En el año del centenario de Lenin, entre los diferentes conflictos armados activos en el mundo, son las guerras en Ucrania y la masacre del Estado sionista israelí en Gaza las que quizás expresen de forma más aguda y descarnada el horror sin fin que para la humanidad implica la crisis orgánica del capitalismo.
Por todo ello, para los comunistas es más urgente que nunca formarnos en la teoría revolucionaria, armándonos con las ideas y el programa necesario para poder intervenir de manera efectiva en la lucha de clases. En concreto, y para poder entender los motivos e intereses que bajo el capitalismo condicionan y explican las relaciones y conflictos entre las naciones, es vital estudiar los escritos donde Lenin aborda la caracterización del Imperialismo.
Para ello, debemos empezar por su texto clásico El Imperialismo Fase Superior del Capitalismo, en el que explica cuándo y porqué surge, su significado, sus implicaciones económicas, políticas e históricas; y así mismo, para comprender cómo abordar el carácter específico de una guerra, su esencia y por ende, la actitud que de ello se deriva, y cómo debemos actuar los comunistas en cada conflicto concreto. Nos referiremos también, a algunos de los escritos en los que Lenin explica su postura respecto a la 1ª Guerra Mundial; entre otros al folleto el “Socialismo y la Guerra” donde se resume la resolución del comité central del partido Bolchevique de septiembre de 1914 y las de su Conferencia en Berna del verano de 1915.
Contexto histórico en el que Lenin escribe “El Imperialismo fase Superior del capitalismo”
El estallido de la 1ª Guerra Mundial consumaba la inesperada traición de la mayoría de los líderes de la 2ª Internacional, que, respaldando los intereses de sus respectivas burguesías nacionales, apoyaron los créditos de guerra.
Renegando de los principios ratificados por la Conferencia Internacional de Basilea de 1912, lejos de luchar por convertir la guerra imperialista en guerra civil contra el capital, los líderes socialdemócratas se sumaron al criminal coro patriotero, que ocultando los espurios intereses de rapiña y conquista de las distintas burguesías nacionales, ofrendaba la vida de millones de campesinos y obreros uniformados ante el altar del capital.
De los partidos obreros en los 8 países que iniciaron la contienda, sólo los Bolcheviques y Mencheviques internacionalistas en Rusia, los Socialdemócratas Serbios y el Partido Laborista independiente de Gran Bretaña se opusieron a la Guerra. También levantaron su voz, figuras destacadas del socialismo marxista, como Rosa Luxemburgo, Mehring, Karl Liebnknecht y Clara Zetkin en Alemania, y Trotsky desde su exilio en Zúrich y más tarde en París.
El estallido de la 1ª Guerra Mundial consumaba la inesperada traición de la mayoría de los líderes de la 2ª Internacional.
Cuando empezó la carnicería, Lenin, se encontraba aislado en Zúrich, donde sólo podía mantener contacto con unos pocos cuadros bolcheviques y unas decenas de internacionalistas desperdigados por Europa, que de manera aislada y a veces confusa, también se oponían a la carnicería imperialista.
Hubo de pasar más de un año desde el inicio de la Guerra, hasta que, en septiembre de 1915, un escaso par de decenas de Internacionalistas pudiera desplazarse a Zimmerwald –pequeña localidad de la neutral Suiza– para discutir y aprobar una resolución de oposición a la Guerra Imperialista. Su posicionamiento –a pesar de sus limitaciones– supuso un primer rayo de luz, que denunciaba y se enfrentaba al socialchovinismo imperante. Aunque se había roto el hielo, los marxistas seguían luchando en contra de la corriente.
De hecho, el ruido ensordecedor de los cañones y la ponzoñosa propaganda burguesa que, bajo la falsa bandera de “la defensa nacional”, ocultaba sus intereses depredadores. Seguían marcando aún el tono del ambiente predominante en las trincheras, en las fábricas y el campo. Inadvertidamente el viejo topo de la historia, azuzado por la guerra, seguía socavando los cimientos del sistema –como se expresó meses después con el estallido de la 2ª revolución rusa en febrero de 1917– pero las genuinas fuerzas del marxismo continuaban aisladas.
