El 29 de febrero de 2020 se dio a conocer en Doha, Qatar, un acuerdo suscrito entre el gobierno de los Estados Unidos y el Talibán. Se alegó entonces que el acuerdo traería finalmente la paz a Afganistán luego de casi 19 años de intervención imperialista de Estados Unidos. Hoy, de cara al 20 aniversario de la intervención militar estadounidense en dicho país, el presidente Joe Biden ha anunciado el retiro oficial del personal de combate estadounidense en Afganistán para el 11 de septiembre de 2021. De hecho, al momento de su anuncio permanecían aún en dicho país 3,000 efectivos destinados fundamentalmente al entrenamiento del ejército afgano y a misiones especiales de apoyo de naturaleza logística en la lucha contra el Talibán. El anunciado retiro de los Estados Unidos, sin embargo, no elimina totalmente su presencia militar. Allí permanecerá un determinado número de militares estadounidenses asesorando al ejército afgano y proveyéndole apoyo logístico.
Antecedentes al comienzo de la intervención estadounidense
El 11 de septiembre de 2001 millones de seres humanos a lo largo de todo el planeta presenciaron con horror por los medios de comunicación escenas dantescas provocadas por los choques de aviones cargados de pasajeros y combustible, estrellándose con todo su poder de destrucción, contra dos símbolos ignominiosos del poder imperialista mundial. El primer atentado se dirigió contra las Torres Gemelas del World Trade Center en la ciudad de Nueva York, las cuales representaban para los atacantes el símbolo del poder financiero de Estados Unidos, que en el interés de maximizar sus ganancias económicas, condena a la pobreza, el hambre, la desnutrición y la muerte a cientos de millones de seres humanos en el mundo. El segundo atentado fue dirigido contra el edificio del Pentágono en la ciudad de Washington, símbolo del poderío militar de la potencia mundial que históricamente ha destruido estados políticos; derrocado gobiernos, encubierto asesinos; sometido a millones de seres humanos a políticas genocidas de bloqueo económico; librado guerras de agresión contra pueblos en vías de desarrollo; entrenado torturadores en sus escuelas militares; inhibido las ansias de liberación, independencia, soberanía y auto determinación de las naciones; y finalmente, apropiado en muchos casos de los recursos naturales de otros pueblos.
Por primera vez en su historia contemporánea, en suelo continental, el pueblo estadounidense sufrió en carne propia el flagelo de este mal hoy llamado ampliamente por el término de terrorismo fundamentalista islámico.
El 21 de septiembre de 2001 el Presidente George W. Bush dirigió un mensaje al pueblo de Estados Unidos. Indicó que de acuerdo con cierta información proveniente de fuentes de inteligencia, la responsabilidad de una organización fundamentalista islámica de nombre Al Qaeda y su dirigente, Osama Bin Laden, eran responsables por los atentados terroristas acaecidos en Estados Unidos el día 11 de septiembre de 2001. Junto a estos, identificó a las organizaciones islámicas “Jihad Islámico de Egipto” y al “Movimiento Islámico de Uzbekistán”como estructuras políticas vinculadas a redes terroristas esparcidas en distintos lugares en el mundo, que el gobierno de Estados Unidos estimó entonces, se extendían por más de 60 países. El movimiento islámico en el poder en Afganistán, conocido por Talibán, fue identificado como responsable de proveerles albergue, apoyo y lugares de entrenamiento en su territorio a estas organizaciones definidas como terroristas.
En su discurso, Bush emitió un ultimátum al gobierno de Afganistán. Demandó la entrega a las autoridades estadounidenses del saudí Osama Bin Laden y los dirigentes de Al Qaeda; la liberación de todos los nacionales extranjeros encarcelados en Afganistán, incluyendo ciudadanos estadounidenses; exigió se brindara protección a periodistas, personal diplomático y trabajadores internacionales en dicho país; y requirió el cierre inmediato y permanente de los campos de entrenamiento en Afganistán utilizados por estas organizaciones. Bush también exigió la entrega a las autoridades pertinentes de todos los llamados terroristas en este país como también de aquellos que apoyaban sus estructuras de funcionamiento, y reclamó de paso, el derecho absoluto de acceso de Estados Unidos a los llamados campos de entrenamiento para así asegurar que Al Qaeda no volviera a operar en dicho territorio.
