La revolución española y el papel del PCE: lecciones para hoy

La revolución española estalló en julio de 1936 como respuesta al golpe de Estado del general Franco. La clase obrera se enfrentó heroicamente al golpe franquista armándose y luchando contra las fuerzas de la reacción calle por calle, ciudad por ciudad. Al cabo de unos pocos días, la mayor parte del territorio peninsular del país estaba en manos del campo republicano, incluidas las principales ciudades de Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao.

¿Qué papel jugó el Partido Comunista de España (PCE) en la revolución española y la guerra civil? Estudiar su rol durante este período nos permitirá extraer lecciones importantes para la lucha de clases de hoy.

El Estado español del siglo XX

Para comprender la revolución española del 36, es necesario preguntarse ¿Qué condiciones históricas existían? ¿Cuáles eran las relaciones entre las clases? ¿Qué papel debía jugar la clase obrera? Para responder a estas preguntas, es necesario echar la vista más atrás en la historia.

La España de los años 30 se había formado sobre la base del “imperio donde nunca se pone el sol”. El descubrimiento de América y su expoliación crearon las condiciones para el rápido enriquecimiento de la clase dominante feudal con la monarquía a su cabeza, lo cual fue seguido de despilfarro, corrupción y una profunda degeneración del régimen. De dominar América Latina, en 1898 la corona española perdió sus últimas colonias de ultramar, Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

En el siglo XIX, España, junto con la Rusia zarista, era uno de los países europeos más atrasados económica y socialmente, fruto del período anterior. Esto significó que su burguesía nacional se desarrolló de forma atrofiada, ligada indisolublemente a la vieja clase dominante e incapaz de imponer decisivamente el sello del capital en la sociedad. La sucesión de pronunciamientos durante este período no se llevaron a cabo bajo el objetivo de transformar el régimen social, sino para determinar qué capa de la clase dominante se hacía con el control del Estado para defender sus estrechos intereses. Dicho de otra forma, no existía por aquel entonces una clase capaz de dirigir la revolución económica para avanzar históricamente.

En la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, especialmente durante la Primera Guerra Mundial, la economía experimentó un crecimiento industrial. Sin embargo, este proceso llegó históricamente tarde. A diferencia del desarrollo capitalista en Inglaterra y Francia, que preparó el terreno para las revoluciones burguesas, este período ató incluso más a la gran burguesía industrial al viejo régimen.

Otro resultado de este proceso es que la clase obrera se fortaleció numérica y políticamente. A diferencia del papel auxiliar en los procesos revolucionarios del siglo XIX, a principios del siglo XX la lucha de la clase obrera mostró un carácter independiente, es decir, un programa y reivindicaciones propias en defensa de sus intereses de clase.

Este se expresó a través de huelgas e insurrecciones en contra de la burguesía y el régimen, como en Barcelona en 1909, la huelga general de agosto de 1917, y Asturias en 1934, ya bajo la II República. La burguesía española temía y odiaba mucho más a la clase obrera que al viejo régimen, porque veía que la primera amenazaba la fuente de sus intereses y privilegios, la propiedad privada, mientras que el segundo compartía la misma base económica en su posición social, aunque dificultase el desarrollo del capitalismo español por su parasitismo. Basta decir que el principal sostén de la dictadura de Primo de Rivera lo formaban los industriales catalanes, los más importantes del país.

El PCE y su política ante el estallido de la Guerra Civil

Aunque el punto álgido de la revolución española fue el 36, se puede decir que en realidad la revolución española comenzó en 1931 con la huída del monarca Alfonso XIII y la instauración de la República. Las masas habían votado decisivamente a favor de los partidos republicanos en las elecciones municipales de abril del 31, mandando un claro mensaje a la clase dominante en general y a la monarquía en particular. Ante este escenario, la clase dominante española sacrificó al Borbón para evitar que la situación escapara por completo de sus manos, completando una “revolución” por arriba para evitar la revolución por abajo.

Pero ante la intensidad de la lucha de clases que caracterizó la Segunda República, en el campo y en las ciudades, y la incapacidad de la burguesía para imponer sus intereses de clase de forma decisiva, los capitalistas llegaron a la conclusión de que para garantizar y estabilizar su poder de clase era necesario aplastar la lucha de las masas mediante la bota del fascismo. Así, detrás de Franco estaban los principales capitalistas españoles de la época, gente como Juan March (banquero), Emilio Botín Lópe (banquero), José María Milá Camps (industrial textil), Carles Godó (propietario de La Vanguardia), José María Serra (industrial textil), etc. Además de contar con la burguesía, los franquistas también contaban con el apoyo de la jerarquía eclesiástica y los grandes terratenientes, todos unidos bajo la bandera de la defensa de la propiedad privada.

Así las cosas, el 18 de julio de 1936 Franco y sus secuaces se lanzaron al golpe de Estado. Sin embargo, en cuestión de pocos días, el levantamiento fue aplastado en la mayor parte del país, y la clase obrera irrumpió en la escena de manera revolucionaria: se formaron comités obreros como órganos de gestión local y regional, milicias obreras para luchar contra el ejército franquista, se sustituyó a la policía por el pueblo armado, se crearon tribunales populares, se liberó a miles de presos políticos de las cárceles, y se expropiaron industrias y tierras, que pasaron a manos de las masas de obreros y campesinos. Este último proceso llegó más lejos en Cataluña, con un 70% de la economía en manos de la clase obrera, y el gobierno de la Generalitat completamente suspendido en el aire.

Ante semejantes acontecimientos, ¿cuál fué la posición que tomó la dirección del PCE? 

En la primera declaración del Comité Central (CC) del PCE después del golpe de Estado, fechada en el 30 de julio de 1936, leemos:

“El hecho de que el Partido Comunista ocupe un puesto de vanguardia en la defensa de las libertades populares de la República y del Gobierno nacido del Frente Popular les sirve [a la reacción, nota del editor] de pretexto para lanzar la insidia de que en España se ha implantado el Comunismo y que nuestro país se debate en la anarquía y en la catástrofe.”

