El próximo 29 y 30 de junio se realizará la Cumbre de la OTAN en Madrid bajo el paraguas de un operativo policial y de seguridad de enormes proporciones. Pedro Sánchez, presidente del gobierno “más progresista de la historia” formado por la coalición PSOE-Podemos-PCE presidirá las deliberaciones. La guerra de Ucrania y el enfrentamiento de la OTAN con Rusia marcan la agenda política en un cumbre donde se definirá un nuevo “Concepto Estratégico”. [1].
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se compone actualmente por 30 Estados, con Finlandia y Suecia en carácter de aspirantes, después de anunciar en los últimos días la intención sumarse. Fundada en 1949 en Washington, agrupó en sus primeras cuatro décadas a una decena de Estados. Su expansión más importante se produjo después de la caída del muro de Berlín y la reunificación alemana, alcanzando a fines de los años 90 las fronteras de Rusia. [2]
En sus 73 años de existencia, la historia de esta organización político militar, hegemonizada por Estados Unidos en alianza con los imperialismos europeos, ha transcurrido no sin fuertes tensiones internas. [3] Sin embargo, después del que quizás haya sido el momento de mayor deterioro interno durante la presidencia de Donald Trump, la guerra de Ucrania ha generado una inesperada revitalización de la misma. Varios Estados miembros se han comprometido a aumentar sus presupuestos militares hasta el 2% del PIB exigido por la organización (algo que, hasta ahora, pocos a excepción de EEUU cumplían). La escalada militarista y el rearme de todos los Estados imperialistas en nombre de la “defensa de la democracia” es la dinámica que marcará la cumbre.
En este artículo recorremos parte de su historia reciente para polemizar con la idea de que es posible una OTAN que juegue un papel “democrático” o “progresivo” en plano internacional, ideología que abunda en los medios de comunicación occidentales. Pero no solo. También hemos visto en varias ocasiones y más ahora ante la guerra de Ucrania, posiciones que desde el “progresismo” o la izquierda embellecen el papel que desempeña la OTAN, como si se tratara de un campo progresivo frente al régimen reaccionario de Putin.
La OTAN es una maquinaria guerrerista del imperialismo al servicio del expansionismo norteamericano y europeo. Una mayor confrontación entre las potencias, como muestra la guerra de Ucrania, está inscripta en las tendencias de nuestra época.
“Ni un solo centrímetro” [Not one inch]
“Not one inch” es el último libro de la historiadora norteamericana Mary Sarotte [4], catedrática de la Universidad Johns Hopkins. La autora reconstruye la historia reciente de la expansión de la OTAN y en particular las crecientes tensiones de la Alianza Atlántica con Rusia. En base a documentos desclasificados, memorias de algunos de los protagonistas y entrevistas, Sarotte da cuenta de las decisiones políticas claves (entre 1989 y 1999) que llevaron a una dinámica de ampliación “sin límites” de la OTAN hacia el este. El libro fue publicado poco antes de la invasión rusa a Ucrania, por lo que no aborda los acontecimientos de este año. Pero muchas de las coordenadas que plantea permiten analizar la guerra actual en gran parte como resultado de políticas que se tomaron mucho antes y más allá de su territorio, en Washington, Berlín y Moscú.
La tesis principal del libro de Sarotte es que en esa década se tomaron decisiones que, a cada paso, impidieron volver atrás y “cerraban opciones” en la relación entre la OTAN y Rusia. Por eso utiliza la metáfora del “trinquete”, una rueda dentada por un solo lado, que puede girar en una única dirección. Sostiene que este trinquete se activó en al menos tres momentos. Entre 1989 y 1992, durante el proceso de reunificación de Alemania; a mediados del mandato de Bill Clinton con un giro hacia la expansión otanista para incorporar a los países exintegrantes del pacto de Varsovia; y finalmente con la adhesión de los Estados bálticos, territorios que habían sido parte de la URSS.