Es en este contexto cuando Lenin acaba de escribir en la primavera de 1916 su clásico: “El Imperialismo fase superior del capitalismo”. Texto en el que, para burlar a la censura zarista y poder distribuirlo de manera legal en Rusia, tuvo que limitarse especialmente a un análisis teórico del fenómeno imperialista, centrado sobre todo en sus aspectos económicos, mientras que las consideraciones políticas, tuvo que disfrazarlas recurriendo al uso de un lenguaje metafórico.
El término Imperialismo, como descripción de la etapa en la que se hallaba inmerso el sistema capitalista, desde comienzos del siglo XX, venía siendo analizado y empleado profusamente por distintos escritores burgueses. Lenin tras estudiar concienzudamente, entre otras, la obra de 1902, El Imperialismo, de J.A Hobson, y el libro El Capitalismo financiero escrito por el socialdemócrata austriaco Rudolf Hilferding en 1910, se pone manos a la obra para, en sus palabras: “Ofrecer mediante los datos generales e irrefutables de la estadística burguesa y las declaraciones de hombres de ciencia burgueses de todos los países, un cuadro de conjunto de la economía capitalista mundial, en sus relaciones internacionales a principios del Siglo XX”.
La pretensión de Lenin era que su libro ayudase a orientarse en el problema económico fundamental, sin cuyo estudio era imposible comprender nada, cuando se tenía que emitir un juicio sobre la Guerra y la política de ese momento histórico. Se trataba de abordar el problema del fondo económico del imperialismo.
El fondo económico del Imperialismo
A lo largo de los 10 capítulos de su libro, Lenin analiza el cúmulo de datos objetivos que describían las tendencias económicas dominantes del capitalismo en los inicios del siglo XX; partiendo siempre de la realidad concreta y desentrañando la contradictoria dinámica interna, hacia la que apuntaban los procesos económicos. Lenin, comenzando desde lo particular, deduce las leyes más generales que, por supuesto con excepciones y diferentes formas transicionales, definen y caracterizan las líneas maestras de la etapa imperialista, en la que ya se encontraba inmerso el capitalismo hace ahora más de 100 años.
En su análisis, Lenin constató que, durante el último cuarto del siglo XIX, en el terreno económico habían tomado cuerpo las ideas que Marx y Engels habían planteado 70 años antes, en el Manifiesto Comunista.
En 1847, los jóvenes Marx y Engels, partiendo de las contradicciones inherentes de un Capitalismo lozano y progresivo, brillantemente anticiparon que de la competencia surgiría el monopolio y, paralelamente, los Estados nacionales. Estos, del gran avance que supusieron frente al particularismo feudal, pasarían a convertirse en un freno para el desarrollo de unas fuerzas productivas, que desbordando el estrecho marco nacional, abarcarían al mundo entero. De esta forma, el sistema burgués sentaba las bases económicas de su negación, de su necesaria –nunca automática– sustitución por una nueva estructura económica y social más elevada, el Socialismo.
Enmarcando el cuadro que, de manera general, se desprendía del desarrollo de las relaciones de producción y de la división internacional del trabajo predominantes en la economía mundial de comienzos del siglo XX, concluye Lenin:
“El Capitalismo se trocó en imperialismo –a principios del siglo XX este era ya un proceso obvio– cuando alcanzó un grado muy alto de desarrollo, donde algunas de sus bases fundacionales que garantizaron su dominio, negando el viejo orden feudal, empiezan a convertirse en su contrario. El Monopolio apunta al tránsito del Capitalismo a un régimen superior.