Ante esta “acusación”, inaceptable para un “Partido Comunista”, la declaración contesta:

“Por eso la lucha es entre la España democrática, liberal y republicana frente a las fuerzas reaccionarias y fascistas que, buscando ayudas inconfesables, quieren implantar en nuestro país un régimen de terror y de sangre.” (énfasis nuestro)

La idea principal que explica esta posición, también recogida en esta declaración, es la siguiente: 

“Es la revolución democrática burguesa que en otros países, como Francia, se desarrolló hace más de un siglo, lo que se está realizando en nuestro país, y nosotros, comunistas, somos los luchadores de vanguardia en esta lucha contra las fuerzas que representan el oscurantismo de tiempos pasados.” (énfasis nuestro)

Es decir, ante la situación objetiva de alzamiento fascista, apoyado y financiado por la clase dominante, con la burguesía a la cabeza, y la respuesta revolucionaria de las masas, obreras y campesinas, emprendiendo el camino de la transformación socialista… ¡el PCE planteaba que la tarea de los comunistas consistía en defender la democracia burguesa y limitar la revolución a sus tareas democrático burguesas!

El PCE planteaba que la tarea de los comunistas consistía en defender la democracia burguesa.

La declaración también dice:

“En estas horas históricas, el partido comunista, fiel a sus principios revolucionarios, respetuoso con la voluntad del pueblo, se coloca al lado del Gobierno, que es la expresión de esta voluntad, al lado de la república, al lado de la democracia.” (énfasis nuestro)

Pero,¿no había sido el aplastamiento del golpe fascista mediante las armas y la expropiación de empresas y tierra la “voluntad del pueblo”? Además, el Gobierno se resistió armar a las masas tanto como le fué posible, censurando en primer lugar las notícias del golpe, y en segundo lugar intentando negociar un pacto con la reacción. En realidad, “la voluntad” del Gobierno era evitar que la clase obrera, con armas en la mano, no sólo luchara contra el golpe sin el control directo del Gobierno, sinó que mediante esta lucha impusiera el sello de sus intereses de clase. 

El gobierno del Frente Popular era un gobierno de alianza entre las organizaciones obreras y los liberales burgueses (republicanos y radicales) bajo la dirección política de estos últimos. Su esencia era la subordinación de las organizaciones obreras a los republicanos “de izquierda” que en realidad no representaban más que a la sombra de la burguesía, pues la clase capitalista estaba, prácticamente en bloque, detrás del bando franquista. Hablaremos más de esto abajo.

¿Cómo es posible que los dirigentes del PCE, “fieles a sus principios revolucionarios”, estuvieran del lado de un Gobierno y Estado burgués cuando se estaba desarrollando una revolución social?

La explicación se halla en el terreno internacional. El PCE, como la gran mayoría de partidos comunistas alrededor del mundo, estaba bajo el control de la URSS estalinizada. Estos partidos se habían convertido en satélites de la política exterior de Moscú, y obedecían sus órdenes. Cualquiera que opusiera un mínimo de resistencia era purgado sin piedad. 

En el texto Tiempos decisivos: el PCE y la guerra de España (1936-1939), de Fernando Hernández Sánchez, suscrito por el PCE, leemos:

“Los comunistas españoles llegaron al Gobierno en septiembre de 1936 infringiendo una de las directrices básicas de la Komintern a sus secciones nacionales: los gobiernos de coalición antifascista debían ser apoyados desde fuera, sin entrar en ellos. Obedecía a un imperativo geoestratégico: Stalin estaba interesado en la consolidación de un sistema europeo de alianzas para contener a la Alemania nazi y no convenía asustar a las potencias capitalistas occidentales.” (cursivas nuestras)

Para justificar esta desobediencia de la directriz “básica de la Komintern”, el mismo texto añade:

La posibilidad de desbordamiento de la situación debido a la revolución social espontánea y la escalada intervencionista de italianos y alemanes en el conflicto español llevaron a los comunistas a decidir su incorporación al nuevo gabinete. En él estaban representados desde los católicos nacionalistas a las centrales sindicales, pasando por republicanos y socialistas.” (énfasis nuestro)

Es decir, inicialmente, Stalin y la burocracia soviética querían usar al PCE como garante de responsabilidad y amistad ante el imperialismo británico y francés (la alianza europea para contener a la alemania nazi) con su apoyo al régimen burgués democrático, desde fuera del gobierno. Nada de hablar de revolución socialista o dictadura del proletariado: ¡los capitalistas británicos y franceses se asustarán si ven que los “comunistas” defienden ideas comunistas! Por eso la declaración del CC citada más arriba reza:

“Estos servidores de March [el banquero mencionado más arriba, nota del editor] dicen a los países europeos que se vive en pleno caos, que el comunismo se ha instaurado, que no se respetan las vidas ni haciendas de españoles ni extranjeros.” (énfasis nuestro)

Con el transcurso de los acontecimientos, y para asegurar más firmemente que el PCE respetaba las “haciendas de españoles y extranjeros” ante “la posibilidad de desbordamiento de la situación debido a la revolución social espontánea”, Stalin y su camarilla decidió que el PCE debía entrar en el Gobierno burgués para controlar más y mejor que “las potencias capitalistas occidentales” no se asustaran. Es decir, la intención del PCE, siguiendo las instrucciones de Stalin, era asegurarse que no había una revolución social en España y que la disputa se mantenía dentro de los canales seguros de la democracia burguesa, la misma que la burguesía había abandonado. ¿El objetivo? Asegurar la alianza con las potencias imperialistas “democráticas” de Francia e Inglaterra, potencias que de todas maneras iban a traicionar la República.

Stalin, además de querer asegurar a sus aliados potenciales que éste no quería la revolución socialista, temía la revolución igualmente por cuestiones nacionales: la toma del poder por parte de la clase obrera española generaría una fuerte oleada de esperanza y entusiasmo en la clase obrera mundial, Rusia incluida. Esto podría significar una amenaza seria para los intereses de Stalin, que era la personificación de una burocracia que se basaba en la economía planificada y la opresión de la clase obrera soviética.

Carácter de clase de la Guerra Civil

Ya hemos visto cómo la dirección del PCE defendía que la revolución tenía un carácter democrático-burgués. Esto es, que las tareas históricas en el estado español consistían en la distribución de la tierra, la separación del Estado y la Iglesia, el derecho a la autodeterminación de las naciones y la industrialización y modernización del país. Resolver estas cuestiones era una tarea histórica, sin duda, pero la cuestión no acababa ahí.

