El IRA y los cuatro jinetes del apocalipsis climático

Nota editorial: El “Inflation Reduction Act” (IRA) fue firmado por el presidente Biden el pasado 16 de agosto.


El anuncio de que la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) del presidente de los Estados Unidos Biden cuenta con el respaldo del senador demócrata Manchin, defensor de intereses capitalistas y propietario de minas de carbón, ha sido recibido con una ola de optimismo de que se podrá cumplir el objetivo de los Estados Unidos de reducir las emisiones de carbono a la mitad antes del final de esta década “Este proyecto de ley realmente impulsará esa transición a la energía limpia, transformará los mercados en los que las energías solares fotovoltaicas, eólicas y las baterías son en muchos casos más baratos que los combustibles fósiles tradicionales”, declaró Anand Gopal, director ejecutivo de políticas de Energy Innovation, un instituto de investigación de código abierto. “Cada vez soy más optimista de que será posible mantener el aumento de la temperatura por debajo de 2C (3,6 °F) . El 1.5C es un objetivo alcanzable en este momento”.  

El proyecto de ley reducirá las emisiones de EEUU entre un 31 % y un 44 % por debajo de los niveles de 2005 para 2030, según Rhodium Group, una empresa de investigación no partidista. Un análisis separado de Energy Innovation, otra casa de investigación, ha encontrado una reducción similar, de entre el 37 % y el 41 % en esta década.

Pero, ¿será suficiente para salvar el planeta? En primer lugar, el IRA tiene que pasar por el Congreso e incluso después del enorme recorte del proyecto de ley para acomodar a Manchin, todavía no hay certeza de que supere la oposición republicana. Tal como está, el proyecto de ley en realidad permite una expansión de la perforación de petróleo y gas en los parques nacionales y en tierra como una concesión a Manchin. Puede que haya aún más concesiones al lobby de los combustibles fósiles.

Luego están las medidas reales propuestas en el IRA. “Supone un punto de inflexión masivo”, argumenta Leah Stokes, experta en política climática de la Universidad de California en Santa Bárbara. “Este proyecto de ley incluye muchas cosas, implica casi 370.000 millones de dólares en inversiones en clima y energía limpia. Eso es realmente histórico. En general, el IRA es una gran oportunidad para abordar la crisis climática”. Pero, ¿es así? Gran parte del proyecto de ley implica en realidad créditos fiscales a las empresas para invertir en proyectos de energía limpia, así como un reembolso de hasta 7.500 dólares para los estadounidenses que quieran comprar vehículos eléctricos nuevos. Hay 9.000 millones de dólares para adaptar las casas para hacerlas más eficientes energéticamente, créditos fiscales para bombas de calor y energía solar en la azotea y un “acelerador de tecnología de energía limpia” de 27.000 millones de dólares para ayudar a desplegar nuevas tecnologías renovables. Otros 60.000 millones de dólares se destinarían a proyectos de justicia ambiental y hay un nuevo programa para reducir las fugas de metano, un potente gas de efecto invernadero, en la perforación de petróleo y gas. Gran parte de esto no es inversión pública directa en proyectos climáticos, sino incentivos al sector privado para que actue correctamente. Se deja al sector capitalista que cumpla estos objetivos.

Y eso en EEUU. En otras partes del mundo, la inversión para alcanzar el objetivo ya muy modesto de limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 °C para 2030 parece demasiado limitado. De hecho, está sucediendo lo contrario. Por ejemplo, debido a la amenaza de pérdida de energía en Europa por el bloqueo de las importaciones rusas, ¡el Parlamento de la UE ha votado a favor de designar el gas y la energía nuclear como sostenibles! La necesidad de energía para calentar los hogares, la industria y el transporte después de la crisis de Ucrania ha entrado en conflicto con el objetivo de salvar el planeta. La ironía es que una recesión global reduciría la demanda de energía de combustibles fósiles a nivel mundial y, por lo tanto, ayudaría a reducir el impacto en el planeta.

Y luego está la guerra en sí. El sector militar a nivel mundial es el mayor emisor de gases de efecto invernadero en las economías. Y, sin embargo, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, prometió recientemente la cumbre de Madrid de la Alianza que habría una expansión de casi ocho veces de las fuerzas en alerta máxima hasta los 300.000 efectivos. Y los países miembros también están aumentando el gasto en defensa a, al menos, el 2% del PIB, “que se considera cada vez más un mínimo, no un límite máximo”. El gasto militar de Rusia en 2021 alcanzó los 66.000 millones de dólares, según el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz. Pero incluso entonces, Estados Unidos estaba gastando 801.000 millones de dólares al año y otros miembros de la OTAN alrededor de 363.000 millones de dólares. La OTAN superará en gasto al ejército ruso 10 a uno en la región, señala Dan Plesch del SOAS, Universidad de Londres.

Lo que la guerra y los altísimos precios de la energía han puesto sobre la mesa es que la fijación del precio del carbono no es una solución para controlar el calentamiento global. En efecto, ahora tenemos un impuesto mundial sobre el carbono, que causa dificultades reales a las personas de todo el mundo sin necesariamente ayudar mucho para acelerar la transición del carbono.

