En dos cartas al editor, un lector le pidió a Panorama-Mundial que aclarara nuestro uso del término “bonapartismo” en el artículo ¿Qué revelan las elecciones intermedias en Estados Unidos? del 15 de diciembre del 2022. Publicamos a continuación la primera carta y nuestra respuesta.
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Carta al editor
diciembre 16 del 2022
Gracias por su reciente artículo sobre las elecciones intermedias en Estados Unidos. Lo que no entiendo es por qué usan el término “bonapartista” para describir el “trumpismo” y su intento de golpe de Estado. Creo que neofascista sería más correcto.
Gracias,
Carol Reed
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Respuesta del editor
diciembre 26 del 2022
Querida Carol,
Gracias por darnos la oportunidad de explicar nuestra elección de términos. El “bonapartismo” tiene una larga historia en el movimiento marxista. Abordamos el término por primera vez en el artículo inaugural de World-Outlook, la revista hermana en inglés de Panorama-Mundial, sobre los disturbios derechistas del 6 de enero del 2021 en el Capitolio de Estados Unidos, que llevó el título El radicalismo, el bonapartismo, y las secuelas de las elecciones estadounidenses en 2020.
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DISCUSIÓN CON NUESTROS LECTORES
Ese artículo explicaba:
Hace más de 50 años el erudito marxista y líder de la clase obrera George Novack explicó el significado esencial del bonapartismo. En un ensayo titulado “Bonapartismo, dictadura militar y fascismo”, que aparece en su libro Democracia y revolución, Novack dijo: “El gobierno parlamentario … se convierte en un obstáculo para el gran capital cuando las clases medias se radicalizan, los obreros toman la ofensiva y el país parece estar escapándose de su control”.
Continuó: “Cuando las tensiones sociales se agudizan hasta el punto de ruptura, el parlamento resulta cada vez menos capaz de resolver disputas en la cima o de actuar para amortiguar tensiones entre el poder de la propiedad privada y la ira de las masas. La desilusión general con su desempeño sumerge al parlamentarismo burgués y a sus partidos políticos en un período de aguda crisis”.
El bonapartismo, explicó Novack, “lleva a un extremo exagerado la concentración del poder del jefe de Estado, que puede discernirse ya en las democracias imperialistas contemporáneas. Todas las decisiones políticas importantes quedan centralizadas en un solo individuo investido con poderes de emergencia extraordinarios. Habla y actúa no como un servidor al parlamento… sino por derecho propio como ‘el hombre del destino’ que ha sido llamado a rescatar a la nación en su hora de peligro mortal”.
Del artículo El radicalismo, el bonapartismo, y las secuelas de las elecciones estadounidenses en 2020
En una segunda carta usted escribió: “Siempre pensé que un estado ‘bonapartista’ era uno que abolía el feudalismo, era antimonárquico y, a menudo, es un término que describe a los supuestamente ‘más benévolos’ primeros estados capitalistas/imperialistas de centroderecha”.
Una posibilidad, no un hecho
Primero, debemos aclarar que nunca caracterizamos al gobierno de Estados Unidos bajo Trump como un estado “bonapartista”. Más bien argumentamos que el esfuerzo de Trump por anular los resultados de las elecciones del 2020, y el apoyo que recibió, “indican que una minoría no insignificante de las clases privilegiadas por lo menos consideró la posibilidad de ignorar las ramas legislativa y judicial del gobierno y entregar todas las decisiones políticas importantes al ejecutivo, dirigido por un individuo con poderes extraordinarios”. Esos esfuerzos fracasaron, pero plantearon seriamente el espectro del bonapartismo.
Es cierto que el término en sí surge del ejemplo del emperador francés Napoleón Bonaparte, quien tomó el poder a raíz de la Revolución Francesa de 1789 y la reacción resultante contra ella. “Desde la Revolución Francesa, ese país ha sido el hogar clásico del bonapartismo burgués”, escribió Novack.
