Palestina antes de 1948: como el imperialismo creó Israel

(Nota editorial) Trotsky advirtió en 1940 que el intento de resolver la «cuestión judía» en Europa mediante la desposesión de los palestinos sería una «trampa sangrienta». Estas palabras siguen siendo válidas hoy en día. Pero la verdadera historia de Israel-Palestina ha quedado sepultada bajo montañas de falsificaciones. En este artículo, Francesco Merli explica los turbios manejos y maquinaciones de las naciones imperialistas que allanaron el camino para la partición de la Palestina histórica. Este episodio de la historia demuestra la miopía de la clase dominante, que abrió la caja de Pandora de la violencia y la degradación que ha asolado la tierra desde entonces. Este artículo es la primera parte de una serie de dos, la segunda de las cuales tratará de los acontecimientos posteriores a la partición de Palestina. 


En los últimos cien años, Oriente Próximo ha sido el tablero de ajedrez de muchas partidas decisivas entre las potencias imperialistas. La razón de la relevancia de la región, considerada de importancia relativamente secundaria hasta finales del siglo XIX, es bien conocida: bajo las tierras de Oriente Próximo se encuentran las principales reservas de petróleo del planeta. Palestina, por una serie de razones geopolíticas e históricas, se ha convertido cada vez más en el centro de las tensiones de Oriente Medio.

El largo proceso de descomposición del Imperio Otomano se aceleró repentinamente con la Revolución de los Jóvenes Turcos de julio de 1908, pero sólo se completó tras la derrota del Imperio en la Primera Guerra Mundial.

El Imperio ya había perdido el control sobre parte de sus provincias europeas a lo largo del siglo XIX. Durante ese periodo, Gran Bretaña y Francia también se habían hecho con el control de amplias zonas del norte de África. Francia se apoderó de Argelia en 1830 y ocupó Túnez en 1881. Gran Bretaña invadió Egipto y Sudán en 1882. Incluso una potencia secundaria como Italia sacó tajada del Imperio al ocupar Libia en 1911.

El gobierno de los Jóvenes Turcos entró en la 1ª Guerra Mundial junto a las Potencias Centrales, Alemania y Austria-Hungría. Mucho antes del final de la guerra, Gran Bretaña y Francia ya habían llegado a un acuerdo sobre cómo repartirse el botín del Imperio.

Acostumbrados a dominar vastos imperios coloniales, británicos y franceses acordaron crear una serie de Estados separados artificialmente por fronteras trazadas arbitrariamente con una regla sobre mapas geográficos. El acuerdo se selló mediante el pacto secreto de Sykes-Picot (con el consentimiento de Rusia e Italia) en enero de 1916.

El acuerdo fue denunciado y publicado por los bolcheviques en noviembre de 1917, inmediatamente después de la Revolución, para consternación de los imperialistas. Sin embargo, después de la Guerra, la partición se produjo según las líneas acordadas por Sykes y Picot. Francia se hizo con el control de Siria y el Líbano. A Gran Bretaña se le reconoció un mandato sobre Mesopotamia (actual Irak), Palestina y un protectorado sobre la monarquía títere de Transjordania (actual Jordania).

Los imperialistas británicos habían suscitado cínicamente las esperanzas de los nacionalistas árabes de una patria propia. Sir Henry McMahon, Alto Comisario británico en Egipto, estableció una negociación en este sentido en su correspondencia con Hussein bin Ali, el Sharif de La Meca, a cambio del apoyo árabe en la Guerra. La insurgencia árabe contra los otomanos desempeñó un papel clave en la desaparición del Imperio Otomano.

Sin embargo, los imperialistas británicos no tenían intención de cumplir sus promesas y estaban más interesados en ampliar su propia esfera de influencia. El auge de la conciencia nacional árabe representaba una amenaza estratégica para sus intereses imperialistas.

La cuestión judía y el sionismo

La historia de la inmigración judía a Palestina está estrechamente ligada al surgimiento del movimiento sionista a finales del siglo XIX. Hasta entonces, la población judía autóctona que vivía en Palestina ascendía a unos pocos miles de personas, concentradas en su mayoría en las zonas urbanas.