He argumentado en contra de esta “solución de mercado” en artículos anteriores. En su lugar, necesitamos un plan global de inversión pública en cosas que la sociedad necesita, como la energía renovable, la agricultura orgánica, el transporte público, los sistemas públicos de agua, la adaptación ecológica, la salud pública, las escuelas de calidad y otras necesidades actualmente insatisfechas. Y podría generalizar el desarrollo en todo el mundo desplazando recursos de una producción inútil y dañina en el Norte para el desarrollo del Sur, la construcción de infraestructura básica, sistemas de saneamiento, escuelas públicas y atención médica. Al mismo tiempo, un plan global podría tener como objetivo proporcionar puestos de trabajo equivalentes a los trabajadores desplazados por la reducción o el cierre de industrias innecesarias o dañinas. El IRA no ofrece nada en este sentido.

El otro contrapeso al optimismo que se está extendiendo sobre la posibilidad de mitigar el cambio climático y el calentamiento global es el riesgo de lo que en las estadísticas se llama una “cola gorda” sobre la probabilidad de hasta donde lleguen las temperaturas globales en las próximas décadas. El IPCC tiende a considerar el resultado más probable  un aumento de 2,5C para 2050. Ya es bastante malo. Pero todavía hay una probabilidad razonable de que pueda ser mucho peor. El informe del IPCC del año pasado sugirió que si el CO atmosférico se duplica desde los niveles preindustriales, algo que el planeta está a mitad de camino, entonces hay aproximadamente un 18 % de probabilidades de que las temperaturas aumenten más allá de 4,5 °C. ¿Cuál sería el impacto de esa “cola gorda”?

Solo en términos de PIB, un estudio muestra que “un aumento persistente de la temperatura media global de 0,04 °C al año, en ausencia de políticas de mitigación, reduciría el PIB real mundial per cápita en más del 7 por ciento en 2100. Por otro lado, cumplir con los objetivos del Acuerdo de París, limitando así el aumento de la temperatura a 0,01 °C al año, reduce la pérdida sustancialmente a alrededor del 1 por ciento”. Las pérdidas estimadas aumentarían al 13 por ciento a nivel mundial si la variabilidad de las condiciones climáticas específicas de cada país aumentara en consonancia con los actuales aumentos anuales de temperatura de 0,04 °C.

Pero eso es solo la pérdida del PIB. El punto es que si las temperaturas globales fueran por encima del aumento optimista de 1,5 °C o 2,0 °C y más allá, el impacto en el planeta sería exponencial, no gradual. “Hay muchas razones para creer que el cambio climático podría volverse catastrófico, incluso con niveles modestos de calentamiento”, dijo el conocido autor Dr. Luke Kemp del Centro para el Estudio del Riesgo Existencial de Cambridge (https://www.cser.ac.uk/). Entonces aparecerá lo que un estudio ha llamado “los cuatro jinetes del apocalipsis climático”, a saber, “la hambruna y la desnutrición, el clima extremo, los conflictos y las enfermedades transmitidas por vectores”. La “cola gorda” de probabilidad produciría un aumento de temperaturas que supondrían una gran amenaza para el suministro mundial de alimentos, con crecientes probabilidades de “colapsos de los grandes graneros”, ya que las áreas agrícolas más productivas del mundo sufrirían colapsos simultáneos. Un clima más cálido y extremo también podría crear condiciones para nuevos brotes de enfermedades a medida que cambian y se reducen los hábitats tanto para las personas como para la vida silvestre.

El modelo de este estudio concluyó que las áreas de calor extremo (es decir, una temperatura media anual de más de 29 °C), podrían afectar a dos mil millones de personas para 2070. Estas zonas no solo son algunas de las más densamente pobladas, sino también algunas de las más frágiles políticamente. “Las temperaturas medias anuales de 29 grados afectan actualmente a alrededor de 30 millones de personas en el Sahara y la costa del Golfo”, dijo el coautor Chi Xu de la Universidad de Nanjing. “Para 2070, estas temperaturas y las consecuencias sociales y políticas afectarán directamente a dos potencias nucleares y a siete laboratorios de contención máxima que albergan a los patógenos más peligrosos. Existe un grave potencial de efectos fuera de control en cadena”, dijo.

El IRA puede suponer algunos pequeños avances en la reducción de emisiones en los EEUU, si se implementa plenamente (y como digo, hay serias dudas al respecto). Pero a nivel mundial, hay pocas señales de que el calentamiento global se pueda contener según el objetivo de París; lo más probable es que las temperaturas globales aumenten por encima de 2C y más aun, mientras los gobiernos luchan por conciliar la necesidad de energía a precios razonables y reducir las emisiones (a menos que una gran recesión global resuelva esta contradicción). Los cuatro jinetes del apocalipsis climático están en el horizonte.

Fuente: Sin Permiso

Fuente origina: The Next Recession

Traducción: G. Buster

Author: Michael Roberts

Reconocido economista marxista británico, ha trabajado como analista económico en la universidad City de Londres durante más de 40 años y fue activista en el movimiento sindical por décadas. Ha escrito varios libros entre los cuales se encuentran “The Great Recession – a Marxist view” (2009); “The Long Depression” (2016); “Marx 200: a review of Marx’s economics” (2018) Es editor del blog The Next Recession.