En vísperas de las elecciones, ambos candidatos van a la par, por lo que se puede percibir la ansiedad de la clase dirigente, que en su mayoría se opone al inconformista Trump. Pero, ¿por qué su mensaje antisistema ha calado hondo en un sector de la sociedad estadounidense?
Las elecciones en Estados Unidos están programadas para el 5 de noviembre. Esa misma noche en Gran Bretaña, las familias encenderán hogueras para la Noche de Guy Fawkes, que conmemora el intento fallido del católico Fawkes en 1605 de volar el Palacio de Westminster con el Rey y el Parlamento dentro.
Para muchos de sus partidarios, Donald Trump sigue los pasos de Fawkes: quiere acabar con la odiada élite política de Washington, bautizada popularmente como «el pantano» por el candidato presidencial republicano.
La victoria o no de Trump está aún en el aire. Está compitiendo codo con codo con Kamala Harris, la candidata demócrata.
Sin embargo, a medida que se acerca el día de las elecciones, se puede percibir la ansiedad en las páginas de la prensa liberal burguesa.
Un artículo del Financial Times del 24 de octubre lamenta que el discurso de Harris sobre la economía «se haya quedado sin impulso en la recta final». Y el New Statesman británico se pregunta con franqueza: «¿Ha metido la pata Kamala Harris?».
La clase dirigente se ha alineado mayoritariamente contra Trump. Como resultado, él está buscando reforzar su base en otra parte. Como en anteriores campañas electorales, está intentando ganarse a una capa de víctimas de las crisis del capitalismo, especialmente a los trabajadores que viven en los «cinturones de óxido» de Estados Unidos.
A pesar de su política reaccionaria y de su condición de multimillonario, Trump se proyecta como el candidato radical «anti establishment». Por el contrario, Harris y los demócratas son vistos como lacayos de Wall Street.
Harris, aunque hace un guiño a los sindicatos, se enorgullece de describirse a sí misma como una «capitalista» que cree en «mercados libres y justos».
En realidad, ni Trump ni Harris representan los intereses de la clase trabajadora estadounidense. Ni mucho menos.
En el último giro, el sindicato del transporte, los Teamsters, con sus 1,3 millones de afiliados, ha decidido no respaldar a la candidata demócrata, después de que una encuesta entre los miembros del sindicato revelara que alrededor del 58% quería respaldar a Trump.
Tradicionalmente, los Teamsters han apoyado a los demócratas. En 2020, el sindicato respaldó a Biden y Harris. Ahora, bajo presión, por primera vez en 28 años, el sindicato no ha respaldado a ninguno de los dos candidatos presidenciales. Esto representa un cambio significativo en la situación.
Por otra parte, Newsweek ha citado una encuesta que pronostica que Trump obtendrá el mayor apoyo de la clase trabajadora que cualquier otro republicano en cuarenta años.
Perder el control
Es obvio que los sectores dominantes de la clase dominante estadounidense preferirían a Kamala («Amo el capitalismo») Harris al más disruptivo Donald Trump como presidente.
Trump es considerado un inconformista, que persigue su propia y peligrosa agenda. Si saliera victorioso, agravaría enormemente la inestabilidad y la incertidumbre que ya plagan la sociedad estadounidense y las relaciones mundiales, algo que preferirían evitar. Harris, por el contrario, es visto como un «par de manos seguras».
Pero la clase dirigente no controla la situación. La política estadounidense está revuelta.
En 2016, Donald Trump se enfrentó al establishment del Partido Republicano, así como al establishment estadounidense en general. Durante la última década, ha logrado derrotar a la vieja guardia. El Partido Republicano ya no es el partido que era. Ahora es el partido de Donald Trump.
Como resultado, la clase dominante estadounidense ha perdido su control sobre los republicanos, uno de sus dos partidos tradicionales.
En Gran Bretaña vimos un fenómeno similar. La clase dominante perdió temporalmente el control del Partido Laborista bajo Corbyn, y sigue luchando por mantener su influencia sobre el Partido Conservador.
Desheredados
Trump, el populista, desprecia abiertamente a Washington. Esta opinión resuena en millones de estadounidenses, desilusionados con el establishment y sus representantes. Ellos forman la base de apoyo de Trump.