Un punto de inflexión se produjo con la oleada de pogromos desatada en el Imperio ruso por la policía secreta contra la minoría judía, considerada responsable del asesinato del zar Alejandro II en 1881.

Turbas enfurecidas, azuzadas por provocadores a sueldo, asaltaron barrios judíos, saqueándolos y agrediendo a la población. Cientos de miles de judíos fueron expulsados de Rusia y Ucrania huyendo de la campaña de terror de asesinatos, palizas, violaciones, linchamientos y destrucción de sus medios de vida y propiedades.

Siguieron más oleadas de pogromos en 1903-6, y una aún mayor en 1917 y 1921, desatada por el ejército blanco durante la guerra civil contra la revolución bolchevique.

A finales del siglo XIX, otro episodio causó una enorme conmoción. En 1894-95, Alfred Dreyfus, un oficial judío francés, fue condenado injustamente por traición. Su juicio desató una ola de antisemitismo en Francia.

Alfred Dreyfus. Imagen Wikimedia Commons.

El «caso Dreyfus» desempeñó un papel importante en la conversión al sionismo de un intelectual burgués judío cosmopolita, Theodor Herzl (1860-1904). De hecho, Herzl escribió El Estado judío, que se convertiría en el manifiesto político del sionismo, a raíz del juicio.

Herzl se convirtió en el principal organizador y teórico del movimiento sionista y lo desarrolló como una fuerza internacional. Ideó la táctica de organizar la emigración masiva de judíos de Europa a Palestina.

También llegó a la conclusión de que el crecimiento de las tendencias antisemitas en Europa debía considerarse una ayuda potencial para el proyecto sionista, un medio de ejercer presión sobre lo que él consideraba la inercia judía secular.

De ahí que el proyecto político sionista se basara en el esfuerzo por presionar a los jefes de Estado y ministros europeos (a menudo fervientemente antisemitas) en el intento de persuadirles de que la emigración de judíos a Palestina representaba una oportunidad de oro para librarse de la cuestión judía, así como del hecho de que un Estado judío en Palestina podría ser útil a las grandes potencias como «puesto avanzado de la civilización europea frente a la barbarie asiática».

Desde el principio, el proyecto sionista tuvo que contar con el patrocinio de una de las principales potencias imperialistas como garantía de su éxito.

Herzl aseguró públicamente a las autoridades otomanas que la inmigración judía sólo beneficiaría materialmente al Imperio, con el fin de garantizar la necesaria conformidad de las autoridades otomanas. Sin embargo, en privado reconocía que no podía haber un Estado judío sin la expropiación y expulsión de los palestinos.

«Debemos expropiar con suavidad. […] Intentaremos animar a la población sin dinero a cruzar la frontera procurándole empleo en los países de tránsito, mientras le negamos cualquier empleo en nuestro país. […] Tanto el proceso de expropiación como el traslado de los pobres deben llevarse a cabo con discreción y circunspección.» Herzl anotó en su diario en 1895 (citado en B. Morris, Righteous Victims).

La realización de la utopía reaccionaria sionista convirtió a Palestina en un campo de batalla y costaría a los palestinos (pero también a los colonos judíos) sufrimientos indecibles. Sus consecuencias reaccionarias perduran hasta nuestros días.

Sin embargo, a principios del siglo XX, el movimiento sionista seguía representando sólo a una ínfima minoría, confinada a un pequeño círculo de intelectuales y mecenas judíos burgueses y pequeñoburgueses.

El desarrollo de la conciencia nacional árabe

Un motivo constante de preocupación para los dirigentes sionistas era que los trabajadores árabes se organizaran contra su explotación. Otro temor era que el desarrollo de una conciencia nacional árabe unificara a los árabes en la resistencia a la colonización sionista.

La conciencia nacional árabe empezó a desarrollarse en la década de 1880. La Revolución de los Jóvenes Turcos de 1908 suscitó esperanzas de emancipación para todos los pueblos del imperio otomano.

El rápido giro del nuevo régimen hacia el nacionalismo turco aceleró el proceso masivo de precipitación de la conciencia nacional entre todos los pueblos del Imperio, en particular entre los árabes, que compartían un territorio que abarcaba desde el actual Irak hasta Marruecos, una lengua y una tradición comunes.

