Las mujeres del sector de la salud y los cuidados se enfrentan a una mayor brecha salarial de género que en otros sectores económicos, ya que ganan de media un 24 por ciento menos que sus compañeros varones, según un nuevo informe conjunto de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El informe, considerado como el análisis más completo del mundo sobre las desigualdades salariales entre hombres y mujeres en el ámbito de la salud, constata una diferencia salarial bruta entre hombres y mujeres de aproximadamente 20 puntos porcentuales, que se eleva a 24 puntos cuando se tienen en cuenta factores como la edad, la educación y el tiempo de trabajo.
Esto no hace más que poner de manifiesto que las mujeres están mal pagadas por sus cualificaciones en el mercado laboral en comparación con los hombres. Como se señala e insiste, por parte de los organismos onusiano, este es el primer informe de tales características ya que se trata de un análisis de la brecha salarial de género a nivel mundial y sectorial para el cual se han utilizado datos de 54 países, que en conjunto representan alrededor del 40% de los trabajadores asalariados del sector en todo el mundo.
Sobre la base de estimaciones mundiales ponderadas, el informe revela que la brecha salarial de género en el sector de la salud y asistencial oscila aproximadamente entre el 15% (en el caso de los salarios medios por hora) y el 24% (en el caso de los salarios mensuales medios). Teniendo en cuenta el rango de valores de cuatro configuraciones para estimar la brecha, las trabajadoras asalariadas ganan aproximadamente un 20% menos que los hombres en el sector de la salud y asistencial.
El control de los efectos de grupo, principalmente debido a la segregación de género en el empleo, reduce la brecha salarial de género en el sector. La disminución de la brecha salarial de género tras corregir los efectos de grupo obedece al hecho de que las mujeres están sobrerrepresentadas en categorías profesionales (con remuneraciones) inferiores donde la brecha salarial de género es menor. Los hombres, por otro lado, están sobrerrepresentados en categorías profesionales (con remuneraciones) superiores (por ejemplo, médicos) donde la brecha salarial de género es más amplia. Al comparar las brechas salariales de género en el sector de la salud y asistencial con las de otros sectores económicos (ajenos a la salud), el informe concluye que las brechas salariales de género en el sector de la salud y asistencial suelen ser más amplias que en otros sectores; esto es particularmente evidente cuando se comparan las categorías profesionales en el sector de la salud y asistencial con las categorías profesionales en sectores ajenos a la salud.
Sin dudas que el sector de la salud y asistencial es una importante fuente de empleo a nivel mundial, en particular para las mujeres. El personal de salud y asistencial representa aproximadamente el 3,4% del empleo mundial total, aproximadamente el 10% del empleo global en los países de ingresos altos y un poco más del 1% en los países de ingresos bajos y medianos.
Las diferencias de edad, educación, tiempo de trabajo y la diferencia en la participación de hombres y mujeres en el sector público o privado sólo abordan una parte del problema. Las razones por las que las mujeres cobran menos que los hombres, con perfiles laborales similares en el sector de la salud y la asistencia en todo el mundo, siguen sin explicarse, en gran medida, por factores del mercado laboral, según el informe.
“El sector sanitario y asistencial ha soportado una baja remuneración en general, unas diferencias salariales entre hombres y mujeres obstinadamente grandes y unas condiciones de trabajo muy exigentes. La pandemia de COVID-19 puso claramente de manifiesto esta situación, al tiempo que demostró lo vitales que son el sector y sus trabajadores para mantener en pie a las familias, las sociedades y las economías”, afirmó Manuela Tomei, Directora del Departamento de Condiciones de Trabajo e Igualdad de la Organización Internacional del Trabajo.
“No habrá una recuperación inclusiva, resiliente y sostenible sin un sector sanitario y asistencial más fuerte. No podemos tener unos servicios sanitarios y asistenciales de mayor calidad sin unas condiciones de trabajo mejores y más justas, incluidos salarios más justos para los trabajadores sanitarios y asistenciales, la mayoría de los cuales son mujeres. Ha llegado el momento de tomar medidas políticas decisivas, incluido el necesario diálogo político entre instituciones”, añadió.
Jim Campbell, Director de Personal Sanitario de la OMS**, señaló que “las mujeres constituyen la mayoría de los trabajadores del sector sanitario y asistencial, pero en demasiados países los prejuicios sistémicos están dando lugar a perniciosas penalizaciones salariales contra ellas”.
Añadió que los datos y el análisis de este informe pionero deben servir de base a los gobiernos, los empleadores y los trabajadores para adoptar medidas eficaces. “Resulta alentador que las historias de éxito en varios países muestren el camino, incluyendo los aumentos salariales y el compromiso político con la igualdad salarial”.