“De la libre competencia surge el Monopolio, y va siendo sustituida por él, cuando la gran producción desplazando a la pequeña, es su vez reemplazada por otra todavía mayor, hasta tal punto, que de su seno ha surgido y surge el Monopolio; los cárteles, los consorcios, los trusts y, fusionándose con ellos, el capital de unos pocos bancos que manejan miles de millones. Y al mismo tiempo, los Monopolios que surgen de la libre competencia, no la eliminan, sino que existen encima de ella y al lado de ella, dando origen así a contradicciones, roces y conflictos particularmente agudos y bruscos”
Mapa del reparto colonial de África antes de la Primera Guerra Mundial.
Sin perder de vista, lo convencional y relativo de todas las definiciones, que jamás pueden abordar en todos sus aspectos las relaciones de un fenómeno en su desarrollo completo, Lenin plantea de manera exhaustiva los 5 rasgos más generales del Imperialismo:
1.- La concentración de la Producción y del capital llega a un nivel muy alto de desarrollo, que crea los Monopolios, que desempeñan un papel decisivo en la vida económica.
2.-Fusión del Capital bancario con el industrial y creación en el terreno de este capital financiero de la Oligarquía financiera.
3.-La exportación de capitales, a diferencia de la de mercancías, que adquiere una importancia particularmente grande.
4.-Se forman asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas que se reparten el mundo.
5.-Se ha terminado el reparto territorial del mundo entre las potencias imperialistas.
Resumiendo lo anterior, describe el fenómeno del imperialismo moderno como:
“El imperialismo es la fase de desarrollo del Capitalismo, en la que ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de toda la tierra entre los países capitalistas más importantes”.
Desde los comienzos del pasado siglo, las tendencias que sólo se apuntaban a comienzos del último cuarto del XIX, habían devenido en dominantes, la cantidad se había trocado en cualidad.
La función de los bancos había sido intermediar en los pagos, convirtiendo así el capital monetario en activo, en capital, que aplicado al proceso productivo genera plusvalía. A medida que las operaciones bancarias se incrementaban y a la vez se concentraban en un número cada vez más reducido de grandes entidades financieras, su rol inicial como modestos intermediarios había devenido ya en los países más importantes, en el de monopolistas omnipotentes que disponían de casi todo el capital monetario de todos los capitalistas y pequeños patrones, así como de las fuentes de materias primas de uno o de muchos países.
La oligarquía financiera de unos pocos países dominantes, fusionada a través de mil lazos con los monopolios industriales y comerciales, y contando con el respaldo de los gobiernos y poderes de sus respectivos Estados, no sólo asentaban su control sobre sus economías nacionales, sino que, mediante el mecanismo de la exportación de capitales, de los acuerdos entre los cárteles y trusts más importantes, del intercambio desigual con los países menos desarrollados, establecían su dominio del mercado mundial.
Con la capacidad de síntesis que lo caracterizaba, Lenin, describe la esencia de este proceso:
“En la época del capital financiero, los monopolios del Estado y los privados se entretejen formando un todo, y tanto los unos como los otros no son en realidad más que distintos eslabones de la lucha imperialista que los grandes monopolios sostienen en torno al reparto del mundo”.
En los sectores de la economía más avanzados y decisivos de aquellos años, como eran el sector eléctrico, el del petróleo, el del raíl y el acero, la marina mercante, los grupos monopolísticos de las principales potencias de la época –Gran Bretaña-Francia-Alemania y EE. UU– llegaban a acuerdos para repartirse entre ellos el mercado mundial, expulsando a las empresas menores, garantizándose mediante el control de los precios la obtención de súper beneficios. Por supuesto, el tamaño de la parte del pastel, que correspondía a cada grupo financiero-empresarial, dependía de la correlación de fuerzas existente en cada momento.