Aunque su política es sin duda reaccionaria, Trump es lo suficientemente inteligente como para dirigir su propaganda directamente al desilusionado trabajador estadounidense.
Esto ha sido muy eficaz. Muchos trabajadores están profundamente frustrados con el statu quo, resentidos con los de arriba. Las comunidades obreras se han quedado atrás. Se han perdido empleos tradicionales, las fábricas están cerrando y los salarios reales están en franco declive. Muchos viven de cheque en cheque, luchando por llegar a fin de mes.
Para estos trabajadores y sus familias, el sueño americano se ha vuelto amargo. Y la desilusión se ha transformado en ira y rabia.
Trump ha sabido aprovechar este estado de ánimo. Los demócratas, por su parte, son vistos simplemente como defensores del statu quo. Esto ha puesto patas arriba la política estadounidense.
Las grandes empresas contra los de cuello azul
Los mítines electorales de Trump se han comparado a veces con mítines religiosos, en los que enciende a la multitud con promesas de «Make America Great Again» (MAGA – hacer América grande de nuevo). Sus políticas de «América primero» -incluido el nacionalismo económico- se mezclan con la xenofobia y el racismo.
Su compañero de fórmula, J.D. Vance, a pesar de ser un antiguo inversor capitalista de riesgo, redobla esta retórica antisistema. Trump lo eligió deliberadamente para atraer a los votantes obreros de los principales estados en disputa.
En su discurso ante la Convención Nacional Republicana, Vance arremetió contra las grandes empresas y los «barones de Wall Street». Describió a los demócratas como parte de la élite empresarial, al servicio leal del capital global. Al mismo tiempo, describió a los republicanos como el partido de las comunidades «olvidadas» de Estados Unidos y de los obreros de cuello azul.
«Hemos dejado de servir a Wall Street», dijo. «Nos comprometemos con el trabajador».
Vance empleó un lenguaje radical, más parecido al de Bernie Sanders, el senador izquierdista de Vermont:
«No creo que haya ningún tipo de compromiso al que podamos llegar con la gente que actualmente controla el país, a menos que los derroquemos de alguna manera vamos a seguir perdiendo. Se acabó importar mano de obra extranjera. Vamos a luchar por los ciudadanos estadounidenses y sus buenos empleos y sus buenos salarios.»
«Necesitamos un dirigente que no esté en el bolsillo de las grandes empresas, sino que responda ante el trabajador, sindicalizado y no sindicalizado por igual; un dirigente que no se venda a las corporaciones multinacionales», dijo, al respaldar a Donald Trump.
Este credo anticorporativo y aislacionista -procedente de los dirigentes del Partido Republicano, tradicionalmente favorable a las empresas- ha alarmado a Wall Street. «No necesitamos un Bernie Sanders republicano», dijo un inversor al FT, describiendo al compañero de fórmula de Trump.
Aranceles y empleo
La secretaria del Tesoro, Janet Yellen, estimó este año que dos millones de puestos de trabajo en el sector manufacturero estadounidense han desaparecido desde la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio en 2001.
En respuesta, Trump ha estado a la vanguardia de la exigencia de aranceles contra los competidores de Estados Unidos, entre ellos China. Afirma que las importaciones extranjeras deberían estar sujetas a aranceles del 20%, que se elevarían al 60% en el caso de los productos procedentes de China.
«Esta vez», comenta el Financial Times, «Trump ha desarrollado una agenda de política económica mucho más populista, diseñada para presentarse como defensor de los intereses de los trabajadores de a pie y de la fabricación nacional.»
«Cuando entran y roban nuestros empleos, y roban nuestra riqueza, roban nuestro país», dijo Trump a la revista Time en abril. «Yo lo llamo un anillo alrededor del país».
«No, no vamos a permitir que estos tipos tengan acceso a nuestros mercados cuando intentan rebajar los salarios estadounidenses y robar fábricas estadounidenses», asegura Vance.
A falta de una alternativa socialista de masas, la retórica de Trump ha resonado entre muchos trabajadores.
