Quisiera empezar con un pequeño prólogo en torno a dos frases; una, atribuida indistintamente a Jameson o a Zizek, dice que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el del capitalismo”. Una frase que refleja una inmensa derrota. No hay posibilidad de emprender ningún proyecto de reconstrucción de la izquierda sin partir de que la gran cultura obrera organizada, la que construyó el socialismo, el comunismo y el anarquismo, ha sido derrotada en la configuración de un imaginario alternativo, de un proyecto alternativo de sociedad. Hasta el punto de que puedo imaginar el fin del mundo, pero ya no mantiene su vigencia una famosa segunda frase: “socialismo o barbarie”. Porque ha desaparecido el socialismo y hay muchísima barbarie sobre nosotros. Por tanto, cuando hablemos de la reconstrucción de la izquierda y sus inmensos problemas hay que partir de esta realidad, sin lo cual no entenderíamos lo que está pasando.
Y hay un segundo asunto en el que me ha hecho pensar un libro reciente de Luciano Canfora, La metamorfosis, que aborda un problema importante para la izquierda europea: vivimos en un continente en el que somos revolucionarios sin revolución. Vivimos en un mundo (y esto ya lo decía Hobsbawn) en el que no hay condiciones revolucionarias. ¿Cómo ser revolucionario en condiciones no revolucionarias? Lo diré de otro modo: si atendemos a lo que decía Lenin sobre las condiciones de la revolución, ¿cuántas veces ha habido condiciones para la revolución en Europa en este último siglo? Desde 1917, si lo pensamos bien, solo dos, 1917 y 1945. Siendo optimistas, digamos que también en el 68. Aunque sobre eso tengo una opinión muy firme en contra. Pero admitamos que también el 68 fue un momento de revolución. Lo diré de otra manera: son tres momentos revolucionarios en un siglo. Ha habido otros intentos, pero sin que se hayan dado condiciones para que tuvieran éxito esas revoluciones.
El joven Lukács, que fue el primero en escribir un libro serio sobre Lenin intentando calibrar su pensamiento, hablaba de Lenin y la “actualidad de la revolución”. Pero la actualidad de la revolución de Lenin dura exactamente de 1917 a 1922, ahí se acabó, y vino la actualidad de la contrarrevolución. Nos quedó el pobre Gramsci dándole vueltas a por qué habíamos sido derrotados. Tiene importancia partir de ese dato porque toda la cultura de la III Internacional se centraba en luchar por una revolución que se consideraba inminente. En el 1922 llegó Mussolini al poder, y de ahí en adelante la historia de Europa es la de una contrarrevolución vencedora contra una insurrección proletaria que ha sido derrotada.
Voy a intentar ahora hacer lo que en los viejos tiempos se llamaba un análisis de fase e intentar definir la fase en la que estamos, siempre con la idea de que esta charla es una intervención abierta que tiene que ser continuada.
El primer hecho fundamental de esta etapa, lo que marcará los próximos 20 o 30 años, es la gran transición geopolítica que estamos viviendo. A mí me asombra que la izquierda no preste atención a este asunto, sobre todo la izquierda española. Por primera vez en mucho tiempo estamos delante de una sucesión en la hegemonía, donde el poder omnímodo de EE.UU. está siendo puesto en cuestión por una potencia emergente, por un nuevo bloque histórico-social emergente encabezado por China, país en el que se ha producido el hecho histórico-social más importante de la modernidad: la revolución china y sus consecuencias. Nunca en la historia de la Humanidad un país había sacado de la pobreza en cuarenta años a 800 millones de personas, nunca. Un hecho que ha sucedido ante nuestros ojos y del que no nos atrevemos a hablar, porque ha sido una potencia “autoritaria” la que ha “cometido el error” de sacar a 800 millones de la pobreza. Estamos hablando de 800 millones de chinos que son los que van a encabezar la insurrección de Oriente y la derrota de Occidente. Este hecho fundamental va a desarrollarse frente a una enorme ofensiva de EE.UU., nación que no aceptará jamás, jamás, ser desposeída de su poder. Y llegará a la guerra. No tengo ninguna duda de esa posibilidad. Ese es para mí el gran momento histórico-social que estamos viviendo. Todo lo demás acaba por ser secundario.