Evolución reciente de la brecha salarial de género
Es obvio que la brecha salarial entre hombres y mujeres no es nueva, pero constituye un problema complejo en el que intervienen muchas causas que suelen estar interrelacionadas. El hecho de que siga existiendo hoy en día se debe a desigualdades de género más amplias en los planos económico y social. Se dan casos en que hombres y mujeres no reciben el mismo salario a pesar de realizar el mismo trabajo o trabajos de igual valor.
Esos casos podrían ser una consecuencia de la llamada «discriminación directa», que consiste simplemente en que las mujeres reciben un trato menos favorable que los hombres. Alternativamente, podrían estar causados por ciertas políticas o prácticas que, si bien no se diseñaron con fines discriminatorios, conducen a una desigualdad en el trato dispensado a hombres y mujeres.
Sin profundizar demasiado en los aspectos más políticos y económicos, el informe define a grandes rasgos -en su lenguaje onusiano- que la injusticia social es el desequilibrio en el reparto de los bienes y derechos sociales en una sociedad, lo que se produce en todos los ámbitos de la sociedad.
Pero, en realidad, el problema de fondo de la injusticia social se refleja con todo su peso en las leyes del mercado, en la dirección de su conducción económica que benefician a minorías y perjudican a mayorías. Al analizar los informes nos surge junto con el asombro, un cierto desconcierto, un grado de impotencia en este pregonar de informes que se suceden, que se repiten, que nos interpelan, como testigos de una historia que se repite.
Todos sabemos que la impericia, la imprevisión y la ignorancia llevan a la dependencia; pero mirar y ver, conocer los hechos, no supone resignarse eternamente soportarlos hasta el fin de los días. Por el contrario, se es esclavo de ellos cuando se les pretende ignorar. En gran parte, la justicia social se refiere de manera general a la inequidad política y la desigualdad social a la económica.
Sin dudas, la mundialización genera mucha tensión en el tejido social. Cuando los gobiernos son incapaces de prestar seguridad social y las redes familiares se han estirado al máximo, debemos preguntarnos cómo colmar la brecha. En este sentido, al estar la política y la economía conectadas, la injusticia y la desigualdad social también lo están. Es por ello, que la justicia social va de la mano con la desigualdad social, lo que agrava las condiciones de los más necesitados.
Una cierta idea del feminismo
Estos informes que se repiten no caen del cielo, ni descienden al infierno de las profundidades más oscuras de la tierra, al contrario, cada día despiertan en nosotros y sobreviven o mueren entre las soledades de la multitud, en aquella indiferencia, en que la tragedia contradice permanente al capital.
Al analizar el informe, observamos que las contradicciones fundamentales de la igualdad de género no están aisladas de otras condiciones laborales, sino que se entrelazan de diversas formas para proporcionar una arquitectura básica a la acumulación del capital.
No obstante, ingenuamente desfilan ante nuestros ojos muchas organizaciones que actuando como las herederas del feminismo en realidad legitiman y consagran el status quo capitalista clásico, rechazando en el fondo todo lo que huela a pobre, todo aquello que conforme una reivindicación social ligada a la lucha de clases.
Hace años que el “feminismo de la igualdad” había acuñado la teoría del “techo de cristal”, que en esencia no cuestiona al sistema capitalista y según la cual hay un cierto límite invisible, pero real, que les impide a las mujeres estar en igualdad con los hombres. Y se insiste en que el verdadero alcance de este «techo de cristal” impide a las mujeres alcanzar los puestos de mayor retribución. A menudo, esta discriminación surge a raíz de diversos factores culturales e históricos que influyen en la forma en que se fijan los salarios.
De esta forma, la lucha feminista se equivoca ya que estaría orientada a conquistar puestos de poder dentro del esquema del sistema capitalista. En realidad, el objetivo confeso, sería que más mujeres se incorporen en las entrañas del sistema y que lleguen a ser presidentas, diputadas, juezas y gerentes de grandes compañías multinacionales, en este caso directoras de hospitales. Estas posiciones eran y son conceptualmente capitalistas y no ven ningún vínculo entre la lucha de las mujeres y la lucha de los oprimidos y explotados.
La dinámica histórica de la lucha de clases en el capitalismo como totalidad con respecto a las cualificaciones, su especificación y su nivel de remuneración es una de las más importantes y todavía está por escribirse desde una perspectiva crítica y de clase. Sólo barriendo ese límite se irían ampliando los derechos de las mujeres en la sociedad, terminando con el patriarcado, dado que en esta postura del patriarcado es definido como la desigual distribución de poder entre hombres y mujeres.
En los paraísos artificiales de las grandes capitales de la globalización, la injusticia perdura entre los secretos de las estadísticas. El control sobre el proceso del trabajo y el trabajador ha sido siempre decisivo para la capacidad del capital de mantener la rentabilidad y la acumulación de capital, y la sanidad es un componente más de un sistema de mercado que maximiza su ganancia.
Lo esencial es que nos enfrentamos a una escasez mundial de trabajadores de la salud y asistenciales, pero eso al capitalismo no le importa.