En su declaración, Bush hizo un llamado a la guerra contra Al Qaeda indicando que no terminaría con el aniquilamiento de dicha organización y sus dirigentes; sino que a los terroristas se les privaría de sus fuentes de financiamiento, serían empujados unos contra otros y perseguidos de un lugar a otro hasta que no tuvieran refugio ni reposo. Con tal declaración se iniciaba la primera guerra del Siglo XXI, una guerra diferente donde se utilizarían todos los medios diplomáticos, todas las herramientas de inteligencia, todos los instrumentos de interdicción policiaca, todas las influencias financieras y todos los armamentos necesarios.
El día 12 de septiembre de 2001, el Consejo de Seguridad de la ONU había aprobado la Resolución 1368. En ella se exhortaba a la comunidad internacional a colaborar con urgencia para someter a la acción de la justicia a los autores, patrocinadores y organizadores de los atentados, haciendo de paso el llamado a la comunidad internacional para prevenir y reprimir los actos de terrorismo.
El día 28 de septiembre de 2001, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1373. En virtud de ésta reafirmó el derecho inmanente de los Estados a la legítima defensa; la necesidad de luchar por todos los medios, según la Carta de la ONU, contra las amenazas a la paz y la seguridad internacionales; e instó a los Estados a actuar urgentemente para prevenir y reprimir los actos de terrorismo. La Resolución también hizo el llamado a los Estados a que se abstuvieran de organizar, instigar y apoyar actos terroristas perpetrados en otro Estado; participar de ellos; o permitir el uso de su territorio para la comisión de dichos actos. La Resolución, además, urgió a los países a establecer controles en sus fronteras y a emitir documentos de identidad; a intensificar y agilizar los intercambios de información operacional; y a revisar los procedimientos para la concesión de estatus de “refugiado”. Finalmente la Resolución planteó la vinculación entre terrorismo internacional, delincuencia transnacional organizada, el tráfico de drogas, blanqueo de dinero, tráfico ilícito de armas y la circulación de materiales nucleares, sustancias químicas y biológicos, así como otros materiales letales; junto con la necesidad de promover iniciativas nacionales, sub regionales, regionales e internacionales para reforzar respuestas a este reto y a las amenazas graves a la seguridad internacional.
Descansando en estas dos resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas antes mencionadas y sin que en momento alguno el Congreso de Estados Unidos, que es el que constitucionalmente tiene poderes delegados para declarar la guerra hubiera emitido una Resolución propia a tales efectos, el presidente de Estados Unidos decidió, junto a una llamada coalición de países súbditos pertenecientes a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), iniciar acciones militares contra Afganistán. En efecto, el 7 de octubre de 2001 comenzaron las operaciones militares contra Afganistán dentro del contexto de lo que se llamó inicialmente “Operación Justicia Infinita”. Sin embargo, a los fines de evitar reacciones adversas en el mundo musulmán dada la connotación religiosa de dicho nombre, inmediatamente se sustituyó por “Operación Libertad Duradera”.
Las operaciones militares contra el Talibán
Las primeras operaciones militares consistieron en bombardeos a los campamentos de entrenamiento que utilizaba Al Qaeda. Mientras esto ocurría, desde la región Norte del país donde operaba hacía años la denominada Alianza del Norte, se infiltraron efectivos de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos brindándoles apoyo en la lucha contra el Talibán como parte del proceso de invasión por tierra por parte de la coalición internacional a Afganistán.
La Alianza del Norte era entonces un frente muy heterogéneo de organizaciones, algunas totalmente disímiles, tales como: Partido Islámico de Afganistán, Partido Islámico para la Unidad de Afganistán, Movimiento Islámico Nacional de Afganistán, Movimiento Islámico de Afganistán y la Unión para la Liberación de Afganistán. Estas organizaciones respondían a intereses étnicos, culturales y religiosos, recibiendo algunos ayuda de países como Turquía y la República Islámica de Irán.
