejar el camino”, fue tomado de un eslogan que aparecía en las banderas de los batallones irlandeses que lucharon contra la esclavitud durante la Guerra Civil Estadounidense. Sin embargo, pese a las esperanzas depositadas en ese período, Connolly encontró en los Estados Unidos del siglo XX un terreno hostil para la política progresista. Escribiría sobre la Estatua de la Libertad en The Harp, la publicación de la ISF:
Se encuentra sobre un pedestal fuera del alcance de las multitudes; solo se pueden acercar aquellos que tienen el dinero para pagar el pasaje; tiene una lámpara para iluminar al mundo, pero la lámpara nunca se enciende, y nos sonríe cuando nos acercamos a América, pero una vez que estamos en el país, nunca vemos nada más que su espalda.
El retorno a Irlanda
La fundación del Irish Transport and General Workers’ Union (ITGWU) en 1909 fue el detonante de la decisión de Connolly de regresar a Irlanda. Dos años antes, una gran huelga portuaria en Belfast había empleado tácticas sindicalistas con cierto éxito por primera vez en Irlanda, atrayendo no solo a trabajadores portuarios sindicalizados sino también carreteros, trabajadores de astilleros, marineros, bomberos, caldereros, carboneros, trabajadores del transporte y las mujeres de la fábrica de tabaco más grande de la ciudad se declararon en huelga simultáneamente para paralizar la segunda ciudad de la isla. Esa huelga había sido organizada por Jim Larkin, un sindicalista irlandés nacido en Liverpool que se convertiría en el aliado más importante de Connolly. Después del fracaso de la huelga de Belfast para obtener el reconocimiento sindical, Larkin se mudó al sur, organizó a los trabajadores en Dublín, Cork y Waterford y obtuvo aumentos salariales significativos. Seguidamente, fundó el periódico The Irish Worker en 1911, una publicación que asumió el papel del ya extinto Workers Republic. Connolly se convirtió en un columnista habitual de ese periódico y escribió en su primer artículo que la huelga portuaria de Belfast era solo la semilla “de futuros éxitos de la variante irlandesa de ese movimiento hacia delante, de ese gran ejército de trabajo conquistador, que está destinado -creo en nuestro propio tiempo- a conquistar y poseer el mundo.”
Connolly y Larkin se complementaban muy bien como líderes de un movimiento laboral irlandés en auge. El escritor estadounidense James T. Farrell resumió la imagen proyectada por la pareja:
Connolly era preciso, metódico. Pensaba y planeaba sin cesar. Trataba de tenerlo todo en cuenta de antemano. Estudió las revoluciones del pasado para extraer lecciones que pudiera aplicar en las luchas que anticipó en el contexto irlandés. Tenía una indignación profunda, pero por lo general se controlaba. Larkin era más emotivo, impetuoso, violento, extravagante. En sus discursos y en sus acciones, fue un improvisador. No se detuvo a razonar ni a planear. Hablaba con un fluir rápido, con amplios gestos. Sus discursos estaban llenos de hipérboles, de reproches, de acidez, de sentimentalismo y de llamamientos entusiastas.
Pero Connolly, quizás más que cualquier otra cosa, era un hombre de fuertes convicciones, y cualquier idea de que encarnaba únicamente los fríos cálculos de la acción militante sería errónea. En un obituario, su camarada Cathal O’Shannon escribiría que si bien las palabras de Connolly no “despertaron el entusiasmo salvaje y vertiginoso evocado por el estallido de un demagogo”, produjeron un compromiso más duradero que “obligaba al oyente a actuar del lado de Connolly en lugar de simplemente corear sus palabras”. “De Connolly”, dijo O’Shannon, “obtenías una declaración convincente, coherente y razonada, presentada de la manera más clara posible, ilustrada con las alusiones más reveladoras, con el argumento organizado de la manera más fría y tranquila, pero calentado con el fuego ardiente de la simpatía y la sinceridad.”
Juntos, Connolly y Larkin hicieron la guerra a los patrones de Irlanda y, a principios de 1913, obtuvieron una victoria histórica al derrotar un cierre patronal en Sligo. Su siguiente objetivo fue conquistar el campo industrial en Dublín, pero esta resultó ser una tarea difícil. Habiendo visto la ola sindicalista barrer el país en años anteriores, los patrones de la capital estaban bien organizados para rechazar las demandas de reconocimiento sindical y, encabezados por William Martin Murphy, dejaron sin actividad a veinte mil trabajadores durante meses mediante un cierre patronal. Connolly y Larkin viajaron a Gran Bretaña para tratar de recaudar fondos para apoyar la huelga, que, al tener lugar en una ciudad cuyos barrios pobres eran más pobres que los de Calcuta, estaba provocando penurias a una escala insoportable para las familias de los trabajadores.