En la Rusia zarista, la tarea histórica era también la revolución democrático burguesa. En el seno del movimiento revolucionario ruso previo a la Revolución de Octubre, se había discutido y polemizado en incontables veces qué clase dirigiría esta revolución democrático burguesa. Los mencheviques defendían que sería la burguesía liberal, “progresista”, mientras que los bolcheviques defendían que sólo la clase obrera podía resolver dichas tareas históricas, poniéndose a la cabeza del movimiento y dirigiendo a la masa de oprimidos. La historía confirmó la corrección de las tesis bolcheviques, incluso con una clase obrera mucho más pequeña que la española, en términos absolutos y relativos. 

En este sentido, ¿Qué decía Palmiro Togliatti, máximo dirigente de la Internacional Comunista en España a partir de 1937? En su artículo Sobre las particularidades de la revolución española, leemos:

“Pero la república democrática que se crea en España no se asemeja a una república democrática burguesa del tipo común. Se crea al fuego de una guerra civil en el que el papel dirigente corresponde a la clase obrera;” (cursivas nuestras)

Es decir, Togliatti admite que la clase que dirigió la lucha por los derechos democráticos, y por ende la lucha contra la reacción fascista, fue la clase obrera. Dicho claramente: a la cabeza de la revolución democrático burguesa estaba la clase obrera. ¿Cómo dirigía la revolución? El mismo Togliatti responde, en otro pasaje:

“Finalmente, la clase obrera de España se esfuerza por cumplir la propia función de elemento dirigente de la revolución, imprimiéndole el sello proletario de las propias formas y los propios métodos de lucha.” (cursivas nuestras)

Togliatti admite que la clase que dirigió la lucha por los derechos democráticos, y por ende la lucha contra la reacción fascista, fue la clase obrera.

¿A qué equivale que la clase obrera dirija la revolución, “mediante sus propias formas y métodos de lucha”? A que el contenido social de la revolución era proletaria; a que la clase obrera luchaba no solo por sus derechos democráticos sino que también por sus derechos sociales; que la lucha era entre fascismo o socialismo, entre la propiedad privada de los medios de producción o la propiedad socialista, entre la dictadura del capital o la dictadura del proletariado.

Como ya hemos apuntado más arriba, en el período anterior la clase obrera ya había entrado en la escena de la historia sobre esta base, defendiendo de forma independiente sus intereses de clase. En su reacción al golpe franquista, por la intensidad de la lucha de clases, la clase obrera fue más lejos, en esta ocasión, por la vía de la revolución social.

Togliatti confirma esto último cuando dice:

“Las necesidades de la lucha armada contra el fascismo obligan al pueblo español a confiscar las propiedades de los propietarios de tierras y de los industriales que han alzado la bandera de la rebelión, pues, de otro modo, sin destruir las bases materiales del fascismo, no es posible vencerlo.”

Fue precisamente éste el programa práctico que impuso la clase obrera para aplastar el golpe franquista. En Cataluña, como ya se ha dicho, el proceso de expropiación fue más profundo, pero fue un proceso generalizado en toda la zona republicana. Sobre esta base económica, y en paralelo, se inició igualmente el proceso de destrucción del Estado burgués: el armamento del pueblo, la creación de tribunales populares, comités de distribución y milicias obreras. 

Como ya había ocurrido en Rusia, la clase obrera a la cabeza de la revolución sólo podía llevar a cabo las tareas democrático burguesas combinándolas con las tareas socialistas y avanzando hacia la transformación socialista de la sociedad. Negar y oponerse a este proceso equivalía a ponerse del lado de la contrarrevolución, que cómo veremos, fue exactamente lo que hizo la dirección del PCE.

Basándonos sobre los escritos de uno de los máximos dirigentes del PCE en aquella época, la conclusión marxista es que el carácter social de la guerra civil se resumía en la lucha revolucionaria de la clase obrera contra el capitalismo, contra la burguesía y los restos feudales.

El marxismo es una ciencia porque se basa en el análisis objetivo de la sociedad, empezando por el axioma de que la sociedad existe y se desarrolla sobre la base de la producción y reproducción de la vida según un determinado sistema de producción: comunismo primitivo, esclavitud, servilismo, trabajo asalariado. Su motor externo es la interacción constante entre la sociedad y la naturaleza, y su motor interno es la lucha interminable entre las clases por la plusvalía, por qué clase se apropia del excedente producido y en qué cantidades. Gracias a esta comprensión científica, el marxismo nos permite comprender el mundo, no en las apariencias y la superficie, sino por debajo de estas, en su esencia, en el contenido social y de clase del proceso histórico.

Sin embargo, los dirigentes del PCE, de la Internacional Comunista y de Moscú hacía ya tiempo que habían abandonado el marxismo genuino. Citemos de nuevo a Togliatti:

“La revolución española -parte integrante de la lucha antifascista que se desarrolla a escala mundial- es una revolución con la más amplia base social. Es una revolución popular. Es una revolución nacional. Es una revolución antifascista.” (cursivas en el original)

Cuando Togliatti y los demás dirigentes del PCE defendían su colaboración entre las clases en el bloque del Frente Popular (hablaremos sobre más abajo), sustituían el criterio científico de clase por el método abstracto y pequeño burgués de revolución popular, nacional, antifascista. De repente, para estos dirigentes, desaparecen los antagonismos de clase entre las clases que forman el pueblo, la nación, el bloque antifascista. 

Esto explica cómo los dirigentes del PCE justificaban su abandono del comunismo genuino con fórmulas vacías y sin base alguna como la “democracia de nuevo tipo”. En lo único que es posible aceptar la fórmula “democracia de nuevo tipo” es en el sentido que era original porqué el partido supuestamente comunista formaba parte de un gobierno burgués que luchaba por acabar con la revolución social.

El “tercer período”, el Frente Popular y la colaboración de clases

Antes de continuar con el análisis del papel del PCE en la guerra civil, es necesario echar la vista un poco más atrás para comprender el hilo conductor de su política.

Ante el júbilo por la proclamación de la Segunda República, J.Bullejos en su libro La Komintern en España, Recuerdos de mi vida, explica que el PCE reaccionó a la victoria lanzando la consigna “abajo la república burguesa, ¡Vivan los Soviets!” Esta consigna no tenía nada que ver con la situación real y la conciencia de las masas en aquel momento concreto, pues apoyaban masivamente la República; tampoco existía en esos momentos un partido comunista de masas con la fuerza e influencia capaz de dirigir a las masas obreras y campesinas a la toma del poder en el corto plazo; pero sin duda lo más asombroso de esta consigna es que… ¡los Soviets no existían!

