Keynes y la izquierda

“Las teorías de John Maynard Keynes proporcionan el marco intelectual sólido para los puntos de vista que los sindicalistas siempre han sostenido instintivamente y considerado correctos” (TUC, 1968, p. 85)

Las ideas y teorías de John Maynard Keynes todavía dominan las opiniones económicas y las propuestas políticas de los líderes del movimiento obrero en las principales economías capitalistas. Keynes es percibido como una “tercera via” entre la economía pro-capitalista del “mercado libre” mayoritaria en las universidades (y entre los asesores estratégicos gubernamentales) y lo contrario de la economía marxista, peligrosamente revolucionaria. Keynes argumentó que, con una serie juiciosa de medidas políticas, se puede hacer que el capitalismo funcione mejor y se puede gestionar para que satisfaga las necesidades de muchos, sin cuestionar la estructura social de la sociedad.

En mi blog y en otros lugares, he desarrollado una crítica amplia y detallada de la economía keynesiana. Pero baste con decir ahora que la teoría economica del libre mercado afirma que la prosperidad se logrará siempre que los capitalistas estén libres de cualquier regulación (ambiental, seguridad, salud, etc.) y de demasiados impuestos, y si los mercados se mantienen “competitivos” y libres de monopolios, particularmente el “mercado laboral”, es decir, libre de sindicatos. De esa manera, los capitalistas pueden competir libremente para maximizar sus ganancias y, al hacerlo, invertirán en nuevas tecnologías para aumentar la productividad del trabajo y emplear a más trabajadores, cuyos salarios aumentarán. Todo el mundo gana.

Los keynesianos contra-argumentan que el capitalismo de libre mercado (“economía de laisser-faire”, lo llamó Keynes) no funciona porque la economía de mercado tiene una serie de defectos que generan una falta crónica de “demanda efectiva”. Mantener bajos los salarios para aumentar las ganancias significa que los capitalistas no pueden vender toda su producción y se ven obligados periódicamente a despedir trabajadores y se produce el desempleo. Es necesario que los gobiernos intervengan y aumenten los niveles salariales y/o aumenten el gasto público para llenar el déficit de la demanda agregada. Así se creará suficiente demanda para que los capitalistas vendan sus bienes y obtengan ganancias. Por lo tanto, una gestión macro juiciosa de la economía de mercado puede beneficiar a todos.

La posición marxista es que no se trata de la falta de demanda o los bajos salarios o la desigualdad en la distribución de los ingresos, sino que es un problema del propio sistema de ganancias en la producción. La contradicción del capitalismo es que, a pesar de los esfuerzos de los capitalistas, la rentabilidad media cae con el tiempo. Esto causa crisis de producción recurrentes y regulares que no pueden resolverse con los “mercados libres” o la gestión macroeconómica keynesiana.

Esta posición marxista tiene poco tirón entre los economistas y dirigentes del movimiento obrero. La influencia dominante del pensamiento keynesiano entre la “izquierda” y en el movimiento obrero se expresó muy claramente en el Reino Unido la semana pasada en un informe del Confederación Sindical británica (TUC) sobre el estado de la economía del Reino Unido y qué hacer al respecto.

Informe de la Confederación Sindical Británica (Trade Union Congress-TUC)

El informe fue escrito y presentado por Geoff Tily, un destacado economista del TUC. Tily es un viejo y entusiasta seguidor de Keynes, cuya obra considera radical y pertinente para resolver los problemas del capitalismo del siglo XXI. Su libro “Keynes Betrayed” (Keynes traicionado) es considerado como uno de los más destacados a la hora de argumentar que Keynes fue un reformador radical de la teoría económica y las economías de mercado.

El informe del TUC ofrece un relato poderoso (con hechos y cifras) del impactante fracaso del capital británico. Se considera que la economía británica no es solo actualmente “el enfermo de Europa”, sino también del G7 y, de hecho, de las 30 principales economías del mundo, al menos según el FMI, que prevé que será la única economía importante en entrar en crisis este año.

El informe del TUC describe la economía del Reino Unido sumida en un “bucle fatal” [“doom loop”], un término utilizado por la actual portavoz laborista de economía, Rachel Reeves: “Este gobierno ha empujado nuestra economía a un bucle fatal, donde el bajo crecimiento conduce a impuestos más altos, menores inversiones, salarios reducidos y el declive de los servicios públicos. Todo lo cual volvió a afectar el crecimiento”  (Rachel Reeves, respuesta a la Declaración de Otoño, 17 de noviembre de 2022). Según el argumento del “bucle fatal”, la vasta erosión de alrededor de un tercio de la economía del Reino Unido y la caida del nivel de vida de los trabajadores es consecuencia de las políticas de “austeridad” fiscal vigentes desde 2010. El informe del TUC cita al ex-marxista (ahora keynesiano) Paul Mason, quien explica así el bucle: “la oferta es deficiente, pero la causa inmediata de esta deficiencia es la demanda agregada. Esto significa que los responsables políticos en 2022 y en 2023 están intensificando la política de contracción ante la demanda agregada deficiente“.

