La muerte como cotidianidad

Todos los días nos levantamos con el repaso en los medios de comunicación de los asesinatos de la noche anterior. Los fines de semana recibimos un resumen acumulativo de las muertes contabilizadas de viernes a domingo en la madrugada. Así nos enteramos de los muertos en balaceras, los muertos aparecidos en parajes solitarios, dentro de vehículos dejados abandonados o incendiados y también se nos informa de los atentados que dejaron heridos de bala, con arma blanca o con objetos contundentes. 

Todo se nos ofrece con lujo de detalles y las conocidas expresiones de las agencias de ley y orden. “Las investigaciones están en proceso, estaremos revisando las cámaras del lugar y solicitamos de la ciudadanía que, si tiene alguna información que nos lleve al esclarecimiento de este crimen, puede comunicarse a nuestros teléfonos.”

Sucede, muchas veces, que ya están circulando en los medios sociales grabaciones del incidente, detalles que ofrecen los testigos y exigencias de que se adjudiquen las evidentes responsabilidades. Al pasar de los días, otros vídeos sustituirán aquellos, otros comentarios se harán en las redes y nuevas demandas llenaran el espacio mediático. Se habrá cerrado el ciclo del incidente, las declaraciones iniciales de la oficialidad, las demandas ciudadanas, la circulación de rumores y finalmente, el olvido. De forma extraordinaria se nos informará de algún arresto y muchos meses más tarde un caso judicial ocupará los titulares.

La política pública ante el crimen es extremadamente sencilla. “El 95% de estos crímenes están relacionados con el trasiego de drogas y hay otros donde la culpa es de la gente por estar donde no deberían estar o se lo buscaron ante la vida que han decidido hacer. Si se exterminan entre ellos, pues mejor, fin del asunto.” Lo anterior, acompañado siempre del dato estadístico de “hasta hoy llevamos tantos, lo que resulta ser menos tantos de los que acumulamos el pasado año.”

Cuando la situación se hace crítica, dos masacres consecutivas, un trágico fin de semana de doce asesinatos, la suma imparable de los feminicidios, la barbarie de niños víctimas del crimen, los medios se hacen eco de las voces que permanentemente están haciendo un llamamiento a enfrentar el grave problema de criminalidad y violencia que agobia al país, muchos de los cuales llevan adelante programas de prevención y contención del problema con limitados recursos, poniendo de relieve que la cotidianidad de la muerte ha superado los limites que ya toleremos. 

Ante el clamor popular y la denuncia puntual de los entendidos en el problema, el jefe de seguridad pública se expresa, generalmente insistiendo en su desgastada política pública, aportando poco o nada sobre los hechos que se denuncian, mientras se cubre reiterando el llamado a la cooperación ciudadana. El Gobernador, o un vocero de La Fortaleza, se expresa conmovido y ofreciendo el pésame a los familiares, sin asumir compromiso alguno de cambios reales en la forma de enfrentar la violencia criminal que nos arropa. 

Entonces, avanzará la semana, vuelven a ocupar nuestra atención las urgencias del trabajo, la precariedad económica, los apagones, las fallas del sistema de salud, la educación de los hijos, los atropellos de la Junta, la pensión que se desvanece junto con los Sistemas de Retiro, las tonterías de los políticos, en fin, la necesidad de sobrevivir el naufragio social de nuestro pueblo. Y de manera imperceptible, las muertes violentas continuaran formando parte de nuestra cotidianidad, aunque todos coincidamos en la necesidad de ponerle punto final a la misma.

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Author: Erasto Zayas Nuñez

Erasto Zayas Núñez nació en el pueblo de Santa Isabel, PR el 7 de septiembre de 1949. Realizó estudios en las escuelas públicas del país y los universitarios en la UPR Recinto de Río Piedras y la Universidad Católica de Ponce. Casado, tiene cinco hijos y es el feliz abuelo de cuatro nietos. Escribe cuentos, poesía y durante dos décadas publicó una columna de opinión en el semanario El Oriental. Ligado al movimiento obrero en su capacidad de comunicador por más de medio siglo, se desempeñó como administrador de la Unión General de Trabajadores. Es uno de los fundadores de la Casa de Estudios Sindicales e integrante de su Junta de Directores.