El cambio de año convoca a balances, reflexiones y pronósticos sobre el orden social, cultural, político y económico, pensado de manera integral, ya que, aun especificando el ángulo de la consideración, cada aspecto de los mencionados no puede aislarse del otro.
La amenaza sobre la naturaleza no está al margen del orden económico, político o de la cultura consumista imperante en el régimen capitalista que organiza la sociedad mundial. A modo de ejemplo, veamos la pandemia por el coronavirus, que es resultado del modo de explotación y saqueo que afecta a la humanidad y al orden natural, es decir, derivado de la cultura humana contemporánea y de las formas políticas que definen la gestión de la cotidianeidad, más allá de cualquier disputa en los gobiernos. No es distinto si pensamos en términos de «cambio climático» e inoperancia de las Cumbres Globales.
Por eso, en variadas ocasiones aludimos a la necesidad de pensar en términos alternativos al orden vigente y, con ello, resolver la construcción de una estrategia colectiva que articule la diversidad de reivindicaciones sociales expresadas por múltiples grupos sociales y políticos.
Esta realidad nos lleva a considerar de manera didáctica dos planos del análisis, que, por cierto, son inseparables. Uno estructural, de crítica al capitalismo y a la organización económica de la sociedad. Dicho de otro modo, a la crítica de la Economía Política. El otro, de carácter coyuntural, asentado en la crítica a la gestión del capitalismo y a las propuestas que apunten a resolver en lo inmediato demandas sociales, que al tiempo que satisfacen necesidades urgentes, se encaminen en dirección a resolver la cuestión de fondo, estructural.
Por eso, nuestra prédica está siempre asociada al encadenamiento de lo uno con lo otro. No hay solución antinflacionaria sin afectar el orden social, el régimen de propiedad, altamente concentrado de los medios de producción; ni hay solución a la pobreza sin afectar a la riqueza y su fuente de generación: la explotación y el saqueo de los bienes comunes.
Entonces, ¿cómo balancear el 2021? Hace un año se pensaba en términos de post-pandemia, algo muy alejado de la realidad, más aún cuando el Covid-19 profundizó la desigualdad, las miserias humanas y aceleró los problemas ambientales en el ámbito mundial.
El 2021 supuso crecimiento, pero desigual, con recuperación de la ganancia y no de los ingresos populares, sean salarios, jubilaciones o planes sociales. Es algo verificable en todos los países del mundo. Grandes laboratorios farmacéuticos y transnacionales diversas aprovecharon la intervención estatal, emisión de dinero y de deuda mediante, para subsidiar políticas públicas de restablecimiento del orden capitalista. La especulación financiera y la economía del delito acompañó, por lo que no sorprende el acrecentamiento de la deuda en el plano mundial, o del presupuesto militar de EEUU, en tiempos en que la demanda es por mayor gasto social.
La vuelta de la inflación, en buena parte del planeta, es prueba de la desigualdad, ya que los precios acrecentados, especialmente de alimentos y combustibles, suponen mejoras en la apropiación del ingreso socialmente generado por una minoría propietaria en condiciones de imponer precios. No ocurre lo mismo con la mayoría de la sociedad que vive de la venta de la fuerza de trabajo, condicionada además por un deterioro de las formas de organización y defensa de los ingresos populares, especialmente del sindicalismo. En el caso argentino, el balance incluye el condicionante del endeudamiento externo público, especialmente con el FMI [Fondo Monetario Internacional]. Entre septiembre y diciembre del 2021 se cancelaron las dos primeras cuotas al FMI por casi 3.800 millones de dólares, que bien podrían haberse usado para atender demandas de la coyuntura y que apunten en sentido de cambios estructurales, atendiendo problemas de empleo, alimentación, salud, educación, vivienda, entre otros.
¿Qué esperar?
Dependerá de las iniciativas políticas de quienes pretenden consolidar el orden existente y de quienes busquen nuevos rumbos para la sociedad, en continuidad con las experiencias históricas asumidas para confrontar con el orden capitalista. Es evidente que no es sencillo, incluso, las revisiones de las experiencias señalan que no existe síntesis y que el “ensayo” continúa siendo el camino, especialmente en aquellos países que se asumen en una perspectiva anticapitalista. En el mismo sentido se inscriben las prácticas socioeconómicas de autogestión y cooperación que en el capitalismo, conscientemente confrontan con el orden y la lógica del capital, del mismo modo que se expresan articulaciones políticas para disputar sentido social.
La iniciativa del poder es política, cultural, social y económica, impulsando reformas reaccionarias, caso de las «laborale»s y «previsionales», pero especialmente disputando consenso en la sociedad, relativo a que no hay otro camino posible, en donde la hegemonía comunicacional, de medios altamente concentrados, resulta clave. La «cultura» de que la gestión privada de la producción de riqueza es inevitable, está asociada a la máxima de que «sin inversión privada capitalista no hay producción de riqueza, de empleo o de salario».
Hasta el cansancio diremos que el CAPITAL es TRABAJO acumulado y por ende, lo que crea riqueza es el trabajo en su accionar sobre la naturaleza, sobre los bienes comunes.
Repitamos con los clásicos de la economía que el padre de la riqueza es el trabajo y la madre la naturaleza.
A esa iniciativa ideológica y política se le debe contraponer otra, de sentido inverso, de los sectores subalternos, explotados, por reivindicaciones inmediatas y cambios profundos. Con la convicción del trabajo como creador de la riqueza en su accionar sobre los bienes comunes, es importante desplegar todas las luchas por la apropiación del excedente económico, al tiempo que se disputa el modelo productivo y de desarrollo, contra la explotación de la fuerza de trabajo y el saqueo de los bienes comunes.
Por eso, la crítica al orden económico social, expresión de la crítica de la Economía Política, deberá estar asociada a la exacerbación por la lucha en defensa de los intereses de la mayoría afectada, contra la política económica del poder, por medidas de política económica, de distribución del ingreso y de la riqueza que apunten a resolver las demandas inmediatas y a la vez confluyan con aquellas reivindicaciones profundas por un cambio social.
Esas iniciativas confrontadas son manifestación de la lucha de clases en nuestro tiempo, que es objetiva, y que trasciende cualquier parecer en particular. Ello convoca a mayores articulaciones de variados movimientos y sectores sociales, políticos y culturales críticos del orden vigente, que en el camino construyan un ideario colectivo sobre el futuro deseado. Ese imaginario es parte de la historia de búsqueda por superar al orden capitalista y patriarcal.
Habrá que seguir estudiando qué nos dejó la propuesta esbozada en los meses de la Comuna de París; en las décadas de la revolución rusa y la deriva de la URSS y el campo socialista; como en todas las experiencias a nombre del socialismo, de China a Vietnam y, especialmente en el continente, a Cuba, con las caracterizaciones y especificidades de cada una de ellas. En cada país se procesa ese análisis en la dinámica de luchas diversas, en defensa del medio ambiente y contra el modelo productivo y de desarrollo extractivista de exportación y concentración; de las luchas por la igualdad de género y diversidades, en contra las discriminaciones y múltiples formas que asume el racismo.
Bien vale en este cruce de años, entre 2021 y 2022 pensar la historia de los imaginarios alternativos, para junto a definir la ausencia de alternativa política con capacidad de transformar el sentido común, poder avanzar en cambios profundos en contra y más allá del capitalismo.
Fuente: CADTM