Por lo tanto, el fracaso del capital británico se debe a las políticas de austeridad desde 2010 de reducción del gasto público que han creado una falta de demanda. Lo que le ocurrió al capital británico antes de 2010 se ignora. La respuesta política es revertir la austeridad, aumentar el gasto público y los salarios y la demanda agregada aumentará a través de lo que se llama el multiplicador keynesiano y así se restaurará el crecimiento económico. “Identificados estos mecanismos, se puede restaurar la prosperidad perdida”.  

El informe del TUC critica a aquellos en la izquierda que creen que la crisis actual se debe a la falta de oferta. En cambio, “lo que está mal es que la capacidad y los recursos existentes se están infrautilizando y no solo que necesitemos invertir para obtener más capacidad”. El informe del TUC cita un artículo de James Meadway, quien argumenta que “el núcleo de una estrategia de izquierda hoy, incluido su programa para el medio ambiente, es la redistribución”. (Meadway). Puede que no sea lo que quiere decir Meadway, pero el informe del TUC lo interpreta en el sentido de que no es necesario reemplazar el modo de producción capitalista, sino simplemente hacer que la redistribución de los ingresos y la riqueza sea más justa y la economía saltará hacia adelante.

El editorial del periódico Guardian describió, en su panegírico, que el informe del TUC “se basa en gran medida en la literatura de la ‘Nueva macroeconomía’, que a su vez recuerda las contribuciones históricas de J. A. Hobson (1858-1940) y J. M. Keynes (1883-1946). Estos enfatizaron la relación entre un rendimiento demasiado alto de la riqueza y un retorno demasiado bajo al trabajo, y las teorías de la sobreproducción y el subconsumo. En lugar de una oferta deficiente, el problema subyacente de la economía mundial es la oferta excesiva en el contexto de una demanda deficiente”. En serio, ¡una oferta excesiva!

Como dice el informe del TUC, el problema es que el “desequilibrio excesivo en contra de la riqueza del trabajo distorsiona la actividad económica a través de una dislocación entre la producción agregada y el poder adquisitivo agregado. Por un lado, los salarios demasiado bajos sitúan los bienes y servicios fuera del alcance de los trabajadores. Por otro, los enormes recursos de los ricos no compensan porque están relativamente menos interesados en bienes y servicios… Por lo tanto, el consumo se queda corto y el resultado es la sobreproducción”.

Por lo tanto, Tily nos presenta una teoría de crisis sin adornos basada en el subconsumo. Como él dice, la lógica de su argumento “conduce a la conclusión vital de que el subconsumo y la sobreproducción son concepciones relativas: la producción es solo excesiva en relación con el poder adquisitivo y la remuneración deficientes. Por lo tanto, se deduce que un mejor equilibrio entre el trabajo y el capital permitirá una mayor producción en un sentido absoluto. El análisis siempre ha apelado a la izquierda, sobre todo cuando inspiró el Manifiesto Laborista de 1945: la sobreproducción no es la causa de la depresión y el desempleo; el responsable es el subconsumo (mi énfasis)”.

Esta simplista teoría subconsumista de las crisis fue refutada por Marx hace 160 años y se ha demostrado errónea empíricamente a lo largo del tiempo. Ni siquiera es estrictamente la teoría de Keynes. Pero aparentemente es la base del análisis actual del TUC. ¿Cuál es la causa de este subconsumo crónico? Según Tily, es que la inversión no puede ampliar la capacidad de producción si las tasas de interés, el coste de los préstamos, son demasiado altas. Keynes habría demostrado que son las altas tasas de interés establecidas por el capital financiero las que debilitan el capital productivo, no la rentabilidad subyacente del capital productivo. Como dice Tily: “El punto focal de su análisis y gran parte de su trabajo práctico fue asegurar una reducción permanente de la tasa de interés a largo plazo”. De hecho, poniendo fin a la dominación del capital financiero por completo, “la eutanasia del rentista”, como lo llamó Keynes.

No está claro cómo se iba a lograr esto, dado el papel en expansión del capital financiero en las economías modernas. La reforma del sector financiero a través de la “regulación” es aparentemente la medida política. ¡Buena suerte con eso! El TUC y Tily nunca abogan por la propiedad pública de los grandes bancos y el cierre de los fondos de inversión especulativos y los bancos de inversión. Tales políticas son tabú.

