Muchas mañanas, de camino a mi despacho en el campus de la Universidad de Texas en Dallas, me encuentro con una compañera del servicio de limpieza de la universidad. Procedente de Venezuela, lleva unos cuantos meses viviendo en Estados Unidos. Para preservar su identidad, me referiré a ella como Z., la inicial de su nombre. Con el paso del tiempo, nuestra cháchara se ha ido tornando en su legítima queja por sus condiciones laborales, las cuales, he de decir, minan visiblemente su salud y vitalidad día tras día. Algunas de las cosas que me ha contado Z. a este respecto me dan pie a hacer el siguiente breve recorrido por las condiciones laborales estadounidenses.
1. Vacaciones pagadas. Z. únicamente tiene tres días de vacaciones pagadas al año (más que muchos otros en este lugar del globo). Estados Unidos es la única economía avanzada del planeta que no garantiza por ley vacaciones pagadas a sus trabajadores. En la Figura 1, la cual muestra el número mínimo de días de vacaciones pagadas al año por ley en función de diferentes países, el caso de Estados Unidos contrasta escandalosamente con el de países europeos.
Fig. 1: Número mínimo de días de vacaciones pagadas al año por ley en función de diferentes países. Elaboración propia a partir de datos de la OCDE.
2. Baja por enfermedad y cobertura médica. Recientemente, Z. tuvo que ser hospitalizada por un problema de salud que la mantuvo alejada del trabajo durante unos cuantos días en los que no percibió ingreso alguno por parte de su empleador, ya que este no está obligado a ello. Estados Unidos y Corea del Sur son los dos únicos países del total de las 38 economías avanzadas que componen la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que no garantizan por ley ningún tipo de baja por enfermedad remunerada. Sólo a lo largo de, literalmente, la última década, se ha conseguido que 16 de los 50 estados que componen Estados Unidos (entre los que no está Texas) hayan legislado a favor de revertir parcialmente esta situación tan lesiva para los intereses de la clase trabajadora.
Peor aún, en el momento de requerir atención hospitalaria, Z. no contaba con un seguro médico en un país en el que, recordemos, el sistema de salud es esencialmente privado (es decir, un negocio y no un servicio). Ponerse enfermo en Estados Unidos puede salir muy caro y es, estadísticamente, el principal motivo detrás de las bancarrotas personales que tan frecuentes son en esta zona del globo.
3. Salario. Z. cobra 12 dólares a la hora. Incluso en un estado relativamente barato como es Texas, dada la actual situación inflacionaria, afirmo con conocimiento de causa que dicho salario imposibilita tener una vida independiente y digna. Z. comienza su jornada laboral de 9 horas a las 7 de la mañana, momento en el que ya ha tenido que fichar mediante la toma de una fotografía, como si fuera un reo, en un espacio habilitado para ello en el campus de la universidad. Si se retrasa un solo minuto en fichar, puede dar por perdidos los 12 dólares correspondientes a la primera hora de su jornada laboral.
Estados Unidos es uno de los países más desiguales del mundo en términos de ingresos y riqueza. Como muestra de ello, la Figura 2 representa el coeficiente de Gini (cuanto mayor, mayor es la desigualdad de ingresos) en función de diferentes países, donde el caso de Estados Unidos contrasta con el de sociedades del norte de Europa, con una menor desigualdad y, por ende, mayor calidad de vida de la clase trabajadora.
Fig. 2: Coeficiente de Gini, que mide la desigualdad de ingresos—donde 0 significa igualdad total y, 1, desigualdad total—, en función de diferentes países. Elaboración propia a partir de datos de la OCDE.
Una de las características de la excepcionalidad estadounidense (cada vez menos excepcional) es que, aparte del salario, cuestiones como vacaciones pagadas, baja por enfermedad retribuida o un seguro médico son también elementos de negociación individual entre el trabajador (en una posición de debilidad) y el empresario. En consecuencia, es natural esperar que los trabajos poco cualificados, para los cuales existe un gran excedente de oferta de mano de obra por razones evidentes, lleven aparejados pocos o ninguno de los beneficios —que deberían ser derechos— citados.
Z. se queja efusivamente del «colombiano», forma en la que se refiere a su empleador, como si las condiciones laborales de la primera fuesen resultado en exclusiva de la decisión personal del dueño de la empresa de limpieza. Por el contrario, el «colombiano» no es más que la personificación de un tipo de agente consustancial al sistema económico estadounidense, caracterizado este último por una desregulación laboral extrema que promueve estos abusos con el propósito de extraer una elevadísima plusvalía del trabajador. Ejemplo de ello es que un organismo público como la Universidad de Texas en Dallas contrata con la empresa de limpieza que nos ocupa aun a sabiendas de sus prácticas.
Z.está tratando de regularizar su situación en el país, algo que le llevará mucho tiempo y dinero y que posiblemente no llegue a conseguir nunca. Desde luego, la jugada es redonda para el capital estadounidense: numerosas medidas terroristas de política exterior de diferente índole (por ejemplo, medidas de bloqueo económico) favorecen el surgimiento de condiciones materiales de miseria para la mayoría social en otros países del globo, lo que estimula la generación de flujos migratorios de trabajadores desde estos países hacia Estados Unidos. Ya en este último país, estos trabajadores, despojados de todos sus derechos, son utilizados y exprimidos en un mayor grado con respecto a la clase trabajadora local (la cual, ya de por sí, adolece de una falta de derechos laborales esenciales) en beneficio del capital nacional.
Aunque aquí influyen diferentes factores, entre los que hay que incluir, por ejemplo, las decenas de miles de muertes anuales derivadas tanto de la violencia armada como de sobredosis por opiáceos como el fentanilo, dada toda la discusión expuesta en el presente artículo, no es de extrañar que la esperanza de vida al nacer en Estados Unidos (77 años) sea una de las más bajas de entre todos los países que componen la OCDE (a este respecto, la Figura 3 muestra la esperanza de vida al nacer en número de años en función de diferentes países). Que alguien piense —y lo digo también por experiencia propia— que Estados Unidos es un buen país para vivir como trabajador sólo puede responder a la efectividad del lavado de cerebro a diario ejercido por el brazo mediático y cultural del imperio estadounidense.
Fuente: Rebelión