Por un lado, la victoria de la República generó enormes ilusiones de progreso y cambio en las más amplias masas, que debían pasar por la escuela de la vida misma bajo una democracia burguesa para darse cuenta de que tenía sus límites, límites que chocaban con las aspiraciones sociales y políticas de la mayoría de campesinos y de la clase obrera. Por otro lado, no había nada parecido a Soviets en aquel momento. Este eslogan resume bien el ultraizquierdismo del PCE, y de la Internacional Comunista, durante este período.

La tarea no era oponerse sin más a la República porque su contenido en ese momento fuera burgués, chocando de frente con las ilusiones de las masas trabajadoras. Lo que había que explicar es que para que la República resolviera los ardientes problemas de las masas trabajadoras debía hacerse una revolución socialista que expropiara a los burgueses y terratenientes, para planificar la economía y hacer avanzar a la sociedad, al mismo tiempo que se imprimía un impulso poderoso a la revolución socialista en el resto de Europa.

Para que la República resolviera los ardientes problemas de las masas trabajadoras debía hacerse una revolución socialista.

La cosa es que en este momento, la Internacional Comunista estaba pasando por el llamado “tercer período”, en el cual los Partidos Comunistas, incluido el español, habían declarado la guerra a todas las demás organizaciones de izquierda. En el Estado español, el PSOE se convirtió en “social-fascista” mientras que la CNT en “anarco-fascista”.

Esta política criminal, que separó y enfrentó a la clase obrera entre sí, hizo que Stalin y la IC se cogieran bien fuerte los dedos con la victoria, sin oposición alguna, de Hitler. Aunque inicialmente valoraron su victoria como un simple paso en el proceso hacia la revolución socialista, Stalin rápidamente se dio cuenta del peligro mortal que suponía el régimen nazi.

Así las cosas, los dirigentes de Moscú, con Stalin a la cabeza, imprimieron un giro de 180 grados en la política de la IC, pasando del social-fascismo al Frente Populismo.

¿En qué consistía el Frente Popular (FP)? José Díaz, principal dirigente del PCE en aquellos momentos, en su discurso El VII Congreso de la Internacional Comunista señala el camino, explica:

“Hay capas sociales no proletarias que se oponen también al fascismo, a quienes el fascismo amenaza. Y si esto es así, y la experiencia nos está demostrando que es así, nosotros decimos que el Frente Único proletario es imprescindible, que hay que hacerlo, que es urgente realizarlo, pero que también es preciso que atraigamos a nuestro lado, que busquemos a los aliados no proletarios en la lucha a muerte que tenemos empeñada contra el fascismo.” (cursivas nuestras)

¿Quiénes eran estos “aliados”? Dimitrov, dirigente de la IC desde 1934, en su discurso al séptimo Congreso de la Internacional Comunista, dice:

“Para la creación del frente popular antifascista tiene una gran importancia el saber abordar de una manera acertada a todos aquellos partidos y organizaciones que enrolan a una parte considerable del campesinado trabajador y a las masas principales de la pequeña burguesía urbana.

“…En ella aparecen, al lado de los campesinos sin tierra, campesinos muy ricos, al lado de los pequeños tenderos, grandes hombres de negocios, pero la dirección la llevan estos últimos, los agentes del gran capital. Esto nos obliga a dar a estas organizaciones un trato diferenciado, teniendo en cuenta que, a menudo, la masa de sus afiliados no conoce la verdadera faz política de su propia dirección. En determinadas circunstancias, podemos y debemos encaminar nuestros esfuerzos a ganar a estos partidos y organizaciones o a sectores sueltos de ellos para el frente popular antifascista, pese a su dirección burguesa.” (énfasis nuestro)

Es decir, el PCE, siguiendo las órdenes de la Komintern, defendía la necesidad de un frente amplio antifascista que incluyera a fuerzas burguesas y pequeño burguesas, “a pesar de su dirección burguesa”. ¿Cómo se logró esta “alianza”? Colaborando políticamente entre las clases, o lo que equivale a lo mismo, una unión sin principios, donde el PCE debía olvidarse de cualquier reivindicación comunista.

El Frente Popular se consumó en una “alianza” política entre republicanos burgueses (Izquierda Republicana y Unión Republicana), reformistas (PSOE), pequeño burgueses nacionalistas catalanes (ERC), el PCE y el POUM (este último rompió con el Frente Popular después de las elecciones, aunque nunca hizo autocrítica por su entrada en el mismo).

Esta amalgama solamente era capaz de pactar un programa sobre la base del mínimo común denominador, la defensa de la república democrática burguesa con algún tinte social. ¡Nada de expropiar a la burguesía o a los terratenientes, de destruir el Estado burgués e implementar en su lugar el Estado obrero! 

¿Cómo intentaban justificar esta coalición interclasista los dirigentes del PCE? Nuevamente, en palabras de Díaz: “en los momentos actuales comprendemos que la lucha está planteada no en el terreno de la dictadura del proletariado, sino en el de la lucha de la democracia contra el fascismo como objetivo inmediato.”

Para convencer y no asustar a los “aliados”, el programa del FP fué el de la moderación. Su presidente, Azaña, era un político burgués con amplia experiencia defendiendo los intereses de la burguesía española. Este fue presidente entre 1931-1932 y Ministro de Guerra hasta 1933, en el gobierno responsable de la masacre de Casas Viejas. Según los dirigentes del PCE, ¡Estas eran las fuerzas imprescindibles para parar el fascismo!

En la práctica lo que sucedió no fue que las organizaciones obreras ganaron a su lado a la pequeña burguesía, sino que las organizaciones obreras, que contaban con cientos de miles de afiliados y millones de votantes se subordinaron a la dirección política de los republicanos pequeño burgueses cuya base social real era ínfima.

Seamos claros. Cómo ya se ha dicho, la política del PCE era dictada por Stalin y la burocracia soviética, que después de su criminal aventura ultraizquierdista del “tercer período” y del miedo a perderlo todo ante la amenaza del fascismo, ahora buscaba alianzas por todas partes para defender su poder. 

