Juegos Olímpicos de París: el traje roto del emperador

Los Juegos Olímpicos llegan a Francia en un momento de crisis política y social especialmente aguda, una crisis de largo aliento de la que las recientes elecciones legislativas no son más que el último capítulo por el momento. Al mismo tiempo, la guerra continúa en Ucrania y continúa también el genocidio en Gaza. Cualquier ilusión de una tregua olímpica ha vuelto a ser aplastada por la realidad de los intereses y los enfrentamientos interimperialistas, intereses y bandos que tuvieron su reflejo en la ceremonia de apertura de los Juegos.

La ceremonia de apertura de los Juegos es el momento para que el país anfitrión presente ante el mundo sus logros y credenciales. Recordamos, por ejemplo, la de Barcelona 92, en la que el Estado español procuró presentarse como un país moderno en lo económico e incluso vanguardista en las artes, o la de Pekín de 2008, en la que China se presentó ante el mundo como una potencia ya plenamente establecida a la que había que tomar muy muy en serio.

Esta vez, Francia ha jugado a presentarse como un país especialmente moderno y especialmente inclusivo. Tal vez en un intento por innovar y por no andar lo trillado, los programadores franceses han tratado de hacer una ceremonia totalmente distinta, fuera del estadio, con el río Sena como eje vertebrador. Pero, deslucido por la lluvia y por una realización francamente mejorable, la ceremonia de los Juegos de París ha resultado ser, pese a algunos momentos de interés, un espectáculo extraño, deslavazado, que por esa misma razón refleja muy bien el estado de ánimo de la clase dominante francesa, así como su hipocresía y los fantasmas que la atormentan.

El espectro de la revolución

Entre los momentos interesantes de la ceremonia estuvo sin duda el segmento dedicado a las tradiciones revolucionarias del pueblo francés. Estas tradiciones, las de la gran revolución, las de la Comuna de París, pertenecen por derecho a la clase obrera francesa y universal. Por supuesto, la burguesía francesa trata de utilizarlas como una hoja de parra para ocultar la triste realidad de una potencia imperialista venida a menos, con un régimen autoritario y racista que trata de compensar su decadencia agitando el ardor guerrero de occidente.

Pero la fuerza de estas tradiciones revolucionarias es tan grande y tan imponente que esta misma burguesía no puede más que temerla y tratar de ocultarla o desnaturalizarla. Por eso, cuando una especie de María Antonieta decapitada cantó “Ah! ça ira, ça ira, ça ira / les aristocrates on les pendra!” (todo irá bien, los aristócratas serán ahorcados), acompañada por la música atronadora del grupo Gojira, no sólo los reyes de España sintieron temor y disgusto, sino también Emmanuel Macron y con él toda la aristocracia de la V República, que temen, no sin razón, seguir el mismo camino que la vieja realeza del Antiguo Régimen en la revolución por venir. Macron recibió una sonora pitada en el momento de tomar la palabra para declarar inaugurados los Juegos. Sirva como aviso.

El imperialismo, la guerra y el genocidio en Gaza

El espectador de la ceremonia pudo hacer el simple ejercicio de contar cuántos de entre todos los países que desfilaron (o, en este caso, navegaron por el Sena) fueron en algún momento colonias o protectorados franceses. La lista es larga, sin duda, casi tanto como la del imperio británico o el español: media África, buena parte del Sudeste Asiático, una buena porción del Levante mediterráneo… Territorios que, en muchos casos, el imperialismo francés ha seguido controlando de forma más o menos indirecta a través de sus multinacionales y de la emisión monetaria.

Pero acto seguido el mismo espectador puede plantearse otro reto igual o más interesante, que consiste en hacer el recuento de cuántos de estos países han soltado amarras recientemente con su vieja metrópoli colonial, expulsando a sus multinacionales y sus fuerzas armadas de su territorio. La lista es sin duda menor, pero no menos interesante. El retroceso del imperialismo francés en África, en beneficio de las multinacionales chinas y los asesores militares rusos, es una humillación que alimenta el ardor guerrero de Macron contra Rusia, la gran ausente de estos juegos.

La nación que sigue ocupando la segunda plaza en el medallero histórico de los Juegos Olímpicos ha sido excluida por estar en guerra “con occidente”. Una guerra que Macron y buena parte de sus socios europeos quieren profundizar y extender. Sin embargo, el estado que está llevando a cabo en este momento un genocidio contra el pueblo cuyo territorio ocupa desde hace más de setenta años, sí puede competir en estos juegos y sí pudo pasearse en su barcaza a la vista de todo el mundo. El Estado de Israel disfruta, en esta ocasión y en tantas otras, de la impunidad que le otorga ser el perro de presa del imperialismo occidental en Oriente Próximo. La delegación israelí recibió otra sonora pitada a su paso por el Trocadero. Sirva también como aviso.

Dignidad en medio de la farsa

Sin embargo, no han faltado los gestos de dignidad en medio de esta farsa. El primero y más emocionante es la presencia misma del equipo olímpico de Palestina, liderado por la nadadora Valerie Tarazi. En medio del genocidio, de los sufrimientos innombrables de los gazatíes, del acoso sistemático a los palestinos de Cisjordania por el ejército y los reaccionarios colonos, el mero hecho de que haya atletas palestinos en estos Juegos Olímpicos es una demostración de dignidad y resistencia y una gran inspiración para todos los que aspiramos a cambiar el mundo.

Y otro gesto, que pasó más desapercibido, más pequeño en apariencia, fue el de los atletas argelinos arrojando flores al Sena. El hecho es que este gesto no era más que un homenaje a los 300 argelinos asesinados por la policía francesa el 17 de octubre de 1961. Aquel día, 30.000 argelinos se manifestaron por las calles de París en apoyo a la lucha por la independencia de su país natal. La policía del régimen de De Gaulle, la entonces naciente V República, a las órdenes del prefecto Maurice Papon, cargó y disparó contra la multitud, arrojando después los cadáveres al Sena. El río siguió devolviendo los cuerpos de los asesinados durante semanas. La imagen de los atletas argelinos entregando las flores al río al grito de “Tahrir al Yazair” (libertad para Argelia), es una nueva condena al imperialismo francés (y, por extensión, occidental) en pleno corazón de la metrópoli y el otro gran gesto de dignidad en medio de la farsa imperialista.

Los Juegos de la XXXIII Olimpiada no han hecho más que empezar. Por encima de todos los intereses políticos y económicos que dominan estos eventos, muchos seguiremos buscando en el fondo de los mismos algo de aquel viejo espíritu agonal, de competencia sin encono, que alumbró los Juegos Olímpicos de la antigüedad. Seguiremos viendo la capacidad del ser humano de traspasar sus propios límites físicos y seguiremos buscando esas muestras de dignidad y de arrojo que se destaquen por encima de la mediocridad y de la hipocresía reinantes.

Por su parte, el imperialismo occidental vuelve a ponerse un disfraz ajado con el que creerá poder engañar a la plebe. Pero bajo los ropajes y los oropeles, el imperio no puede ocultar su podredumbre y su corrupción. El imperio, el capitalismo, es un cadáver andante que reclama urgentemente un sepulturero antes de que arrastre consigo a toda la humanidad. Nos toca a nosotros el darle sepultura.

Fuente: Organización Comunista Revolucionaria

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Author: Javier Cabrera

Militante de la Internacional Comunista Revolucionaria en el Estado español.