¿Puede el capitalismo global aguantar? William Robinson intenta responder a esta pregunta en su libro titulado con la misma pregunta. Robinson es profesor de sociología en la Universidad de California, Santa Bárbara. Con una escritura ágil, Robinson cubre mucho terreno para ofrecer al lector una visión de la crisis capitalista global y la conflagración internacional que la acompaña.
Fluye como un ensayo, no como un libro pesado. Como dice Robinson, “mi objetivo es presentar una instantánea con “gran angular” en una obra más corta y desde el punto de vista de la teoría del capitalismo global que tenga en cuenta algunos elementos del capitalismo global en los que ha habido más interés en los últimos años, especialmente la financieraización y digitalización cada vez más profundas de la economía y la sociedad globales”.
Como tal, el libro no ofrece ninguna investigación original y se basa en el trabajo de otros. Está bien, ya que el objetivo de Robinson es convencer al lector de que la “supervivencia del capitalismo global, más allá de la crisis actual, requiere una reestructuración sustancial que implique una medida de regulación transnacional de la economía global y una redistribución de la riqueza hacia abajo. Sin embargo, incluso con eso, un nuevo período de reactivación económica y prosperidad no pondrá fin a la amenaza a nuestra supervivencia. Para eso, debemos acabar con un sistema cuyo impulso por acumular capital lo pone en guerra con la masa de la humanidad y con la naturaleza. Solo un ecosocialismo puede, en última instancia, sacarnos de la amenaza”.
Robinson basa su teoría de la naturaleza de las crisis en el capitalismo en la ley de la rentabilidad de Marx, pero intenta a su manera reconciliar esa ley con teorías alternativas. “Los economistas políticos marxistas han debatido si la sobreacumulación y las crisis concomitantes son causadas por una caída en la rentabilidad o por la sobreproducción y el bajo consumo. No estoy convencido de que estos dos enfoques deban ser incompatibles siempre y cuando comencemos el análisis en el circuito de producción”.
Robinson está de acuerdo en que las crisis capitalistas tienen su origen en la sobreacumulación o la sobreproducción de capital. Y que esta sobreacumulación se origina en el circuito de la producción capitalista, en última instancia, en la tendencia decreciente de la tasa de beneficio. Y la evidencia de esto es fuerte. “Si bien las cifras de la tasa de beneficio tienden a variar dependiendo de quién las calcule y con qué metodología, un informe tras otro han confirmado la caida secular a largo plazo de la rentabilidad, a pesar de las fluctuaciones a corto plazo, y junto con ella, la disminución constante desde 1970 en el crecimiento del stock neto de capital (un proxy de la inversión productiva) en los paises ricos de la OCDE”.
Robinson está de acuerdo conmigo (ver mi libro, La larga depresión) en que las crisis en el capitalismo son a la vez cíclicas y seculares, o “estructurales”. “En la historia del capitalismo ha habido crisis periódicas de dos tipos, cíclicas y estructurales. Las crisis cíclicas, a veces llamadas ciclo económico, ocurren aproximadamente una vez por década y aparecen como recesiones. Hubo recesiones a principios de la década de 1980, a principios de la década de 1990 y a principios del siglo XXI. El capitalismo mundial ha experimentado en los últimos dos siglos varios episodios de crisis estructural, o lo que yo llamo crisis de reestructuración, porque la resolución de tales crisis requiere una reestructuración importante del sistema”. Aquí Robinson simpatiza (como yo) con la teoría de las “ondas largas”, a saber, que el crecimiento capitalista tiende a tener lugar en ondas largas más allá de las crisis cíclicas.
Para Robinson, el cambio estructural más importante en el capitalismo en la última mitad del siglo XX fue la globalización y el ascenso de las multinacionales. Y en “esta era del capitalismo global, la economía mundial ahora está inextricablemente integrada y funciona como una sola unidad en tiempo real“. Pero esa tendencia llegó a su fin en el siglo XXI y el capitalismo está ahora en un período de estancamiento. “La salvaje especulación financiera y la escalada de la deuda pública, corporativa y de consumo impulsaron el crecimiento en las dos primeras décadas del siglo XXI, pero estas son soluciones temporales e insostenibles para el estancamiento a largo plazo”.