Por primera vez tras la caída de la URSS una potencia desafía al imperio estadounidense, en el marco de una alianza más amplia, y lo cuestiona. Pero con una diferencia: esa potencia tiene una capacidad económica que nunca tuvo Rusia. China le disputa la economía a EEUU, cosa que nunca pudo hacer la URSS. En alianza militar con Rusia, eso supone un poder enorme. El gran problema será (Graham Allison, académico, ligado a los órganos de inteligencia norteamericanos lo ha explicado muy bien) si al final de esta historia caeremos en la trampa de Tucídides o no; en otras palabras, si tenemos la guerra a la vuelta de la esquina. Por lo pronto estamos inmersos en una gran revolución tecnológica que también se está aplicando en el terreno militar, y con un incremento sustancial de todos los presupuestos militares ante el hecho de que EEUU ya ha empezado a desplegar una guerra híbrida contra Rusia y China. En esto no hay diferencias entre Biden y Trump: cada día se parece más el “compañero” Biden al “fascista” Donald Trump. Y digo lo de compañero porque aparentemente la izquierda está enamorada de Biden, este “gigante” de la democracia americana.
El segundo dato clave de la fase actual es la crisis de la globalización capitalista. No entraré mucho en esto ahora. Recientemente Juan Torres escribió un artículo muy certero explicando algo que no se quiere que advirtamos: que esta crisis post pandémica no ha hecho más que empezar; resueltos los problemas de la demanda, empezamos a tener problemas muy serios de la oferta. Y tenemos ya un problema energético, por no hablar del alimentario. Lo que hay detrás y que no se ve es que se están rompiendo las cadenas de valor de la economía mundial. La economía-mundo se fue articulando con la fábrica-mundo sita en China, y eso creó unas cadenas de valor donde se fueron integrando los procesos productivos fragmentariamente articulados que luego se unificaban en las casas matrices de las grandes empresas. Se está produciendo la ruptura porque el mundo se está dividiendo geopolíticamente y se están configurando diversas regiones-mundo en función del futuro. Se rompe la globalización.
La tercera pata de la actual crisis es el agravamiento de la situación ecológica del planeta: esa crisis ya no tiene vuelta de hoja. Los recursos se van a convertir en los grandes objetivos geopolíticos en esta fase. Que una potencia como Alemania, aliada de EEUU., que debido a su consumo energético se vea obligada a llegar a un acuerdo con Rusia que implica cambios geopolíticos que afectan a Ucrania, Polonia, Chequia, Hungría, tiene que ver con estos graves problemas ecológicos. Todo el mundo sueña con energías alternativas, pero ni tenemos energías alternativas ni cambiamos de modo de producción. Nos encontramos con que China ha puesto en pie toda la industria del carbón, que estaba intentando cerrar, para dar respuesta a esta crisis energética que estamos viviendo.
La cuarta cuestión es la más decisiva. Tiene que ver con Oriente y Occidente. Tuve un maestro, Aníbal Quijano, padre del pensamiento descolonial, que decía que con el “descubrimiento” de América se produjo la unificación del planeta en torno a Occidente. Fue la llegada de la unificación del sistema económico que llamamos capitalismo, la modernidad y el triunfo del racismo. Esos tres elementos enseñoreaban un mundo en el que Occidente era el mundo y sus valores y cultura, las del mundo. Eso se ha terminado. Dramáticamente, porque Oriente, las densas culturas de India, de China, de Laos… emergen. A ese período, el que acaba, un joven chino, un chino culto lo llama hoy “de la humillación”, porque fue el período en el que el Imperio Medio fue fustigado por Occidente (guerras del opio, colonialismo…). Una humillación que sigue viva. Hoy, Oriente reaparece. Y cuando hablamos de una transición del mundo unipolar a multipolar, que es lo que estamos viviendo, en ella habrá un elemento que será civilizatorio, de cultura política. Occidente tendrá que vérselas por primera vez con civilizaciones que no van a aceptar sus valores, que van a disputarle la hegemonía de esos valores. Si el viejo Spengler levantara la cabeza, vería que la decadencia de Occidente ya ha llegado. Todavía no sabemos qué consecuencias va a tener para nuestro mundo la presencia de otro mundo que crece y se desarrolla. Y para 2040 China ya no será la primera potencia demográfica, lo será la India, porque China ya está en plena transición demográfica.
