Hace apenas una semana, analizábamos el desarrollo de los sucesos recientes en Afganistán que llevaron al colapso del gobierno títere impuesto por los Estados Unidos y la coalición de la OTAN, la retirada de las fuerzas armadas extranjeras en suelo afgano y el ascenso al poder el Talibán es este país. Señalábamos que el principio del fin podíamos ubicarlo en los acuerdos negociados en Doha, Qatar, en el año 2020. En ellos, el enviado especial de la administración de Donald Trump, Zalmay Khalizad, ante la presencia del Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, acordó la eventual retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán.
La delegación negociadora del Talibán estuvo encabezada por Abdul Ghani Baradar, uno de los fundadores del Talibán. Ghani Baradar formó parte de la resistencia afgana contra la ocupación militar del país por la Unión Soviética en la década de 1980. Como combatiente, Ghani Baradar se ha mantenido vinculado con el movimiento yihadista de muyahidines afganos hasta el presente.
En el año 2010 Ghani Baradar fue capturado en Paquistán en un operativo conjunto de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos y su contraparte en Paquistán. Posteriormente fue enviado a prisión en Guantánamo donde permaneció cerca de ocho años. Como tantos otros prisioneros, sufrió tortura en manos de sus carceleros estadounidenses. Ghani Baradar, sin embargo, a diferencia de otros prisioneros en Guantánamo, fue objeto de un intercambio por un soldado norteamericano capturado por los talibanes, el cual eventualmente tras su liberación, fue sometido a una corte marcial por el ejército de los Estados Unidos al ser acusado de deserción. Todavía la situación de su captura e intercambio da margen a interrogantes.
Señalamos entonces y reafirmamos hoy que una de las grandes insuficiencias de estas negociaciones y acuerdos en Doha, si era que se estaba ante un verdadero acuerdo de negociación de la paz en Afganistán, era la ausencia en ellas de una parte indispensable, las autoridades del gobierno afgano.
Si bien es cierto que el Talibán se negó a toda participación en las negociaciones de las autoridades del gobierno afgano por considerar dicho gobierno uno ilegítimo, tampoco puede decirse que era legítimo que un gobierno extranjero como los Estados Unidos negociara directamente con una de las partes en el conflicto, comprometiendo posiciones en la negociación, como fue el acuerdo con el Talibán sobre la liberación de prisioneros políticos talibanes en cárceles afganas.
Existe un consenso a nivel de la opinión pública a escala global que era anticipable que la salida estrepitosa de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN de suelo afgano, tendría el potencial de incrementar la presión del Talibán sobre las fuerzas armadas del gobierno. De ahí que el plan estadounidense era, colocando una fecha cierta al término a su presencia en Afganistán, dejar en suelo afgano un contingente militar asesor para la organización y estructuración de las fuerzas de seguridad afganas, a saber, la policía y diferentes componentes del ejército y la fuerza aérea. De esta manera, se pensó que servirían de muro de contención al Talibán brindando estabilidad al gobierno.
Parte de los planes desarrollados por los Estados Unidos para Afganistán, que también tenían en común aquellos que se han ido desarrollando en el caso de Iraq, era la salida de tropas del territorio previamente ocupado militarmente y su desplazamiento a países vecinos en la región en la península arábica, como es Qatar y Kuwait. En ellos Estados Unidos mantiene miles de soldados del ejército, de la Infantería de Marina, de Fuerzas Especiales y componentes la 82 División Aerotransportada prestos a su desplazamiento inmediato a Afganistán. Esta conceptualización de la estrategia militar diseñada por los Estados Unidos, también tiene que ver con su presencia y retiro de tropas Iraq, y a las operaciones que militares que viene llevando a cabo desde hace años en la región norte de Siria, fronteriza con Turquía.
Consumados hoy los hechos en una retirada que no deja de recordar su vergüenza en Vietnam en 1975, el último reducto ocupado por los Estados Unidos en Afganistán al día se hoy es el aeropuerto de Kabul el cual lleva el nombre de Hamid Karzai, primer presidente afgano impuesto tras la ocupación del país en el año 2001. Allí permanece un remanente de militares de Estoados Unidos y sus aliados de la OTAN, es el aeropuerto evacuando civiles afganos y ciudadanos extranjeros.
Tras la capitulación del gobierno afgano, se especula cuál sería el carácter que asumirá un nuevo gobierno del Talibán; si será igual o distinto a las características que tuvo anteriormente su régimen. Sin embargo, se trata específicamente de especulaciones donde la respuesta podría no tener una base material particular de la cual partir.
De hecho, quienes piensan que lo que ocurrirá en Afganistán luego de la caída de su gobierno será la creación de un gobierno de transición y transacción entre las distintas corrientes de pensamiento político entre las distintas facciones tribales en el país, deberían tomar en consideración expresiones del Talibán a los efectos de que su propósito es establecer su propio gobierno, ganado en la lucha de dos décadas contra la intervención extranjera y sus aliados al interior del país. Sin embargo, hay quienes afirman que el Talibán no tendrá otra salida que, al menos en lo inmediato, procurar tal gobierno de transición. De hecho, a presente, sin completar la salida de tropas extranjeras de Afganistán, ya se avizoran importantes discrepancias entre distintos sectores que lucharon contra la ocupación estadounidense y de la OTAN en suelo afgano.
