Encuentro Sindical 2023: Apuntes sobre los cambios en la economía puertorriqueña y sus efectos sobre el movimiento obrero organizado

Nota del autor: Las siguientes notas las preparé para guiar mi participación en el panel “Retos que enfrenta el sindicalismo: ¿cuáles son nuestras alternativas?”, que formó parte del Encuentro Sindical 2023, celebrado el sábado, 18 de marzo en la Unión General de Trabajadores.

Luego de una conferencia inicial a cargo de Iyari Ríos, titulada “Contexto histórico y económico del sindicalismo en el año 2023”, tuvo lugar el panel, que contó con la participación de distintos sectores del movimiento obrero. Compartí panel con Liza Fournier, presidenta de UNETE; Emilio Nieves, presidente de la Central Puertorriqueña de Trabajadores; José Rodríguez Vélez, del Movimiento Solidario Sindical; y, finalmente, Israel “Piculín” Marrero, presidente del Sindicato Puertorriqueño de Trabajadores y Trabajadoras.

Las guías que se nos dieron fueron las siguientes: “Exponer, desde la perspectiva de cada sindicato o sector, los problemas históricos, económicos, legales y políticos que limitan el desarrollo del sindicalismo en Puerto Rico. Proponer soluciones y alternativas para enfrentar dichos problemas. – 10 minutos por ponente”.

A la actividad asistieron 42 asistentes (un 40% fueron mujeres), de 19 organizaciones obreras distintas. El Encuentro, me parece, fue un evento importante en el difícil proceso de buscar la unidad del movimiento obrero en aras de transformar radicalmente la sociedad en la que vivimos, dominada por la política pública patronal. Pero no es este el espacio para reseñar la actividad – y menos de parte de uno de sus panelistas. Espero que otros y otras hagan el ejercicio.


La crisis mundial de la década del 1970 tuvo repercusiones importantes en la economía puertorriqueña. En gran medida, el proyecto económico se reconfiguró por esta crisis, lo que tuvo, también, el efecto de reconfigurar al movimiento obrero puertorriqueño. Con esta crisis y los aumentos en el precio del petróleo, se derrumbó el proyecto petróleo-químico, el proyecto emblema de Operación Manos a la Obra. Los sectores de esta incipiente industria petróleo-química cerraron, lo que tuvo un impacto en las tasas de sindicalización del sector privado, ya que varias de estas industrias – la más emblemática siendo la Commonwealth Oil Refining Company (CORCO) – se encontraban sindicalizadas. Pero el sector privado en su conjunto nunca pudo realmente recuperarse de esa crisis, por lo menos en lo que concierne a la creación de empleos. Las industrias de manufactura que persiguieron las exenciones contributivas de la Sección 936 crearon pocos empleos. Estos, además, eran relativamente bien remunerados, comparados con otros sectores de la isla, lo que dificultó organizarlos sindicalmente.

Es a partir de esta deficiencia en la creación de empleos en la década del 1970 que el sector público se expande con rapidez. Desde entonces, por esta reconfiguración de la economía puertorriqueña, el peso del sindicalismo del sector público ha sido dominante (con excepciones importantes del sector privado, como la Unión de Tronquistas de Puerto Rico y la Gastronómica). Visto desde ahora, se hace patente una paradoja importante: el peso relativo del sindicalismo del sector público aumenta en los albores de la política neoliberal a nivel mundial. Es decir, en momentos en que la política pública empieza a promover la reducción del tamaño del gobierno, la privatización de los servicios públicos, la austeridad fiscal del estado, el sindicalismo del sector público se hace más importante.

Ahora es fácil ver esta contradicción, pero, en el momento, era difícil de prever, sobre todo porque la política pública neoliberal no se hizo hegemónica en Puerto Rico hasta el 1988, bajo la segunda gobernación de Rafael Hernández Colón. Desde entonces, ha sido la política oficial del gobierno de Puerto Rico, dominado por el Partido Popular Democrático y el Partido Nuevo Progresista.