En Palestina ese proceso se agudizó aún más debido a la creciente hostilidad hacia las consecuencias de la inmigración judía. Cada adquisición de tierras por los colonos conllevaba la expulsión automática de los campesinos palestinos, a menudo ignorantes de que los propietarios oficiales ausentes de las tierras las habían vendido a los recién llegados, seducidos por el aumento del precio de la tierra.

Según el historiador Benny Morris, el precio medio de la tierra pasó de 5,3 libras palestinas por dunam en 1929 a 23,3 en 1935. El precio de la tierra en 1944 ascendía a 50 veces el de 1910.

Los colonos no hablaban árabe, ni estaban familiarizados con la cultura y las tradiciones locales, y en muchos casos no se preocuparon de aprenderlas, violando costumbres establecidas desde hacía mucho tiempo, tierras comunes, pastos y, sobre todo, el acceso al agua. No pasó mucho tiempo antes de que los palestinos sintieran una creciente amenaza por la continua afluencia de colonos.

La Declaración Balfour

Los estrategas del imperialismo británico se interesaron por la situación. Comprendieron que el proyecto sionista podía convertirse en una herramienta útil para llevar a cabo los planes británicos para Oriente Próximo tras la desaparición del Imperio Otomano.

El 2 de noviembre de 1917, este cambio se resumió en la carta dirigida en nombre del gobierno británico por Lord Balfour a Lord Rothschild y a la Federación Sionista. La declaración afirma:

«El Gobierno de Su Majestad contempla con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, entendiéndose claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político de los judíos en cualquier otro país.»

La declaración de Balfour. Imagen dominio público.

La cláusula subordinada mostraba claramente que, incluso en aquel momento, los imperialistas británicos tenían una comprensión evidente de las implicaciones de su apoyo. Sobre una base capitalista, la llamada «solución» a la secular opresión de los judíos, conducía necesariamente a la estallido de la «cuestión palestina».

En 1923, un sionista de derechas, Vladimir Jabotinsky, escribió su manifiesto político El muro de hierro. Reconocía la importancia de la declaración Balfour y sostenía que había que someter a los palestinos con un «muro de hierro de bayonetas judías» y, añadía, «bayonetas británicas». En su opinión, la viabilidad del proyecto sionista dependía del apoyo activo y el patrocinio del imperialismo británico.

Este apoyo se hizo realidad tras el colapso del Imperio otomano y el establecimiento del mandato británico sobre Palestina.

Bajo el dominio británico, se permitió a los sionistas desarrollar las instituciones de un semiestado: la Agencia Judía como embrión de gobierno; el Fondo Nacional Judío como forma de canalizar las finanzas y comprar tierras y, lo más importante, una milicia judía: la Haganá.

Sin embargo, al estallar la Primera Guerra Mundial, todavía no había más de 60.000 judíos en Palestina, mientras que las tierras compradas hasta 1908 correspondían sólo al 1,5 por ciento de las tierras disponibles. En la década de 1920 -como consecuencia del Mandato Británico sobre Palestina- se aceleró el flujo de nuevos colonos.

En 1929, el balance general de la emigración judía desde 1880 era el siguiente: de unos 4 millones de judíos que emigraron en ese período desde Europa Central y Oriental, sólo 120.000 fueron a Palestina (algunos de ellos sólo temporalmente), frente a 2,9 millones a Estados Unidos, 210.000 a Gran Bretaña, 180.000 a Argentina y 125.000 a Canadá. La población de colonos judíos en Palestina estaba creciendo, habiendo alcanzado los 150.000 en 1929, y aumentando a más de 400.000 en 1936.

Tabla 1. Población del Mandato Británico sobre Palestina, 1922 a 1927

AñoMusulmanesCristianosDrusos*JudíosTotal
1922598,17771,4647,61783,790752,048
1931759,70088,90710,101174,6061,033,314
1936862,730108,50611,378384,7081,366,692
1942995,292127,18413,121484,4081,620,005
19471,157,423146,16215,849614,2391,933,673
*Los Drusos son una secta islámica presente en Siria, Líbano y Palestina

Las crecientes fricciones entre palestinos y colonos culminaron con los disturbios de Jaffa de mayo de 1921, en los que murieron decenas de personas de ambos bandos.