Analizando la dinámica y las implicaciones que se derivaban del surgimiento de esos trusts de carácter mundial, Lenin explica:
“Pero el reparto del mundo entre los trusts dados no excluye naturalmente nuevos repartos, si se modifica la relación de fuerzas. Como consecuencia del desarrollo desigual, guerras, quiebras…”
El dominio económico aplastante del Imperialismo en el siglo XXI
La dinámica que se desprendía del cuadro general de la economía capitalista mundial al comienzo del siglo XX, y que usando la expresión de Lenin definían la entrada del capitalismo en su etapa superior Imperialista, en los más de 100 años transcurridos desde entonces, todas las tendencias descritas por Lenin han experimentado un desarrollo exponencial.
La concentración del capital, la exportación de capitales, el peso determinante del comercio y del mercado mundiales, la interdependencia de las economías nacionales, derivadas de la división internacional del trabajo, han exacerbado hasta niveles sin precedentes el dominio aplastante de los monopolios y del capital financiero. Hoy 500 grandes grupos multinacionales empleando a menos del 3% del empleo –100 millones de una población activa mundial de 3.500 millones– y generan el 40% del PIB mundial, dominando con mano de hierro todos los sectores decisivos de la economía planetaria.
Para atisbar gráficamente el grado de desarrollo, el rol del imperialismo hoy, basta con leer el informe publicado en enero-2024 por OXFAM-Intermón, bajo el clarificador título de: “Nueva era del Monopolio: El excesivo poder empresarial”, donde se describen las causas que según ellos explican la situación de desigualdad creciente en todo el mundo, con un crecimiento tan grande de la pobreza que, para revertirlo con las actuales políticas económicas y sociales, estiman que se necesitarían al menos 230 años:
“Estamos viviendo una era marcada por un poder monopolístico que permite a las empresas controlar los mercados, establecer los términos de intercambio, y obtener beneficios, sin temor a perder negocio. No se trata de un fenómeno abstracto sino de una realidad que nos afecta a todos de muchas maneras: influye en nuestros salarios, determina los alimentos y las medicinas que podemos pagar.”
Ejemplificando el proceso de concentración de la producción, en cada vez menos manos y la imparable tendencia a las fusiones, absorciones y compras entre los grandes grupos transnacionales, centran su atención en 4 sectores claves:
*Salud: En un período de 20 años-1995-2015-, las 60 mayores empresas farmacéuticas que controlaban la parte del león del mercado mundial de medicamentos, se han fusionado en 10 gigantes mundiales.
*Alimentación: Dos multinacionales –Mobay, producto de la fusión de la norteamericana Monsanto y la rama específica de la alemana Bayer Ag, y la resultante de la fusión entre Chem China y la suiza Syngenta– controlan el 40% del mercado mundial de las semillas que utilizan los agricultores de todo el mundo.
*Finanzas: Las 3 mayores gestoras de fondos: Black Rock, State Street y Vanguard gestionan en total un activo de 20 billones de dólares, lo que supone un 20% de todos los activos bajo gestión en el mundo.
*Tecnológicas: El 75% del gasto mundial en publicidad online van a manos de Meta, Alphabet y Amazon. El 90% de las búsquedas por Internet se gestionan a través de Google.
Ciertamente, tras describir el innegable dominio del capital, y recordarnos como es público y notorio, que los puestos claves de las mayores corporaciones mundiales, los posee y controla la aristocracia del capital, la alternativa que proponen se reduce a aconsejar a los gobiernos que para evitar un estallido de los de abajo, deben pedirle al capital que se autorregule.
Frente a los utópicos intentos de cuadrar el círculo, de quienes siguen pensando que la alternativa consiste en reformar o humanizar al capitalismo, para los marxistas, el significado histórico que implica el grado de desarrollo que en la segunda década del siglo XXI ha alcanzado el Imperialismo, viene preñado de profundas implicaciones revolucionarias.