En el 2006, estalló una nueva crisis en Puerto Rico, la que Rafael Bernabe, en un artículo reciente, llamó la Gran Depresión de Puerto Rico, dos años previos a la llamada Gran Recesión mundial. Este hecho cronológico es importante: nuestra crisis precedió a la mundial, lo que nos ayuda a ver que se debe, no a las crisis cíclicas de la producción capitalista, sino a un problema más profundo en la economía de Puerto Rico. Esto se hace más claro al ver que la economía mundial tuvo un repunte económico hacia el final de esa primera década del siglo XX, mientras la economía puertorriqueña profundiza su crisis.

En su conferencia, Iyari Ríos señaló que, desde el 2006 al 2021, la economía puertorriqueña solo tuvo crecimiento positivo en tres años: 2012 (0.5%), 2019 (2.1%), 2021 (1.0%). En los tres casos, el crecimiento se puede explicar por la inyección de una gran cantidad de fondos federales no recurrentes. Por tanto, a pesar del discurso del gobierno actual, no es cierto que haya señales de salida de la crisis económica.

Es importante que sigamos profundizando en el estudio de la economía puertorriqueña y su crisis actual, pero, para efectos de esta presentación, solo quiero volver a hacer alusión a la manera en que las transformaciones de la economía de Puerto Rico reconfiguran el sindicalismo puertorriqueño. Previamente, mencionamos que el sindicalismo del sector público irá teniendo un peso más fuerte en los inicios de la política pública neoliberal. Sin duda alguna, los procesos de privatización de la salud y de la Telefónica fueron un golpe al pueblo trabajador y al movimiento obrero, pero las grandes reconfiguraciones se las debemos a los efectos de esta depresión iniciada en el 2006 y sin señales de cesar.

Me sirvo, nuevamente, de unos datos que presentó Iyari Ríos en su conferencia. Entre el 2006 y el 2021, la tasa de participación laboral se redujo de 48.60% a 41.30%. La reducción en la fuerza laboral fue de -19.43%, mientras que en el empleo fue de -17.22%. El golpe más grande en la reducción de empleos se vio en el gobierno, con una reducción de 110,000 empleos (-38.60%). Si bien es cierto que en la construcción se vio una reducción porcentual similar (-38.64%), el impacto en la reducción en los empleos del gobierno es mayor por la cantidad total de empleos que provee el sector público.

Hay mucho que se puede decir al respecto de estas transformaciones en los empleos estatales, pero quisiera destacar la manera en que transforman nuestras unidades apropiadas. No dudo de que cada uno de los sindicatos del sector público, o de las asociaciones bonafides, haya visto una reducción dramática en sus filas de trabajadores y trabajadoras representadas. Esto se ha dado a través de las políticas de despidos, y, además, las políticas de subcontratación y de privatización de servicios (sin que la subcontratación y la privatización se vean acompañadas por campañas de sindicalización en los sectores privados que manejan estos servicios). Nuestros sindicatos, sencillamente, no cuentan con los números que tenían antes. Y a eso se le añade la precarización de los empleos (por ejemplo, en la Universidad de Puerto Rico), que ha golpeado a las condiciones de vida de sectores importantes de nuestros sindicatos. Estas peores condiciones de vida no necesariamente llevan a mayor militancia, sino que pueden conducir a la desmotivación y a la necesidad de recurrir a otros empleos para compensar los bajos salarios, a su vez reduciendo el tiempo que se tiene para la militancia.

La política pública neoliberal desde el 2006 ha tenido como un componente clave las llamadas políticas de “emergencia”, que supuestamente se aprueban y ejecutan para atender la crisis económica y fiscal, pero que no hacen otra cosa que profundizar la crisis, empobrecer la clase trabajadora y dificultar la organización sindical. A través de estas políticas de emergencia, lo que al patrono-gobierno se le dificultaba  arrebatarle a los sindicatos militantes en el convenio colectivo, lo arrebata a través de legislación. La Ley 7 es el ejemplo de estas políticas para las agencias del gobierno; la Ley 66 para las corporaciones públicas; y la Reforma Laboral del 2017 vino a empobrecer a todas las personas empleadas en el sector privado que no se encuentran cobijadas bajo convenio colectivo.

“La reducción en nuestras filas obreras, unido a los golpes que hemos recibido a través de la legislación patronal, ha afectado nuestra manera de organizarnos. La manera más dramática que se ve quizás sea la sobrevaloración de los pleitos legales por parte de los sindicatos.”