En agosto de 1929, un levantamiento de los palestinos contra la ocupación británica se volvió sangriento, con una serie de ataques lanzados contra comunidades judías. Uno de estos ataques afectó a la pequeña comunidad judía palestina de Hebrón (unas 600 personas), una comunidad que se remonta al siglo XVI.

Como resultado del ataque, 66 judíos fueron asesinados, a pesar del intento de muchos palestinos de proteger a los que huían acogiéndolos en sus casas. La comunidad judía de Hebrón fue aniquilada. La Haganá repelió otros ataques. Sin embargo, trágicamente, el número de muertos de los «días sangrientos» de agosto de 1929 fue de 133 judíos y 116 palestinos.

Esto dio un impulso decisivo a la consolidación de la milicia judía, la Haganá, cada vez más en colaboración con el ocupante británico.

Formación del Partido Comunista Palestino

Durante las décadas de 1920 y 1930, sí surgieron oportunidades para la construcción de una alternativa revolucionaria, basada en la clase obrera, que podría haber evitado el estallido de una guerra civil en la que los trabajadores judíos y árabes tendrían todas las de perder.

A principios de la década de 1920, la presencia de la administración colonial británica fomentó cierto grado de desarrollo industrial de la franja costera, contribuyendo a crear un sector económico en el que trabajaban codo con codo obreros judíos y palestinos. Este desarrollo repercutió en la economía palestina, predominantemente rural, y provocó una intensa inmigración del campo a las ciudades costeras.

Alrededor de la administración colonial surgieron los ferrocarriles, la compañía telefónica, correos y telégrafos, puertos y astilleros, administraciones civiles a las que se añadieron las administraciones locales de las ciudades con población mixta, y también en el sector privado algunas grandes empresas con capital extranjero empleaban mano de obra judía y palestina. Por ejemplo, la fábrica de cemento de Nesher, la terminal de la Iraqi Oil Company y la refinería de Haifa, y la industria de la construcción, en rápida expansión.

Entre el censo de 1922 y el de 1931, la población árabe palestina había crecido un 40% y en ciudades como Jaffa y Haifa un 63% y un 87% respectivamente. Los recién llegados engrosaron las filas del proletariado en todos los sectores, alimentando rápidamente un notable auge de las luchas sindicales. A la inmigración procedente del campo se unió la procedente de los países vecinos, especialmente Egipto.

La falta de mano de obra judía para sustituir a la mano de obra árabe llevó muy a menudo a importar a Palestina trabajadores judíos baratos procedentes de Yemen o del Magreb. Constituían una parte de la clase obrera judía especialmente explotada y distanciada de la mayoría de los sionistas de origen europeo, que hablaban mayoritariamente el yiddish y ocupaban todos los puestos dirigentes en las instituciones sionistas.

Fue en este periodo cuando surgió la creciente división entre judíos asquenazíes sefardíes (descendientes de la diáspora de judíos españoles que se asentaron en el imperio otomano), que aún hoy caracteriza a la sociedad israelí.

Los sefardíes se expresaban en ladino, un dialecto derivado del español. A menudo eran capaces de hablar o entender el árabe y ocupaban un escalón social ligeramente superior a la masa del proletariado árabe. En estas condiciones, la conciencia de clase surgió rápidamente entre esta capa, que instintivamente se sentía más cercana a los árabes que a los grandes magnates judíos como Rothschild y compañía.

Los partidos «socialistas» sionistas, sin embargo, se opusieron vehementemente a cualquier exigencia de abrir los sindicatos obreros judíos a los trabajadores árabes.

Había un abanico de posiciones, desde el Hadut Haavoda de David Ben-Gurion, partidario de la sindicalización de los árabes pero en organizaciones separadas de «igual dignidad» (bajo dirección sionista), y el Hapoel Hatzair de Hayyim Arlosoff, que defendía el carácter exclusivamente judío de la organización sindical para promover una creciente división del trabajo entre una aristocracia obrera judía con los empleos más cualificados y mejor pagados y una masa de trabajadores manuales árabes no organizados.