Novack luego cita al revolucionario ruso León Trotsky, quien escribió que el “hombre a caballo” entra en escena “en esos momentos de la historia cuando la aguda lucha entre dos campos eleva el poder estatal, por así decirlo, por encima de la nación, garantizando así, en apariencia, una completa independencia de clases — pero que en realidad se trata solamente de obtener la libertad necesaria para defender a los privilegiados”.
Novack agregó: “La dictadura de Napoleón I cumple con estos requisitos”. Y continuó: “La leyenda de sus triunfos ayudó a que su sobrino, quien era mucho menos talentoso, llegara a ser presidente y luego emperador” décadas más tarde. Karl Marx escribió sobre ese episodio histórico en El 18 brumario de Luis Bonaparte.
Novack afirmó que el término no se limita al período histórico de la abolición del feudalismo. “El papel de un régimen bonapartista en la época del imperialismo y el declive del capitalismo”, escribió, “no es diferente al de la etapa de su ascenso. Interviene para evitar una posible situación de guerra civil en una nación dividida, remitiendo todos los asuntos en disputa a un árbitro supremo quien es investido con un poder exorbitante”.
Trotsky usó el término para describir al régimen estalinista en la URSS en la década de 1930. Sabía, por supuesto, que las circunstancias eran muy diferentes. En un artículo de 1931 titulado “Termidor y bonapartismo”, Trotsky señaló: “El peligro con este asunto, así como con cualquier otra cuestión histórica, consiste en el hecho de que somos muy propensos a establecer analogías demasiado formalmente, sin cuestionar lo importantes o útiles que puedan ser, y porque estamos acostumbrados a reducir procesos concretos a abstracciones”.
Volviendo al presente en Estados Unidos, no hacemos una analogía exacta en nuestro uso del término “bonapartismo”. Creemos, sin embargo, que “bonapartismo” es el mejor término para describir la peligrosa trayectoria planteada por los eventos electorales sin precedentes que sucedieron después del 2020.
En un capítulo anterior en Democracia y revolución titulado “Democracia parlamentaria en crisis”, Novack planteó otra de esas lecciones de la historia que creemos que hacen que el uso del término “bonapartismo” sea aún más adecuado hoy en día. “El mantenimiento de un régimen democrático”, escribió, “requiere una economía próspera, una clase obrera dócil, una pequeña burguesía más o menos satisfecha y una política exterior exitosa. Eso puede quedar en peligro en la ausencia de uno o más de estos factores decisivos”.
Argumentaríamos que todos esos factores están hoy ausentes en un grado o en otro en Estados Unidos.
“El orden democrático queda en peligro”, continuó Novack, “cuando los partidos reformistas se atascan en dificultades desesperadas, demuestran ser evidentemente impotentes para hacer frente a los problemas más urgentes, y parecen estar llevando a la nación al desastre”.
Nos parece que es así precisamente como millones de trabajadores y personas de clase media ven la presente situación en Estados Unidos.
Sin duda, esta situación no ha llevado al posible resultado sugerido por Novack. “El estado precario de un régimen parlamentario es indicio de una situación revolucionaria donde se contrapone la conquista del poder por parte de los trabajadores y la reacción fascista”, escribió.
No caracterizaríamos como “dócil” a la clase obrera en Estados Unidos hoy en día. Sin embargo, la cada vez más aguda crisis económica, social y política del capitalismo aún no ha llevado a una verdadera radicalización de la clase obrera y a una explosión de las luchas de la clase trabajadora. Esta es una de las razones por las que hoy el bonapartismo apareció como un espectro, pero fue rechazado por la clase dominante como un paso innecesario.
