En las diferentes sociedades que han existido las relaciones sociales y el papel que juegan los hombres y mujeres en ellas han sido cambiantes. De tal manera que no siempre han sido como las conocemos actualmente, estás se fueron transformando desde las formas colectivas (el comunismo primitivo), hasta que aparece la propiedad privada donde, de una forma a otra, existe una transición de las relaciones equitativas e igualitarias hacia las relaciones de opresión y sometimiento de una minoría hacia la mayoría y del hombre hacia la mujer y de las organizaciones sociales matrilineales hacia las patriarcales. Así, a partir de la acumulación de excedentes y la aparición de la propiedad privada, se generaron las condiciones materiales para el sometimiento de la mujer y en general la aparición de la opresión de una clase sobre otra.
Marx y Engels escriben en el manuscrito La Ideología Alemana de 1846 “La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos.” Y Engels agrega en el Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado: “el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino”.
En este sentido, Engels plantea la aparición de la monogamia como una consecuencia directa de la aparición de la propiedad privada:
“…la monogamia no aparece de ninguna manera en la historia como una reconciliación entre el hombre y la mujer, y menos aún como la forma más elevada de matrimonio. Por el contrario, entra en escena bajo la forma del esclavizamiento de un sexo por el otro, como la proclamación de un conflicto entre los sexos, desconocido hasta entonces en la prehistoria.”
Esto sucede a partir del proceso de domesticación de los animales, donde los rebaños pasan a formar parte de la propiedad del hombre, así el matrimonio sindiásmico y las tribus basadas en la línea materna de consanguinidad fueron poco a poco sustituidas por el matrimonio monogámico para garantizar la herencia de la propiedad privada por consanguinidad patrilineal.
El hecho de que la crianza de animales y por tanto el excedente de ganado quedara bajo el dominio del hombre, generó que él se convirtiera en el dueño de la mujer dentro del matrimonio. Las tareas de garantizar la alimentación y los instrumentos de trabajo necesarios para conseguirlos eran deber del hombre, por lo tanto, lo convirtieron por derecho en el nuevo propietario de estos instrumentos, mientras que la mujer se encargaba de garantizar la realización de las tareas domésticas, y el cuidado de los hijos, que hasta entonces eran asumidas de forma comunitaria.
Así es como el trabajo doméstico se impone a la mujer ante las nuevas relaciones de producción, Engels lo explica de la siguiente manera:
La división del trabajo en la familia había sido la base para distribuir la propiedad entre el hombre y la mujer. Esta división del trabajo en la familia continuaba siendo la misma, pero ahora trastornaba por completo las relaciones domésticas existentes por la mera razón de que la división del trabajo fuera de la familia había cambiado. La misma causa que había asegurado a la mujer su anterior supremacía en la casa —su ocupación exclusiva en las labores domésticas—, aseguraba ahora la preponderancia del hombre en el hogar: el trabajo doméstico de la mujer perdía ahora su importancia comparada con el trabajo productivo del hombre; este trabajo lo era todo; aquél, un accesorio insignificante (Engels, Federico, El Origen de la Familia la propiedad privada y el Estado).
De esta manera podemos entender que el origen material de la opresión de la mujer y la designación del trabajo doméstico como su “papel histórico” en la sociedad, se relaciona directamente con el origen de la propiedad privada, que modificó las estructuras familiares colectivas para transformar a la familia en el primer núcleo de sometimiento y esclavitud.
Desde ese momento hasta la fecha, el papel de la mujer en los diferentes modos de producción ha sido el mismo. Los diferentes mecanismos de poder han acentuado el sometimiento de la mujer a las diferentes sociedades clasistas, convirtiéndola en la esclava del esclavo. Entender el contexto histórico basado en un análisis materialista es fundamental para trazar el eje de lucha actual contra la esclavitud doméstica y la opresión de la mujer.