Una tercera posición fue expresada por otro partido de la izquierda sionista, el Po’aley Tziyon. Este partido pasó a posiciones semi revolucionarias al solicitar el ingreso en la Internacional Comunista (IC) en 1924, aunque sin renunciar totalmente al sionismo. La IC se negó a aceptar a un partido que no estuviera completamente liberado del sionismo. Esto provocó una escisión y la fundación del Partido Comunista Palestino (PCP). El nuevo partido fue expulsado inmediatamente del sindicato sionista Histadrut.

Lucha obrera y unidad de clase

El PCP defendió una posición a favor de los sindicatos unidos, sin discriminación por motivos nacionales o religiosos. Siguiendo esta línea política, el PCP pudo aprovechar la creciente combatividad y la exigencia de unidad derivadas de la experiencia obrera. Sin embargo, tanto la dirección sionista como los nacionalistas árabes se opusieron y obstaculizaron ese instinto de unidad.

El PCP echó raíces tanto entre la clase trabajadora árabe como entre la judía. El partido publicaba dos periódicos en dos idiomas. A pesar de tener su principal base de apoyo entre los trabajadores árabes, el PCP obtuvo el 8% de los votos en las elecciones al Yishuv (el Consejo Judío), más del 10% si se tiene en cuenta solamente el voto en las ciudades.

Manifestación del Partido Comunista Palestino en 1945. (Foto: Rosa Luxemburg Stiftung)

Un episodio – limitado pero significativo – mostró el potencial de desarrollo de la unidad de clase durante una huelga. Doscientos trabajadores judíos de la fábrica de cemento de Nesher, en Haifa, se unieron en huelga a 80 compañeros egipcios, planteando sus propias reivindicaciones, ya que estos últimos tenían derechos limitados y cobraban la mitad.

Tras dos meses de huelga, el patrón accedió a algunas de las reivindicaciones de los trabajadores judíos. El acuerdo fue rechazado por 170 votos contra 30 (desafiando la posición de su propio sindicato) y prometieron continuar la huelga hasta que se cumplieran plenamente las reivindicaciones de sus compañeros egipcios.

El peligro de que ese ejemplo se contagiara llevó a los dirigentes de la Histadrut a presionar a la administración colonial británica, que tomó medidas drásticas deportando a los 80 trabajadores egipcios.

La propensión a la unidad de los trabajadores en la lucha surgió varias veces en la década de 1925 a 1935. Hay que mencionar la huelga de los panaderos, las luchas de los obreros del puerto de Haifa y de los ferroviarios, la huelga del transporte público y de los taxistas en 1931. En 1935 vemos la importante lucha de los trabajadores de la Iraqi Oil Company y de la refinería de Haifa.

Durante esos años, el PCP organizó sindicatos independientes de la Histadrut y ganó importantes bases de apoyo en muchas zonas entre la mayoría de los trabajadores árabes, y muchos trabajadores judíos. Sus éxitos obligaron a los sionistas a cambiar de táctica y a promover sindicatos árabes federados con los sionistas, para contrarrestar la influencia de los comunistas.

Sin embargo, el enorme potencial que representaba el crecimiento del PCP fue desperdiciado por las consecuencias de la degeneración estalinista de la URSS. La burocracia soviética bajo Stalin convirtió a la Internacional Comunista en un mero instrumento para perseguir sus intereses diplomáticos. Esto significó abandonar la correcta política revolucionaria de unidad de clase, al plegarse al nacionalismo árabe durante la Gran rebelión Palestina de 1936-39, lo que provocó la pérdida de la mayor parte del apoyo del PCP entre los trabajadores judíos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el PCP sufrió un golpe aún mayor con el giro de Moscú a favor de la colaboración bélica con el imperialismo británico, que minó la base del partido entre la clase obrera palestina, antes de recibir un golpe mortal en 1948 con la decisión de la URSS de apoyar la formación de Israel.

El papel reaccionario de la élite palestina

Entre los palestinos, el naciente campo nacionalista estaba hegemonizado por las familias de élite, que habían suministrado funcionarios municipales, jueces, policías, religiosos y funcionarios a la administración otomana y, más tarde, a la autoridad colonial británica. Surgieron como la dirección nacional de los palestinos. Sin embargo, un vasto abismo separaba a la élite de las masas, en su mayoría pobres y analfabetas.

