“Hoy todo se produce en China, excepto la valentía.
La valentía se produce en Palestina.”
Anthony Bourdain
El pasado 7 de octubre, el más reciente capítulo de la historia de conflicto entre Palestina e Israel comenzó. El brazo armado de Hamas atacó a Israel en, lo que ellos llaman, una respuesta a la profanación de una mezquita por parte del gobierno de Israel. Ese ataque fue recibido, procesado y contestado por el gobierno sionista de Israel con el furor típico de un estado ocupador de un territorio colonizado. Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, dijo que se respondería con toda la fuerza y furia que su poderío militar le permite. Como primer mandatario de Israel aseguró de inmediato que los palestinos estarían pagando el atrevimiento del ataque por generaciones. Comenzarían por eliminar el acceso a agua potable, suministros de alimentos y electricidad al territorio palestino. Claro, eso es posible para Netanyahu porque el poder militar de Israel sobre el territorio palestino es casi absoluto. Tiene la fuerza clásica de un ejército invasor en territorios ocupados.
El resultado hasta ahora de esta ocupación por parte del ejército de Israel del territorio palestino es alrededor de 1400 israelíes muertos. Ese número sería exorbitante si no fuera por la comparación con las pérdidas palestinas. Esta reciente instancia de agresión ocupadora del estado israelí ha cobrado la vida de dieciséis mil palestinos y palestinas. Se calculan que de este grupo más de siete mil son menores. De la misma manera, cerca de cinco mil son mujeres no participantes activas del conflicto armado. Es decir, estamos hablando de muertes de civiles que su único ejercicio bélico es ser parte de la comunidad Palestina. Su error fundamental es vivir en el lugar que les vio nacer y ha sido su hogar para ellos, ellas y las generaciones que les precedieron.
El ejército de Israel es uno de los ejércitos mejor preparados a nivel mundial. Recibe miles de millones de dólares en ayuda militar de parte de los Estados Unidos todos los años. El mismo Estados Unidos que impuso una junta de control fiscal en Puerto Rico porque que el gasto en servicios esenciales era “exorbitante”, subsidia, sin ningún pudor un organismo represor que ocupa el territorio palestino y mantiene el control de las potencias occidentales en el Oriente Medio.
Desde el inicio de esta parte del conflicto en Palestina, el ejército ocupador ha lanzado más de cincuenta mil TONELADAS de explosivos sobre hospitales, escuelas y comunidades civiles. Se han destruido más de cincuenta mil viviendas de palestinos y palestinas. Decenas de escuelas son parte de los escombros dejados por los ataques despiadados. Cerca de un centenar de mezquitas también han sido destruidas por las fuerzas sionistas. Esto se suma a las cerca de ocho mil personas desaparecidas y alrededor de cincuenta mil personas heridas. Todo bajo la premisa del “derecho de Israel a defenderse”.
Sin embargo, el problema no es solo ese. La inmediatez de esa barbarie militar es solo parte de la historia. La destrucción de hogares, vidas y comunidades, ligado al movimiento, impulsado por el gobierno de Israel, de la población civil palestina hacia el sur de Gaza, augura un desplazamiento total de esa población. No tienen esperanza de regresar a lo que ha sido su espacio en momentos posteriores a esta nueva acción militar. El gobierno de Netanyahu encontró la justificación perfecta para culminar la desaparición completa de Palestina. La recuperación postguerra no será para el disfrute de civiles palestinos/as. Todo tiende a indicar que en esos lugares se harán nuevos asentamientos israelíes, consolidando el plan establecido en el 1948. Se completará el ejercicio de eliminación de la cultura, identidad, derechos políticos y económicos del pueblo palestino. ¡Es la culminación del Naqba!
Esto no es una guerra. Eso implicaría algún nivel de equiparación en el balance de fuerzas en contraposición. Lo que vemos en Palestina es una ocupación de un territorio por un ejército invasor enfrentado por la resistencia cotidiana de un pueblo que lucha y sueña con la recuperación de su libertad, territorio y dignidad humana. Palestina es un territorio, como lo definió el tribunal de la Haya, “controlado por fuerzas armadas extranjeras”. Ocupado como fue ocupada Polonia, la República Checa, Dinamarca, Noruega, Francia, Bélgica, los Países Bajos, Albania, Croacia, Montenegro, Lituania, Luxemburgo, Bélgica, Grecia, entre otros. Esas ocupaciones, igual que pasa en territorio palestino, vinieron ligadas a matanzas, eliminación de derechos e invisibilizaciones de poblaciones completas. La población judía, que el gobierno de Israel dice representar fue de las principales víctimas de esas ocupaciones.
El pueblo palestino resiste su desintegración. Se niega a aceptar que “no hay tal cosa como una nación palestina. NO hay historia de Palestina ni lenguaje palestino” como dijo el ministro de defensa del estado de Israel, Betzalel Smotrich. Las mujeres, hombres, niños y niñas palestinas de todas las denominaciones religiosas resisten la ocupación de su territorio porque esta ha resultado en un índice de mortalidad maternal 10 veces mayor que el de Israel. Se niegan a aceptar que su nivel de pobreza sea 33% mayor que el de Israel. Les resulta inaceptable tener un índice de desarrollo humano que les ubica en la posición número 138 a nivel mundial mientras Israel ocupa en número 22. No soportan que solo un 10% de su población tenga acceso a agua potable por culpa de los controles del ejército ocupador.
No hay una guerra. Hay resistencia ante un abuso militar respaldado por poderes como Estados Unidos y Europa. Poderes que si, como dijo Biden cuando era senador, “no existiera un Israel, EE. UU. se tendría que inventar un Israel porque Israel es la mayor fuerza que tienen los Estados Unidos en el Oriente Medio”. En Palestina hay resistencia y valentía ante eso.
Imagen: hosnysalah, fotógrafo palestino residente en Gaza.