Capitalismo de película

El pasado fin de semana fui al cine. Ese es uno de los pocos vicios que me doy el lujo de disfrutar en ocasiones. La película a ver esta vez – ¡oh sorpresa! – sería una de ciencia ficción. Desde pequeño me han maravillado tanto las películas como las series de televisión con temas de ciencia ficción. Estas, generalmente, confirman mi convicción de que un futuro mejor es posible. Estoy convencido de que algún día, y espero más temprano que tarde, habremos de superar el régimen de explotación y sufrimiento que nos impone el actual sistema capitalista. Esa es mi esperanza.

La película que fui a ver fue Alien Romulus, la más reciente de la serie que comenzó con la original Aliens de 1979. Esas películas siempre me han gustado, no sólo por ser de ciencia ficción, sino porque también han sabido combinar dicho género con los filmes de horror, ejemplificado por el lema de la película original: en el espacio nadie puede oírte gritar. Como si esto no fuera suficiente, la serie siempre ha contado con impresionantes efectos especiales así como protagonistas femeninas fuertes que rompen con los estereotipos a que nos tiene acostumbrado Hollywood.

Admito que desde el inicio de la película me sentí muy incómodo. El filme comienza de manera muy oscura (literalmente) en un planeta donde no se percibe la luz solar y donde miles de obreros trabajaban en minas donde sus vidas son tronchadas por los gases tóxicos y la sobre explotación. Nuestra protagonista, Rain Carradine, es una de esas obreras que, al comenzar el filme, se encuentra esperanzada por haber cumplido la cuota de producción estipulada en su contrato de trabajo. Como resultado, y según los términos del contrato, esto le permitiría abandonar el oscuro planeta minero para viajar a otro donde pudiera ver el sol y vivir tranquilamente. Pero no contaba con la voracidad capitalista, ejemplificada por una supervisora tramposa la cual le informa a nuestra protagonista con la mayor frialdad que su contrato ha sido extendido, duplicando el tiempo que tendría que trabajar para la empresa antes de ser “liberada”. Así pues, según esta distopía del capitalismo futurista, parece ser que los cambios unilaterales de los contratos de trabajo seguirán existiendo en el año 2142. Como que eso no era lo que esperaba.

No pretendo resumir el filme en esta breve reseña pero encuentro necesario mencionar tres personajes que, además de nuestra protagonista, son de vital importancia para el desarrollo de la trama. Una es el androide Andy, un ser sintético de forma humana al cual le desagrada que le llamen “humano de embuste” y prefiere que se le refiera como una “persona sintética”. Como androide, Andy tiene una instrucción principal, proteger a Rain a toda costa como si fuera su “hermana”. En la trama aparecerá otro androide (Rook) cuya directiva es igual de sencilla, hacer todo lo posible para proteger los intereses de la corporación Weyland-Yutani, conglomerado interplanetario cuyo lema – de manera cínica – es “Construyendo mundos mejores”. Como detalle apropiado a este filme distópico, la actuación de “Rook” fue recreada mediante Inteligencia Artificial pues el actor Ian Holm que encarnó el personaje en películas anteriores falleció en el año 2020. Finalmente estarán los monstruos que le dan nombre a la serie, los “Aliens”. Estas horripilantes criaturas harán todo lo posible por sobrevivir y reproducirse (¿acaso no lo hacemos todos?). Además tienen la particularidad de que corre ácido por sus venas… como ciertas personas que conocemos.

Bueno, el asunto es que en uno de los momentos cruciales de la película se apagó la pantalla. Debo admitir que no me sorprendió de todo al apagón, dado el estado tétrico del sistema eléctrico del país y lo terriblemente ineficiente que ha resultado ser LUMA como operador privado. De un cantazo pasé del horror de la película al terror de nuestra realidad isleña. Fue un verdadero reality check como dicen en el norte.

Salí de la sala y aproveché para preguntarle a una joven empleada sobre lo que había pasado. Lo primero era evidente, hubo un apagón y se fue la luz. Lo otro que me dijo resultó ser una admisión inesperada. A pesar de que hay 14 salas de cine en el centro comercial, hay un sólo empleado como proyeccionista. Esto significaba que al regresar la energía eléctrica el pobre empleado tendría que ir por cada una de las 14 salas, verificar las máquinas, y comenzar nuevamente la proyección de cada filme. El que las empresas de cine contraten un sólo proyeccionista para operar múltiples salas era una dato que ya sabía pero me sorprendió que la empleada voluntarizara la información de manera tan natural, casi inocente. ¡Más de una docena de salas de cine y un sólo proyeccionista! Evidentemente esta es otra medida de los dueños del cine para abaratar gastos y aumentar sus ganancias… como si el precio de la taquilla y el pop corn no fueran suficientes. Nada, cosas del capitalismo y su insaciable sed de ganancias.

Al rato comenzó nuevamente la película y pude terminar de verla. No creo que divulgue mucho del final del filme si digo que nuestra protagonista logra vencer, no sólo a los monstruos extraterrestres sino también a los monstruosos designios de la multiplanetaria empresa capitalista.

Salí del cine satisfecho – aunque sólo por unos segundos – hasta que el golpe de calor de la calle me abofeteó la cara. A la verdad que el cambio climático no es chiste y el hecho que cada día más suframos prolongados períodos de calor es otro resultado de la voracidad capitalista a nivel mundial. Al verificar mi teléfono me entero que unos 70,000 clientes – o sea más de 200,000 seres humanos se encontraban sin energía eléctrica. Los semáforos de camino a casa no estaban funcionando. Otra vez el reality check

De alguna manera el asistir al cine se convirtió en otra lección más de formación política. Si no logramos destruir el capitalismo en nuestra época ese sistema de explotación seguirá expandiéndose de manera destructiva a través del cosmos. A final de cuentas… ¿Acaso no es eso lo que quieren magnates como Jeff Bezos y Elon Musk con sus aventuras espaciales? Sólo los inocentes piensan que no hay un “Planeta B”. Para los grandes capitalistas el espacio es simplemente una nueva frontera donde la explotación de otros planetas habrá de aumentar sus fabulosas fortunas. Ya me los imagino compartiendo un fino whiskey mientras comparten sus planes de explotación espacial ya que – evidentemente – sus aspiraciones de ganancias astronómicas no caben en nuestro planeta.

Por más temibles que nos puedan parecer los monstruos espaciales no hay nada peor que los monstruos humanos que tenemos aquí mismo en nuestro propio planeta. Para éstos sólo su ganancia es importante, independientemente del sufrimiento humano provocados por guerras y genocidios, o que los viejos se queden sin pensión y los jóvenes sin educación. Pero estamos a tiempo de detener el “monstruo del capitalismo” como le llamó acertadamente nuestro Nemesio Canales en 1920. Y, a diferencia del espacio exterior, aquí en la tierra si se puede escuchar nuestro grito.

Author: Carlos Quirós Méndez

Carlos Quirós Méndez es abogado laboral y educador sindical. Por espacio de veinte años fue Director del Instituto Laboral de Educación Sindical (ILES). Ha sido cofundador de la Coordinadora Sindical (CS), el Partido del Pueblo Trabajador (PPT), el Movimiento Victoria Ciudadana (MVC) y la Casa de Estudios Sindicales (CES). Actualmente es editor de la revista digital RumboAlterno.net