La lucha por la supremacía entre los clanes Husayni y Nashashibi, a mediados de la década de 1930, dio lugar a la formación de dos partidos nacionalistas árabes rivales. El Partido de Defensa Nacional, dirigido por los Nashashibi, fue contrarrestado por el Partido Árabe Palestino, más nacionalista. Sin embargo, la lealtad de los Husayni y los Nashashibi al nacionalismo árabe no impidió que ambos engrosaran la larga lista de quienes habían vendido tierras en secreto a los sionistas.

El Partido Árabe Palestino radicalizó sus posiciones en una línea antisemita. Muchos nacionalistas árabes (incluido el futuro presidente egipcio Anwar Sadat) simpatizaban abiertamente con el fascismo y el nazismo. Las palabras de apoyo de Amin al-Husayni a Hitler en un discurso ante el cónsul alemán en Jerusalén son emblemáticas: «los musulmanes de dentro y fuera de Palestina dan la bienvenida al nuevo régimen de Alemania y esperan la extensión del sistema gubernamental fascista antidemocrático a otros países.»

Se desarrollaron grupos nacionalistas árabes armados. La «Mano Negra», dirigida por el jeque Izz al-Din al-Qassam, llevó a cabo ataques esporádicos contra colonos judíos desde 1931. Al-Qassam fue asesinado por las fuerzas británicas en una emboscada el 21 de noviembre de 1935, convirtiéndose así en una figura aglutinadora del nacionalismo árabe.

El ritmo de la inmigración judía aumentó aún más en el transcurso de la década de 1930. Entre 1931 y 1934, una prolongada sequía azotó Palestina. En 1932, la producción agrícola se desplomó entre un 30 y un 75 por ciento, según los cultivos y las zonas afectadas. Esto empobreció a las aldeas palestinas y provocó el hacinamiento en los barrios marginales de los alrededores de Jaffa y Haifa.

Una crisis financiera golpeó también a Palestina, causada por las repercusiones de la situación abisinia, que llevó a la quiebra a muchas empresas. La combinación de estos factores agravó la situación de las masas palestinas.

La Gran Rebelión Palestina de 1936-39

Los enfrentamientos de 1921 y 1929, aunque violentos y sangrientos, sólo afectaron directamente a una pequeña parte de la población árabe y judía.

En abril de 1936, sin embargo, la rebelión palestina se extendió masivamente desde las ciudades, donde se formaron espontáneamente «Comités Nacionales» por iniciativa de jóvenes radicalizados, los shabab. Los líderes tradicionales se mostraron reacios a enfrentarse frontalmente a las autoridades británicas. No fue hasta el 25 de abril cuando se formó el Comité Superior Árabe para dirigir la rebelión bajo el liderazgo de los Husayni.

La rebelión se caracterizó por una huelga general árabe de seis meses de duración y una lucha semi-insurreccional permanente y una guerrilla armada en el campo (desde mediados de mayo hasta mediados de octubre).

Rebeldes palestinos durante la revuelta en 1936. (Foto: Wikipedia)

La diferente magnitud de esta rebelión fue señalada por el propio Ben-Gurion, que escribió que los árabes estaban «luchando contra la desposesión… El árabe libra una guerra que no puede ignorarse. Va a la huelga, lo matan, hace grandes sacrificios». También declaró el 19 de mayo de 1936: [los árabes] «ven… exactamente lo contrario de lo que nosotros vemos. No importa si su visión es correcta o no… Ven la inmigración a escala gigantesca… ven a los judíos fortificándose económicamente… Ven las mejores tierras pasando a nuestras manos. Ven a Inglaterra identificarse con el sionismo».

Los sionistas (el sindicato Histadrut a la cabeza) llevaron a cabo una agresiva política rompehuelgas destinada a sustituir a los trabajadores palestinos por trabajadores judíos empresa por empresa.

En 1937, el secretario de la federación sindical de Jaffa, explicaba así la posición de los sionistas: «El objetivo fundamental de la Histadrut es ‘la conquista del trabajo’… No importa cuántos árabes estén desempleados, no tienen derecho a ocupar ningún puesto de trabajo que pueda ocupar un posible inmigrante. Ningún árabe tiene derecho a trabajar en empresas judías. Si los árabes también pueden ser desplazados en otros trabajos… eso está bien». (Citado en Benny Morris, Righteous Victims, p. 122.)