La frase “Not one inch” fue pronunciada por James Baker, secretario de Estado del presidente de Estados Unidos, George Bush padre, en febrero de 1990. Su destinatario era Mijaíl Gorbachov, en aquel momento jefe de Estado de la ahora extinta URSS. La promesa de Baker de que la OTAN no se extendería “ni un solo centímetro” hacia el este se habría hecho en el contexto de las negociaciones para la reunificación de Alemania. Para Estados Unidos era clave que esta ocurriera con la garantía de permanencia en la OTAN (algo que no estaba asegurado de antemano). Esto implicaba que la URSS aceptara la extensión de la OTAN más allá de la “cortina de hierro” y abría camino a la disolución del pacto de Varsovia, algo que terminaría ocurriendo poco después, junto con la desintegración de la URSS en 1991.
La autora documenta con diversas fuentes que Baker hizo esa promesa a Gorvachov, pero que fue desestimada de forma casi inmediata por Bush y su equipo. “To hell with that” [¡Al demonio con eso!] habría sido la respuesta del presidente de Estados Unidos. La autora reconstruye también un diálogo entre Bush y el canciller alemán Helmut Kohl: “Nosotros ganamos y ellos no. No podemos dejar que los soviéticos arranquen la victoria de las fauces de la derrota”, habría dicho el norteamericano.
La resolución que se dio a la reunificación alemana (1989-1992) dentro de la OTAN fue una conquista cualitativa para los intereses de EEUU y la alianza atlántica en la situación abierta después de la caída del muro. Garantizaba la continuidad de las bases militares, tropas y armas nucleares norteamericanas en territorio alemán y, como contraparte, la retirada de la URSS. Algo no menor, ya que se estima que en 1991 las tropas rusas en Alemania oriental se elevaban a un total de “338.000 militares, 207.400 familiares y personal civil, 4.100 tanques, 8.000 vehículos blindados, 705 helicópteros, 615 aviones y miles de piezas de artillería, todo ello repartido en 777 cuarteles, 3.422 centros de instrucción y 47 aeropuertos militares”. [5]
El segundo giro clave para la expansión de la OTAN se produjo, según la autora, hacia mitad del primer mandato de Bill Clinton. Después de un breve interregno de “luna de miel” en las relaciones ruso-norteamericanas con Yeltsin y Clinton como protagonistas, se produce un deterioro importante de estas. Hasta ese momento, había primado la idea de un camino “intermedio” para la integración de los países de Europa del Este, mediante la Asociación para la Paz (Partnership for Peace) que permitiría una colaboración sin incluirlos plenamente en la OTAN. Pero eso cambia rápidamente. Mientras la capacidad de maniobra geopolítica de Rusia se ve cada vez más limitada, en medio de una crisis económica sin precedentes que siguió a la desintegración de la URSS, avanza la línea expansionista de la OTAN.
La autora recupera unas palabras de Clinton significativas en este sentido. El presidente norteamericano hace referencia a la necesidad urgente de créditos del FMI y otros organismos internacionales por parte de los rusos, que podían ser utilizados como moneda de cambio: “Rusia puede ser comprada”. A pesar del malestar ruso, la futura expansión de la OTAN se realizaría garantizando la “cobertura” del artículo 5 para los estados del este de Europa. [6] Con ese estatuto, Polonia, Hungría y la República Checa se unen a la organización militar en 1999.
Ese mismo año comienza a tomar forma el tercer giro del trinquete, con la decisión de que las próximas en incorporarse sean las naciones bálticas. Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia fueron invitadas oficialmente a unirse en 2002 y culminaron ese proceso dos años después. Albania y Croacia se sumaron en 2009 y por último en 2017 se abrió camino a la adhesión de Bosnia y Herzegovina, Georgia y Macedonia. Ucrania, la gran frontera física con Rusia solicitó su adhesión a la OTAN formalmente en 2008 y reafirmó su intención de sumarse en 2014 después del euromaidan.
