Las historias de Emiliano: un homenaje a Radamés Acosta Cepeda

Conocí a Radamés en agosto del 2015 en un conversatorio con motivo del 70 aniversario de la Federación Sindical Mundial. Aún recuerdo el impacto que me causó su testimonio apasionante y autocrítico sobre la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) en los años setenta. Yo recién comenzaba mis estudios graduados en historia y me proponía comprender aquel pasado de luchas intensas en donde destacaron Radamés y tantos y tantas más, a la vez que me afanaba por encontrar y desenredar el hilo conductor de todo aquello con un presente que consideraba desalentador. “El pasado lleva consigo un índice secreto que lo remite a la redención”, decía el filósofo alemán Walter Benjamin.

¿Quién fue Radamés? Para empezar, era hijo de padre sangermeño y madre dominicana, y aseguraba que de ella heredó su vena rebelde y revolucionaria. A sus 18 años, allá para finales de los sesenta, se unió al Movimiento Pro Independencia (MPI) en la Misión José Cedeño de Puerto Nuevo, en San Juan. Uno de sus compañeros de misión fue Juan Santos Rivera, un viejo líder obrero de la construcción, cofundador de la Conferderación General de Trabajadores y expresidente del Partido Comunista Puertorriqueño en los años cuarenta. Cuando el MPI se transformó en Partido Socialista Puertorriqueño (PSP) en noviembre de 1971, del que Santos Rivera fue cofundador, este afirmaba con seguridad: “esta juventud entre la que me siento orgulloso y complacido de estar, sabrá trazar correctamente el camino justo para la clase obrera. Aquí, señores, ha comenzado a nacer la libertad”. Uno de esos jóvenes fue Radamés, a quien Santos Rivera introdujo al trabajo sindical.

Desde entonces, la trayectoria militante y combatiente de Radamés se entrelaza con el auge de la lucha obrera de aquellos años, el crecimiento del PSP y su posterior crisis. Se recuperaba entonces la conmemoración del 1 de mayo, según Radamés, “no como celebración de efemérides, sino como día de combate del proletariado internacional”. La política sindical del PSP incluía el apoyo consistente a espacios de unidad como el Movimiento Obrero Unido (MOU) y a uniones como la UNT, de la que Radamés fue secretario general.

La capacidad organizativa que demostró la UNT bajo un sello clasista, combativo y de abierto desafío a la Ley Taft-Hartley estadounidense (que era y es una camisa de fuerza para el movimiento obrero) no pasaron desapercibidos para los enemigos de clase. Los gobiernos colonial y estadounidense desataron su represión legal e ilegal contra la UNT y sus oficiales. En 1978 le cupo al juez federal Juan Torruella la vergüenza –una entre tantas otras que no vienen al caso aquí– de condenar y encarcelar a Radamés por violaciones a aquella ley estadounidense.

No en vano, las memorias de Radamés se titularon Sindicalismo en tiempos borrascosos, apoyadas en la conferencia que ofreció el día en que le conocí, y que tuve el privilegio de prologar en su segunda reimpresión en el 2021. Los golpes represivos y el drama humano, pero también los episodios de lucha armada y clandestina que discurren por aquellas páginas, rinden testimonio del nivel que alcanzó la lucha de clases en Puerto Rico. Y aquí es que entra Emiliano.

Como parte inseparable de su militancia político-sindical, Radamés fue combatiente clandestino del brazo armado del PSP en los años 70 bajo el resguardo de su nombre de guerra: Emiliano. Algún tiempo después de renunciar al PSP en 1977, y de cofundar la revista Pensamiento Crítico, el nombre de Emiliano le acompañó cuando se integró a las filas del Partido Revolucionario de los Trabajadores Puertorriqueños–Ejército Popular Boricua (PRTP-EPB), mejor conocido como los Macheteros. Allí ayudó a impartirle dirección al trabajo sindical de la incipiente organización guerrillera, participando en todos sus niveles de lucha y de combate. Ya para ese entonces, virtualmente ilegalizada la UNT, Radamés dirigía la Unión Independiente de Trabajadores del Aeropuerto (UITA).