Lo cierto es que el futuro de Afganistán es del todo incierto. El control del Talibán sobre el territorio también presenta algunas dificultades, sobre todo confrontando la realidad de que si bien ante la presencia extranjera podía articularse una coalición en lucha contra Occidente y contra el gobierno impuesto, consumada la salida de tropas extranjeras y fulminado el aparato de seguridad policiaca y militar del gobierno afgano, para el Talibán gobernar, tendría que hacer concesiones a otras fuerzas político-militares que también reclama la victoria en la derrota de los Estados Unidos. Es por esto que, frente al deseo del Talibán de gobernar solos, la necesidad de un gobierno de transacción, al menos a corto plazo, sería lo que finalmente se imponga. Lo contrario sería salir de la lucha contra la intervención extranjera en Afganistán, seguida por una guerra civil donde no se han definido del todo las facciones y el alineamiento de éstas en favor o en contra del actual gobierno emergente.
Cualquier gobierno en Afganistán que en adelante surja necesitará el reconocimiento internacional. Por ahora los Estados Unidos y sus aliados señalan que tendrían dificultades con el reconocimiento de un gobierno que se ensañe con quienes apoyaron al anterior gobierno o a las fuerzas armadas de los países extranjeros que ocuparon militarmente el país durante las pasadas dos décadas; a un gobierno que reprima y persiga a las mujeres como ocurrió antes con el Talibán; un gobierno que no respete los derechos humanos, ello en aras de imponer un régimen islámico teocrático; o un gobierno que se sostenga en la fuerza y la persecución de sus ciudadanos.
De otro lado, hay países que como actores regionales podrían enfocar la situación en Afganistán desde una óptica distinta. Nos referimos a intentar aprovechar su capacidad económica, comercial y militar para atraer a Afganistán a su órbita de influencia. Tal podría ser el caso de la República Popular China, la Federación Rusa, la India, o incluso sus vecinos la República Islámica de Paquistán y la República Islámica de Irán. Sin embargo, parte del análisis en torno a la actitud que asuma China o Rusia tiene que tomar en consideración el hecho de que en el pasado Rusia ha considerado al Talibán como una agrupación terrorista; mientras China ha denunciado al Talibán por sus vínculos con los yihadistas uigures, también considerados terroristas. En el caso de Paquistán ha de tenerse presente que también en este país islámico, existe una rama paquistaní pastún que se autodefine como Talibán.
Existen también otros países musulmanes que en el pasado fueron claves en el triunfo de los Talibanes en Afganistán, afines en la corriente islámica suni, que no podemos descartarlos del reconocimiento al nuevo gobierno del Talibán, como son las monarquías de la península arábiga, que tanto influyeron en la contienda entre el Talibán y la Unión Soviética; o las ex repúblicas de la URSS que hacen frontera en la porción norte de Afganistán donde hay sectores poblacionales musulmanes simpatizantes del Talibán. Recordemos que en Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán, países que hacen frontera con el norte de Afganistán, gran parte de su población también es musulmana y en ella ubican organizaciones también yihadistas.
Afganistán es un país muy pobre. Se indica al presente que un 72% de la población vive bajo el umbral de la pobreza de los cuales 6.8 millones padecen inseguridad alimentaria. Sin embargo, a pesar de ello, Afganistán es un país muy rico en yacimientos que no explota y que yacen en su subsuelo tales como piedras preciosas, oro, cobre, cobalto, litio, petróleo, gas natural, cromo, hierro, zinc, plomo, mármol, que superan sumas billonarias en dólares o euros.
Otra dificultad que deberá enfrentar el Talibán es el manejo en futuro gobierno con los señores de la guerra. Recordemos que en el 2001 los líderes tribales de la Alianza del Norte y sus combatientes fueron utilizados por Estados Unidos como preámbulo de su invasión en operaciones militares junto a sus fuerzas especiales.
La situación de una cultura tribal, donde se unen tribus y etnias que no necesariamente reconocen o dependen de un poder central estatal, es también un asunto a resolver por cualquier nuevo gobierno en Afganistán, tras la salida de los Estados Unidos y la OTAN del país.
A lo anterior se suma el grado de incertidumbre que surge de la presencia en Afganistán de combatientes aún vinculados con Al Qaeda y con el Estado Islámico (ISIS), a quien por ejemplo, se le vincula con los atentados suicidas con bombas efectuados al pasado jueves en un punto de control en el aeropuerto Hamid Karzai de Kabul y el efectuado en el Hotel Baron. Números preliminares dados a conocer tras los atentados informaron la muerte de al menos de 12 infantes de Marina y un médico miembro de la armada estadounidense. En total, el número de víctimas entre militares y civiles fue de más de 170 muertos y alrededor de 200 heridos.