En el último capítulo de su libro, Lenin, haciendo gala de la precisión con la que formulaba sus definiciones, estimando en base a los datos económicos el grado al que se había llegado en la expresión práctica, del papel histórico del Imperialismo, lo describía diciendo:
“Cuando tomaron cuerpo y se manifestaron en toda línea los rasgos de la época de transición del capitalismo a una estructura económica y social más elevada”
Los procesos que hace un siglo ya apuntaban al tránsito del capitalismo a un régimen superior, han alcanzado tan alto grado de madurez que se están pudriendo y como consecuencia directa, las contradicciones explosivas que se acumulan en los cimientos del capitalismo, son cada vez más profundas e irresolubles.
La lucha por la Hegemonía Mundial como esencia de la política imperialista
En su análisis del período 1876 a 1900, cuando se asientan las bases materiales del predominio imperialista, Lenin refiere y destaca como uno de los rasgos definitorios del imperialismo, afirmando que: ”Se ha terminado el reparto territorial del mundo entre las potencias imperialistas”. Es a la conclusión implícita, en los datos del texto sobre la extensión territorial de las colonias europeas del geógrafo A. Supan, en los que se constataba la aceleración en la pugna encarnizada por el reparto de África y Polinesia. Reparto que una vez ejecutado entre las 6 principales potencias de la época –Inglaterra, Francia, Rusia, Alemania, EE. UU y Japón– supuso la ampliación en un 50% de sus posesiones coloniales, de 40 a 65 millones de km2, englobando una población total de 523,8 millones y abarcándose de esta forma todos los territorios que hasta entonces se habían considerado como no ocupados.
Al presentar el cuadro de conjunto que describía, el peso de las principales potencias imperialistas en la economía y la política mundiales, las relaciones internacionales y los otros tipos de Estados presentes en la escena mundial, Lenin realiza una aproximación cuidadosa, en la que, centrándose en distinguir la esencia de la forma, además de los casos típicos, describe también las excepciones.
“Por vigorosa que haya sido durante los últimos decenios la nivelación del mundo, la igualación de las condiciones económicas y de vida de los distintos países bajo la presión de la gran industria, del cambio y del capital financiero, la diferencia sigue siendo, sin embargo, respetable, y entre los seis países mencionados encontramos, por una parte países capitalistas jóvenes, que han progresado con una rapidez extraordinaria (Norteamérica, Alemania y el Japón); por otra parte, hay países capitalistas viejos que durante los últimos años han progresado con mucha mayor lentitud que los anteriores (Francia e Inglaterra); en tercer lugar figura un país, el más atrasado desde el punto de vista económico (Rusia), en el que el imperialismo capitalista moderno se halla envuelto, por así decirlo, en una red particularmente densa de relaciones precapitalistas”.
Detallando las otras formaciones estatales presentes en su época escribe:
1.- Junto a las Grandes potencias con sus colonias, tenemos otros pequeños estados menos importantes –Bélgica, Holanda, Portugal… – cuyas posesiones coloniales son ahora el objeto inmediato del nuevo reparto colonial y si los pequeños las conservan, es únicamente porque entre las grandes potencias existen intereses opuestos, rozamientos … que dificultan un acuerdo para repartirse el botín.
2.- Estados semicoloniales -China, Persia, Turquía- que nos dan el ejemplo de las formas de transición que hallamos en todas las esferas de la naturaleza y de la Sociedad.
3.- El capital financiero es una fuerza tan considerable, puede afirmarse que tan decisiva en todas las relaciones económicas e Internacionales, que es capaz de subordinar y en efecto subordina, incluso a los Estados que gozan de la independencia política más completa.
Con el veredicto inapelable de los hechos, la conclusión era que, ya desde los inicios mismos de su etapa imperialista, el capitalismo dejando atrás cualquier elemento progresivo del pasado, se había convertido en un sistema de sojuzgamiento colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta por un puñado pequeño de países avanzados.
Por supuesto, el reparto del botín entre las potencias rapaces y armadas hasta los dientes que dominaban el mundo, no excluía –más bien llevaba implícita la inevitabilidad– de nuevos repartos, dependiendo de la correlación de fuerzas en cada momento. La forma política del reparto, podía ser pacífica –en los períodos de alza económica donde el botín a repartir bastaba para todos– o recurriendo a otros medios incluido la guerra.