De acuerdo con un análisis realizado por ONU-Mujeres y el Colmex en 2019 se indica que las mujeres dedican más de 30 horas a la semana al trabajo doméstico y de cuidados, mientras que los hombres solo dedican 10 horas a la semana. De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (2019), las labores de cuidados se realizan por el 41.6% de las mujeres que no están activas en el mercado laboral, por lo que determinan que este es uno de los principales impedimentos para la participación de las mujeres en el trabajo productivo y para alcanzar la independencia económica.
Los datos son contundentes y es innegable que el trabajo doméstico y de cuidados es un lastre para el desarrollo social y productivo de la mujer, por lo tanto, la lucha por liberar a la mujer de este yugo es indispensable.
Entonces tendríamos que preguntarnos ¿Cómo liberar a la mujer del trabajo doméstico? Y aquí tenemos dos planteamientos, mediante la remuneración del trabajo doméstico o mediante la socialización de este.
Remuneración del Trabajo Doméstico
Dentro del feminismo hay una corriente que plantea que las mujeres deberían recibir un salario por el trabajo doméstico, puesto que la lucha por la remuneración de este trabajo lo visibilizaría. El planteamiento general es que el trabajo en el hogar ha sido impuesto a las mujeres para que el sistema capitalista se ahorre el dinero necesario para la recuperación y reproducción de la fuerza de trabajo como mercancía. En este sentido, se habla de un control ideológico por parte del sistema que transforma el “trabajo reproductivo” en una actividad impulsada por el amor a la familia.
Silvia Federici, en su libro Salario contra el trabajo doméstico, menciona:
Debemos admitir que el capitalismo ha tenido mucho éxito al esconder nuestro trabajo. Ha creado una verdadera obra maestra a nuestras expensas: la explotación, lejos de ser concebida como tal, se transforma en un acto de amor. Al negar un salario al trabajo en la casa (a la reproducción y mantenimiento de la fuerza de trabajo) y al transformarlo en una amorosa entrega, el capitalismo ha matado varios pájaros de un tiro.
Más adelante dice:
El salario da la impresión de un trabajo justo: trabajas y te pagan; por tanto, el jefe y tú son iguales… Sin embargo, recibir un salario significa que trabajas y que puedes negociar alrededor o en contra de los términos y de la cantidad de salario, de los términos y la cantidad de ese trabajo. Obtener un salario significa entrar en un contrato social. (Federici, Silvia, Salario contra el trabajo doméstico).
Para Federici, el planteamiento del problema es la invisibilización del trabajo doméstico, al no ser conscientes de que es un trabajo, entonces se normaliza, y se nos presenta como el ejercicio de tareas exclusivas de la mujer a partir de un acto de amor, y la forma de visibilizar y hacer consciente que el trabajo doméstico es un trabajo es pagando un salario, de este modo adquiriría un valor, al tener valor entonces sería reconocido, importante y emancipador para las mujeres.
Sin embargo, Federici comete varios errores en su planteamiento pues, para empezar, visibilizar o reconocer el trabajo doméstico no hará que deje de existir. Este existe y se realiza se vea o no. La ideología capitalista en sí no es la que disfraza al trabajo doméstico como un acto de amor, sino el matrimonio monogámico, que es una reliquia heredada del pasado, donde el factor económico siempre pesa más que el “amor”. Dentro de las familias obreras, estas uniones se hacen o se mantienen por una cuestión de supervivencia, haya o no amor.
La relación laboral obrero-patrón, en realidad nunca se hace en igualdad de condiciones, mientras que el patrón tiene sus millones y su maquinaria para imponer su punto de vista, los obreros no tienen nada y muchas veces tienen que aceptar la relación laboral a riesgo de morir de hambre. La relación obrero patronal es una representación de la explotación dentro del capitalismo, el salario solo es una pequeña parte de lo que el obrero produce. Lo que plantea Federici es que con el salario a las mujeres que hacen trabajo en casa, se establezca una relación de explotación que sea reconocida, pero no propone nada para terminarla, es decir para terminar con la explotación. A partir de esta supuesta percepción de iguales, la autora pretende que el patrón pague un salario al trabajo doméstico, pero no define quién es el patrón. Aquí tendríamos que preguntarnos, ese salario ¿lo pagará el capitalista a partir de la disminución del salario obrero o el obrero tendrá que destinar parte de su salario a la mujer para la realización del trabajo doméstico?, que en realidad ya es lo que sucede, puesto que, desde el punto de vista económico, el salario es la cantidad necesaria para garantizar la supervivencia y reproducción de la fuerza del trabajo (el hecho de que un salario no alcance para solucionar la supervivencia, tiene que ver más por la pérdida de prestaciones y nivel de vida de la clase obrera en su conjunto).