Así pues, el tema central es que Occidente está perdiendo su centralidad en la economía-mundo y que el poder se está desplazando a Oriente, y también las posibilidades de guerra. El reciente tratado Aukus (Australia, Gran Bretaña y Estados Unidos), al que se va a unir un estado subalterno, Japón, militarmente ocupado, y también Corea del Sur, es muy significativo, y la escasa capacidad política, económica y militar de la Unión Europea ha sido puesta en evidencia. Para entender el mapa del mundo: por el estrecho de Taiwán y Malaca pasa hoy el 80% de todo el petróleo que consume China y el 60% del valor del comercio mundial. La economía-mundo se está articulando en esa zona. Y con un rearme sistemático y de grandes dimensiones. EE.UU, sorprendido ante el éxito del misil hipersónico chino, se está dando cuenta de que la alianza Rusia-China está generando un intercambio de artefactos militares de gran importancia y de última generación. Estamos ante una aceleración de la competencia entre grandes países, que van a luchar hasta el final, y creo que la posibilidad de la guerra es muy clara, bien directa, bien a través de potencias intermedias. En la trastienda de esa guerra hay otra guerra cibernética, conflictos híbridos, el empleo de inteligencia artificial en la industria militar. Estamos muy cerca de un conflicto general que a su vez va a llevar a un cambio en el eje de las civilizaciones que dirigen el mundo. Un cambio como nunca habíamos visto antes. Oriente se va a liberar y le va a disputar a Occidente la hegemonía. China, Pakistán, Indonesia –que es el país islámico de mayor tamaño del mundo– querrán también jugar un papel en ese mundo que se avecina. Un mundo que contempla el agravamiento de los problemas ecológicos y sociales.
¿Y Europa, dónde está? No se la espera. No quiero entrar demasiado en el planteamiento de la UE, con su idea de “autonomía estratégica” que, supuestamente, culminará con una reunión de la OTAN en Madrid (con la idea de acordar cómo acorralar a Rusia y derrotar a China y reflexionar sobre cuál es el papel de Europa en esa alianza con EE.UU.). Aunque no se hable demasiado en los medios de comunicación, este es para Europa el tema más importante en este momento. ¿Qué es lo que no ha definido Europa aún? ¿Estamos en un mundo multipolar? ¿Defendemos un mundo multipolar? Hasta ahora Europa ha sido el gran aliado de EEUU, ha defendido un mundo unipolar, una defensa que ha durado 20 años, lo cual no es mucho en términos históricos. Pero Europa, en este momento, es incapaz de actuar como un sujeto político autónomo a nivel internacional y defender un modelo propio; sigue comportándose como aliado militar subalterno de EE.UU. que se lo está pagando con un enorme desprecio. “Ustedes enfréntese con Rusia, y con eso ya cumplen; de Asia, me encargo yo” parece haberle dicho Biden a los europeos. Antes ya se lo había dicho el fascista Trump.
¿Dónde está el problema? Cuando hablo de España, no hablo como de un país soberano. Para mí, España es un país de democracia limitada, cuyos intereses fundamentales los define la UE. La UE y la OTAN son dos caras de un mismo proyecto global de clase, y eso tiene consecuencias para nuestra democracia. Una parte fundamental de nuestra soberanía está definida por Europa y España lo acepta encantada. También lo hace el pueblo español, que parece haber asumido que es más preferible ser aliado subalterno de Alemania que un país democrático y libre en un mundo como este. Las élites han asumido que no hay más mundo que el que supone la UE que, por cierto, les resuelve muchos problemas que ningún gobierno español podría resolver si la soberanía residiese en el pueblo español.
Lo que diré a continuación me acarreará críticas y estúpidamente el calificativo de “rojopardo”: se nos dice que el problema de España es una lucha entre democracia y autoritarismo (es la línea oficial de la izquierda española), pero yo no estoy de acuerdo con esa idea. Creo que eso oculta la verdad: que estamos transitando hacia un régimen no democrático, hacia una plutocracia. Y son las élites las que lo están haciendo. ¿Eso quiere decir que ya no hay que luchar contra el fascismo? Pues claro que hay que luchar. ¿Quiere decir que no hay que luchar por las libertades? Claro que hay que luchar. Ahora bien, pensar que esta democracia va a generar el consenso, el imaginario de una lucha contra los poderes establecidos es no entender lo que está pasando. La UE, cada vez más, se convierte en el poder que determina el gobierno de los Estados miembros, y a su vez, la democracia y los derechos se están restringiendo en estos Estados individualmente considerados. La UE es una superestructura que decide por nosotros porque está hecha para que decida por nosotros.
Yo no considero que el ordenamiento jurídico europeo esté por encima del ordenamiento jurídico de los Estados aunque sea Polonia quien lo diga. ¿Por qué? Porque entonces habríamos cambiado de Estado y de régimen sin enterarnos. Y para cambiar nuestra Constitución sería necesario un proceso constituyente, habría que dar la voz al pueblo (que es justamente lo que intenta evitar la UE, que la democracia llegue a los Estados).