Refiriéndose a las contradicciones insalvables entre las potencias, que más tarde condujeron a la guerra en el verano de 1914, escribe Lenin:
“En primer lugar la división ya terminada del globo obliga, al proceder a un nuevo reparto, a extender la mano hacia todo tipo de territorios; en segundo lugar para el imperialismo es consustancial la rivalidad entre varias potencias en sus aspiraciones a la hegemonía; esto es, a apoderarse de territorio no tanto directamente para sí, como para debilitar al adversario y quebrantar su hegemonía».
La política comunista ante la Guerra
El 28 de junio de 1914, comenzada la 1ª Guerra Mundial, Lenin y con él los pocos cuadros bolcheviques que estaban en el exilio, se mantuvieron firmes en su oposición a la guerra imperialista. Enfrentados al apoyo masivo inicial al patrioterismo, a pesar de su aislamiento y debilidad, desde el primer momento emprendieron la batalla ideológica. Confrontando sus ideas, no sólo con las de los partidarios del socialchovinismo en la 2ª Internacional, sino también contra la política menchevique de oposición formal a la Guerra y frente a las del pacifismo.
Explicando en 1916 la resolución sobre la guerra del CC bolchevique del otoño de 1914, Lenin insiste en la necesidad de prestar atención a la exactitud de lo que se plantea en las formulaciones políticas, y dice:
“En nuestra resolución decíamos: La verdadera esencia de la guerra actual consiste en… Por tanto, hablamos de una Guerra concreta y con la palabra la verdadera esencia, indicamos que hay que distinguir y así lo hacemos entre lo aparente y lo real. Las frases sobre la Defensa de la Patria en la Guerra actual falsifican, presentan falsamente la guerra imperialista de 1914-16, la guerra por el reparto de las colonias, por el saqueo de tierras ajenas, presentándola como una guerra nacional”.
Partiendo del axioma de que:” Hablar en general y fuera de su contexto de tiempo y espacio no es propio de marxistas”, para comprender el carácter de cada guerra, un comunista tiene que partir de un análisis histórico concreto, entender su esencia, su auténtico contenido de clase, si es reaccionaria o progresiva.
Lenin, preguntándose cómo resolver los interrogantes claves de ¿Cómo descubrir la verdadera esencia de la Guerra? ¿Cómo Determinarla?, responde que para ello hay que seguir las enseñanzas del hegeliano y gran teórico de la guerra, Karl Von Clausewitz, y afirma:
“La guerra es la continuación de la política, hay que estudiar la política que precede a la guerra, la política que lleva y ha llevado a la guerra. Sí la política era imperialista, es decir defendía los intereses del capital financiero, expoliaba y oprimía a las colonias y países ajenos, la guerra dimanante de esa política será una guerra imperialista. Si la política era de liberación nacional, es decir si expresaba el movimiento masivo contra la opresión nacional, la guerra dimanante de esa política lo será de liberación nacional.
“El filisteo no comprende que la guerra es continuación de la política con otros medios- la violencia y las armas-, se limita a decir que el enemigo ataca, el enemigo ha invadido mi país. Cuando de lo que se trata de analizar es: ¿Por qué se hace la guerra? ¿Qué clases la hacen? ¿Qué fin político se persigue?
“Embellecer la guerra Imperialista aplicándole el concepto de Guerra Defensiva, es decir presentarla como democrática, significa engañar a los obreros, ponerse al lado de la burguesía reaccionaria.”
Cuando en pleno fragor bélico, sin que nadie lo esperase, estalla la 2ª revolución rusa en febrero 1917, en sus primeros compases, como suele ser la norma, fue hacia las figuras públicas más conocidas -Mencheviques y Social revolucionarios-, a quienes en primer lugar se orientaron las masas.