Lo que plantea Federici es que con el salario a las mujeres que hacen trabajo en casa, se establezca una relación de explotación que sea reconocida, pero no propone nada para terminarla.
También esta corriente del feminismo plantea al ejercicio de la maternidad como un trabajo de producción de los nuevos elementos de la clase obrera para el capital. Es decir, se considera al útero de la mujer como un medio de producción y al hijo como el producto del cual el capital expropia la plusvalía que le otorga la mujer en el trabajo de crianza, al momento en el que el hijo ingresa al mercado laboral. Como lo explica la misma Silvia Federici en su texto Las mujeres y el welfare:
La sexualidad de la mujer es decisiva como medio de producción en todo el mundo. El mercado laboral decide cuántos hijos tiene que tener una mujer…
El útero de las mujeres, nuestro útero, es la rueda que mantiene en marcha al capital. Por eso hay que controlar estrictamente nuestra sexualidad, para que no causemos crisis de superproducción, que son las únicas crisis «ecológicas» que preocupan al capital.
Así, la conclusión que se desprende de esta teoría es que el trabajo reproductivo es la base inicial de la explotación del capital y que este trabajo debe ser reconocido y remunerado para, de alguna forma, generar un convenio por la venta de nuestros hijos al mercado laboral. Ésto no tiene ningún sentido, pues en un análisis económico, que no es motivo de este artículo, podemos ver que nuestros hijos en sí no son el producto deseado por el capital sino su fuerza de trabajo, pues no se extrae plusvalía de una persona, sino de la cantidad de fuerza de trabajo que esta pueda vender. Así es como conceptualmente esta visión del trabajo reproductivo es completamente equivocada.
Adicional a esto, debemos mencionar que no todo lo nacido necesariamente se convierte en mano de obra para el capital. Por ejemplo, los hijos de la burguesía, en realidad nunca se verán forzados a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, incluso, una parte de los hijos de la clase obrera serán parte del ejército general de reserva, incapaces de vender su fuerza de trabajo. Lo que mantiene en marcha al capital es la extracción de plusvalía, que se obtiene a partir de la disparidad del valor otorgado a la fuerza de trabajo y la capacidad de producción de mercancía que esta genera, es decir al plustrabajo, por lo tanto, la cantidad de hijos o de úteros capaces de procrear no tienen absolutamente nada que ver con las relaciones de explotación del capital. El problema es el capitalismo, no nuestra capacidad reproductiva.
La tendencia del capital es a concentrar la inversión en maquinaria, no en la producción de más cantidad de obreros, es decir, la inversión va hacia el capital constante no hacia el capital variable. Ante esta situación la propuesta de Federici es dejar de parir hijos para evitar la superabundancia de la mano de obra. En realidad esta teoría es muy similar a la de Malthus, donde plantea que el problema central del capitalismo es la sobrepoblación y no el sistema.
Otra de sus inconsistencias teóricas, es su presunción de “marxista”. Si consideramos que desde el marxismo reconocemos que las clases sociales se identifican a partir de la relación que tienen con los medios de producción, se genera una contradicción. Por un lado plantea que las mujeres son las más explotadas en el hogar, pero al mismo tiempo dice que el útero de las mujeres es su medio de producción, entonces todas las mujeres seríamos burguesas al ser dueñas de los medios de producción. Sin embargo, para darle justificación a su incoherencia teórica, plantea que la mujer no es libre de usar su “medio de producción” dado que la sociedad le impone cuantos hijos debe tener. Esto es realmente absurdo porque el hecho de tener útero de ninguna manera anula las diferencias de clases entre las mujeres obreras y las burguesas.