«No sé por qué no pondríamos aranceles a todo lo que venga de China», dice Nelson Westrick, un trabajador de Ford que vive en el condado de Macomb, cerca de Detroit; «y también a todo lo que venga de México», añade.
Aislacionismo y alarma
Trump también se ha distanciado de los demócratas en materia de política exterior. Es más aislacionista: se opone a proporcionar más ayuda estadounidense a Ucrania; critica a la OTAN; y está en contra de enredar al ejército estadounidense en conflictos extranjeros, a menos que sea absolutamente necesario.
Para la clase dominante estadounidense, esta retórica plantea graves peligros. Todos los ataques de Trump contra el establishment, Wall Street y las grandes empresas no hacen sino encender aún más a sus bases.
A pesar de su riqueza, muchos lo ven como el candidato «anti establishment», el hombre que los representa a ellos: el hombre pequeño, el tipo corriente de la calle.
Los capitalistas y sus apologistas lo consideran peligroso.
El hecho de que Trump haya hecho incursiones en la clase trabajadora ha creado alarma en el Partido Demócrata.
Los votantes de la clase trabajadora solían ser considerados la base del apoyo demócrata.
Pero siempre se les dio por descontado. Como resultado, estos votantes están ahora aparentemente más abiertos a Trump que antes.
En 2020, los sondeos a pie de urna de la NBC mostraban que los trabajadores favorecen a Biden frente a Trump por 16 puntos porcentuales. Esta cifra se ha reducido ahora a 9 puntos porcentuales.
¿Es Trump un «fascista»?
El principal ataque de Biden contra Trump era que es una amenaza para la democracia y un perturbador. Pero tales argumentos no convencen mucho en estos días.
Hay muchos que están tan desilusionados y enfadados que quieren ver a Trump en la Casa Blanca precisamente para perturbar y amenazar el sistema.
El simple hecho de atacar a Trump como «fascista» no le restará apoyo. De hecho, es contraproducente. Trump no es un fascista que pretenda destruir el movimiento sindical estadounidense o establecer una dictadura despiadada.
Sin duda, Trump cuenta con un núcleo de acérrimos partidarios reaccionarios, incluidas algunas pequeñas agrupaciones fascistas. También cuenta con el apoyo de una capa de pequeños propietarios de negocios reaccionarios.
En primer lugar, es un demagogo reaccionario, que defiende un programa de derechas, aislacionista, de «América primero». Pero dentro de éste, entreteje deliberadamente ataques estridentes contra Wall Street y el establishment de Washington.
Es esto lo que resuena en la base de la clase trabajadora de Trump, que es muy diferente de las pequeñas bandas y capas fascistas que también le apoyan.
Para ellos, Trump es visto como alguien valiente, alguien que está dispuesto a enfrentarse a la vieja guardia, a la élite privilegiada y a los medios de comunicación mentirosos. Parece intrépido, desafiando todas las tradiciones y convenciones. No teme atacar las instituciones más preciadas de la democracia burguesa.
Al hacerlo, expresa la ira de muchos. Sus partidarios consideran que tiene un «par de pelotas», por así decirlo.
Ataques y acusaciones
Muchos ven los ataques a Trump como intentos de la clase dirigente de derribarlo. Y no se equivocan. La clase dirigente lo ha atacado de todas las maneras posibles, pero no ha conseguido destruirlo.
Nada parece funcionar. Cuando era presidente, hicieron de todo para desacreditarlo. Lo que sea, lo intentaron, incluidos dos intentos de destitución.
Después de que Trump fuera derrotado en las elecciones de 2020, se hizo todo lo posible para evitar que se presentara de nuevo. Intentaron impedirle votar en diferentes estados. Fue condenado por 34 cargos penales, con más de 50 pendientes. Se le condenó a pagar cientos de millones en casos civiles relacionados con fraude empresarial y una demanda por difamación derivada de una acusación de violación.
Pero cada acusación penal lanzada contra él sólo sirvió para aumentar su apoyo. Cada acusación simplemente rebota contra él.
De hecho, todos estos ataques han sido contraproducentes. Sus partidarios los consideran una caza de brujas contra Trump por parte del «Estado profundo», el enemigo del pueblo.
