A lo Francisco de Quevedo
Érase un hombre a unos labios bien pega’o,
a esa gran boca de pasión embarrada
como a un guineo pinto, estaba pintada,
esa boca de letrina en colora’o.
Érase Gregorio Matias bien raja’o
con su palabra estridente y azotada,
con su bocota estirada y ya gastada
en su cara de becerro encopeta’o.
Érase un senador con sus chanchullos,
un policía que mataba a traición,
con sangre en sus manos y con farfullos
llenaba sus bolsillos de pudrición,
y cogiendo de pendejo a los suyos
con su aliento de arrogancia y corrupción.