Esta teoría ha permeado significativamente dentro del movimiento feminista como una cuestión muy progresista y un método de lucha hacia la emancipación de las mujeres, pero en realidad deja de lado completamente la cuestión de clase, además de que encierra en sus entrañas un carácter bastante reaccionario que en nada ayuda a las mujeres a emanciparse del yugo doméstico, sino que las mantiene ahí, enajenadas y esclavas las 24 horas de su existencia entre las 4 paredes de su hogar. Aunque cuenten con un salario no contarían con independencia real.
Ejemplo de la aplicación de esta cuestión es el “Salario Rosa” que se otorga a las mujeres amas de casa del Estado de México, $2,400 bimestrales. Sin embargo, esto no ha significado una mejora significativa en las condiciones de vida de las mujeres el Estado de México. Éste sigue siendo el 2° estado con mayor cantidad de feminicidios, además de que se encuentra en el lugar 22 a nivel nacional con el 43.3 % de participación económica de las mujeres. Esto significa que la remuneración del trabajo doméstico no ayuda a hacer más independientes y empoderadas a las mujeres, sino que perpetua su aislamiento en el hogar.
Socialización del trabajo doméstico
Al inicio de este texto, explicamos como fue el proceso mediante el cual la mujer fue relegada a las tareas del hogar, es decir, fue la propiedad privada la que ató a las mujeres a la esclavitud doméstica.
En las sociedades del comunismo primitivo, las relaciones entre hombres y mujeres eran igualitarias, ambas partes jugaban un papel muy importante en la producción social de los requerimientos de la tribu. Aunque existía una división del trabajo a partir del sexo, esta se daba por las condiciones materiales: el embarazo y la lactancia era un proceso limitante para la movilidad de la mujer, por esa razón es que sus principales tareas estaban dedicadas a la recolección, la cual era una tarea incluso más importante que la cacería, pues la recolección y la pequeña agricultura garantizaban el alimento de la tribu, a diferencia de la errática caza.
Es claro que el papel de la mujer era preponderante en las sociedades primitivas por su rol en la producción social. Ese rol fue el que nos arrebató la sociedad dividida en clases, con la aparición de la propiedad privada, cambiando la participación de las mujeres de lo social a lo particular, nuestro trabajo dejó de ser útil para la sociedad y nos convertimos en esclavas del trabajo individual en el seno de la familia monogámica.
La crianza de los hijos, el cuidado de los ancianos y enfermos, no eran tareas exclusivas de las mujeres, estas tareas también eran colectivas. Si bien las mujeres parían, era responsabilidad de la tribu la alimentación, cuidado y educación de los nuevos miembros. La “maternidad” era un acto social no una responsabilidad solitaria e individual como lo es actualmente, era un proceso colectivo de socialización e integración del nuevo miembro a la producción social de la gens.
Nuestro trabajo dejó de ser útil para la sociedad y nos convertimos en esclavas del trabajo individual en el seno de la familia monogámica.
El desarrollo del ser humano demuestra que la mayor parte de nuestra existencia como especie ha sido bajo los principios de la colectividad, hubiera sido imposible sobrevivir y evolucionar de no ser por la forma de organización social que se tenía en el comunismo primitivo. Bajo esta premisa podemos concluir que la familia monogámica, la producción individual, la opresión hacia la mujer y la opresión de clase no son actos innatos del hombre, sino resultado de las relaciones de producción basadas en la propiedad privada.
Por lo tanto, con lo que respecta al trabajo doméstico también podemos concluir que la sociedad en su conjunto puede y debe hacerse cargo de estas tareas. De esta manera la mujer estaría realmente liberada de la esclavitud doméstica.
¿Cuál es la alternativa marxista?
Para los marxistas, la lucha por liberar a las mujeres del yugo del trabajo doméstico no es secundaria, porque entendemos bien que este trabajo enajenante es un lastre para la participación social y revolucionaria de las mujeres de la clase obrera.