Para Sarotte, estas decisiones estratégicas por parte de EEUU, Alemania y la OTAN acrecentaron la hostilidad y el nacionalismo ruso ante lo que se percibía como una humillación sin límites. En combinación con otras políticas tomadas en Moscú, se produjo un incremento de las tensiones entre Rusia y las potencias occidentales. La autora analiza el período que va desde las reformas promercado de Gorvachov a la desintegración de la URSS, la crisis económica y la proliferación de oligarquías mafiosas, la presidencia de Yeltsin y su posterior decadencia (no solo política sino también física), las dos guerras de Chechenia, así como el crecimiento de las tendencias nacionalistas y bonapartistas que se consolidan con la llegada de Putin al poder.
En febrero de 1997, el diplomático norteamericano George Kennan publicó un artículo en New York Times donde aseguraba que la expansión de la OTAN había sido “el error más fatídico de la política norteamericana en toda la era de post-guerra fría”. Sarotte retoma esa idea al final de su libro para sostener la tesis de que se obturó la posibilidad de una vía alternativa, que podría haber dado lugar a mejores relaciones entre Estados Unidos y Rusia (un mayor “multilateralismo”). Sarotte defiende la existencia de la OTAN y también su ampliación. Así lo afirma en una entrevista reciente, pero mantiene la ilusión de que otra política por parte de Estados Unidos habría evitado lo que describe como una enajenación rusa del orden internacional occidental. Y que habría evitado, incluso, que Putin fuera el que tomara las decisiones. Considera que había “una amplia gama de posibilidades” y que se podría haber llegado a una “relación más sostenible y menos violenta”. Su análisis se basa, en última instancia, en la ilusión de que Estados Unidos podía mantener su presencia hegemónica en el mundo al mismo tiempo que moderaba su intervencionismo militarista. Algún tipo de orden geopolítico donde primara el “consenso” y no la fuerza.
Este tipo de posiciones son compartidas por sectores de la intelectualidad socialdemócrata o reformista europea, que aspiran a un orden internacional más multipolar, e incluso a una mayor independencia político militar de la UE respecto a Estados Unidos. Sin embargo, parten de una incomprensión total acerca del carácter imperialista de las principales potencias que integran la OTAN, así como de la relación indisoluble entre lo militar, lo político y las dinámicas económicas del capitalismo.
La OTAN, una maquina imperialista para la guerra y el expansionismo norteamericano
En un discurso junto con el presidente de Finlandia y la primera ministra sueca el 19 de mayo, Biden presentó a la OTAN como una alianza “defensiva”, que “nunca ha sido una amenaza para nadie” y sólo se activa frente a posibles agresiones. La asociación de la OTAN con la defensa de la libertad y la democracia es sin duda una brillante expresión de marketing político militar. El imperialismo norteamericano ha hecho una escuela extraordinaria en este campo.
Evidentemente existe una función “defensiva” de la OTAN, que es preservar los intereses del imperialismo norteamericano y, subsidiariamente, de sus aliados europeos. Su surgimiento en 1949 tuvo como fundamento enfrentar el avance soviético mediante un sistema de “defensa colectiva”, por el cual los Estados integrantes del Tratado acordaron defender a cualquiera de sus miembros en caso de que fuera atacado por una potencia extranjera. Y esto ocurría a pesar de que la clave de la política de la burocracia estalinista era la “convivencia pacífica” con el imperialismo, después de haber jugado un papel clave para derrotar las revoluciones de posguerra y colaborar con la recomposición del Estado burgués en los países imperialistas como Italia o Francia. Incluso en 1954 la Unión Soviética propuso unirse a la OTAN con el objetivo de mantener “la paz en Europa”, pero los aliados rechazaron la propuesta. Esto, junto con la incorporación de Alemania Occidental a la OTAN el 9 de mayo de 1955 tuvo como consecuencia inmediata la creación del Pacto de Varsovia, firmado el 14 de mayo de 1955 por la Unión Soviética y sus aliados. [7]
Con este marco estratégico, la extensión la OTAN fue sostenida en el tiempo. Como explicamos antes, el salto cualitativo sobrevino tras la disolución de la URSS. Desde entonces, el avance de la OTAN fue arrollador. Y al mismo tiempo que se establecía un verdadero cerco sobre Rusia, la OTAN intervino de decenas de conflictos militares, sembrando muerte y destrucción con el objetivo de extender y apuntalar los intereses del imperialismo norteamericano en distintas regiones. Esta ha sido y sigue siendo la verdadera función “ofensiva” de la OTAN. Las intervenciones militares más relevantes de la OTAN fueron la guerra de Kosovo en 1999, la invasión de Afganistán en 2001 y la intervención en Libia en 2011.
