El movimiento sindical en la región se encontraba al momento de producirse la pandemia en un serio problema de representación de la realidad laboral de la clase trabajadora. Hoy la crisis se ha profundizado. Diversas corrientes y espacios sindicales venimos expresándonos sobre la necesidad de que el sindicalismo inicie un urgente proceso de auto-reforma, que dé respuesta organizativa y de acción a las y los trabajadores en una nueva realidad de empleo instalada a partir de la década de 1990.
Millones de personas que trabajan todos los días, millones buscan trabajo y otros tantos millones ya trabajaron los años que correspondía, pero la amplísima mayoría de ellos están por fuera de la representación de nuestros sindicatos.
Los denominados trabajadores “precarios” que incluye a las más variadas formas de empleo, sobreexplotados para producir una ganancia extra a los empleadores, no tienen ni siquiera el derecho a incorporarse al sindicato de su actividad.
Los trabajadores jubilados, explotados ayer y sobre explotados ahora, cuando ya no pueden seguir trabajando, no tienen espacio en la mayoría de nuestros sindicatos, como tampoco lo tienen los y las jóvenes que buscan un trabajo para vivir. Los millones de trabajadores y trabajadoras migrantes también están por fuera de nuestras entidades gremiales.
La pandemia puso esta situación en crisis a un grado superior. El movimiento sindical debe reaccionar rápidamente para volver a ser un movimiento que ponga en cuestión las anquilosadas estructuras de nuestros sindicatos. Animarse a desafiar las legislaciones de los Estados que los regulan para limitarlos. Volver a poner en el centro de su accionar la unidad de la clase y su internacionalismo, y a la militancia como combustible de su accionar.
El sindicato no puede seguir siendo el lugar donde sólo se organice el trabajador formal. Debemos recuperar al sindicato como instrumento de representación de todas y todos los trabajadores de una actividad, sean formales o precarios, tercerizados, teletrabajadores, cuentapropistas, en domicilio, no declarados, etc. que hagan a la “línea de producción” de esa misma actividad.
El sindicalismo debe fomentar la incorporación de mujeres y jóvenes en sus espacios directivos.
La auto-reforma de nuestras entidades debe llevarse adelante rápidamente. El sistema capitalista aprovecha todas las circunstancias para seguir ganando más a costa del sacrificio de los pueblos y el planeta. No tiene límites y no serán los Gobiernos los que se los opongan. Deberá ser obra de los y las trabajadores, en el sentido más amplio de la concepción de clase.
La experiencia del último siglo nos ha dejado enseñanzas que debemos poner delante de nuestro accionar: la forma sindical moldeada por las legislaciones de los Estados ha atentando contra la efectividad y fortaleza de los mismos.
El sindicato debe modelarse de acuerdo a lo que resuelvan sus miembros en debates democráticos. Debe ser un instrumento de lucha de la clase, con la capacidad de ser útil en todas las realidades que tenga que representar.
En el marco de la pandemia ninguna de estas cosas será sencilla de llevar adelante. La no presencialidad en los lugares de trabajo nos genera muchos inconvenientes para producir debates y construir acuerdos. Pero el tiempo que tardemos en auto-reformar nuestras entidades para potenciarlas y poder luchar por nuestros derechos, lo pagaremos caro, en pobreza y marginalidad.
Un sindicalismo para todos y todas podrá darnos la esperanza de pensar que es posible construir un mundo mejor y sustentable. Mucho ha aportado el movimiento sindical al mejoramiento de la calidad de vida del último siglo a partir de la conquista de las 8 horas de trabajo.
Hoy estamos obligados a reconsiderar nuestros instrumentos para los nuevos desafíos que requerirán más lucha e inteligencia colectiva en acción: el desarrollo tecnológico logrado en la producción debería llevarnos a jornadas de 6 horas, pero para ello no alcanza con la razón sino que hay que tener la fuerza para lograrlo.
Los datos de pobreza, marginalidad, desnutrición, contaminación, analfabetismo, violencia, son la cara de la clase trabajadora de nuestra región: la mitad de los hogares latinoamericanos y caribeños son pobres.
Quiero para finalizar este humilde aporte para el debate recordando, una vez más, la pregunta que nos dejara Eduardo Galeano: “¿Los derechos de los trabajadores son ahora un tema para arqueólogos, solo para arqueólogos…? ¿una memoria perdida de tiempos idos?”.