Del mismo modo, los recientes intentos de asesinato no han hecho más que aumentar la creencia de que es un hombre marcado, objetivo de un establishment despiadado.
La situación en Estados Unidos nunca ha estado tan polarizada. Habría que remontarse a la Guerra Civil de la década de 1860 para establecer comparaciones reales. El hecho de que el 45% de los republicanos apoyaran el asalto al Capitolio en enero de 2021 es un reflejo de ello.
¿Qué es el «populismo»?
A pesar de todo, Trump se niega a someterse. Incluso cuando perdió las elecciones de noviembre de 2020 frente a Biden, obtuvo más de 73 millones de votos, 11 millones más que en las elecciones de 2016.
Desde luego, esos millones no eran todos reaccionarios, como sugieren algunos. Son votantes que han sido traicionados repetidamente por los viejos políticos; que quieren probar algo nuevo, algo radical. Esto es lo que Trump intenta ofrecerles.
A Trump se le describe como «populista». «Populismo» es un término bastante vago, que sólo significa demagogia: cuando un dirigente apela a las masas, apela a sus instintos, para llegar al poder.
Se trata, evidentemente, de un concepto muy elástico. Hay diferentes tipos de populistas, procedentes de todo el espectro político; tanto de derechas como de izquierdas.
Esto puede verse en América Latina, con Hugo Chávez en Venezuela en la izquierda radical, y Javier Milei en Argentina en la derecha libertaria.
Por supuesto, Trump representa la variedad reaccionaria de derechas, alguien que explota cínicamente el descontento de una capa de las masas para sus propios intereses egoístas.
Los comentaristas liberales no pueden entender cómo un reaccionario tan rabioso, un misógino y racista declarado, es capaz de atraer este nivel de apoyo.
De hecho, es precisamente el fracaso de los liberales y del liberalismo lo que ha preparado el ascenso de Trump. Los liberales están casados con el capitalismo y la élite de Wall Street. Presidieron la caída del nivel de vida, mientras los ricos se enriquecían.
En el proceso, alienaron a millones de personas, abriendo un sector de la clase trabajadora a los argumentos de Trump y a su retórica contra Wall Street.
Bernie Sanders
Cabe preguntarse si la izquierda tiene algo que aprender de Trump.
Esa pregunta puede molestar a muchos que lo ven como un anatema. Pero no tiene sentido cerrar los ojos ante lo que está ocurriendo.
Trump tiene cualidades que atraen a quienes se sienten privados de derechos. Se presenta como un tipo duro, al que no le importa lo que le echen. Se negó obstinadamente a reconocer su derrota en 2020 y mantuvo que le habían «robado» las elecciones. Desprecia por completo las «convenciones» políticas.
Por ello, sus partidarios lo ven como un valiente abanderado de los oprimidos por el capitalismo; un perturbador del sistema. Apela descaradamente a la clase trabajadora, como un decidido luchador en su nombre.
Los demócratas y los liberales no tienen respuesta para esto.
La única persona que podía desafiar a Trump y ganarse a sus partidarios de la clase trabajadora era Bernie Sanders.
En palabras, Sanders se pronunció enérgicamente contra la «clase multimillonaria». De hecho, prometió una «revolución política contra la clase multimillonaria». Se negó a aceptar su dinero. También a él se le consideraba un candidato antisistema, en contraposición a Hillary Clinton, la candidata de Wall Street.
El radicalismo de Sanders atrajo a las bases de Trump. En un mitin de Trump había una pantalla gigante que mostraba fragmentos de Clinton hablando. Fue recibida con aullidos de abuso por parte de la multitud.
Pero cuando se mostró un fragmento de Sanders, la respuesta de los partidarios de Trump fue completamente diferente. Hubo silencio, una señal de respeto de la multitud hacia esta figura antisistema.
Esto demostró que la promesa de Sanders de una «revolución política» conectó con la base de Trump, que buscaba un cambio fundamental. Clinton, por el contrario, no atraía en absoluto a estas capas. De hecho, las repelió activamente con su distanciamiento y arrogancia.
Tanto Sanders como Trump eran vistos como «outsiders» por el establishment político. Pero ese era precisamente su atractivo para millones de personas descontentas con el sistema.