El Talibán es una facción militar fundamentalista islámica dentro de la corriente suni. Se distinguió en su origen como una agrupación de jóvenes que, con amplio apoyo del gobierno de Arabia Saudita, libraron una guerra de guerrillas contra la intervención soviética en apoyo al gobierno afgano. Estos jóvenes promovían la instauración de un gobierno teocrático en su país sujeto a la ley islámica. Luego de la derrota del gobierno afgano apoyado por Moscú, entre los años 1996 a 2001, los talibanes asumieron el control del país; y más adelante, tras su derrota en 2002 y hasta el presente, asumieron la lucha de resistencia contra la coalición militar encabezada por Estados Unidos. La lucha de guerrillas del Talibán se extiende, además, a aquellas zonas fronterizas compartidas por población pashtún a lo largo de la llamada Línea Durand por la que el Reino Unido dividió Paquistán de Afganistán.
El fundamentalismo islámico
En una corta campaña militar, el 13 de noviembre de 2001 la capital del país, Kabul, con el apoyo directo estadounidense, fue tomada por efectivos de la Alianza del Norte. De esta manera, Estados Unidos logró imponer como presidente del gobierno de Afganistán a Hamid Karzai, quien según indicó la revista The Economist en su edición del 22 de agosto de 2009, indica que era un pequeño dirigente proveniente de una familia de la etnia pashtún que había participado del jihad o guerra santa librada por el pueblo afgano contra la presencia soviética.
Nos dice Noam Chomsky en el libro Estados Peligrosos: Diálogos sobre terrorismo, democracia, guerra y justicia, en el cual se recoge una extensa entrevista a Chomsky y Gilbert Achcar, considerado uno de los principales eruditos sobre el Medio Oriente, que “fundamentalismo”es un término acuñado en la Universidad de Princeton en Estados Unidos “por los protestantes a finales del siglo pasado.” Señala también que “lo que llamamos fundamentalismo tenía raíces muy profundas en Estados Unidos ya desde los primeros colonos, y siempre ha estado presente.” Indica que de ahí deriva, en el caso de Estados Unidos, lemas como “en Dios confiamos” (In God we trust) o el de “una nación bajo Dios”, añadimos nosotros a la frase, la palabra “indivisible” (One nation under God indivisible).
De acuerdo con Achcar, el Estado más fundamentalista dentro de la corriente islámica en el Medio Oriente es Arabia Saudita. Lo cataloga como el Estado “más oscurantista, el más reaccionario, el más opresivo con las mujeres”, aunque posiblemente, añadimos nosotros, también el principal apoyo político de orientación islámica de los Estados Unidos en la región. En la visión fundamentalista islámica de Arabia Saudita se conjugan las visiones del predicador musulmán, Muhammad bi Abdel- Wahhab, con las del “cabecilla de una tribu que dio origen a la dinastía saudí dirigente”, Muhammad bin Saud, quien luego de conquistar la mayor parte de penísula arábiga, organizó con el apoyo de Occidente el reino de Arabia Saudita.
De la invasión a la ocupación
Desde un primer momento, aquel en que el presidente Bush anunciara el inicio de la guerra contra el terrorismo proponiendo la invasión a Afganistán, múltiples voces advirtieron el peligro de involucrarse en una guerra en este país. En un escrito de Mariano Aguirre publicado por la BBC Mundo de 6 de marzo de 2020, se indica que “los estrategas estadounidenses confundieron en Afganistán la lucha contra Al Qaeda con la guerra contra el Talibán, dos actores totalmente diferentes”.
