El país que se deshace

Una de las características de nuestra personalidad colectiva es la de no vincular nuestros actos con lo que ha ocurrido en el pasado y, mucho menos, con la consecuencia que tendrán en el futuro. Lo primero nos lleva, regularmente, a repetir nuestros errores y lo segundo, a sorprendernos ante hechos que muy bien pudieron ser previsibles. 

A nivel individual enfrentamos carencias y situaciones que, adoptando una actitud más reflexiva, muy bien nos permitiría tomar decisiones más sensatas que añadirían a nuestra calidad de vida. En la expresión colectiva de esta característica de nuestro ser puertorriqueño podemos encontrar la explicación a la desastrosa realidad presente.

En estos días somos muchos los que nos preguntamos, ¿por qué están tan malas las cosas en nuestro país? Aún esta misma pregunta tenemos que cualificarla. Las cosas están malas para el pueblo en general, porque siempre hay un grupo de conciudadanos privilegiados para quienes no existen nunca los malos tiempos. Éstos, poseedores del conocimiento y el poder, hacen uso de ambas herramientas y, superando las limitaciones del carácter, se ocupan de tomar ventaja y sacar provecho de las crisis. 

En nuestro presente, cuando queremos ensayar una explicación a la dura realidad que vivimos, apelamos al señalamiento de que venimos de los huracanes Irma y María, los temblores del área Sur y la terrible pandemia que no nos da tregua desde diciembre del 2019. En términos generales muy pocos hacen mención de las desacertadas decisiones gubernamentales que nos llevaron a la incapacidad de pagar nuestra deuda nacional y a la maquiavélica medida adoptada por el Congreso de Estados Unidos mediante la aprobación de la Ley PROMESA hace ya cinco años. 

Tormentas tuvimos en el pasado y fueron superadas. Igualmente, con los efectos de los temblores. Aunque como parte de la estrategia de posicionamiento colonial, también se pudo, en la década del 1940, articular un proyecto de superación y revitalización económica del país. Sin embargo, irreflexivamente hemos seguido desarrollando el país sin considerar los efectos de la lluvia y el viento de los huracanes, ni tomar en cuenta la necesidad de evitar o eliminar la construcción con columnas cortas en nuestras edificaciones. Mucho de lo que estamos viviendo hoy es el resultado de no asimilar las lecciones de nuestras experiencias y el no tomar las medidas cautelares necesarias para superar las consecuencias de nuestros actos. 

El país vive hoy una crisis de gobernabilidad total. Nadie en su sano juicio puede decir que hay una agencia o estructura gubernamental que funcione adecuadamente. Lo más elemental para dar una explicación de este hecho incuestionable es decirnos que es el resultado de no haber escuchado las voces de quienes nos invitaban a darle muerte al bipartidismo y seguir eligiendo a los mismos políticos que nos trajeron hasta el borde del precipicio por el cual estamos cayendo. Esta es, quizás, solo la mitad de la historia.   

El pueblo sí escuchó las voces de la sensatez e hizo cuanto tuvo a su alcance para derrotar el bipartidismo. El Poder Ejecutivo tuvo un voto de apenas el 32%, los municipios están divididos y en la Legislatura las mayorías absolutas ya no existen. Desafortunadamente el poder judicial, que tantas grietas presenta, no fue objeto del voto popular y continúa bajo el control de los nombramientos pasados y los acuerdos bipartidistas. Sin embargo, un nuevo elemento que está onerosamente presente en la gobernanza local es el engendro de la Junta Dictatorial impuesta al amparo de la Ley PROMESA.

Sin restarles la cuota de responsabilidad que les corresponde a los ineptos funcionarios gubernamentales, electos y nombrados, este tumor maligno que se ha enquistado en nuestra sociedad durante los pasados cinco años es el mayor responsable de la metástasis y la atrofia gubernamental que padecemos; de las consecuencias disfuncionales que todos sufrimos y del daño que experimenta hoy toda nuestra sociedad. Cegados por su letal efecto, tampoco atisbamos a ver las nefastas consecuencias que las acciones que hoy toma este organismo patógeno tendrán en nuestro pueblo por los próximos 40 años.

Las medidas “austericidas” que ha tomado la Junta Dictatorial han cercenado toda posibilidad de repetir la viabilidad de la recuperación económica que demanda el país. Su negativa a auditar la deuda, un millón de veces reclamada, ha tenido el efecto de hacernos pagar lo que en justicia no nos corresponde. La resistencia a definir los servicios esenciales nos ha llevado al límite de la calidad de vida que nos corresponde. Su política de privatización ha erosionado la base de nuestro desarrollo social. 

La eliminación de los sistemas de retiro y la propuesta de reducir las pensiones ha dejado sin recursos a nuestros viejos en el presente y a los empleados gubernamentales actuales en el futuro. Su ataque a la Universidad de Puerto Rico y su directriz de cerrar escuelas nos condena a la pérdida de uno de los principales recursos para cerrar la brecha de la desigualdad. Los recortes presupuestarios han desprovisto totalmente a nuestro pueblo de servicios tan necesarios como los trabajadores sociales, la seguridad pública, los sistemas de salud, la Escuela de Medicina, recreación, deportes, la cultura, etc. 

La precarización del trabajo y la eliminación de las leyes protectoras del trabajador, privilegiando exclusivamente a la clase patronal, tienen un efecto desmoralizador incuestionable. Sobre todo cuando se oponen a todo aumento que permita un salario digno. No hay una sola instancia de nuestras vidas que no haya sido menoscabada por el cuerpo dictatorial.

Si lo precedente no fuera suficiente, la eliminación de toda posibilidad del ejercicio democrático de la gobernanza del país, anulando el poder legislativo, reduciendo a la miseria a los municipios, coartando los limitados poderes del gobernador; ignorando las disposiciones de nuestro sistema judicial y trasladando sus acciones legales al amparo único del tribunal federal, hacen de la existencia formal de Puerto Rico un país que se deshace. 

Si aterrador y deprimente nos parece el presente, donde nada parece funcionar, tenemos que obligarnos a pensar las consecuencias que tendrá en nuestro futuro la imposición del llamado Plan de Ajuste Fiscal que hoy articula la Junta Dictatorial. 

Es desde esta perspectiva que nos corresponde examinar la dolorosa realidad presente y el sombrío futuro que se proyecta para nuestro pueblo desde las refrigeradas oficinas del Edificio Seaborne, en la decadente Milla de Oro.

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Author: Erasto Zayas Nuñez

Erasto Zayas Núñez nació en el pueblo de Santa Isabel, PR el 7 de septiembre de 1949. Realizó estudios en las escuelas públicas del país y los universitarios en la UPR Recinto de Río Piedras y la Universidad Católica de Ponce. Casado, tiene cinco hijos y es el feliz abuelo de cuatro nietos. Escribe cuentos, poesía y durante dos décadas publicó una columna de opinión en el semanario El Oriental. Ligado al movimiento obrero en su capacidad de comunicador por más de medio siglo, se desempeñó como administrador de la Unión General de Trabajadores. Es uno de los fundadores de la Casa de Estudios Sindicales e integrante de su Junta de Directores.