Al igual que Trump, Sanders practicaba un «populismo» antisistema. Tenía un público de millones de personas que buscaban un cambio fundamental y que se sentían atraídas por el «socialismo». Esto incluía al 43% de las personas que se clasificaban a sí mismas como «independientes».
Desató enormes fuerzas de clase, especialmente entre los jóvenes que nunca habían votado.
A pesar de sus limitaciones, dio una expresión consciente a los deseos inconscientes de la clase trabajadora de cambiar la sociedad.
Desgraciadamente, al final, en lugar de romper con los demócratas y lanzar un nuevo partido anticapitalista, Sanders acabó apoyando a Clinton, luego a Biden, y traicionando al movimiento que dirigía. El potencial que despertó se dilapidó con su capitulación.
Como resultado, a los ojos de muchos, Sanders se convirtió en un hombre del establishment; parte de la maquinaria demócrata. Esto jugó a favor de Trump. Le convenía ser el único candidato antisistema de la contienda.
Lecciones para la izquierda
Hoy, Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez y los demás demócratas de «izquierda» han lanzado su apoyo detrás de Kamala Harris.
Aquí es donde conduce la política en bancarrota del ‘mal menor’. Para ellos, todo se reduce a apoyar la ‘democracia’ contra la amenaza del ‘fascismo’.
En realidad, simplemente han capitulado ante la maquinaria demócrata. A fin de cuentas, esto refleja la debilidad de su política reformista.
Lo mismo se vio en Gran Bretaña. Los dirigentes del movimiento de Corbyn pensaron que podían coexistir con la derecha laborista, los agentes del capitalismo dentro del partido. Los blairistas deberían haber sido expulsados cuando Corbyn tuvo la oportunidad. Pero a los dirigentes de la izquierda les aterrorizaba una escisión.
Se permitió que los saboteadores de la derecha permanecieran y socavaran el partido desde dentro. La debilidad invitaba a la agresión.
Compárese con Boris Johnson. Como primer ministro, se enfrentó a la oposición de una capa de sus propios diputados sobre el Brexit. Simplemente suspendió a 21 de ellos del partido, sin ninguna vacilación.
En cambio, la dirección de Corbyn, a pesar de contar con un apoyo masivo, capituló ante la derecha y se disculpó vergonzosamente por un «antisemitismo» inexistente. Esto preparó el terreno para su derrota final. Por supuesto, tan pronto como la derecha recuperó el control, no dudó en expulsar a la izquierda y suspender a Corbyn. La razón de esta crueldad es que detrás de ellos estaba el peso de la clase dominante, sus medios de comunicación y los recursos de la sociedad burguesa.
Si hay algo que podemos aprender de Trump, es esto. A pesar de ser un reaccionario declarado, se mantiene firme y se niega a transigir o ceder ante sus oponentes. Se niega a capitular, le echen lo que le echen. Esta obstinación le ha granjeado el respeto de millones de personas.
La izquierda se beneficiaría enormemente si adoptara este tipo de determinación. Tienen que combatir el fuego con fuego. En pocas palabras, la izquierda tiene que crecer.
Esto requiere una perspectiva y un programa revolucionarios, un ingrediente del que lamentablemente carecen los dirigentes reformistas. No comprenden que las masas, que buscan una dirección, no quieren otra cosa que una verdadera revolución, no de palabra, sino con hechos.
La próxima revolución americana
La clase dominante británica, en su día, capturó y ahorcó a Guy Fawkes. Por el contrario, en Estados Unidos, Trump el perturbador bien podría terminar como presidente por segunda vez.
Pero ni Trump ni Harris podrán resolver los problemas de la clase obrera. Por el contrario, la crisis del capitalismo estadounidense y mundial, intensificada por el nacionalismo económico de Trump, significará un aumento de la austeridad y los ataques.
Dada la bancarrota de los demócratas, el fracaso del trumpismo empujará a algunas capas de sus partidarios de la clase obrera a buscar una nueva salida revolucionaria.
Estas fuerzas, a su vez, ayudarán a formar las filas de la próxima revolución estadounidense: una revolución contra la clase multimillonaria y su sistema.
Fuente: In Defence of Marxism