La reducción en nuestras filas obreras, unido a los golpes que hemos recibido a través de la legislación patronal, ha afectado nuestra manera de organizarnos. La manera más dramática que se ve quizás sea la sobrevaloración de los pleitos legales por parte de los sindicatos. Los pleitos se han multiplicado en los últimos años, en los momentos en que se ha hecho más claro que el estado de derecho (colonial, neoliberal, dominado por la Junta de Control Fiscal) sencillamente no es favorable para los intereses del pueblo trabajador. Los tribunales están hechos para enforzar la ley; las leyes son aprobadas, mayoritariamente, por partidos patronales. Recurrir a los tribunales, depender de los tribunales, tenderá a reducir los recursos económicos de los sindicatos y a enfrentarnos a derrotas consecutivas.

Este panorama desalentador, por otro lado, para nada debe llevarnos a pensar que el movimiento obrero tiene un espacio de acción limitado. La crisis económica ha llevado, también, a la debacle del sector empresarial puertorriqueño. El crecimiento negativo casi constante en los últimos 15 años es solo uno de los ejemplos de esta debacle. Se hace cada vez más patente que el sector empresarial puertorriqueño solo puede sobrevivir a costa de aquello que tanto han tratado de desmantelar: el gobierno. Si los esquemas de corrupción proliferan en Puerto Rico, se debe, en gran medida, a que el sector privado necesita nutrirse de fondos estatales. La corrupción y la privatización son los dos lados de una misma moneda: la desviación de fondos públicos a bolsillos privados. Las contradicciones del sector patronal no pueden llevarlo a fortalecerse: desmantelan aquello de lo que dependen.

El propio fracaso de esta política pública ha llevado a la masiva pérdida de apoyo de las fuerzas políticas que implementaban e implementan la política promovida por los sectores patronales: el Partido Popular Democrático y el Partido Nuevo Progresista. Luego de medio siglo de dominio de alternancia política, ambos se encuentran sumamente debilitados. Incluso es posible la idea de derrotarlos en su propio campo de batalla: el político. Por otro lado, no se puede perder de vista que estamos frente al ascenso de un nuevo vehículo de los sectores patronales: Proyecto Dignidad.

Por eso, a pesar del panorama, la clase trabajadora organizada tiene todo que ganar, pero tiene que transformar su manera actual de accionar. Y eso, a mi modo de ver, tiene que empezar con algo que parecería hasta contradictorio para la naturaleza del sindicalismo: salir del taller.

La mayoría del movimiento obrero se encuentra, de manera aislada, en su taller. En momentos de crecimiento económico, no es difícil arrebatarle conquistas al patrono, incluso en sectores menos militantes del sindicalismo. En momentos de crisis económica, la propia economía sirve como obstáculo. En nuestro caso, además, hicimos referencia a que la legislación es capaz de eliminar derechos que, en la mesa de negociación, es incapaz de hacer.

A pesar de la debilidad del sector empresarial, a pesar del descalabro de los partidos patronales, son estos todavía quienes dominan la política puertorriqueña. Y eso se debe, en gran medida, a un elemento: la unidad en la acción de la clase patronal. A pesar de que los sectores empresariales son heterogéneos, a pesar de que muchos incluso compiten entre ellos, cuando se trata de arrebatarle conquistas a la clase trabajadora y de imponer sus intereses, actúan como una sola voz.

Cuando hablo del salir del taller, me refiero a establecer lazos entre las distintas organizaciones de la clase trabajadora. Esto, incluso, no se practica lo suficiente dentro de un mismo espacio laboral. Como ejemplo, en los primeros meses del 2023, tres sindicatos en la Universidad de Puerto Rico contaron con un voto de huelga por tranques en los procesos de negociación de sus convenios: el Sindicato Puertorriqueño de Trabajadores, la Federación Laboralista de Empleados del Recinto Universitario de Mayagüez y la Hermandad de Empleados Exentos No Docentes. A pesar de la simultaneidad de estos votos, las negociaciones con el patrono se hicieron de manera individual, lo que sin duda limitó el radio de acción de la lucha obrera de la comunidad universitaria.

Pero la salida del taller, insisto, debe rebasar el espacio laboral. Si la clase patronal se une para intentar aplastarnos, la clase obrera debería unirse para derrocarlos. La unidad del movimiento obrero no solo es un principio que suena atractivo; es una necesidad que la lucha de clases les impone a los sectores del movimiento obrero organizado.