Ni los ejércitos de Alejandro Magno en la Antigüedad; ni las invasiones provenientes del imperio mongol; ni la ocupación por parte de la Gran Bretaña del territorio; ni la presencia de la Unión Soviética, llamada a intervenir en el país a petición del gobierno afín entonces en el poder en Afganistán; nunca ningún país extranjero ha podido doblegar la voluntad de lucha de las tribus, etnias o clanes del territorio pashtún donde hoy enclava parte de la población afgana y paquistaní. Indica el artículo citado de BBC Mundo que el Talibán recibía el apoyo de los servicios secretos de la República Islámica de Paquistán donde, además, en la zona pashtún dentro de su territorio, opera la agrupación Teherik-i-Talibán.
Para finales del año 2011 los Estados Unidos tenía desplegados en suelo afgano más de 100 mil efectivos de combate. Allí también países aliados a los Estados Unidos como Canadá, Francia, el Reino Unido de la Gran Bretaña, España, Alemania y algunos países de la antigua Europa Oriental, colocaron sobre el terreno amplios contingentes militares. Esta guerra contra Afganistán ha sido la guerra que por mayor tiempo ha librado Estados Unidos fuera de sus fronteras territoriales.
En su geografía, Afganistán tiene fronteras territoriales con Paquistán, Tajkistán, Uzbekistán, Turkmenistán y la República Islámica de Irán.
Al término de la primera década de ocupación del país, para febrero de 2012, Estados Unidos ya había sufrido 1,776 muertos y 15,322 heridos. Datos recientes ubican el número de muertos en más de 2,500 así como más de 20 mil heridos. A éstos se suman 500 bajas británicas y otras cientos de otras nacionalidades. Se estima también el número de civiles afganos muertos en 71,344; sumado a 78,314 policías y militares muertos y alrededor de 84,191 combatientes talibanes. De acuerdo con el escrito de Kathy Gannon, publicado en la página electrónica www.militarytimes.com de 12 de julio de 2021, estas cifras no incluyen muertes causadas por enfermedades, pérdida de acceso a comida, agua, infraestructura y otras consecuencias de la guerra. Se estima, además en sobre 300 mil personas el número de desplazados por el conflicto durante el presente año. Datos publicados por la prensa internacional indican que desde su invasión en 2001, Estados Unidos ha movilizado a Afganistán alrededor de 775 mil tropas.
A pesar de que al inicio de su mandato el presidente Barack Obama, se refirió a la guerra en Afganistán como una “guerra de necesidad”, donde proyectaba la participación de los Estados Unidos al menos hasta el año 2013; en distintos momentos bajo su administración se discutió el posible retiro de las tropas estadounidenses. Para entonces el general Stanley McCristal, destacado en Afganistán, señalaba que los recursos invertidos por Estados Unidos en la guerra eran insuficientes. Hoy se admite que los contribuyentes estadounidenses han gastado en esta guerra más de dos trillones de dólares. Desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos se planteó también la salida de las tropas de Estados Unidos de dicho país.
Intereses geopolíticos de la región y acuerdos negociados
De acuerdo con Enrico Piovesana, en un artículo publicado en Peace Reporter durante la pasada década, Afganistán tiene la desgracia de estar en el corazón del continente asiático en una posición estratégica que permite a quien controle el país monitorear de cerca a todas la potencias nucleares de la región: la República Popular China, la Federación Rusa, India y la República Islámica de Paquistán. Su ubicación geográfica permite también completar el cerco a la República Islámica de Irán, país que en caso de guerra con los Estados Unidos, se enfrentaría a un ataque en dos frentes: Iraq y Afganistán. A lo anterior, se suma el negocio de las drogas, particularmente la heroína, que se calcula en más de $150 mil millones al año; como también, el proyecto de construcción de un gasoducto de 1,680 kilómetros de largo para transportar gas desde Turkmenistán a Paquistán, que cruzaría Afganistán, iniciado en 1996 por la compañía estadounidense UNOCAL en cooperación con el gobierno del Talibán. Otros intereses vitales en la ocupación de Afganistán se encuentra en el acceso al gas natural de países como la República Islámica de Irán y Turkmenistán, y también a los acuíferos del Río Amu Darya que discurre por territorio afgano.