Diferentes tipos de regímenes antidemocráticos
El título del capítulo del libro de Novack que citamos distingue específicamente entre las diferentes formas de represión y los regímenes antidemocráticos que pueden surgir. Novack no fue el único líder de la clase trabajadora en hacerlo. En 1975 Farrell Dobbs explicó:
“La clase dominante siempre llega al punto en que busca pasar de la democracia burguesa, a través de etapas intermedias como el bonapartismo o la dictadura militar, al fascismo. Todo el período que transcurre entre ahora y ese entonces es uno de movilizaciones y contramovilizaciones que conducen al enfrentamiento final”.
Del documento [en inglés] Counter-mobilization: A Strategy to Fight Racist and Fascist Attacks [La contra-movilización: una estrategia para luchar contra los ataques racistas y fascistas].
La explicación completa de Dobbs [en inglés] puede encontrarse en inglés aquí.
Cuando Dobbs se refiere a las “etapas intermedias” se hace eco de otro punto que Novack también resalta. “Los diversos tipos de gobiernos antidemocráticos en la era del imperialismo”, escribió, “no están separados por barreras infranqueables. Las demarcaciones entre ellos a menudo son borrosas y pueden, con el transcurso del tiempo, pasar de uno a otro”.
Cuando distingue al bonapartismo de la dictadura militar o el fascismo Novack explica: “No importa si el ‘hombre a caballo’ usurpa la autoridad valiéndose de la fuerza extraparlamentaria o bajo alguna cobertura legal, siempre la ejerce por decreto. Su régimen no necesita desmantelar inmediatamente o descartar por completo las instituciones o los partidos parlamentarios; los transforma en entidades impotentes. Siempre que desempeñen funciones meramente redundantes y decorativas se les puede permitir sobrevivir. Independientemente de que aprueben o se resistan a los dictámenes desde arriba, estos prevalecen como la ley de la nación”.
En este sentido, un régimen bonapartista no asesta un golpe tan completo o definitivo a la democracia burguesa como lo hace una dictadura militar o el fascismo — una distinción que es de importancia para los trabajadores.
Como explica Novack, entre los diversos modos de dominación capitalista “algunos son más peligrosos que otros porque amenazan de una forma más inmediata los derechos de los trabajadores y las organizaciones obreras que puedan existir. Algunos les permiten a las masas mayor libertad de acción y de reacción. Desde este punto de vista, una democracia burguesa siempre es preferible a cualquier dictadura, y ciertas formas más atenuadas del bonapartismo conservan mejores condiciones para que los obreros puedan recuperar terreno perdido de las que existen bajo el fascismo.
Usted no nos explica por qué cree que “neofascismo” es un término más preciso para describir a Trump y a los eventos del 6 de enero del 2021.
El término “fascismo” se esgrime libremente por muchos en la izquierda en Estados Unidos, al menos desde la década de 1960. A menudo se usa más como un epíteto que como una caracterización precisa de un régimen o movimiento.
Novack describe con precisión al fascismo como “el sistema más terrorista de dominación del capital monopolista”, y continúa: “A diferencia de otras formas de gobierno antidemocrático que representan de un grado mayor o menor a la reacción burguesa, el fascismo es la punta de lanza de una contrarrevolución política. Extirpa completamente a todas las instituciones tanto de la democracia burguesa como de la proletaria, y a todas las fuerzas independientes“. [El subrayado es nuestro. P-M]
Bien puede ser que durante los disturbios derechistas del 6 de enero del 2021 hayan participado algunas fuerzas con mentalidad fascista — pero eso no se asemeja de ninguna manera a las organizaciones de masas que engendra un movimiento fascista en ascenso. Es por eso que no nos parece correcto calificar de ninguna manera como fascismo al trumpismo, ni tampoco a esos disturbios.
El diccionario Merriam-Webster define el término “neo” como un “nuevo y diferente período o forma de”. Panorama-Mundial no usa el término “neofascismo” porque no tenemos evidencia que demuestre que el trumpismo, en este momento, represente una forma nueva o diferente del fascismo.
En solidaridad,
Geoff Mirelowitz & Argiris Malapanis
por los editores de Panorama-Mundial
Fuente: Panorama Mundial