En la cultura sindical puertorriqueña no se acostumbra la discusión franca y abierta de los conflictos, reales o imaginarios, que surgen entre los gremios ante una determinada circunstancia que da lugar a que un sindicato entienda que es afectado por los actos de otro. Un ejemplo que ilustra con meridiana claridad la afirmación anterior lo constituye la ya histórica divergencia en cuanto a la afiliación de unos gremios a centrales o sindicatos norteamericanos y el rechazo de otro grupo significativo de uniones a tal afiliación.
A pesar de los resultados positivos que arroja la experiencia de haber enfrentado unidos determinados actos o amenazas de la clase patronal, la mínima diferencia que pueda surgir en el desarrollo de ese trabajo común adquiere una dimensión tal que hace justificable para algunos descarrilar el proyecto emprendido, sin tan siquiera haber discutido o analizado conjuntamente lo que llevó a un grupo o a determinado gremio a la toma de la posición cuestionada.
Tal discusión, que en cualquiera otra instancia de lucha en la cual las personas o grupos que la emprenden han definido con claridad sus objetivos se desarrollaría con la mayor normalidad y madurez, no se verifica así en el espacio del quehacer sindical. Inmediatamente surge la menor diferencia comienzan los ataques indirectos, las acusaciones, los manifiestos y todo cuanto tenga la capacidad de acentuar las diferencias históricas, sin el mínimo intento de sentarse con la otra parte y procurar, directamente, la resolución de la diferencia. Lo anterior, sin negar la posibilidad de que lo hecho signifique una acción impropia y una vez, franca y abiertamente discutido, se tome la decisión de abortar el proyecto y cada grupo tomar las medidas necesarias para proteger sus intereses.
La jornada sindical que recientemente ha concluido, con la imposición de la Junta Dictatorial y el aval de la administración gubernamental de turno de un Plan de Pagos de la deuda publica a todas luces oneroso, con serias y graves consecuencias para la clase trabajadora, ha puesto en pausa nuevamente la necesaria acción coordinada de nuestro movimiento obrero.
La desilusión y el sentido de frustración que el golpe recibido nos ha causado ha quedado consignado en la pobre integración de los sindicatos para celebrar la fiesta mayor de la clase trabajadora, el emblemático 1ro de Mayo. Sumado a dicha reacción, no del todo incomprensible ante los multiples recursos y tiempo invertidos en la lucha por minimizar el impacto sobre la clase trabajadora y el pueblo puertorriqueño, esta también gravitando en el ambiente laboral local, el tono menor adoptado por los sindicatos que representan trabajadores del sector público frente a la administración gubernamental de turno, de cara a la negociación de los vencidos Convenios Colectivos.
En medio de esta realidad, la histórica y la coyuntural, surge un conflicto que nos parece innecesario y que, a la misma vez, nos brinda la oportunidad de experimentar un nuevo modelo de enfrentar y resolver las diferencias que siempre prevalecerán en el escenario de las luchas sociales.
Se trata, digámoslo sin muchos rodeos, de la determinación de la Unión de Trabajadores de la Industria Electrica y Riego (UTIER) de formar una Organización Bonafide con cuatro objetivos principales. Primero, mantener agrupados a los trabajadores pertenecientes a dicho sindicato que resistieron la imposición gubernamental de entregarlos a un nuevo patrono en la Autoridad de Energía Eléctrica sin la protección de su Convenio Colectivo. Segundo, defender los derechos que le garantiza la Ley del Empleador Único y la Ley 120 del 2018 a este grupo al ser integrados a las diferentes agencias y corporaciones públicas. Tercero, la representación de los ex- trabajadores de la AEE que pertenecían a otros sindicatos o a la Gerencia. Cuarto, recuperar el trabajo de todos estos grupos en la AEE.
El modelo organizativo de la UTIER ha levantado inmediatamente la suspicacia de los sindicatos que ostentan la representación exclusiva en las diferentes agencias y corporaciones. Los señalamientos contrarios a la acción de la UTIER, expuestos en diferentes medios de comunicación sindical, van desde la “falta de solidaridad”, “la piratería sindical” hasta el “intervencionismo indebido”.
Que sea de nuestro conocimiento, ninguno de los gremios que se consideran agraviados por la acción de la UTIER ha solicitado discutir franca y abiertamente sus preocupaciones con éstos la naturaleza del trabajo que se proponen desarrollar y los objetivos que persigue el organismo.
El malestar que hoy se canaliza a través de las expresiones que hemos señalado no comenzó con la divulgación de la Organización Bonafide. El mismo comenzó con la llegada de los integrantes de la UTIER a las diferentes agencias y la puesta en práctica de una cultura sindical diferente a la acostumbrada por muchos de los gremios que ostentan la representación exclusiva en el servicio público.
Conocedores de su Convenio Colectivo, educados en el precepto de que el mejor Convenio Colectivo es letra muerta si no se defiende todos los días en el taller de trabajo y formados en una práctica sindical que fomenta la iniciativa para la acción, la respuesta inmediata y la militancia contundente, chocaron inmediatamente con los estilos y la cultura prevaleciente en dichos talleres para atender los reclamos obreros.
El malestar reciproco se fue acentuando cuando el patrono en cada una de estas dependencias gubernamentales, por desconocimiento o por diseño, comenzó a violentar los acuerdos y normas de trabajo de los ahora ex-trabajadores de la industria eléctrica. No todos los representantes exclusivos se hicieron conscientes de esta realidad y mucho menos de asumir la defensa de un Convenio Colectivo para ellos poco o totalmente desconocido.
Este escrito tiene un solo objetivo. Lograr una comunicación efectiva entre la UTIER y todos los sindicatos que mantienen la representación sindical en los diferentes talleres gubernamentales para que directamente, sin intermediarios, discutan la realidad prevaleciente en cada centro y articulen, si es posible, lo que constituya una nueva práctica de discutir franca y abiertamente todos los asuntos que generen contradicciones, aparentes o reales, dando inicio a una cultura de madurez en la resolución de los asuntos intersindicales. Tenemos la certeza de que los trabajadores sabrán aquilatar el valor de este esfuerzo y lo más importante, la clase patronal no podrá seguir usufructuando el beneficio de nuestras divisiones.
Tengamos siempre presente que la integridad de nuestras organizaciones sindicales se sostiene firmemente en la misma medida que nos ocupamos de satisfacer puntualmente las necesidades y justos reclamos de los trabajadores que representamos.