(Más adelante en el Encuentro Sindical, el compañero José Rodríguez Vélez hizo mención de otro aspecto fundamental de salir del taller, que quisiera recoger en este escrito: la necesidad de sindicalizar a sectores no-organizados, sobre todo en el sector privado. No debemos permitir que la subcontratación o la privatización de servicios se dé sin organizar a las personas empleadas en esas nuevas empresas. Debemos, además, fomentar la organización de sindicatos en empresas o industrias privadas que ofrecen servicios similares a los de nuestro taller.)

Tenemos, pues, que salir de nuestros talleres, de nuestras unidades apropiadas, para fomentar la unidad de la clase obrera. A través de esta unidad, podremos aprovechar los sectores estratégicos de la economía para golpear al gobierno-patrono y al sector empresarial de manera más eficaz. Por “sectores estratégicos”, me refiero a sectores de la economía que, por alguna razón, pueden facilitar el recabar apoyo de distintos componentes de la sociedad, o paralizar sus centros de trabajo con un efecto decisivo en diversos sectores de la economía. 

Los sindicatos de las agencias del gobierno y de las corporaciones públicas, por ejemplo, se encuentran en una situación curiosa: por un lado, han sido golpeados y diezmados como efecto de la política pública neoliberal; por otro lado, en la medida en que articular la defensa de sus condiciones laborales como la defensa, también, de los servicios públicos, pueden y han recibido gran apoyo del país. Un movimiento obrero unido pudiera, a la misma vez, luchar por los intereses de estos sectores sindicales y expresarse como la voz de un pueblo en la defensa del servicio público y de los servicios esenciales. Esto, hasta cierto punto, se ha hecho, pero no de la manera más efectiva todavía.

Por otro lado, en la economía actual, sectores estratégicos que pueden paralizar la economía son aquellos vinculados al comercio y a la transportación. Los camioneros y las personas empleadas en los muelles han logrado doblegar al gobierno y hasta la propia Junta de Control Fiscal en varias ocasiones, dado que los sectores empresariales están conscientes del efecto que pueden tener estas paralizaciones. Un movimiento obrero unido pudiera aprovechar la fortaleza de estos sectores estratégicos para reclamos más amplios.

Esta salida del taller deberá también conllevar la entrada del movimiento obrero organizado en la política. Hace más de un siglo, Roxa Luxemburgo analizaba el estado del movimiento obrero de su época y, en su folleto clásico Reforma o revolución, afirmó lo siguiente:

“Cuando el desarrollo de la industria haya alcanzado su cúspide y el capitalismo haya entrado en su fase descendente en el mercado mundial, la lucha sindical se hará doblemente difícil… La acción sindical se reduce necesariamente a la simple defensa de las conquistas ya obtenidas y hasta eso se vuelve cada vez más difícil. Tal es la tendencia general de las cosas en nuestra sociedad. La contrapartida de esa tendencia debería ser el desarrollo del aspecto político de la lucha de clases”.

Nuestros patronos no solo buscan combatirnos en el taller, sino también en el espacio político, donde imponen sus intereses a través de sus vehículos políticos, los partidos patronales. Si el sector empresarial lleva la lucha de clases a ese espacio, el sector asalariado tendrá que hacer lo mismo.

A la larga, la unidad del movimiento obrero deberá desembocar, a través de la discusión, en un programa o proyecto de país, producto de las reflexiones sobre las necesidades de las mayorías asalariadas y de los demás sectores explotados que puede representar. Será el programa obrero – la unión coherente de los reclamos heterogéneos que tienen los distintos sectores de la clase obrera, y de las políticas económicas necesarias para implementarlas – el mecanismo para superar la crisis. Ese programa requiere la mayor unidad posible del movimiento obrero y la participación política activa del mismo, para derrotar las fuerzas patronales que se encuentran, también, sumidas en una aguda crisis.

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Author: Jorge Lefevre Tavárez

Profesor de literatura en la Universidad de Puerto Rico y miembro de la directiva de la Asociación Puertorriqueña de Profesores Universitarios (APPU). Es miembro de Democracia Socialista y de la Red Anticapitalista del Movimiento Victoria Ciudadana (MVC).