Se estima que la mitad de los 15 millones de afganos viven hoy en zonas controladas por el Talibán. Estados Unidos reconoce que actualmente el Talibán controla una tercera parte de los 421 distritos del país, mientras el Talibán reclama el control del 85% de los distritos.
La firma del acuerdo tuvo efecto el 29 de febrero de 2020, que pretende ser el que lleve eventualmente a la paz entre el Talibán y el gobierno estadounidense, tuvo como gran defecto un actor ausente en la firma: el gobierno establecido y hasta ahora respaldado por Estados Unidos en Afganistán. Por parte de Estados Unidos lo firmó su representante especial para la paz, Zalmay Khalizad; y por el Talibán, el mulá Abdul Ghani Baradar, uno de los fundadores de esta organización. Como testigo del acuerdo estuvo presente el entonces Secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo, quien manifestó antes de la firma del acuerdo, que el Talibán no debe cantar victoria, dado que el pacto no significa nada, si no cumplen con el acuerdo. Esta posición también fue asumida por el entonces Secretario de la Defensa, Marck Esper, durante su visita en la cual estuvo presente como observador durante la firma del acuerdo.
El pacto en realidad no fue un acuerdo de paz definitivo. Suponía, sin embargo, que en un período de 135 días se diera una reducción de tropas estadounidenses, de los aproximadamente 12 mil a 14 mil efectivos que allí se encontraban a 8,600, completando finalmente la retirada total sus tropas. El acuerdo también incluyó la retirada de otros 8,500 soldados de 37 nacionalidades que formaban parte del contingente de la OTAN, todas ellas en un término de 14 meses. La condición para la retirada era que el Talibán dejara de ser una plataforma desde la cual operaran grupos terroristas como Al Qaeda o ISIS. De hecho, se señalaba en el acuerdo que debía haber una “reducción de la violencia”.
Estados Unidos se comprometió a brindar entrenamiento, equipos y mantenimiento de las fuerzas armadas del gobierno afgano, ello a pesar de que el propio Talibán ha indicado que no reconoce tal gobierno. Por su parte, el Talibán se comprometió a liberar a cerca de mil prisioneros afganos, mientras Estados Unidos se compromete a que el gobierno afgano, a pesar de que dicho gobierno no era parte directa de las negociaciones, liberaría aproximadamente 5 mil talibanes presos en cárceles afganas.
De acuerdo con el presidente afgano Ashraf Ghani, Estados Unidos no podía comprometer a su país con la liberación de los prisioneros para el 10 de marzo de 2020, fecha propuesta en el pacto, sin contar con su gobierno. Si bien la solicitud de Estados Unidos para la liberación de los prisioneros podría haber sido parte de las negociaciones, ésa, según el gobierno afgano, no podía ser una precondición para las mismas.
Aunque se señala que gran parte de la población afgana ya se han acostumbrado al Talibán, todavía es incierto los efectos que sobre el país traería su regreso político como gobierno a Afganistán. De hecho, ante el avance del Talibán en la región de Kandajar, se informa el éxodo de miles de afganos huyendo de sus hogares. Más aún, también es incierto cuál será el futuro del gobierno colocado allí por los Estados Unidos una vez culmine el 11 de septiembre la presencia oficial de sus tropas de combate en Afganistán. De hecho, Estados Unidos ha aprobado un programa de 8 mil visas para afganos de los cuales ya 221 han llegado a Estados Unidos, que comprende a personal que apoyó el esfuerzo bélico estadounidense en funciones tales como intérpretes y otro tipo de funcionarios que se estima podrían ser objeto de represalias una vez Estados Unidos retire su personal de combate de Afganistán.
Aparentemente, sin embargo, hay muchas interrogantes sobre qué deparará el futuro luego de la retirada estadounidense y de sus aliados de la OTAN para el esto de la población. Por eso, no deja de tener razón comentario del embajador de Estados Unidos en Kabul en ocasión de la fecha de la firma de los acuerdos de 2020, cuando indicaba al periódico New York Times su opinión sobre este pacto: “Doha me recuerda las conversaciones de París sobre Vietnam.”