La burocracia soviética, como casta dominante, tenía mucho más en común con los burócratas del movimiento obrero, los reformistas y los “demócratas” que con los revolucionarios y las masas de obreros, es decir, una base material sustentada en privilegios. Así, los dirigentes del PCE pudieron pasar de criticar duramente a Azaña como presidente de la república durante el período de 1931-34, tildándole (incorrectamente) de fascista y denunciándole (correctamente) como enemigo de la clase obrera, a formar el Frente Popular con el mismo Azaña de presidente. ¿Qué había cambiado en Azaña entre estos períodos? Nada sustancial. ¿Qué había cambiado en el PCE? Las instrucciones de Moscú.

La cuestión fundamental es qué forma y qué contenido de clase adquieren el frente único proletario y el frente popular. El primero se caracteriza como la unión temporal de organizaciones proletarias por una lucha concreta y común, como sería la lucha contra el fascismo, sin mezclar banderas ni programas; se resume en marchar separados, golpear juntos. El Frente Popular se basa en lo contrario, en mezclar banderas y programas con la pequeña burguesía y la burguesía liberal para marchar y golpear juntos. El primero se basa en la independencia de clase, partidos, organizaciones y la libertad de crítica, el segundo en la colaboración de clase y agrupación política de diferentes clases y partidos, sin libertad de crítica.

En el IV Congreso de la IC, en las Tesis sobre la unidad del frente proletario, leemos:

“El Comité Ejecutivo estipula como condición rigurosamente obligatoria para todos los partidos comunistas la libertad, para toda sección que establezca un acuerdo con los partidos de la II Internacional y de la Internacional II y ½, de continuar la propaganda de nuestras ideas y las críticas de los adversarios del comunismo. Al someterse a la disciplina de la acción, los comunistas se reservarán absolutamente el derecho y la posibilidad de expresar no solamente antes y después sino también durante la acción, su opinión sobre la política de todas las organizaciones obreras sin excepción. En ningún caso y bajo ningún pretexto, esta cláusula podrá ser contravenida. Mientras preconizan la unidad de todas las organizaciones obreras en cada acción práctica contra el frente capitalista, los comunistas no pueden renunciar a la propaganda de sus ideas, que constituye la lógica expresión de los intereses del conjunto de la clase obrera.”

¿Cuál es el núcleo de la propaganda de las ideas comunistas? La necesidad de destruir el capitalismo. La cuestión fundamental es que, para destruir al capitalismo, y por ende su expresión extrema, al fascismo, sólo la clase obrera es capaz de realizar dicha tarea mediante sus propias reivindicaciones y métodos de clase. En otras palabras, sólo defendiendo el programa de la revolución socialista y el Estado obrero, principios infrangibles del marxismo, puede la clase obrera atraer aliados a su bandera precisamente porque su programa es el único capaz de garantizar una salida a las masas oprimidas. La experiencia de la Revolución de Octubre demostró esto de manera irrefutable: el partido Bolchevique, a la cabeza de la clase obrera, dirigió la revolución socialista e instauró la dictadura del proletariado como condición para resolver las tareas democratico burguesas. 

Desafortunadamente para los dirigentes del PCE, el carácter burgués del gobierno del Frente Popular saltaba a la vista. Togliatti se queja amargamente de esto en su artículo La lucha del pueblo español contra los rebeldes fascistas:

“Por lo que respecta al problema agrario, hay que decir que las medidas del gobierno republicano han sido, desgraciadamente, débiles y contradictorias. Los representantes de Izquierda Republicana no han querido reconocer que el problema agrario es el problema fundamental de la revolución republicana en España y han tenido en cuenta en grado mínimo las exigencias planteadas por los comunistas entre las masas para unir a todo el pueblo en torno a la república democrática.”

Para evitar la confusión del lector honesto, o la tergiversación del lector menos honesto, esta queja y la cita más abajo no equivalen a una crítica comunista, sino a una crítica de consejero del gobierno. Togliatti no se plantea la necesidad de romper la coalición de gobierno y avanzar hacia la expropiación de la tierra mediante la unidad de las organizaciones obreras. Se limita a aconsejar a los demócratas burgueses asustados lo que deberían hacer. La crítica comunista consistiría en explicar el carácter de clase de la tarea, los límites de clase del FP, y la necesidad de la revolución socialista. En otras palabras, el contenido de este artículo.

Prosigamos. Antes del estallido de la guerra civil, una de las labores principales del gobierno del Frente Popular consistió en frenar y reprimir la oleada de huelgas obreras, deteniendo a centenares de huelguistas, prohibiendo huelgas generales locales y cerrando sedes nacionales de la UGT y CNT durante semanas. ¿Cómo era esto posible, si el gobierno contaba con el apoyo de los comunistas, y según estos, eran la garantía en la lucha por la “democracia”? Porque, al igual que en la naturaleza, los objetos no se determinan por su forma, sino por su contenido. El FP era una amalgama de diferentes organizaciones, sí, pero su base de acuerdo mínimo era la defensa de la propiedad privada, aunque no de forma explícita, sí de forma implícita al abandonar la independencia de clase proletaria y la necesidad de la revolución social. No se puede servir a dos amos a la vez, al igual que no es posible que coexistan dos formas antagónicas de producción.

Volvamos a las lamentaciones de Togliatti sobre el FP, esta vez sobre la cuestión del ejército:

“Y aquí hemos de pasar a hablar de la fundamental debilidad de los gobiernos republicanos que se formaron tras las elecciones del 16 de febrero, debilidad que constituye una trágica lección para todos los países que se encuentran bajo la amenaza del fascismo. Precisamente en el momento en que la burguesía reaccionaria, para hacer irrealizable el programa del Frente Popular, empezó a sabotearlo… los republicanos se mostraron indecisos en adoptar medidas de represión antifascistas, como por ejemplo la purga de fascistas del ejército y la policía.”