Consideramos que la reivindicación por la remuneración del trabajo doméstico no es una medida emancipadora para las mujeres, sino reaccionaria, ya que seguiría manteniendo a las mujeres encerradas en su casa trabajando jornadas 24/7, pero remuneradas. Por el contrario, los marxistas planteamos que la lucha por nuestra emancipación y la de nuestra clase nos requiere en las calles, con una visión amplia del mundo y de nuestras posibilidades de desarrollo fuera del claustro hogareño, la visibilidad de la importancia del trabajo de la mujer se dará a partir de nuestra participación en la producción social y en las luchas de nuestra clase, socializar el trabajo doméstico es el único que puede sentar las bases materiales para que la mujer pueda participar libremente en toda lucha económica y política hacia nuestra emancipación.
Una de las principales críticas que se hacen al marxismo es que reducimos todo a la socialización y que restamos importancia al trabajo doméstico dado que no lo consideramos un trabajo productivo, pero Rosa Luxemburgo explica y da ejemplo claro sobre esta cuestión:
Mientras dominen el capital y el trabajo asalariado, sólo el trabajo que produce plusvalía, el que crea ganancias para el capitalista, puede considerarse trabajo productivo. Desde este punto de vista, la bailarina del music-hall, cuyas piernas suponen un beneficio para el bolsillo del empresario, es una trabajadora productiva, mientras que al grueso de mujeres y madres proletarias que se quedan dentro de las cuatro paredes de sus casas se les considera improductivas. Esto puede parecer brutal y demente, pero corresponde exactamente a la brutalidad y la demencia del actual sistema económico capitalista, y aprehender clara y tajantemente esta realidad brutal es la primera tarea de las mujeres proletarias (Luxemburgo, Rosa, “El voto femenino y la lucha de clases”, 1912).
El capitalismo ha impuesto una “normalidad “ a las familias obreras, dentro de esa normalidad está el hecho de percibir estas tareas domésticas como algo naturales, necesarias e insalvables. Para quienes no reproducen esta forma de organización social, o sea la familia tradicional, se les adjetiva de desobligadas, desalmadas, irresponsables, etc. Este pensamiento está muy arraigado entre las familias de los trabajadores, aquí podemos sopesar la influencia de la ideología burguesa entre la clase obrera.
No basta con medidas a medias, idealizar las cosas de manera diferente o visibilizarlas no es suficiente para transformar la realidad material de las mujeres proletarias, es necesario derrocar al capitalismo y luchar por el socialismo para garantizar el establecimiento de las bases materiales reales de nuestra emancipación. Un ejemplo concreto de este proceso donde se materializó la socialización del trabajo doméstico para la incorporación de las mujeres en la participación social de la edificación de una nueva sociedad fue la revolución rusa.
Fueron las mujeres las que iniciaron la revolución en Rusia, las mujeres obreras cuya función en la producción y su visión de clase les permitió hacer un llamado a sus compañeros trabajadores a unirse en la lucha por la transformación de su realidad, contra la miseria y explotación del régimen zarista. Pero sería hasta la revolución de octubre, cuando se instaura el primer Estado obrero del mundo, cuando se concretan avances realmente significativos en pro de la emancipación de la mujer. La Rusia soviética fue el primer país en el mundo en conceder la plena igualdad de derechos jurídicos y sociales a las mujeres, el primero en legalizar el aborto y, por supuesto, el primero en sentar las bases de la liberación de la mujer del trabajo doméstico a partir de la socialización de este.
Fueron las mujeres las que iniciaron la revolución en Rusia (1917). Imagen: Dominio público
Las mujeres en Rusia no estaban plenamente incorporadas a la producción social, de hecho, en su mayoría eran campesinas, analfabetas y seriamente sometidas por las tradiciones religiosas. Esta situación tenía que combatirse, pues, aunque la ley garantizaba la igualdad y libertad de las mujeres ellas no conocían como incorporarse a la nueva economía socializada, como escribió Lenin en 1917:
Sin incorporar a la mujer a la participación independiente tanto en la vida política en general como en el servicio social permanente que deben prestar todos los ciudadanos, es inútil hablar no solo de socialismo, sino ni siquiera de una democracia completa y estable (Lenin, Vladimir, Las tareas del proletariado en nuestra Revolución).