Robinson argumenta que la acumulación de capital ficticio creo la sensación de recuperación en los años posteriores a la Gran Recesión. Pero solo compensó la crisis temporalmente, mientras que a largo plazo exacerbaba el problema subyacente: “el punto clave con respecto a la crisis es que las asignaciones masivas de valor a través del sistema financiero global solo pueden mantenerse a través de la continua expansión del capital ficticio, lo que resulta en un mayor agravamiento de las condiciones subyacentes de la crisis”.
Robinson señala correctamente el punto de que “el abismo entre el capital ficticio y la economía real es tan grande que la valoración financiera parece independiente de la valoración real. Esta independencia, por supuesto, es una ilusión. Todo el edificio financiero se basa en la explotación de la mano de obra en la economía “real”. Si el sistema se derrumbara, la crisis empequeñecería a todos los anteriores, poniendo en juego la vida de miles de millones de personas. La inyección sin precedentes de dinero fiduciario en el sistema financiero puede resultar en un nuevo tipo de estagflación, en la que la inflación desbocada es inducida por niveles astronómicos de liquidez, incluso cuando la aguda desigualdad y las bajas tasas de ganancias prolongan el estancamiento”.
El capitalismo solo puede durar si encuentra algún nuevo cambio estructural. Robinson cree que posiblemente venga de “la reestructuración digital y a través de reformas que algunos miembros de la élite global están defendiendo ante las presiones masivas de abajo”. Eso podría desencadenar una nueva ronda de expansión productiva que atenuará la crisis durante un tiempo. Así que el capitalismo podría lograr “respirar de nuevo” a través de una expansión productiva impulsada digitalmente que se vuelva lo suficientemente fuerte como para restaurar el crecimiento económico sostenido e impulsar un nuevo y largo auge.
Sin embargo, Robinson contrapesa esta visión con una advertencia: cualquier expansión de este tipo se enfrentará a los problemas que presenta un aumento en la composición orgánica del capital para el sistema, a saber, la tendencia decreciente de la tasa de beneficio, una contracción de la demanda agregada y la acumulación de ganancias que no se pueden reinvertir de manera rentable. “Pero antes de tal momento en el que una crisis de valor derribe el sistema, es ciertamente posible que la reestructuración desate una nueva ola de expansión”. Robinson señala que “la ruptura de la organización política del capitalismo mundial no es la causa, sino la consecuencia de las contradicciones internas de un sistema de acumulación de capital integrado a nivel mundial”.
Pero para que se produzca un nuevo auge, el estado tendría que intervenir para construir nuevas “estructuras políticas para resolver la crisis, estabilizar un nuevo bloque de poder global y reconstruir la hegemonía capitalista, dada la disyuntura entre una economía globalizada y un sistema de autoridad política basado en el estado-nación”. Y eso parece poco probable, dada la crisis de la hegemonía de los Estados Unidos y el surgimiento de un mundo multipolar.
El pesimismo de Robinson sobre la capacidad del capitalismo para encontrar una salida se ve agravado por la crisis ecológica, que “hace que sea muy cuestionable que el capitalismo pueda seguir reproduciéndose como un sistema global”. Nunca antes la crisis y el colapso han implicado asuntos como las emergencias climáticas inducidas por el hombre y la extinción masiva.
Robinson lo resume así: “el crítico literario y filósofo, Frederic Jameson, observó una vez que: “es más fácil imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del capitalismo”. Pero si no imaginamos el fin del capitalismo, y actuamos con esa imagen, es posible que nos enfrentemos al fin del mundo. Nuestra supervivencia requiere que luchemos una batalla por el poder político; arrebatar el poder a las multinacionales y sus agentes políticos, burocráticos y militares antes de que sea demasiado tarde”.
Fuente: Sin Permiso