Finalmente, los esfuerzos de los trabajadores fracasaron y el cierre patronal de Dublín acabó en victoria para los empresarios. Sin embargo, durante el cierre Connolly se involucró en la fundación del Ejército Ciudadano Irlandés (ICA), una milicia de trabajadores establecida para proteger a los huelguistas de la policía y probablemente el primer ejército “rojo” del mundo. El establecimiento de la ACI y la partida de Larkin derrotado hacia Estados Unidos resultaron ser decisivos, moldeando el camino de Connolly en los años venideros mientras centraba su atención en la revolución nacional.
La Revolución Nacional
Hay mucho debate sobre el giro de Connolly hacia la causa nacional tras la derrota del cierre patronal de 1913. Para veteranos del Citizen Army como el escritor Seán O’Casey fue una retirada hacia el nacionalismo que amenazaba al movimiento socialista en Irlanda. Sin embago, para otros como el historiador Desmond Greaves fue una revelación de que el imperialismo británico era el principal obstáculo para el socialismo en Irlanda. En cualquier caso, tanto en la escritura como en la actividad práctica, Connolly comenzó a centrarse más en la cuestión nacional.
Un factor que indudablemente influyó en este giro fue el descenso de la Europa continental hacia la Primera Guerra Mundial. Connolly era un partidario comprometido de la Segunda Internacional y creía firmemente que el movimiento obrero internacional evitaría el inicio de la matanza imperial. Ver a sus camaradas en numerosos partidos socialdemócratas europeos romper con la causa internacionalista y respaldar a sus clases dominantes en la guerra fue un shock. Connolly fue una figura clave en la fundación de la Irish Neutrality League en octubre de 1914. Ese mismo mes, el Irish Worker publicó el lema “No servimos ni al rey ni al Kaiser”, y se colgó una pancarta que decía lo mismo en el Liberty Hall, la sede del ITGWU.
Fue este movimiento el que unió a Connolly con Arthur Griffith, el fundador del Sinn Féin, quien apenas unos meses antes había demonizado a los trabajadores en huelga durante el cierre patronal y llamó a Jim Larkin “un agitador inglés que difunde una doctrina ajena”. Pero Connolly ya había decidido que tales alianzas eran necesarias para su próximo curso de acción. Siguiendo una instrucción de la Segunda Internacional de 1907 de que los trabajadores deberían rebelarse si estallaba la guerra y tratar de usar la crisis para derribar el capitalismo, Connolly se dispuso a planear una insurrección y con ese fin se reunió con Griffith, así como con miembros de alto rango de la Irish Republican Brotherhood (IRB) en 1914.
Pero incluso en alianza con reaccionarios como Griffith, Connolly no sacrificó su política progresista. En 1915 publicó un panfleto titulado The Reconquest of Ireland, donde abogaba por la transformación socialista del país. Uno de sus capítulos trataba sobre la liberación de la mujer y fue, con mucho, el pensamiento más avanzado producido en este sentido por cualquier socialista irlandés. Tanto es así, de hecho, que influiría en una generación de feministas socialistas irlandesas, incluidas Constance Markievicz, Helena Molony y Kathleen Lynn; Una de las primeras sufragistas elogiada por Francis Sheehy-Skeffington como “la feminista más sólida y completa de entre todos los trabajadores irlandeses”. Connolly fue inequívoco en su panfleto:
Nadie está tan capacitado para romper sus cadenas como quienes las llevan. En su marcha hacia la libertad, la clase obrera de Irlanda debe alentar los esfuerzos de aquellas mujeres que, sintiendo en sus almas y cuerpos los grilletes de los siglos, se han levantado para acabar con ellos, y alentar tanto más fuerte si en su odio a la servidumbre y su pasión por la libertad, el ejército de mujeres se adelanta al ejército militante del trabajo.
Sin embargo, Connolly hizo importantes concesiones durante este período. Su cobertura del imperio alemán se hizo cada vez más favorable. Era, dijo, “un imperio homogéneo de pueblos autónomos”. Kaiser Wilhelm, escribió, “entiende los objetivos de la izquierda radical en el parlamento y tiene más simpatías por ellos de lo que el mundo sabe”. Y finalmente, “si un ejército alemán aterrizara mañana en Irlanda, deberíamos estar perfectamente justificados para unirnos a él”, si hacerlo ayudara a poner fin a la presencia imperial británica en la isla. Claramente, estos comentarios colocan a Connolly más cerca del ala derecha del SPD alemán que de Rosa Luxemburgo.
Asimismo, el análisis de Connolly de la política unionista en el norte de Irlanda fue distorsionado por su sentimiento nacional. Tal vez nostálgico de una era anterior en la que católicos, protestantes y disidentes irlandeses podían unirse bajo la bandera republicana, Connolly enmarcó el orangismo[1] como un movimiento arraigado en un latifundismo obsoleto que podría ser barrido por una lucha nacional progresista. “No existe una clase económica en Irlanda cuyos intereses como clase estén ligados a la Unión”, escribió, ignorando la realidad de un triángulo industrial en desarrollo entre Belfast, Glasgow y Manchester, que proporcionó las bases materiales para el sindicalismo en el Ulster.