¿Cuál es la situación de la izquierda en este momento? El orden de mi exposición ha tenido un propósito: demostrar la insuficiencia de esta izquierda para entender los fenómenos que estamos tratando. Es la crítica de fondo que se puede hacer a la izquierda: no tenemos ni conocimiento, ni capacidad, ni cuadros, ni cultura para entenderlos. Esto ya ha ocurrido en la historia del movimiento obrero. Pero hay una época, que es la más fructífera del marxismo en su historia, que va de 1870 a 1914: en esos años hubo un cambio de etapa del capitalismo que, creo, es de menos calado que el que ahora tenemos por delante. Y ahí aparecieron todas las grandes espadas: Kautsky, Lenin, Rosa, Bujarin… Todos aparecieron en el debate sobre qué era eso del imperialismo. El marxismo estuvo atento, el cambio de naturaleza del capitalismo no puede ser dejado solo a las elites dominantes, y el marxismo transformó la teoría en política, y de ahí trabajó en la perspectiva revolucionaria. Ese fue el gran debate que no hemos tenido ahora. Por lo tanto, hablar de la izquierda, sí, pero partiendo de su debilidad ideológica, política, orgánica y estratégica. Debilidad que se esconde muchas veces tras sus resultados electorales. Pero si algo nos demuestra Italia es que la izquierda puede desaparecer. Y yo no estoy de acuerdo con que desaparezca la izquierda en España. La que hay es la que nos toca, con sus debilidades y problemas. Pero hay que saber que no está a la altura de las circunstancias. ¿Qué relación deberíamos tener con esta izquierda? Debemos romper con la esquizofrenia con la que vivimos nuestra relación con ella. Unidas Podemos, guste más o guste menos, es la izquierda alternativa más fuerte en Europa. Es una paradoja que sea tan débil pero también tan fuerte. La gran peculiaridad de España (y de Portugal y en parte de Grecia), que ya no tienen Italia ni Francia, y que se ha visto que es poco consistente en Alemania, es que el clivaje, la contraposición entre izquierda y derecha sigue siendo un elemento importante. En otros sitios ya no. En las próximas elecciones francesas, la elección se dirimirá entre tres derechas. En muchos países la izquierda ya no cuenta para casi nada. El gran problema, que tiene que ver con lo que pretende discutir El Viejo Topo –y pretendemos discutir nosotros– es qué relación mantener con la izquierda hoy en el Gobierno y qué hacemos los que no nos sentimos parte de esa izquierda. Un problema que se puede agudizar con el tiempo.
Hay unas reflexiones que pueden darnos algunas pistas; me refiero a las Conversaciones con Lukács, que se editaron en España en el 69. Dijo Lukács algo así como que él no veía un movimiento socialista potente en la época (y ahí estaban el gran PCI, el PCF, la URSS…), y que lo que tocaba hacer era un trabajo democrático y de lucha contra la manipulación. Tengo ahora la convicción de que deberíamos hacer dos cosas: apoyar en lo positivo a las izquierdas existentes y crear un espacio propio no electoral, no institucional. La crisis del socialismo, de la cultura alternativa al capitalismo, no se va a superar en tres días, será un trabajo de generaciones. Hay que hacer política al día con lo que hay disponible pero ir más allá creando un tipo de formación política que no sea un partido, pero que actúe para hacer varias cosas: recoger la memoria de lo que fuimos, crear cuadros, analizar la realidad con ciencia y con conciencia, y actuar políticamente en los ámbitos que podamos. No quedarnos solo en el estudio de la realidad. Esta izquierda tiene una gran debilidad que los gritos de “socialdemocracia, socialdemocracia” de Pedro Sánchez no consiguen eliminar, mientras que la operación Yolanda Díaz está todavía en proceso. Por lo pronto no hay ni una sola idea, lo que tiene mérito. Eso de “oír” me encanta, pero no creo que salgan de ahí demasiadas ideas; porque las ideas en política se organizan, no se escuchan.
Así que, por un lado, el desafío es enorme. Por otro, debilidades manifiestas. Debilidades que obligarán a un cierto litigio entre la izquierda existente y la izquierda que todavía no existe y que ha de ir más allá, ha de prepararse organizadamente y definir proyectos que hoy no están encima de la mesa. Hace falta un núcleo de reflexión, estudio y acción, articulado en una federación que se plantee en serio algunas cosas fundamentales que la izquierda no hace y tengo la impresión que no piensa hacer. En primer lugar, no basta con hablar de socialismo y de república, hay que incluir en la agenda política el socialismo como perspectiva. Hoy es obvio que no lo está, y los partidos existentes no lo van a hacer. Tampoco les interesa hacerlo y hay quien incluso lo desprecia públicamente. De modo que lo primero es organizarse para armar un proyecto alternativo de sociedad, sabiendo que somos minoría, pero sin desconectarse de la política real.