Radamés fue más escurridizo que reacio a mis proposiciones de una entrevista formal, pero siempre se mostró generoso con sus recuerdos cuando compartimos y, de cuando en vez, me hacía llegar al correo electrónico escritos suyos con reflexiones sobre aquella época. Fue así que conocí de lo que algunos llamaron “el buen gobierno” y que existió entre finales de los años 70 e inicios de los 80. “Tal vez usted como historiador pueda despejar la bruma”, me escribió en tono críptico, y algún tiempo después me envió otra pista:

“Su estructura mínima. La comunicación de primera. La solidaridad sin fronteras. El compañerismo, de una calidad casi espiritual. Así éramos. Tuvo en su beneficio, que por la diversidad de sus integrantes, tenía y tuvo un acceso y el respeto  a diferentes organizaciones de lucha de todos los ámbitos, y digo de todos los ámbitos y  puedo incluir  de su comunicacion con los oficiales del Gobierno de turno en esa época. Sus integrantes estaban comprometidos con la democracia sindical, con el sindicalismo nacional y con un odio acérrimo a los abusos patronales. Tengo el recuerdo de vida de haber conocido a tantos y tantos combatientes de base de los sindicatos. Este era el brazo de poder del sindicalismo en esa época de turbulencias. Superamos las divisiones de visión de los partidos de lucha en esa época. Su presencia no puede ser obviada en los anales de la historia de nuestra Patria. Para mí un altísimo honor”.

Fueron varios de sus camaradas de esa época de turbulencias quienes me ayudaron a “despejar la bruma” y llenar los huecos, en la medida de lo prudente y lo posible. Se trataba el “buen gobierno” de un espacio ad hoc y autoconvocado más que de una organización formal, y estuvo integrado por militantes fogueados en distintas uniones y organizaciones políticas, públicas y clandestinas. Acordaron y realizaron numerosas acciones armadas de apoyo a huelgas, incluyendo ataques a patronos, gerenciales y rompehuelgas. Algunas de esas actividades fueron reivindicadas por grupos desconocidos entonces, y de los que tampoco volvió a saberse. La existencia del “buen gobierno”, más allá de su valor anecdótico, subraya el carácter fluido y poroso de la lucha armada y clandestina hacia finales de los 70, así como su inseparabilidad de la lucha de clases, con toda la complejidad que esta entraña en un contexto colonial como el de Puerto Rico.

En fin, “las semblanzas post mortem no son justas” y además, las largas casi nadie las lee, advertía Radamés en el 2020 cuando tuvo que dedicarle una a Osvaldo Romero, uno de sus compañeros y camaradas de ruta más cercanos. Y esta ya se va haciendo larga.

Sería inútil tratar de condensar aquí la vida de Radamés: su formación temprana en las artes marciales, o su dimensión espiritual, que lo llevó a hacer largos peregrinajes por otros rincones del mundo. Y sería injusto tratar de idealizarlo, que no sería más que una forma elegante de separarlo de su realidad, de sus compañeros, y, en última instancia, de su propia humanidad. Por mi parte, me quedo con el agradecimiento honesto a una persona como cualquiera otra que aun siendo hija una realidad injusta, juntó sus fuerzas con otros y otras para combatirla con todos los medios a su alcance.

Me quedo también con sus memorias y recuerdos a cuentagotas, que ya forman parte del arsenal de experiencias acumuladas de un país irredento y sus luchas, inscritas en alguna parte de nuestro “índice secreto”. Existe una “cita secreta entre las generaciones pasadas y la nuestra”, decía aquel filósofo alemán. Pienso que esa cita la tendremos con Radamés (y tantos y tantas más) en todas nuestras luchas, y que estas incluyen, de manera importante, la tarea misma de rescatar las del pasado. Hasta entonces, Rada.

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Author: Guillermo Morejón Flores

Egresado del Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico (UPR), Recinto de Río Piedras, donde obtuvo su grado de Maestría en Historia en diciembre de 2021. Junto a Gabriel Díaz Rivera, coordina el Proyecto Coabey, un archivo digital dedicado al independentismo e izquierda puertorriqueña.