En primer lugar, no fue simplemente la burguesía “reaccionaria” la que estaba del lado de la reacción franquista, sino la burguesía en su conjunto como clase, o dicho de otra manera, sus batallones principales y fundamentales. Esto es así porque el fascismo es la reacción más virulenta del gran capital para proteger la propiedad privada mediante la destrucción física de todas las organizaciones obreras. En segundo lugar, la burguesía no apoyó el golpe fascista en oposición a la implementación del programa del Frente Popular, que el mismo Togliatti admite que ni siquiera se estaba llevando a cabo a pesar de su moderación, sino en oposición a la clase obrera y la lucha de clases. En tercer lugar, los republicanos se mostraron indecisos por su criterio de clase: tenían más miedo de la clase obrera organizada y luchando por sus intereses que de los reaccionarios en uniforme. Esto último quedó muy claro durante el golpe franquista, como ya se ha dicho, con el gobierno suprimiendo las noticias, resistiéndose a armar al pueblo (lo que permitió el avance del golpe fascista por amplias zonas de la península) y buscando a toda costa un pacto con los golpistas.

La verdadera lección es que el PCE, bajo la tutela de Moscú, había abandonado la causa de la revolución social para pasarse al campo de la burguesía liberal y el peor reformismo. Habiendo sustituido la parte más fundamental del marxismo revolucionario, el criterio de clase, se convirtieron en los más feroces defensores de la democracia burguesa en un momento en que la burguesía había abrazado la necesidad de una dictadura, y la clase obrera por la vía de los hechos avanzaba hacia la toma del poder en sus propias manos..

El PCE y la contrarrevolución en la zona republicana

La dirección del PCE, bajo la tutela de Stalin y la camarilla burocrática de Moscú, basó toda su política sobre la necesidad imperante de no asustar a sus aliados burgueses en Inglaterra y Francia. Para asegurarse de cumplir esta orden, la dirección del PCE se empeñó para destacarse como el batallón más consecuente y decidido en la defensa de la democracia burguesa y los derechos de propiedad privada dentro de la zona republicana. Esto supuso un enfrentamiento directo con la clase obrera y sus organizaciones.

El dirigente del PCE José Díaz, en un discurso en diciembre del 36 titulado fielmente “a sus principios revolucionarios” Por la libertad de España y por la paz del mundo, dice:

“salimos al paso de las calumnias que hace circular el enemigo, tanto en España como en el extranjero, para asustar a los timoratos, diciendo que la lucha que, en estos momentos se desarrolla en España gira, de un lado, en torno a la implantación de los soviets o del comunismo libertario, y de otro lado, a la defensa del orden constituido…”

“Pues, si no se gana la guerra, todos los ensayos doctrinales, todas las realizaciones de carácter social, caerán como un castillo de naipes bajo las botas dominadoras del militarismo y del fascismo.” (énfasis nuestro)

“Pero este Gobierno nos dará la victoria si todas las fuerzas del país se colocan disciplinadamente bajo su dirección. Es necesario que todos acaten las decisiones de los órganos emanados del Gobierno, y que se acabe con toda esa pléyade de Comités y organismos que se arrogan poderes por sí y ante sí.” (énfasis nuestro)

El Frente Rojo (períodico del PCE), el 20 de marzo de 1937, escribe: “¿por qué han caído los trabajadores en estos errores? En primer lugar, por desconocimiento del momento político en el cual vivimos, que los ha dicho a creer que éramos en plena revolución social.” (énfasis nuestro)

¡Qué principios tan revolucionarios sin duda! “Los ensayos doctrinales” que con tanto desdén crítica Díaz, y la asombrosa manera de plantear la cuestión por parte de Frente Rojo, muestran bien el carácter de la política del PCE. 

La verdad es que no fueron ni ensayos ni doctrinas, sino la realización práctica de la guerra de clases, de la guerra contra el fascismo. Es más, mayoritariamente, la expropiación, el control obrero, el armamento del pueblo y la creación de comités se realizaron y crearon de forma espontánea. La CNT, por su naturaleza misma, no jugó un papel de dirección decidida, y el POUM era demasiado débil. Fueron las masas obreras, dirigidas por cuadros medios y elementos que surgieron al cáliz de la propia lucha, quienes realizaron estas conquistas.

Ante esta situación objetiva, el programa del PCE proponía, en palabras de Díaz:

“Respeto al pequeño industrial y al pequeño comerciante: sus bienes y sus vidas deben ser y serán respetados dentro de la República democrática, porque la esencia de esta es el respeto y la protección de cuanto forma parte del pueblo, y porque solamente así podremos mantener la unión necesaria, indispensable, para ganar la guerra.”

“Sobre el capital extranjero: Lo mismo decimos de los bienes de los extranjeros. Sus vidas y haciendas deben estar y están garantizadas, siempre y cuando su comportamiento sea de respeto para las instituciones republicanas y en consonancia con las reglas de hospitalidad de nuestro pueblo. Y si algunos de sus bienes o instalaciones han sido utilizados para las necesidades de la guerra, serán compensados con la debida indemnización.”

De nuevo, para no asustar a sus “aliados” burgueses y pequeñoburgueses fuera y dentro del país, era imprescindible que los dirigentes del PCE defendieran abiertamente la propiedad privada. Sin embargo, para cualquier leninista, incluso más en la época del imperialismo, el punto de partida es precisamente la lucha contra la propiedad privada. Solo los reformistas, burócratas y contrarrevolucionarios vestidos de rojo plantean la necesidad de defender la propiedad privada, escudándose en que hay que asegurar la “alianza” de la pequeña burguesía.

Para no asustar a sus “aliados” burgueses y pequeñoburgueses fuera y dentro del país, era imprescindible que los dirigentes del PCE defendieran abiertamente la propiedad privada.

El alcance de su defensa de la “democracia” era tan profunda que Díaz era capaz de decir cosas como la siguiente:

“¿Es que todavía los grandes industriales sublevados contra el pueblo siguen siendo dueños de las fábricas? No, han desaparecido, y esas fábricas que deben pasar a manos del Estado, están en manos de los obreros, controladas por los sindicatos que, desgraciadamente, en muchas fábricas, lo hacen bastante mal. ¿Esto no es hacer la revolución? ¿Estas no son conquistas democráticas, revolucionarias?”

A ojos de Díaz, la tarea consistía en “nacionalizar” estas empresas que estaban bajo control obrero y que habían sido expropiadas para centralizarlas bajo ¡un Estado burgués! “¿Esto no es hacer la revolución?” Para un contrarrevolucionario no lo negamos, pero para un comunista genuino, la tarea consistía en elaborar y lanzar las consignas, tácticas, programa y estrategia en interés de la clase obrera, es decir, en extender y profundizar la revolución destruyendo completamente el Estado burgués y construyendo un Estado obrero en su lugar.

