La llegada de un nuevo gobierno a México, en 2018, abrió una enorme expectativa en varios aspectos y uno de ellos, sin duda, fue el tema del sindicalismo. Para nadie fue un secreto que el control de los sindicatos era uno de los pilares del régimen político de la postrevolución y desde la instauración de las direcciones sindicales charras, durante los años 30, el movimiento obrero ha carecido de independencia, tanto en el terreno de la defensa de sus intereses materiales como en el aspecto político.
Cuando, a principios de los años 80, entró en crisis el régimen económico que había sustentado al priismo en el poder, uno de los aspectos que permanecieron inamovibles, a pesar de todos los cambios implementados, fue el sindical. De hecho, la aplicación de las reformas de capitalismo salvaje no hubiera sido posible sin ese férreo control sindical.
No obstante, a la larga, dichas reformas fueron destruyendo a las membresías, dado que en muchos de los casos se trataba de desaparecer las fuentes de trabajo mismas. Millones de puestos de trabajo y miles de empresas desaparecieron, desintegrando la base social de sindicatos, como la CTM, que evitaron entrar a un proceso de reorganización y, en general, rehusaron abandonar las viejas prácticas.
Por supuesto, los gobiernos panistas y priistas utilizaron las viejas prácticas del sindicalismo charro para sus propios fines y personajes como Romero Deschamps, Fidel Velázquez, Rodríguez Alcaide o Gamboa Pascoe, compartieron generosamente la mesa con los presidentes en turno.
Otros más, captando la nueva situación, emprendieron la tarea de generar nuevas estructuras, también corporativas, pero con las cuales jugar un cierto papel de presión, siempre en función de sus propios fines, pero con una imagen un poco más independiente. Ése fue el caso de Francisco Hernández Juárez, Elba Esther Gordillo y Agustín Rodríguez, entre otros.
Por su parte, el sindicalismo independiente, que había jugado un papel importante durante la década del 70, se fue desdibujado, especialmente luego de la crisis de Europa del este, a principios de los años 90.
Sin duda, hubo luchas de gran trascendencia y acciones en donde los trabajadores jugaron papeles protagónicos, pero en general sólo se actuaba en coyunturas muy concretas de carácter defensivo.
Estas circunstancias llevaron a que, en el terreno político, en el mejor de los casos, los trabajadores se vieran obligados a sumarse a expresiones de carácter nacionalista, en vez de enarbolar banderas propias, como fue el caso del cardenismo y del propio lopezobradorismo.
A este escenario hay que añadir que una de las demandas de los Estados Unidos respecto de la firma del tratado de libre comercio, ahora llamado TMEC, fue el de implementar una reforma laboral. El ánimo de dicha propuesta, según los sindicatos norteamericanos, era que la situación laboral en México representaba una competencia desleal respecto de los EE.UU.
El resultado de todos estos procesos ha sido que la reforma laboral no ha sido un resultado de la movilización de las masas trabajadoras, sino de los acuerdos derivados del TMEC. De ahí que su diseño responda un modelo muy semejante al que se ha implementado en distintas áreas de la vida pública en México:
En general, se trata de desaparecer a la justicia laboral como un ente independiente del poder judicial, se trata de sustituir las juntas de conciliación y arbitraje por un organismo autónomo que se encargue de la mediación entre obreros y patrones: el Centro Federal de Conciliación y Registro Laboral.
Un aspecto importante de dicha reforma es la legitimización de los sindicatos con los cuales los trabajadores celebren contratos colectivos con los patrones, de tal modo que sea comprobable que no se trata de simulaciones o imposiciones que a la postre lleven a posibles conflictos. Obviamente, el afán de la burguesía al promover esta reforma no es que los obreros luchen por sus derechos, sino que los pactos con los líderes sindicales sean avalados por todos y, de esa manera, desactivar posibles focos rojos.
No obstante, este tema sí puede significar una oportunidad para luchar por auténticas representaciones sindicales que signifiquen realmente la posibilidad de una acción independiente y, a la larga, una acción política realmente emanada del movimiento obrero y no de un caudillo de uno u otro tipo.
Recientemente, producto del requisito de legitimación de los sindicatos, se han desarrollado procesos diversos. Por un lado, se desarrolló la renovación de la dirección del sindicato petrolero, en la cual se ratificó la dirección gansteril de Ricardo Aldana, heredero de Carlos Romero Deschamps; no obstante, era de preverse, dado que se llevaron a cabo primero los cambios en las secciones del sindicato, área desde la cual era más fácil para el viejo aparato maniobrar para obtener el aval de los trabajadores, los cuales estaban más desprotegidos ante los distintos mecanismos de chantaje. Sobre esa base, se estableció una estrategia de control, para dirigir el voto de los trabajadores hacia Aldana. A fin de cuentas, los dirigentes locales apenas iniciaban gestión y en caso de no acatar se tendrían que atener a las consecuencias.