Pero Connolly sin duda tenía razón en que el socialismo en Irlanda era imposible bajo el Imperio Británico. La decisión de Gran Bretaña, después del levantamiento de 1798, de diezmar la economía irlandesa quitando toda soberanía sobre la toma de decisiones económicas de la isla había resultado en un subdesarrollo crónico, dos brutales hambrunas y una emigración masiva. Los nacionalistas moderados del Home Rule de Irlanda nunca exigirían el tipo de autonomía sobre los asuntos irlandeses necesaria para romper esta relación, y mucho menos para liderar una transformación socialista. Con el movimiento obrero en el continente debilitándose bajo las presiones de la guerra, la insurrección contra el imperialismo en casa era un curso de acción justificado.
Y así, James Connolly condujo al Irish Citizen Army a la Oficina General de Correos en la Pascua de 1916. La proclamación del alzamiento, que Connolly escribió en gran parte, insinuaba objetivos progresistas lo suficiente como para justificar su participación. Así, Connolly y el Irish Citizen Army escribieron la página de los trabajadores en la historia de la lucha por la libertad irlandesa. Sin embargo, muchos años después, una anécdota de aquel día sigue en disputa. El historiador Desmond Greaves alegó que en su camino hacia la Oficina General de Correos, Connolly se había vuelto hacia sus hombres y les había dicho: “En caso de victoria, agárrense de sus rifles, ya que aquellos con los que estamos luchando pueden detenerse antes de que alcancemos nuestro objetivo”. Si no lo dijo, ciertamente debería haberlo hecho, dadas las acciones de los seguidores de Michael Collins y Éamon De Valera en las décadas posteriores.
El revolucionario
James Connolly fue el mayor socialista de Irlanda. Un destacado teórico de la era de la Segunda Internacional, su trabajo pertenece a la misma categoría que Kautsky, Lenin y Luxemburg. Connolly no solo sintetizó las cuestiones nacionales, democráticas y económicas del momento en una ideología socialista-republicana aplicable al contexto irlandés, sino que también abrió nuevos caminos en la comprensión del imperialismo y la nación, adelantándose a Lenin por varios años.
Sin embargo, al igual que las principales figuras revolucionarias de dicha generación, Connolly no se limitó a teorizar y, en cambio, se colocó en el centro de las luchas, desempeñando un papel de liderazgo tanto en la insurrección laboral más grande como en la insurrección nacional más importante de su era. Fue por ello que fue ejecutado por el ejército británico, estando herido y atado a una silla, en la cárcel de Kilmainham el 12 de mayo de 1916.
La tragedia de su vida es que no creó más Connollys en la muerte. El período posterior a su ejecución fue muy tumultuoso en Irlanda, con más de cien soviets declarados en toda la isla y el orden social en disputa en el marco de una profunda revolución nacional. En última instancia, la izquierda irlandesa pagó por sus derrotas durante esa era con casi un siglo de sumisión política. Quién sabe si esto podría haberse evitado si el movimiento trabajador hubiera sido dirigido por alguien tan perspicaz y comprometido como Connolly.
Pero hoy en día sirve de poco apelar al fantasma de Connolly. El suyo fue un marxismo vivo, profundamente comprometido con el mundo que encontró, traspasando países y continentes. Que sus palabras todavía resuenen tan claramente muestra la incapacidad del movimiento al que dedicó su vida para superar las condiciones que lo crearon. Si bien no debemos santificar a Connolly, ciertamente debemos conmemorarlo, y hay pocas formas mejores de hacerlo que en la lírica que amaba.
James Connolly escribió lo siguiente:
Ningún movimiento revolucionario está completo sin su expresión poética. Si tal movimiento se ha apoderado de la imaginación de las masas, buscarán en el canto desahogar las aspiraciones, los miedos y las esperanzas, los amores y los odios engendrados por la lucha. Hasta que el movimiento no se caracteriza por el canto alegre, desafiante, de canciones revolucionarias, carece de una de las marcas más distintivas de un movimiento popular revolucionario, es el dogma de unos pocos, y no la fe de la multitud.
Lo mismo puede decirse de los revolucionarios. Y hoy en Irlanda, más de 150 años después de su nacimiento y 100 años después de su muerte, cada vez que cobra vida la lucha contra la explotación y la opresión, ningún nombre se canta con más entusiasmo que el de James Connolly.
[1] Nota del Traductor: En Irlanda del Norte, el color naranja (Orange en inglés) está asociado con la comunidad protestante -mayormente unionista- dado que en 1690 el monarca protestante Guillermo de Orange (Guillermo III) derrotó al rey católico depuesto Jacobo II en la Batalla del Boyne. Dicha victoria forma parte del folklore protestante irlandés y es conmemorada por parte del unionismo de Irlanda del Norte.
Fuente: Sin Permiso
Fuente original: https://tribunemag.co.uk/2019/04/remembering-james-connolly / Traducción:Miquel Caum Julio