Además, ¿cómo explicamos por qué las muy bajas tasas de interés que Gran Bretaña ha disfrutado en los últimos 20 años no han llevado a una inversión y un crecimiento más rápidos en el sector productivo? La respuesta de Tily es que “se debe hacer una distinción entre las políticas de bajas tasas de interés de Keynes y la forma adoptada por la política monetaria en la última década. Keynes buscó tasas de interés bajas sobre todo para fortalecer la inversión en capital fijo, y previó medidas a nivel nacional en un contexto de control de capitales en la esfera internacional. Las políticas de bajas tasas de interés hoy en día se aplican en el contexto de un régimen global totalmente desregulado. En lugar de fomentar la producción nacional, se han reciclado tasas bajas para obtener beneficios altos en destinos más especulativos”.

Tal vez sí, pero eso todavía plantea la pregunta: ¿por qué esta vez los bancos y las grandes empresas han invertido el crédito barato en especulación financiera y no en inversión productiva (como, según Tily, ocurrió en la Edad de Oro)? La razón seguramente es que ahora es más rentable hacer lo primero que hacer lo segundo. En la Edad de Oro después de la Segunda Guerra Mundial, la rentabilidad era alta en los sectores productivos y el sector financiero no era dominante. Es la caída de la rentabilidad lo que ha llevado al giro hacia la especulación financiera.

Curiosamente, Tily se aparta ligeramente de su punto de vista de que es la teoría de Keynes sobre las tasas de interés en lugar de la rentabilidad lo que proporciona la explicación de las crisis, cuando admite que “teóricamente, la idea (del lado de la oferta) de una tasa de ganancia decreciente todavía puede ser persuasiva y considerarse que ha sido reivindicada por los resultados de la productividad en un largo horizonte”.

Y Tily acaba admitiendo que Keynes no era un reformador radical, como afirma, y que se oponía firmemente a la teoría economica marxista. “Keynes hizo publicamente comentarios estúpidos, por ejemplo en su (1925) ‘Una breve visión de Rusia’: “¿Cómo puedo adoptar un credo que, prefiriendo el barro al pez, exalta al grosero proletariado por encima de los burgueses e intelectuales que, a pesar de sus defectos, son la sal de la vida y seguramente llevan las semillas de todo progreso humano? (CW IX, p. 258) De hecho, Keynes se negó a apoyar al Partido Laborista en la década de 1930, prefiriendo a los liberales porque el Partido Laborista era “un partido de clase y esa clase no es mi clase. La guerra de clases me encontrará del lado de la burguesía educada”.

Keynes: “La guerra de clases me encontrará del lado de la burguesía educada”.

En cuanto al apoyo a los aumentos salariales para resolver las crisis, Keynes no estaba tan interesado en aumentar los salarios como en buscar una solución a las crisis. “En general, un aumento en el empleo solo puede ocurrir con el acompañamiento de una disminución en la tasa de salarios reales. Por lo tanto, no estoy poniendo en duda este hecho vital que los economistas clásicos han afirmado (con la derecha) como incuestionable”. De hecho, Keynes en sus últimos años hizo hincapié cada vez más en la corrección de la “teoría economica del libre mercado, lo que llamó “economía clásica“. “No creo que el tratamiento (neo) clásico funcione por sí solo o que podamos confiar en el. Necesitamos curas más rápidas y menos dolorosas. Pero a largo plazo, estas medidas funcionarán mejor y las necesitaremos menos, si el tratamiento clásico también es utilizado. Y si rechazamos el tratamiento de nuestros sistemas por completo, podemos ir de una medida a otra y nunca volver a estar en forma”. Keynes 1940.

Esto es lo que dijo Keynes en sus últimos años: “Si nuestros controles centrales logran establecer un volumen agregado de producción tan cerca como sea posible del pleno empleo, la teoría clásica volverá a tener su razón a partir de este punto”. Por lo tanto, una vez que se logra el pleno empleo, podemos prescindir de la planificación y la “inversión socializada” y volver a los mercados libres y a la economía y las política neoclásicas ortodoxas: “el resultado de llenar las lagunas en la teoría clásica no es eliminar el ‘Sistema manchesteriano (losmercados libres’ – MR), sino indicar la naturaleza del medio que requiere el libre despliegue de las fuerzas económicas para alcanzar la plena potencialidad de la producción”.

Cuando el liberal Friedrich Hayek publicó su libro, The Road to Serfdom (El camino de la servidumbre), que predicaba que el control estatal pondría fin a la “democracia” y a la libertad de la economía de mercado, Keynes escribió a Hayek: “moral y filosóficamente me encuentro de acuerdo con prácticamente todo; y no solo de acuerdo con ello, sino  profundamente conmovido por él”.