Así, para ganarse a los elementos empobrecidos de la pequeña burguesía urbana, y a la masa de campesinos sin tierra, se deben incorporar consignas y demandas transitorias para ganarlos a la bandera del proletariado, pero sólo sobre la base de la democracia obrera, es decir, de la revolución socialista dirigida por la clase obrera. Por ejemplo, al defender la necesidad de expropiar al capital, se matiza explicando que el enemigo es el gran capital; al defender la necesidad de expropiar la tierra, se matiza explicando que el enemigo es el terrateniente, y la necesidad de entregar la tierra a los comités de campesinos desposeídos.

Siguiendo “sus principios revolucionarios”, el PCE entró en el gobierno central a principios de septiembre de 1936. El Gobierno, bajo la presidencia de Azaña, fue dirigido por Largo Caballero, reformista de izquierdas, y estaba compuesto por republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas. Así las cosas, para defender la revolución democratico burguesa en medio de una revolución social, la dirección del PCE entró en un gobierno burgués. “Democracia de nuevo tipo”, ¡sin lugar a dudas!

Dentro del gobierno, el papel contrarrevolucionario del PCE fue extenso y profundo: trabajó infatigablemente en la reconstrucción del Estado burgués mediante el desarme del pueblo y la imposición de una policía burguesa, la destrucción de las milicias obreras y su sustitución por un ejército burgués, ataques contra las colectivizaciones y el control obrero en defensa de la propiedad privada y el mercado, destrucción de la justicia y tribunales populares y su sustitución por la justicia burguesa, además del asesinato, tortura, engaño, falsificación y demás métodos de gánster contra la izquierda, empezando por el POUM y los anarquistas de base más revolucionarios.

Como ejemplo concreto del papel contrarrevolucionario del PCE, Vicente Uribe, ministro de Agricultura, dirigió con afán la contrarrevolución en el campo. Este se empeñó en destruir las colectivizaciones. El departamento de Uribe desmanteló los establecimientos colectivos, organizó a los dueños que recibieron nuevamente sus tierras en un organismo de “coadministración” con el Estado, prohibió a los colectivos vender sus productos sin intermediarios y atacó constantemente a los revolucionarios que se oponían a sus políticas. Su misión era destruir y así eliminar el poder de los revolucionarios, que descansaba en gran medida en las colectivizaciones y el control obrero.

En el libro de Felix Morrow, Revolución y contrarrevolución en España, leemos:

““Nuestros colectivos no recibieron la menor ayuda oficial. Por el contrario, fueron blanco de impedimentos y calumnias de todo tipo de parte del ministro de agricultura y de las instituciones dependientes de ese ministerio”, texto de la federación agraria de Castilla de la CNT (Tierra y Libertad, 17 de julio).”

“Ricardo Zabalza, dirigente nacional de la Federación de Campesinos y Trabajadores Rurales de la UGT declaró:

“Los reaccionarios de ayer, ex agentes de los grandes terratenientes, reciben toda clase de ayuda del gobierno, mientras que a nosotros no se nos proporciona la más mínima ayuda, y se nos desaloja de nuestras pequeñas propiedades […] Quieren aprovecharse de que nuestros mejores camaradas están luchando en el frente. Esos camaradas verterán lágrimas de rabia cuando, al venir con licencia desde el frente, vean que sus esfuerzos y sacrificios fueron en vano, que solo llevaron a la victoria de los enemigos de antaño, quienes ahora ostentan carnés de una organización proletaria [el Partido Comunista]”.”

“En junio, la publicación socialista Adelante envió un cuestionario a las distintas secciones provinciales de la organización campesina de UGT: éstas defendieron a los colectivos casi por unanimidad y denunciaron como un solo hombre que la oposición principal a los colectivos provenía del Partido Comunista que, con este fin, organizaba a los caciques y utilizaba las instituciones gubernamentales.”

Para los dirigentes del PCE era complicado justificar su posición de sepultureros de la revolución. Intentaban escudarse en el desorden reinante en la producción y el frente para justificar la centralización y el orden y la ley, eso sí, ¡en manos del Estado burgués! Pero en defensa de que las tierras, las fábricas y demás propiedad se devolviera a sus antiguos dueños, o que pasara a manos o control del Estado burgués, Díaz argumentaba de la siguiente forma:

“Lo que se quiere, al parecer, para que haya una verdadera “revolución”, es que las tierras pasen también a manos de un grupo o de una organización para explotar a los obreros que antes explotaban los caciques y los terratenientes.”

¿Dónde había quedado la consigna de 1931 “¡Viva los Soviets!”? Esta era, ahora sí, la tarea más fundamental para desarrollar y profundizar la revolución social y, por ende, la lucha contra el franquismo. La creación y extensión de los Soviets o Consejos obreros, en oposición al Estado burgués con el PCE en el gobierno, era la condición para la centralización, planificación y coordinación de la producción y de la guerra revolucionaria contra el fascismo. En la cuestión militar, la tarea no consistía en desarmar al pueblo mediante la creación de un ejército burgués, cómo defendió y realizó la dirección del PCE, sino crear un Ejército Rojo basado en las milicias y el espíritu revolucionario de la clase obrera y los campesinos pobres.

Incluso en las filas más honestas del PCE se expresó descontento por la política de traición de los dirigentes del PCE, además apuntando en la dirección correcta. Así, Toglitatti dice:

“En Cataluña esa confusión ha llegado hasta tal punto que los camaradas han planteado como tarea principal la de “luchar por la destrucción de todos los elementos capitalistas” y “frenar el fortalecimiento y el resurgir de los elementos capitalistas”, llegando así, en consecuencia, a la conclusión que tal política podía ser realizada sólo por un gobierno proletario.”

No es casualidad que fueran miembros del PSUC quienes plantearon estas críticas, ya que en Cataluña el proceso revolucionario había llegado más lejos. 

No cabe ninguna duda de que había miles de comunistas honestos y abnegados en las filas del PCE, que se dejaron la piel y la vida luchando contra el franquismo. Como reflexionó más tarde un combatiente de base del PCE, el campesino Timoteo Ruiz: “Luchando y muriendo, a veces pensábamos: Todo esto, ¿y para qué? ¿Era para volver a lo que habíamos conocido antes? Si ese era el caso, entonces no valía la pena luchar por ello. La forma vergonzosa de hacer la revolución desmoralizó a la gente; No lo entendieron”.