El atentado fue reclamado por una agrupación denominada Estado Islámico Khorasan (ISIS-K), una estructura afiliada a lo que en un momento fue el Estado Islámico de Iraq y Levante o ISIS, un califato que se intentó formar en territorio comprendido entre Iraq y la República Árabe Siria. Este, tras sufrir importantes reveses militares por parte de las fuerzas armadas sirias con el apoyo de la Federación Rusa, la República Islámica de Irán y la organización musulmana con sede en Líbano, Hezbolah o Partido de Dios, optaron por desplazarse hacia Afganistán miles de sus combatientes y allí enfrentaron la presencia occidental en este país junto a los Talibanes. Se estima en alrededor de 7 mil el número de estos combatientes en suelo afgano.
En el mensaje dado por el presidente Joe Biden al pueblo estadounidense tras el atentado suicida que cobró la vida de decenas de afganos, y ciertamente numerosos estadounidenses, Biden señaló: “Los perseguiremos y haremos que paguen”.
En su mensaje Biden también indicó:
“EE. UU responderá con fuerza y precisión en el momento preciso, en el lugar que elijamos, en el momento que elijamos…Voy a defender nuestros intereses y a nuestro pueblo con todo lo que esté bajo mi mando.”
El mensaje del presidente Biden no guarda gran distancia con aquel mensaje del año 2001 en el cual George Bush, a raíz de los ataques del 11 de septiembre de 2001, indicó que de acuerdo con cierta información proveniente de fuentes de inteligencia, la responsabilidad de una organización fundamentalista islámica de nombre Al Qaeda y su dirigente, Osama Bin Laden, eran responsables de los atentados terroristas acaecidos en Estados Unidos el día 11 de septiembre de 2001. En aquel momento indicó que las organizaciones islámicas “Yihad Islámico de Egipto” y el “Movimiento Islámico de Uzbekistán”, eran organizaciones vinculadas a redes terroristas esparcidas por más de 60 países en el mundo. El movimiento islámico en el poder en Afganistán, conocido por Talibán, fue identificado como responsable de proveerle albergue, apoyo y lugares de entrenamiento en su territorio a estas organizaciones definidas como terroristas.
En su discurso, Bush emitió un ultimátum al gobierno de Afganistán demandando de éste la entrega a las autoridades estadounidenses de Osama Bin Laden y a los dirigentes del Al Qaeda; la liberación de todos los nacionales extranjeros encarcelados en Afganistán, incluyendo ciudadanos estadounidenses; brindarle protección a periodistas, personal diplomático y trabajadores internacionales en dicho país; el cierre inmediato y permanente de los campos de entrenamiento en Afganistán utilizados por estas organizaciones; la entrega de todos los llamados terroristas en dicho territorio y aquellos que apoyaban sus estructuras de funcionamiento a las autoridades pertinentes; reclamando de paso, el derecho absoluto a que se le proveyera a Estados Unidos acceso a los llamados campos de entrenamiento de manera que dicho país se asegurara que no podrían volver a operar en dicho territorio.
En su declaración, Bush lanzó también un llamado a la guerra contra Al Qaeda. Indicó de paso, que la misma no terminaría con el aniquilamiento de dicha organización y sus dirigentes; que a los terroristas se les privaría de sus fuentes de financiamiento, serían empujados unos contra otros, perseguidos de un lugar a otro hasta que no tuvieran refugio ni reposo.
Recordemos que con tal declaración se iniciaba la primera guerra del Siglo XXI, una guerra diferente, donde se utilizarían todos los medios diplomáticos, todas las herramientas de inteligencia, todos los instrumentos de interdicción policiaca, todas las influencias financieras y todos los armamentos necesarios.
El reciente atentado en el aeropuerto de Kabul con las bajas estadounidenses sufridas y la presión política sobre el presidente Biden como resultado de los acontecimientos, ha comenzado a cambiar la percepción del pueblo estadounidense sobre el curso a seguir por parte de su gobierno. En lo inmediato, ya se menciona el ataque por parte de un avión no tripulado estadounidense contra un dirigente de ISIS-K, con el resultado positivo de su eliminación. Por su parte sectores de la derecha conservadora estadounidense insisten en mayores medidas.
Son muchos y distintos los retos que ha de enfrentar un nuevo gobierno en Afganistán. Mientras el presidente de los Estados Unidos ha reiterado su intención de retiro de todo el personal estadounidense de Afganistán en o antes del 31 de agosto, se estima que aún permanecen en el aeropuerto de Kabul algunos 5 mil afganos en espera de salir del país por la vía aérea. Al interior de sus facilidades, para salir del país, el Talibán se ha negado a ampliar el plazo para la salida del personal estadounidense y de otros países aliados de los Estados Unidos.
Para el Talibán constituirá un enorme desafío y posiblemente su mayor reto inmediato la manera en que se proyecte su presentación como gobierno ante la comunidad internacional, su reconocimiento diplomático y su inserción en los mercados regionales y globales. Después de todo, está presente para la inmensa mayoría de los países occidentales su pasado gobierno previo a los sucesos del 11 de septiembre de 2001.