En el marco de la desintegración de la ex Yugoslavia y las sucesivas guerras de independencia en la región entre 1991 y 2001, tuvo lugar la primera operación de ataque conjunta por parte de la OTAN en su historia, la incursión en 1995 en la República de Bosnia y Herzegovina contra las fuerzas serbias. Pero fue en 1999, durante la guerra de Kosovo, cuando la OTAN desplegó su poderío: 600 aviones de trece países bombardearon Kosovo, Serbia y Montenegro, arrojando un saldo de entre 2.500 y 5700 civiles asesinados, miles de heridos e inmensos daños materiales y ambientales producto de la utilización de bombas de uranio. La justificación de la intervención de la OTAN fue detener la limpieza étnica llevada a cabo por las fuerzas serbias en Kosovo, que ejecutaban crímenes aberrantes contra la población civil. Sin embargo, su objetivo no era defender el legítimo derecho a la autodeterminación de los albanokosovares, sino fundamentalmente instalar un gobierno pronorteamericano que ampliara los contornos de la OTAN sobre el área de influencia de Rusia en los Balcanes.
Este tipo de conflicto bélico justificado por razones “humanitarias” se volvió doctrina en el establishment del Partido Demócrata norteamericano. Es lo que se llamó “intervencionismo liberal”, inaugurado por Bill Clinton. Y la incursión de la OTAN en Kosovo, fue quizá el ejemplo más paradigmático. Como sostiene Claudia Cinatti, “Estados Unidos no tenía intereses nacionales, pero sí dos objetivos geopolíticos: el primero, mostrarse como la “nación indispensable” ante la impotencia de los aliados europeos para contener el desmembramiento de los países balcánicos. El segundo, y quizás más importante, extender la OTAN hacia las fronteras de Rusia como parte de una política de hostilidad manifiesta.” [8]
La única ocasión hasta el momento en que un país miembro de la OTAN invocó el artículo 5 del tratado reivindicando la ayuda en su defensa, fue Estados Unidos en 2001 tras el atentado contra las Torres Gemelas. En el marco del inicio de la llamada “Guerra contra el terrorismo” nacida de las usinas neoconservadoras, Estados Unidos enlistó a todos los miembros de la OTAN en la invasión de Afganistán mediante la operación “Libertad Duradera”.
La justificación de la invasión fue la búsqueda y captura de Osama Bin Laden. Esa fue la excusa perfecta para una operación imperialista cuyo objetivo no era otro que el intento de sortear la declinación del imperialismo norteamericano, cuya vulnerabilidad había quedado expuesta ante los ojos del mundo, mediante una estrategia basada en su poderío militar y el de la OTAN.
La operación contó con una gran legitimidad en el inicio y fuerte apoyo en la población generado por la aberración de los atentados. Pero tras la caída de los talibanes en octubre de 2001, la extensión de la ocupación durante años de Afganistán para desplegar una política de “nation building” y la generalización de la “guerra preventiva” como método, esto fue cambiando. La guerra de Irak en 2003 fue la continuación de esta política intervencionista. Y contó con el apoyo de algunos aliados incondicionales como Reino Unido y el Estado español. [9] La justificación de que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva resultó ser, como lo sabía todo el mundo, una verdadera fake news. Importantes movimientos contra la guerra se desarrollaron en países como Alemania, Francia, el Estado español, Italia y Estados Unidos.
Tras dos décadas de ocupación, cientos de miles de muertos y un territorio devastado, la guerra de Afganistán culminó con una retirada humillante de las tropas de la OTAN y el establecimiento de un gobierno talibán, mientras en Irak se instaló un gobierno aliado de Irán. Un resultado inesperado para la estrategia neocon de “rediseñar el mapa del Medio Oriente”.