Sin embargo, las tradiciones de Stalin como jefe del termidor de la contrarrevolución en la URSS, de la falsificación, el engaño, la eliminación física de cualquier oposición, y por encima de todo el abandono de la revolución mundial, habían penetrado y se habían consolidado en la dirección y cuadros medios del PCE. Todo en nombre de la “democracia” y la revolución democrático burguesa…

Conclusiones

En Tiempos decisivos: el PCE y la guerra de España (1936-1939), leemos:

“La plétora [en referencia al aumento de la afiliación del PCE] fue consecuencia de la capacidad del PCE para empatizar con un ideario popular de izquierdas, unitario, radical y patriótico, depurado de fórmulas retóricas y maximalistas.” (cursivas nuestras)

Esta frase, al igual que el texto entero, es una muestra del hilo conductor de las políticas del PCE durante la guerra civil: la colaboración de clases, la defensa de la democracia burguesa contra la revolución social y la defensa de la propiedad privada. Durante este período, el PCE creció mucho, sin duda en parte con trabajadores honestos atraídos por la autoridad de la URSS, pero también y principalmente con elementos pequeño burgueses, burócratas y oficiales militares que deseaban ardientemente el orden y la ley para explotar su propiedad privada, y que vieron en el PCE el vehículo más consecuente en esta línea.

Lo cierto es que la revolución española fue traicionada por sus dirigentes, con el PCE jugando el papel más consecuente en esta dirección, como hemos explicado. Trotsky dijo que la situación era diez veces más favorable para la toma del poder por parte de la clase obrera española que en la Rusia de 1917. La principal razón de su terrible fracaso se encuentra, precisamente, en la falta de una dirección revolucionaria a la altura de los acontecimientos.

Sin embargo, para los historiadores del PCE, las razones fueron objetivas:

“A pesar de los denodados esfuerzos políticos y militares por mantener la resistencia, la capitulación de las democracias ante Hitler y Mussolini en Múnich, el empuje arrollador del ejército franquista implementado por la ingente cantidad de material del Eje y el agravamiento de las condiciones de vida hizo cundir la desmoralización en la zona republicana.” Tiempos decisivos: el PCE y la guerra de España (1936-1939)

Incapaces de adoptar una visión y comprensión revolucionarias, el PCE se escuda en las “razones” objetivas para ocultar su papel. Si la lucha contra el franquismo, según las ideas fuerza de los dirigentes del PCE, solo se podía conseguir mediante la colaboración de clases, es decir, el Frente Popular, ¿no sería más científico (y honesto) analizar y criticar dicha política, ya que se perdió la guerra? El problema para ellos es que la única conclusión posible de este análisis es que fue precisamente el Frente Popular, y a través de este la política criminal de Moscú y sus lacayos en el PCE, lo que preparó el terreno para la victoria de Franco.

Su defensa del carácter democratico-burgués de la revolución exigía y justificaba desarmar a la clase obrera, destruir su naciente poder, y consecuentemente, su espíritu revolucionario y combativo. Esa es la verdadera razón que explica la desmoralización de las masas. ¿O es que acaso los dirigentes del PCE esperaban que las masas oprimidas y desposeídas darían su vida por una República burguesa que no les había dado nada sustancial? ¿O es que acaso Togliatti, Díaz y compañía creían inspirar a las masas, sobre todo a las más avanzadas, con sus argumentos de una “democracia-burguesa de tipo nuevo”, la lucha por “una España grande y próspera”, o la bandera de la propiedad privada? Lo que demuestra todo esto es precisamente lo contrario, que estos dirigentes se alzaban sobre la base social de la pequeña burguesía egoísta y las capas atrasadas de los obreros y campesinos, contaminadas por el patriotismo y hostiles a los trastornos sociales de la revolución.

Opuesto diametralmente a esta política de colaboración de clases en defensa de la democracia burguesa, el comunismo genuino se basa, en primer lugar, en la lucha antagónica e irreconciliable entre la burguesía y la clase obrera, y por ende, en la defensa de principios de la independencia política de nuestra clase. Cómo se demostró trágicamente en la guerra civil, las tareas democrático-burguesas sólo las podía completar la clase obrera, arrastrando bajo su bandera a los campesinos desposeídos y a la pequeña burguesía arruinada y aplastada por el gran capital, pero avanzando irremediablemente en la conquista de sus propias demandas históricas: la expropiación de la burguesía y la imposición de un Estado obrero que defendiera las nuevas relaciones de propiedad.

El internacionalismo de la política del comunismo genuino, de nuevo, no tiene nada que ver con las apelaciones vergonzosas y lamentables de los dirigentes del PCE a las democracias burguesas y a la paz en abstracto; se basan en la apelación revolucionaria a la clase obrera mundial, para que se organicen y luchen contra su propia burguesía para defender la revolución y para que lleven a cabo la misma tarea contra su respectiva clase dominante. Este fue el programa de los bolcheviques y la revolución de Octubre. Tiene su base en el carácter internacional del capital y por ende en la lucha de la clase obrera mundial contra la clase capitalista.

Las lecciones que se pueden extraer del estudio del papel del PCE durante aquellos tempestuosos años no tienen un carácter académico o histórico, sino actual y revolucionario. Es precisamente a través de este estudio que afilamos nuestra comprensión de las leyes de la revolución; de la fundamental importancia de guiarse por el criterio científico de clase; de que en aquella época, al igual que en la actual, las tareas democrático-burguesas sólo pueden ser resueltas por la clase obrera; también de que el papel del partido revolucionario es de vital importancia para dirigir a la clase obrera a la victoria.

Desde la Organización Comunista Revolucionaria, sección española de la Internacional Comunista Revolucionaria, nos enorgullecemos de la heroica lucha revolucionaria de nuestra clase durante la guerra contra Franco, y tenemos como objetivo concluir lo que se empezó a construir en aquel entonces: un mundo sin explotación ni opresión, un mundo dónde sean las propias masas quienes marquen el rumbo de la historia de forma consciente, democrática y revolucionaria.

Fuente: Comunistas Revolucionarios

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Author: Joan Claravall

Dirigente de la Organización Comunista Revolucionaria, sección de la ICR en el Estado español, y editor de su revista en catalán "L'Octubre".