Como concluyó: “En su mayor parte, creo que el capitalismo, gestionado sabiamente, probablemente puede ser más eficiente para lograr fines económicos que cualquier sistema alternativo a la vista, pero que en sí mismo es en muchos sentidos extremadamente objetable. Nuestro problema es pensar una organización social que sea lo más eficiente posible sin ofender nuestras nociones de lo que debe ser una forma de vida satisfactoria“. El motivo de las ganancias debe permanecer: “La pérdida de beneficios puede deberse a todo tipo de causas, pero a menos que se instaure el comunismo no hay posibilidad de curar el desempleo, excepto restaurando a los empleadores una tasa de beneficio adecuada”. Keynes argumentó que “la prosperidad económica depende… de una atmósfera política y social que sea favorable al empresario medio”. Estos no son los comentarios de un reformador radical.

Tily y el grupo de economistas keynesianos que hablaron en la presentación del informe del TUC siempre se refieren a los días dorados de la década de 1960, cuando supuestamente las políticas keynesianas funcionaban y se estaba logrando una economía próspera a través de la gestión de la economía. Pero esto es un mito. En la década de 1970 hubo un aumento del desempleo y la inflación, junto con la caída de la rentabilidad del capital. ¿Cómo fue posible si las políticas keynesiana tenían tanto éxito?

A diferencia de Keynes, Marx penso que la clave para entender el modo de producción capitalista estaba en la naturaleza de la producción para vender mercancias en un mercado con fines de lucro. El beneficio era la clave. Pero los capitalistas tienen que usar parte de ese beneficio para pagar intereses sobre los préstamos o el alquiler de propiedades y, si estos “rentistas” (banqueros y propietarios inmobiliarios) apretaran demasiado al capitalista titular de beneficios, podrían causar sin duda una crisis de la inversión. Pero incluso si las tasas de interés son bajas o cero e incluso si los alquileres son bajos o cero, seguiría habiendo crisis, caídas y depresiones. ¿Por qué? Porque el alquiler, los intereses y las ganancias provienen del valor excedente,de la plusvalia, no al revés.

Keynes y Tily dicen que la crisis se produce como consecuencia de una falta de “demanda efectiva”, es decir, una caída irrresponsable de la inversión y el consumo, y esto hace que las ganancias y los salarios disminuyan. Marx dice: empecemos por las ganancias. Si las ganancias caen, los capitalistas dejarían de invertir, despedirían a los trabajadores y los salarios bajarían y el consumo bajaría. Entonces habría una falta de demanda efectiva, como a los keynesianos les gusta decir, pero esto no se debe a una caída de los “espíritus animales”, o de la “confianza” (a menudo escuchamos esa frase de los economistas, “falta de confianza”), o incluso debido a las tasas de interés “demasiado altas”, sino porque los beneficios han caido. El problema radica en la naturaleza de la producción capitalista, no solo en el sector financiero.

Las políticas diseñadas para reducir las tasas de interés, o incluso para incrementar en parte el gasto del gobierno, a saber, las políticas keynesianas, no evitarían estas caídas ni siquiera pondrían en marcha la recuperación. De hecho, un mayor gasto en beneficios sociales y de desempleo podría aumentar los impuestos y los préstamos adicionales podrían aumentar las tasas de interés. Y más inversión gubernamental que reemplace o limite la inversión del sector privado podría ser perjudicial para la rentabilidad del capital. Así que las políticas keynesiana podrían incluso retrasar la recuperación económica.

De hecho, las políticas de austeridad de la mayoría de los gobiernos no son tan irracionales como piensan los keynesianos. Las políticas de austeridad son perfectamente racionales: se derivan de la necesidad de reducir los costes, en particular los costes salariales, pero también los costes de impuestos e intereses, y la necesidad de debilitar al movimiento sindical para que se puedan aumentar los beneficios. Es una política perfectamente racional desde el punto de vista del capital, y esa es la razón por la que las políticas keynesianas no se aplicaron en ninguna de sus formas en la década de 1930.

El análisis de Marx muestra que el sistema capitalista no solo sufre un “mal funcionamiento técnico” en su sector financiero (debido a las altas tasas de interés), sino que tiene contradicciones inherentes en el sector de la producción, a saber, la barrera al crecimiento causada por el propio capital. Lo que se deriva de esto es que el sistema capitalista no puede ser reformado o corregido para lograr un crecimiento económico sostenido sin auges y depresiones, debe ser reemplazado. Ese es el objetivo político real de la izquierda.

Fuente: Sin Permiso

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Author: Michael Roberts

Reconocido economista marxista británico, ha trabajado como analista económico en la universidad City de Londres durante más de 40 años y fue activista en el movimiento sindical por décadas. Ha escrito varios libros entre los cuales se encuentran “The Great Recession – a Marxist view” (2009); “The Long Depression” (2016); “Marx 200: a review of Marx’s economics” (2018) Es editor del blog The Next Recession.