América latina: La independencia de 1821

La independencia hispanoamericana, que en la mayoría de los países de la región se formalizó en el año 1821, no fue un proceso nacional sino regional. El proceso no se puede entender desde una perspectiva nacional, como pretenden algunos historiadores, porque no existían las actuales naciones hispanoamericanas y porque no se trató de un acontecimiento local sino la descomposición política del régimen monárquico de los borbones.  

La perspectiva oficial actual de las actuales entidades nacionales peca de dos graves defectos: uno, comete anacronismo, porque traslada los valores, creencias e identidades del presente hacia el pasado que se regía por otros criterios; dos, padece de historicismo, pues pretende tratar los hechos pasados como una predestinación que forzosamente nos traían al presente actual, a las naciones actuales y a sus clases dirigentes actuales. Al hacer esto, las historias oficiales se convierten en instrumento de dominación ideológica al servicio de las clases gobernantes actuales. La historia al servicio de la ideología nacionalista como instrumento de cohesión política.  

En 1821 no existían las actuales identidades nacionales. Durante buena parte de la crisis y guerras civiles, que va de 1808 a 1821, la identidad de la clase social conocida como “criollos”, es decir, los grandes hacendados, dueños de minas y comerciantes de origen local, era denominarse a sí mismos como “españoles de América”. Identidad que probablemente permeaba hasta parte de la población “mestiza”, las llamadas “castas”, pero no a las naciones indígenas originarias y mucho menos a los esclavos de origen africano.  

El espacio de actuación política tenía dos niveles: el grande, que era el virreinato, capitanía o provincia; y el local, que era el ayuntamiento o cabildo de las ciudades. Por eso los pronunciamientos tendían a hacerse por cabildos y las juntas de gobierno también. No existían formalmente ni Argentina, México, Colombia o Panamá, en lo que hoy se llama naciones. Estos estados son posteriores a la independencia y la construcción de sus identidades es posterior a su consolidación. Colombia era un concepto recién inventado, primero por Francisco de Miranda (para referirse a toda Hispanoamérica) y luego (1819) por Simón Bolívar (para identificar al nuevo estado que surgiría de la fusión entre el Virreinato de la Nueva Granada y la capitanía de Venezuela).  

Para mejor comprender esto, conviene repetir que el concepto nación tiene dos acepciones: nación-estado, es decir, una población, un territorio y un gobierno (cuya población regularmente es heterogénea culturalmente); y, nación-cultura, o “identidad”, que es una construcción ideológica por la cual se pretende que las “naciones” se constituyen a partir de algunos rasgos culturales comunes (lengua, folklore, religión, etc.), excluyendo a quienes no encajan en esos criterios. En el caso de Hispanoamérica, las guerras de independencia tuvieron como producto el nacimiento de los actuales estado-nación y, posteriormente, las clases dirigentes, principalmente la liberal-positivista fabrica una ideología de “identidad nacional” para cada república para asegurar la cohesión social.  

Pero la independencia no empezó como un esfuerzo de construir “naciones independientes”, ni mucho menos “identidades nacionales”. Las guerras de independencia inician como una lucha por ampliar la participación democrática frente a la monarquía absolutista de los borbones, que entra en crisis y desaparece cuando, en 1808, Napoleón invade España y arresta a Carlos IV y a Fernando VII, e impone en el trono de Madrid a su hermano José Bonaparte.  

La lucha en Hispanoamérica se da entre: a. Los ultraconservadores monárquicos (españoles y americanos) que no querían que nada cambiara y se mantuvieran las jerarquías anteriores (virreyes, capitanes generales, curia); b. Los criollos ricos moderados, que apenas aspiraban a ser incluidos en las juntas de gobierno, pero no deseaban mayores cambios (lo cual expresaron en sus reiterados juramentos de lealtad a Fernando VII); c. Sectores de capas medias, intelectuales, abogados, oficiales, comerciantes de formación ilustrada quienes eran republicanos consecuentes y aspiraban a romper con la monarquía española; d. El pueblo, las castas, los indígenas y esclavos negros que dependiendo de las circunstancias se movilizaron a favor de uno u otro bando, y cuando se volcaron con los republicanos dieron fuerza al proceso de independencia.  

El hecho de que los criollos no aceptaran a José Bonaparte indica claramente que no tenían una vocación ilustrada, ni estaban inspirados por las ideas de la Revolución Francesa, sino todo lo contrario. En la medida en que la Revolución Haitiana, que destruyó la esclavitud, dio libertad e igualdad a los negros y concretó la independencia de Francia, se produjo en 1804, se convirtió en el gran fantasma que temían los criollos hispanoamericanos, que no querían que esas ideas permearan a sus esclavos, indígenas y castas. Por eso, la primera parte de la llamada Guerra de Independencia es contra José Bonaparte y los franceses.  

La crudeza de la guerra y su enorme cantidad de muertos, tanto en Nueva España (México), como entre los virreinatos de Perú y el Río de la Plata, así como en Nueva Granada y Venezuela, nos habla de una revolución social en el que muchas veces el campesinado y los indígenas no peleaban por abstracciones (“la nación”) sino por la tierra como sustento vital de las familias y los pueblos. En otros casos se contraponían ciudades comerciales monopolistas (como Lima) con ciudades librecambistas (como Buenos Aires). En otros caos los pueblos sentían los abusos con los impuestos (como el diezmo) por parte de las autoridades monárquicas. En fin, se trató de guerras y revoluciones sociales y políticas, más que “nacionales”.  

Al final del proceso de guerras de más de 15 años, después de toda la sangre derramada, fue derrotado el absolutismo monárquico con la instauración de las repúblicas hispanoamericanas. Hecho al que contribuyó notablemente, aunque no suele mencionárselo, la sublevación del general Riego en Madrid, que obligó por tres años a Fernando VII a aceptar una monarquía con poderes recortados, y que decidió ceder en la guerra de este lado del mar. El resultado final de las revoluciones fue inconcluso: se logró instaurar sistemas republicanos pero no muy democráticos; y socialmente, los criollos se negaron a ceder derechos sociales, con lo que persistió la esclavitud y la discriminación y explotación de los indígenas. Hacia fines del siglo XIX, las élites criollas locales no solo habían estancado el avance democrático y social, sino que se supeditaron a nuevos imperios: Inglaterra y Estados Unidos. Por lo cual, continúa planteada la necesidad de la lucha por una Segunda Independencia.

Fuente: revista sinpermiso

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Author: Olmedo Beluche

Sociólogo y analista político panameño, profesor de la Universidad de Panamá y militante del Partido Alternativa Popular. Es autor de varios libros entre los cuales se encuentran “Estado, nación y clases sociales en Panamá”; “La verdad sobre la invasión”; “Diccionario de sociología marxista"; “Diez años de luchas políticas y sociales en Panamá (1980-1990)” y “Pobreza y neoliberalismo en Panamá”