Durante meses, las autoridades británicas no tuvieron otra alternativa que esperar a que menguara la fuerza de la insurrección. No fue hasta el 7 de septiembre cuando se proclamó la ley marcial y se impuso el toque de queda. Se enviaron 20.000 soldados desde Gran Bretaña y Egipto, ayudados por 2.700 policías judíos adicionales. Se inició una operación de contrainsurgencia, que llevó a los dirigentes árabes a suspender la huelga el 10 de octubre, con la esperanza de que condujera a una salida negociada.

El gobierno británico convocó una Comisión Real dirigida por Lord Peelpara llevar a cabo una investigación y determinar los términos de una solución al conflicto palestino-sionista. El Informe Peel, de 404 páginas, publicado el 7 de julio de 1937, recomendaba la partición de Palestina: el 20 por ciento del territorio a la Autoridad Judía; Jerusalén y un corredor hasta Jaffa bajo administración británica, así como las ciudades costeras con población mixta; el resto se uniría a Transjordania y formaría un único Estado árabe. Corolario de la propuesta era el traslado forzoso de 225.000 palestinos y 1.250 judíos.

Los líderes sionistas Weizmann y Ben-Gurion consideraron el Informe Peel como un trampolín para una mayor expansión. Weizmann comentó: «Los judíos serían tontos si no lo aceptaran, aunque [la tierra que se les asignara] fuera del tamaño de un mantel». Así pues, el informe fue aceptado por los sionistas, mientras que fue rechazado por el Comité Superior Árabe.

Segunda fase de la rebelión

En septiembre de 1937 la rebelión se reanudó con vigor, pero el Comité Superior Árabe se vio desgarrado por una violenta disputa surgida del intento de los Husayni de asesinar al líder del clan contrario, en julio de 1937. «Ríos de sangre dividen ahora a las dos facciones», señalaba Elias Sasson, alto funcionario de la Agencia Judía, en abril de 1939.

La insurrección continuó en una espiral de enfrentamientos y represión. El Comité Superior Árabe fue ilegalizado y 200 de sus dirigentes fueron detenidos, muchos de ellos ahorcados, mientras que otros huyeron.

El «Informe Peel» espoleó al partido revisionista judío de derechas (los que exigían una revisión del Mandato Británico) a lanzar una campaña terrorista contra los palestinos de a pie. Múltiples atentados con bomba del Irgun Zwai Leumi alcanzaron a civiles palestinos en estaciones de autobuses y mercados, matando y mutilando a cientos de personas.

Los grupos armados palestinos actuaban sin un mando centralizado. Muchos de ellos, sin perspectivas, se convirtieron desgraciadamente en bandas criminales que saqueaban a los campesinos palestinos, con lo que rápidamente perdieron su apoyo. Esta situación minó decisivamente las perspectivas de la rebelión.

La rebelión continuó hasta mayo de 1939, con la participación en su punto álgido, en el otoño de 1938, de unos 20.000 combatientes palestinos. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, la que había sido la rebelión árabe más seria y prolongada contra la ocupación británica terminó con un saldo de muchos miles de muertos y una derrota de facto.

La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto

La derrota de la rebelión sancionó un brusco giro en la política del imperialismo británico. Los británicos temían un nuevo estallido de rebelión árabe cuando había que disponer de fuerzas para otros frentes. Además, el imperialismo británico no quería enemistarse con la burguesía árabe, en un intento de impedir su colaboración con los nazis.

El Libro Blanco redactado por la administración colonial (publicado el 17 de mayo de 1939) introdujo por primera vez un tope a la inmigración judía (un límite máximo de 75.000 en los cinco años siguientes) y severas restricciones a la compra de tierras por parte de judíos. También establecía la perspectiva de la creación, en un plazo de diez años, de un Estado independiente gobernado según el principio mayoritario.

Portada del “Libro Blanco” de 1939.

Por supuesto, este cambio no consiguió que el imperialismo británico obtuviera más apoyo árabe. Sin embargo, socavó la estrecha relación de Gran Bretaña con los dirigentes sionistas. El cambio de rumbo británico (en el preciso momento en que aumentaba el temor a la política antisemita nazi) fue vivido como una traición por los sionistas.