Por último, la intervención de la OTAN en Libia tuvo lugar en el marco de los levantamientos y procesos revolucionarios abiertos en Medio Oriente y el norte de África, conocidos popularmente como la “Primavera Árabe”. Bajo la égida de la ONU, cuyo Consejo de Seguridad dio luz verde a un ataque militar aéreo sobre territorio libio para “proteger a los civiles”, la OTAN bombardeó e intervino militarmente en Libia durante cinco meses. El verdadero objetivo de la intervención militar no fue la “ayuda humanitaria”, sino abortar el desarrollo del levantamiento popular armado y evitar que la caída de Kadafi derivase en el surgimiento de un régimen que pusiera en cuestión los intereses y los negocios del imperialismo norteamericano y europeo. Especialmente de Francia, Reino Unido e Italia, cuyas empresas petroleras tenían fuertes intereses comprometidos allí. La intervención imperialista tuvo como resultado una ola de destrucción, muerte y millones de personas desplazadas. [10]
¿Progresismo imperialista?
A fines del 2019, el presidente francés Emmanuele Macron aseguraba que la política de Trump estaba provocando la “muerte cerebral” de la OTAN, sugiriendo que era momento de que Europa se replanteara su proyecto geopolítico y su propia estrategia de defensa. Al mismo tiempo, muchos analistas se referían a la “desorientación estratégica” de la OTAN. Mientras los estrategas norteamericanos venían poniendo el foco en los desafíos estratégicos que plantea la emergencia de China, no quedaba claro el futuro que jugaría la alianza atlántica.
Claro que el planteo de Macron en ese entonces no tenía un ápice de izquierdismo. Su cuestionamiento a la OTAN, en una especie de gaullismo ultra degradado, lo único que pretendía era velar por los intereses propios del imperialismo francés y europeo -incluso para tener juego propio en las relaciones con Rusia o China-. Y el imperialismo francés no tiene nada que envidiarle al norteamericano en lo que hace a una historia de brutales intervenciones colonialistas, crímenes racistas y expoliación de los pueblos.
La invasión rusa a Ucrania ha revitalizado a la OTAN, proyectando la hegemonía norteamericana sobre Europa. Sin embargo, si esta guerra se prolonga en el tiempo, como parecen buscar desde la Casa Blanca, las fisuras volverán emerger. Con una guerra que se está desarrollando en territorio europeo, las consecuencias económicas de la misma ya se sienten en la UE. ¿Puede Europa hacer efectivo su plan de reconversión energético para autonomizarse del gas ruso antes del próximo invierno? ¿Cómo seguirá impactando la guerra en la inflación y el encarecimiento de los alimentos en los países europeos? ¿Hasta cuándo se mantendrá esta alineación que parece bastante unánime de las burguesías europeas con las definiciones estratégicas de Estados Unidos hacia Rusia? Estas son algunas preguntas que se abren.
Entre la izquierda reformista, se han escuchado también críticas a la OTAN, como las expresadas por Pablo Iglesias o Jean-Luc Mélenchon, pero sin sacar los pies del plato de la política imperialista. El programa de la coalición electoral (NUPES) que encabeza Mélenchon para las elecciones legislativas en Francia junto con el PS, verdes y comunistas, no incluye la propuesta de salir de la OTAN. En palabras de Mélenchon, proponer ese punto “evitaría que se produzca la unión”. En el caso de Mélenchon, cuando ha coqueteado con esta idea, lo ha hecho para plantear como alternativa un sistema de defensa europeo o priorizar la defensa de los intereses imperialistas de Francia. Lo mismo ocurre en el caso de Pablo Iglesias, ya que mientras cuestiona el papel de la OTAN en su podcast, Podemos y el Partido Comunista forman parte del gobierno que presidirá la cumbre de Madrid y que avanza en el rearme imperialista. En varios artículos de este suplemento hemos polemizado también con otras posiciones que desde la izquierda embellecen el papel de las intervenciones de la OTAN en conflictos como en Libia o en la guerra de Ucrania.