Con la llegada de Lenin en abril, se inició la verdadera batalla por ganar la mayoría de la clase obrera y del campesinado. En la pelea por conquistar a las masas, la consigna bolchevique de “Pan, Paz y Tierra”, ponía sobre la mesa uno de los aspectos claves en la lucha ideológica, la política leninista frente a la guerra imperialista, programa que sin duda contribuyó a garantizar el triunfo del Octubre Rojo.
En 1918, cuando Kautsky en su campaña de oposición a la revolución bolchevique, defiende la corrección de la política menchevique ante la guerra, frente a la política comunista, Lenin publica “La revolución proletaria y el renegado Kautsky”, texto en el que responde, punto por punto, a cada uno de sus argumentos.
Argumenta Kautsky:
“Los mencheviques deseaban la paz universal. Querían que todos los beligerantes aceptasen la consigna “sin anexiones ni contribuciones”. Mientras eso no se consiguiera, el ejército ruso, según ellos, debía mantenerse en disposición de combate. En cambio, los bolcheviques exigían la paz inmediata a toda costa, estaban dispuestos a concertar una paz por separado en caso de necesidad: procuraban imponerla por la fuerza, aumentando la desorganización del ejército que ya de por sí era grande. Los bolcheviques no deberían haber tomado el poder, sino contentarse con la Asamblea Constituyente”
Respondía Lenin:
“Así pues el Internacionalismo de Kautsky consiste en lo siguiente: exigir reformas del gobierno burgués imperialista, pero continuar sosteniéndolo, continuar sosteniendo la guerra dirigida por este gobierno hasta que todos los beligerantes hayan aceptado la consigna “sin anexiones ni contribuciones”. En esta guerra reconocer la “Defensa de la Patria” es desde el punto de vista del proletariado, justificarla, legitimarla -tanto bajo la monarquía como bajo la república-. Lo mismo si los ejércitos adversarios están en un momento dado en territorio propio, como si se hallan en territorio extranjero, reconocer la defensa de la patria es de hecho, apoyar a la burguesía imperialista y depredadora.”
“En Rusia, con Kerenski, con una república democrático burguesa, la guerra seguía siendo imperialista, porque la hacía la burguesía como clase dominante, y la guerra es continuación de la política; con particular evidencia han demostrado el carácter imperialista de la guerra los tratados secretos que, sobre el reparto del mundo y el pillaje de otros países, había concertado el ex Zar con los capitalistas de Francia e Inglaterra”.
Empezando con la explicación, de qué significa y cómo tiene que abordar un marxista la elaboración de una consigna, Lenin responde en detalle al significado concreto de a qué conducía la política menchevique, propugnando que antes de concertar la paz, todas las partes beligerantes debían aceptar la consigna “sin anexiones ni contribuciones”.
Dice Lenin:
“Para el marxismo, cualquier consigna hay que justificarla con un análisis exacto de la realidad económica, de la situación política y del significado político de esa consigna.” “Huimos de la típica política filistea, pequeño burguesa que consiste en imaginarse, e inculcar a las masas la idea absurda de que lanzar una consigna cambia las cosas. De hecho, para engañar al pueblo los demócratas burgueses lanzan siempre todas las consignas que se quieran”. El punto central consiste siempre en comprobar su sinceridad, en confrontar las palabras con los hechos, en no contentarse con frases idealistas y grandilocuentes”
Y concluye:
“La guerra imperialista no deja de serlo cuando los charlatanes o los pequeños burgueses filisteos lanzan una consigna dulzona, sino únicamente cuando la clase que dirige la guerra imperialista y está ligada a ella con millones de hilos -e incluso de maromas- de carácter económico, es en realidad derribada y sustituida en el poder por la clase verdaderamente revolucionaria, el Proletariado. De otro modo es imposible librarse de una guerra imperialista, así como de una de una paz Imperialista».