Las autoridades británicas habían ayudado a la transición de la Haganá hacia una «defensa agresiva» contra los palestinos. En mayo de 1938, la Haganá creó «compañías de campo» para aplicar tácticas de contrainsurgencia en las zonas rurales. Un mes más tarde, se crearon los Escuadrones Nocturnos Especiales, con la tarea de aterrorizar durante la noche a los barrios y pueblos árabes que apoyaban la rebelión.

Estas mismas tácticas serían utilizadas a una escala mucho mayor una década más tarde por los sionistas, para asegurarse de que los palestinos huyeran aterrorizados de sus pueblos y hogares, en el periodo previo a la creación de Israel.

A principios de 1939, se crearon tres unidades secretas conocidas como Pe’luot meyuchadot («operaciones especiales») con la tarea de llevar a cabo represalias contra pueblos árabes y unidades guerrilleras, pero también de realizar ataques contra instalaciones británicas y eliminar confidentes. Estas unidades se pusieron bajo el mando directo de David Ben-Gurion.

Los primeros informes de deportaciones masivas de judíos por parte de los nazis empezaron a filtrarse, junto con los refugiados judíos europeos, produciendo un enorme impacto psicológico en la población judía de la diáspora (especialmente en Estados Unidos), que consideraba intolerables las odiosas restricciones impuestas por las autoridades británicas a la inmigración.

Sin embargo, la actitud de los dirigentes sionistas ante la amenaza nazi se caracterizó por el cinismo. En diciembre de 1938, un mes después del pogromo nazi más tarde conocido como Kristallnacht, Ben-Gurion declaró: «Si supiera que es posible salvar a todos los niños [judíos] de Alemania trasladándolos a Inglaterra y sólo a la mitad de ellos trasladándolos a Eretz-Yisrael, elegiría lo segundo, porque no sólo nos enfrentamos a tener que dar aplicaciones a estos niños, sino también a la responsabilidad histórica del pueblo judío».

En diciembre de 1942, volvió a comentar: «La catástrofe de los judíos europeos no es, de manera directa, asunto mío…» (Citado en Benny Morris, Righteous Victims, p. 162).

Los dirigentes sionistas aprovecharon la desesperación de los judíos que huían de Europa para reforzar el apoyo internacional al sionismo y desafiar descaradamente el bloqueo de la inmigración impuesto por las autoridades británicas, decididas a reprimir la inmigración ilegal a toda costa.

Sin embargo, una parte de la derecha sionista rechazaba toda colaboración con los británicos. En noviembre de 1944, los Lohamei Herut Israel (LEHI), «Combatientes por la Libertad de Israel» (también conocidos como la banda Stern) asesinaron en El Cairo al ministro británico residente en Oriente Próximo, Lord Moyne.

Una serie de barcos llenos de refugiados se pusieron en marcha desafiando abiertamente la prohibición británica, provocando un tira y afloja con las autoridades del Mandato, que habían decidido bloquear todos los intentos y deportar a miles de refugiados a campos de concentración en Mauricio y Chipre. Los refugiados eran peones, atrapados en un cínico juego de poder que desembocó en múltiples tragedias.

En noviembre de 1940, la Haganá voló el Patria, un barco anclado en Haifa cargado con 1.700 inmigrantes que esperaban ser deportados a Mauricio, causando 252 muertos. Otro barco, el Struma, con 769 refugiados a bordo, se hundió el 25 de febrero de 1942 en el Mar Negro después de que las autoridades británicas hubieran vetado su traslado (murieron todos menos uno).

Muy pocos refugiados judíos escaparon a Palestina durante la Guerra, mientras los nazis exterminaban a seis millones de judíos en Europa, junto con millones de eslavos, romaníes, comunistas y antifascistas de distinta nacionalidad, religión y orientación política.

Continúa en la Parte II: De la Nakba a la Intifada y los Acuerdos de Oslo

Fuente: América Socialista

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Author: Francesco Merli

Dirigente de la Internacional Comunista Revolucionaria (ICR), antes Corriente Marxista Internacional, y miembro del consejo de redacción de «In Defence of Marxism».