Un segundo aspecto es la oposición sindical, la cual postuló 24 planillas distintas, con lo cual se generó una dispersión absoluta del voto. Para un trabajador común, ninguna planilla opositora tenía realmente alguna posibilidad y no había caso en votar por alguna de ellas, metiéndose en problemas con el delegado sindical de la sección. Ello explica que más del 60% votaran por el candidato oficialista.
Una situación distinta fue la que aconteció en la fábrica de General Motors de la ciudad de Silao, Guanajuato, en la cual, el Sindicato Independiente Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Industria Automotriz (SINTTIA) obtuvo el 76% de los votos, por lo que logró el derecho a negociar un nuevo contrato colectivo. Por supuesto que la CTM, que tenía la titularidad del contrato, intentó maniobrar inventando sindicatos fantasmas, buscando dispersar el voto. No obstante, el resultado fue igualmente contundente. Ni siquiera 300 obreros, de 7 mil que tenían derecho a votar, lo hicieron por la CTM. La diferencia fue que, en este caso, la CTM ya había perdido la vigencia del contrato colectivo y la presencia del sindicato independiente había sido una obra de años de lucha y de organización, que al final cristalizaron con la acción colectiva.
Estos resultados nos muestran lo que sucederá en procesos que por fuerza tienen que desarrollarse durante el presente año.
Por un lado, están los sindicatos de fábrica, que tiene las puertas abiertas para luchar por desconocer o ratificar los convenios colectivos. Sin duda, habrá una cascada de movilizaciones en este sentido y pueden generar la desintegración de lo que queda de la CTM y así se verificaría una reconfiguración histórica del movimiento sindical.
Por el otro, están los sindicatos de la burocracia estatal, particularmente el SNTE, cuya dirección debe ratificarse o modificarse este año. No obstante, desde ahora podemos observar que la táctica será efectuar primero la renovación desde las secciones sindicales y que una vez que esto haya terminado se pase al nacional. Obviamente, no es lo mejor, pero dadas las circunstancias, las corrientes democráticas deben luchar por tomar posiciones desde las secciones, para dar el siguiente paso. Es probable que la batalla por la democratización del SNTE conste de muchos capítulos, pero es indudable que no tiene vuelta atrás.
Evidentemente, el escenario de la democratización de los sindicatos es buena noticia, pero no es suficiente; sin una perspectiva de unidad, los sindicatos locales serán fácil víctima de las maniobras empresariales. Reiteramos que el objetivo de la burguesía mexicana y norteamericana no es que los obreros luchen por conquistas, sino que acepten los pactos. Por el contrario, si de algo debe servir la lucha que se avecina es para dotar de más fuerza y organización al movimiento, de tal modo que le permita arrebatar a la burguesía una buena tajada de la renta nacional. Para ello, después de la lucha por nuevos sindicatos, será necesario lanzar una nueva central sindical nacional.
Aun todo eso no es suficiente, pues está demostrado que desde una visión puramente económica es altamente factible una burocratización de los sindicatos, quedando nuevamente a merced de la burguesía.
Dentro del movimiento sindical mexicano existen dirigentes que, aunque honestos, tiene una visión puramente gremial. Estos pueden caer víctimas de todo tipo de manobras o sacrificar una lucha general en aras de un triunfo local y efímero.
Otros se han convertido en burócratas y no luchan por el bien general del trabajador, sino por preservar al sindicato como un medio de vida. Pese a que no son corruptos, ponen siempre por encima lo que se puede y no lo que se debe; le dan más importancia a la existencia del aparato que al movimiento. Es posible que encabecen luchas si sus bases los presionan, o que se enfrenten a los patrones si no les queda de otra, pero en el fondo buscan la conciliación, dado que en ese terreno están cómodos.
Hay otros que difícilmente se podrían considerar sindicalistas, sino más bien mafiosos que chantajean con contratos colectivos y se venden al mejor postor. Estos son los clásicos charros, que no hacen ni tienen interés de hacer vida sindical; sus instrumentos para convencer son el puño, el palo e incluso las pistolas.
Frente al burócrata sindical, los sindicalistas honestos y revolucionarios deben dar una lucha política por rescatar a los sindicatos existentes, formando y fortaleciendo corrientes sindicales. Frente al charro, no hay otra opción que organizar nuevos sindicatos. No se puede luchar por el sindicato donde no lo hay. Ésa es la diferencie entre la lucha en General Motors y la lucha en el SNTE, por poner un ejemplo.
Por tanto, es importantísimo impulsar una visión de clase y revolucionaria, que abra la vía para que los trabajadores no solamente luchen por mejoras económicas o sociales, sino por una nueva sociedad. El sindicalismo revolucionario, que va más allá de una aspecto gremial o personal, es una garantía contra las degeneraciones burocráticas, pero más importante: un ingrediente clave para el cambio revolucionario de la sociedad.
En las luchas que se avecinan se hará patente que la confrontación de estos modelos del sindicalismo es clave también para el futuro de la lucha de clases en México.
Fuente: La Izquierda Socialista