Segunda cuestión, una defensa intransigente de la soberanía popular y del Estado nacional. Intransigente. Combinado siempre con el internacionalismo, como no podía ser de otra forma. Por decirlo de una manera clara y contundente: renunciar a España y regalársela a la derecha es un error histórico que ya estamos pagando. Hay que disputar España en el imaginario social y no dar la partida por perdida. Si perdemos, perdemos la conexión con nuestro país y no tenemos otro. Un tema decisivo, ¿qué tiempos son estos en que uno tiene que defender lo evidente? Yo lo aprendí en el PCE, y lo aprendimos de las mejores experiencias de la Internacional Comunista. Una clase obrera no puede ser clase dirigente de un país si no es capaz de encabezar un proyecto nacional. Tal y como hizo el PCE en la República.
Tercera cuestión de fondo, luchar en serio por la República. No como consigna electoral, no como identidad. No quiero tener solo identidad republicana, quiero un proceso constituyente para la República, emprender una batalla por la República. La idea de poder constituyente es una idea central de la modernidad, pero también de las clases trabajadoras y del pueblo, que es lo que se quiere evitar. Estamos en un proceso de cambio de régimen sin que se modifique la Constitución. La idea de la República como autogobierno, como soberanía popular tiene una enorme importancia.
En cuarto lugar, hay que ir más allá del Estado Social que hemos conocido. Porque hemos visto una cosa importante, que es reversible. Hacen falta nuevas reformas que permitan ir hacia una democracia económica como vía a una nueva lógica para el socialismo. Un nuevo concepto de democracia que haga irreversibles los derechos y libertades públicas, pero específicamente el gobierno democrático de las mayorías.
La izquierda en el Gobierno tiene una idea que comparten Pedro Sánchez y UP: hipótesis liberal y europeísmo fuerte, similar a la mayoría de los gobiernos de la UE. Todo lo fían a la idea de que, una vez pasada la pandemia, la UE no volverá a las políticas de austeridad y que ya se ha consolidado un nuevo paradigma. El último mes, España se endeudó en 36.000 millones de euros y recibió de la UE 9.000 millones. Esa es la diferencia, esa es la realidad. ¿Dónde van a ir los fondos de recuperación? ¿Van a ir a las pequeñas y medianas empresas? ¿A los ayuntamientos? ¿A la España vaciada? No, van a ir a las grandes empresas. ¿Y no es tonto fortalecer a los que impiden la democratización de España, hacen campañas permanentes contra Pablo Iglesias y contra Unidas Podemos? Alimentar a la bestia que pretende devorar a las izquierdas y a las clases populares no parece que vaya a ser el mejor camino. Ya sabemos que la parte gruesa de los 36.000 millones que nos van a llegar irá a reforzar a los grandes oligopolios de la energía y el transporte bajo el pretexto de la transición energética. Tenemos un dilema difícil de resolver: o somos capaces de democratizar la economía y poner límites a la oligarquía que nos gobierna o la democracia española seguirá en un proceso de involución. Bastará con que aprieten las tuercas un poquito en Bruselas o que lleguen las derechas al Gobierno para darnos cuentas de que estamos viviendo en una situación política delicada. Así que daré una mala noticia y una buena. La mala, la izquierda por la que muchos de nosotros luchamos, no va a venir; hay que partir de la que existe, comparable a la que hay en Europa. La buena noticia, como siempre, es que el cambio depende de nosotros, de nuestro compromiso y capacidad de acción. Unos jóvenes airados en 1848 nos dijeron dos cosas importantes en un manifiesto: que los comunistas se distinguían de los demás partidos en que no formaban un partido aparte del partido del proletariado y que en cada lucha cotidiana no olvidan el objetivo final del socialismo.
Por eso, cuando he hablado de federación, de un conjunto de asociaciones autogestionadas con objetivos de reflexión, memoria, estudio y acción, estoy hablando de encontrar una salida política que nos permita, por un lado, hacer política y ayudar en cuestiones concretas (por ejemplo, al movimiento de los pensionistas) y de la necesidad de autoorganizarnos en un proyecto alternativo de vida y de sociedad. Y hacerlo con modestia, pero con coraje y dignidad moral para no rendirse en este mundo que tenemos y ante el que viene. Memoria, análisis, cuadros y acción política, es lo que necesitamos. No es poco. Pero es imprescindible.
Fuente: El Viejo Topo
NOTA: Transcripción de la conferencia dada por Manolo Monereo en Barcelona el 19 de octubre de 2021 en la cervecería Abirradero. Un marco informal para una charla de alcance, en la que el conferenciante efectúa un análisis y formula una propuesta.