La Urgencia del Cambio Social
A lo largo del último siglo, el contenido de la política imperialista en su esencia no ha variado ni un ápice, hoy igual que ayer su objetivo se reduce a la pelea por la dominación mundial. Lo que cambia, dependiendo de la coyuntura económica, es la forma; esto es, el método con el que se reparten el mundo.
En cada conflicto los comunistas tendremos que distinguir su carácter de clase, distinguir la violencia reaccionaria de la violencia revolucionaria y actuar en consecuencia.
Los enormes superbeneficios generados por la incorporación al mercado mundial de las economías de China, India y la URSS, que durante casi 20 años -1990-2008- impulsó a la llamada Globalización, permitieron que la permanente lucha por la supremacía mundial, entre los distintos bandidos imperialistas, tuviera un carácter pacífico.
Ahora la rueda de la historia de nuevo ha vuelto a girar. Todos los factores que ayer permitieron que lo que primase fuesen los acuerdos y pactos para el reparto amistoso del botín, hoy en la etapa de mayor crisis de la historia del capitalismo, se han convertido en su contrario.
La experta del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos IISS, Meia Nouwens, describía así el nuevo escenario Mundial:
“Hemos entrado en un período con mayor conflictividad interestatal. Estamos en una era de competición directa entre países importantes, eso es preocupante y también lo es el nivel de cooperación que vemos por ejemplo entre China, Rusia, Irán y Corea del Norte que en cierto sentido es nuevo.
A conclusiones similares llegaba también el historiador y experto en la Guerra Fría de la Universidad Johns Hopkins. Sergei Radchenko:
“El período actual tiene diferencias con la Guerra Fría. No hay una confrontación ideológica. Hay democracias por un lado y regímenes por el otro, pero no es lo mismo y hay una interdependencia que antes no había. Pero sí hay cosas que se parecen una es la lucha de poder entre potencias. Otra es como el espectro nuclear condiciona esa lucha.
Los imperialistas, empezando por los más poderosos, son conscientes de que en la rivalidad por la hegemonía mundial, los acuerdos y compromisos cada vez serán más complicados y lo que va a primar es el uso de la fuerza.
En consonancia con esta perspectiva se están armando hasta los dientes, y si ya entre 2020-2023 el gasto militar sumó 8,5 billones de dólares, los llamamientos a incrementar la carrera armamentística por los gobiernos de todas las potencias continúan.
Como expresión de la locura irracional, de un sistema podrido que se niega a abandonar la escena de la historia, la violencia, la guerra entre las clases y entre las naciones van a estar a la orden del día. En cada conflicto los comunistas tendremos que distinguir su carácter de clase, distinguir la violencia reaccionaria de la violencia revolucionaria y actuar en consecuencia.
No hay mejor manera para definir nuestra tarea, que recurrir a las imborrables palabras de Lenin:
“El Socialista, el proletario revolucionario, el internacionalista razona: El carácter de una guerra, si es reaccionaria o revolucionaria, no depende de quien haya atacado primero, ni del territorio en que esté el enemigo, sino de la clase que sostiene la guerra y de la política de la que es continuación esa guerra concreta. Si se trata de una guerra imperialista reaccionaria, es decir de una guerra entre dos grupos mundiales de la burguesía imperialista, despótica, expoliadora y reaccionaria.
«Toda burguesía -incluida la de un pequeño país- se hace cómplice de la rapiña y yo, representante del proletariado revolucionario, tengo el deber de preparar la revolución proletaria mundial, como única salvación de la matanza mundial. No debo razonar desde el punto de vista de mi país, porque esta es la manera de razonar del pequeño burgués nacionalista, desgraciado cretino que no comprende que es un juguete en manos de la burguesía imperialista. Sino desde el punto de vista de mi participación en la preparación, propaganda y acercamiento de la revolución proletaria mundial. ¡Eso es internacionalismo, ese es el deber del internacionalista, del obrero revolucionario, del verdadero comunista».