Desde 2014, en paralelo a la anexión rusa de Crimea y al inicio de la guerra civil en Ucrania, los países que integran la OTAN aumentaron de forma importante sus gastos militares (en un 24,9% entre 2014 y 2021). Pero desde la invasión rusa a Ucrania en febrero, todos los Estados han anunciado saltos cualitativos en estos presupuestos. En este marco, es fundamental impulsar movilizaciones contra la guerra, contra la invasión rusa y también contra el rearme imperialista de los gobiernos de la OTAN.
La jornada de movilización contra la guerra, impulsada por el sindicalismo de base en Italia, es un buen ejemplo en este sentido. Allí, varios sindicatos convocaron una huelga contra la guerra en Ucrania, pero también contra la escalada armamentista de su propio gobierno, y contra el alza del costo de la vida. En decenas de ciudades hubo manifestaciones con la consigna “bajen las armas, suban los salarios”. El próximo 26 de junio se realizará una movilización masiva en Madrid contra la cumbre de la OTAN, donde también es fundamental la batalla porque se pueda expresar una política antiimperialista e independiente en la movilización.
La guerra en territorio europeo está acelerando las tendencias a mayores confrontaciones políticas, comerciales y militares entre las potencias. La definición leninista de que vivimos en una época de guerras, crisis y revoluciones se actualiza y anuncia escenarios convulsivos para el siglo XXI. En este escenario, una política independiente, internacionalista y antiimperialista es urgente.
NOTAS AL PIE
[1] El último Concepto estratégico de la OTAN fue definido en 2010
[2] Los miembros fundadores eran Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y Reino Unido. A estos se sumaron Grecia y Turquía (1952), República Federal Alemana (1955), España (1982), la ex República Democrática Alemana pasa a formar parte de la OTAN con la reunificación (1990), Hungría, Polonia y República Checa (1999), Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumanía (2004), Albania y Croacia (2009), Montegro (2017), Macedonia del Norte (2020).
[3] La primacía de los intereses norteamericanos en la alianza atlántica y las tensiones con sus aliados europeos quedó en evidencia en distintos momentos. Uno de los más destacados fue el cuestionamiento del presidente francés Charles de Gaulle al papel hegemónico de Estados Unidos en la Organización en 1958. De Gaulle exigía una dirección tripartita -junto con el Reino Unido- y la extensión de las operaciones de la OTAN a las zonas de influencia del imperialismo francés, en especial Argelia, donde había en curso un proceso de insurgencia obrera y popular. El resultado fue la retirada de Francia de la estructura militar de la alianza entre 1966 y 2009, al mismo tiempo que creaba su propio sistema de defensa independiente y su propio arsenal nuclear. Francia probó su primera bomba nuclear el 13 de febrero de 1960 en el desierto del Sahara. La otra gran desavenencia dentro de la OTAN fue producto de la invasión de Irak en 2003 por parte de Estados Unidos, inicialmente rechazada por Alemania y Francia.
[4] M. E. Sarotte; Not One Inch. America, Russia, and the Making of Post-Cold War Stalemate, Yale University Press, nov. 2021
[5] Angel Ferrero, “Veinte años de la retirada de las tropas rusas de Alemania”, 31 de agosto de 2014, El Diario.es
[6] Desde la fundación de la OTAN, ese artículo establece que cualquier agresión a un Estado miembro será respondida por todos los Estados que forman la OTAN de conjunto.
[7] Para un mayor desarrollo de este tema, ver: Albamonte, Emilio y Maiello, Matías; Estrategia socialista y arte militar, Ediciones IPS, capítulo 8: Guerra fría y gran estrategia
[8] Claudia Cinatti, “Estados Unidos: de la guerra contra el terrorismo al conflicto entre potencias”, ideas de Izquierda, 11/09/21.
[9] Alemania y Francia se opusieron al comienzo, generándose una importante brecha en la OTAN, aunque terminaron avalando la intervención.
[10] La caída de Kadafi, asesinado por una turba de opositores el 11 de octubre de 2011, dio paso a una lucha guerra civil interna que aún continúa.
Fuente: La Izquierda Diario