Ante esta situación, el trabajo del partido bolchevique orientado hacia las mujeres se enfocó a incorporarlas al trabajo productivo y a la vida política en defensa de la revolución, sin embargo, el trabajo doméstico y de cuidados representaba un freno.
“La mujer continúa siendo esclava del hogar, pese a todas las leyes liberadoras, porque está agobiada, oprimida, embrutecida, humillada por los pequeños quehaceres domésticos que la convierten en cocinera y niñera, que malgastan su actividad en un trabajo absurdamente improductivo, mezquino, enervante, embrutecedor y fastidioso. La verdadera emancipación de la mujer y el verdadero comunismo no comenzarán sino dónde y cuándo empiece la lucha en masa (dirigida por el proletariado, dueño del poder del Estado) contra esta pequeña economía doméstica, o más exactamente, su transformación masiva en una gran economía socialista” (Lenin, Vladimir, “Una Gran Iniciativa”, Lenin, 1919).
Así fue como el poder soviético fue sentando las bases materiales para la socialización del trabajo doméstico, con la implementación de comedores, lavanderías y guarderías comunitarias. El éxito de estas medidas se ve reflejado en que de 1919 a 1920 casi el 90% de la población de San Petersburgo fue alimentado de manera comunitaria, garantizando que esta tarea no pesaría más sobre los hombros de las mujeres y que ese tiempo lo podrían dedicar a su educación en la comprensión de sus nuevos derechos y en su incorporación en las tareas políticas y sociales. Para esto, existía el Departamento de la Mujer del Partido Bolchevique, el Zhenotdel. Así, mientras el resto del mundo hablaba de la falta de democracia del régimen soviético, las mujeres se abrían paso hacia su emancipación. Además, todo esto se realizó bajo condiciones de mucha presión para el gobierno soviético pues al mismo tiempo se enfrentaba a la invasión de 21 ejércitos extranjeros, contra los ejércitos blancos, el bloqueo económico internacional, ante un colapso en la industria, entre otras presiones, aun así, el tema de la mujer siempre fue importante para el gobierno revolucionario.
Este ejemplo es muy simbólico y real pues muestra claramente cuál es el camino hacia la verdadera emancipación de la mujer, ningún país en el mundo hizo tanto por la emancipación de las mujeres como la URSS —previo al proceso de burocratización—. Esto nos da muestra de que la única forma para liberarnos de la opresión y la explotación es a partir de la transformación de nuestras condiciones materiales, es decir a partir de la lucha contra el sistema capitalista que perpetúa la división de la sociedad en clases y la defensa de la propiedad privada.
Como mujeres organizadas, marxistas y revolucionarias entendemos perfectamente que nuestra lucha final es contra el capital, por la construcción del socialismo internacional, sin embargo, eso no significa que esperaremos a que triunfe la revolución para iniciar la lucha por nuestra emancipación. Esta será la que consolide y de perpetuidad a nuestras demandas, pero la lucha debe darse desde ahora.
Es por ello que, dentro de nuestro programa debemos incluir la lucha por demandas transicionales como la implementación de comedores y lavanderías comunitarias en cada colonia bajo control democrático de los y las trabajadoras, la instalación de guarderías y lactarios en todos los centros de trabajo para que las mujeres madres trabajadoras tengan asegurado el cuidado y la alimentación de sus hijos, la instalación de casas de cuidado y recreación para los adultos mayores. Todas estas demandas no se obtendrán a partir de la petición parlamentaria en las instancias burguesas, sino a partir de la lucha organizada de las mujeres y hombres de la clase obrera.
El papel histórico de las mujeres no está dentro de las cuatro paredes de nuestras casas, nuestro papel histórico está en las filas de la revolución socialista, luchando hombro con hombro con todos los oprimidos hasta liberar a la humanidad de la barbarie de la sociedad dividida en clases, de la explotación del capital.