Este ensayo fue redactado originalmente el 26 de octubre de 2019 cuando se cumplían 100 años del natalicio de Lolita Lebrón Soto.[1] A dos años distancia de aquel momento en que se publicó este ensayo, una vez más rendimos homenaje a quienes levantando nuestro pabellón nacional, se levantaron en armas aquel 30 de octubre de 1950 en Puerto Rico, el 1ro. de noviembre en Washington frente a la Casa Blair y también a quienes desafiaron al imperio en su gesta patriótica ante el Congreso de los Estados Unidos el 1 de marzo de 1954 para proclamar ante el mundo el derecho de Puerto Rico a su libre determinación e independencia.
Pretender incursionar en el significado histórico de la Insurrección Nacionalista de 1950 y como parte de ésta, los diferentes sucesos dentro de los cuales se desarrolló, nos imponen un gran peso y una mayor responsabilidad. Compartir con ustedes una reflexión en torno los eventos que rodean esta epopeya, exigen y demanda la mayor pulcritud en la narración de los sucesos, a la vez que nos reta a un juicio histórico y a una reflexión política que todavía, a la distancia de 72 años desde los sucesos, sigue siendo no solo necesario sino vigente. Sí, en efecto, la Insurrección Nacionalista iniciada aquel 30 de octubre, no sólo fue un acto de guerra contra el poder interventor de Estados Unidos en Puerto Rico, sino también el resultado de una multiplicidad de eventos que, como témpano de hielo del cual sólo atinamos a ver una pequeña parte de sus dimensiones reales, flota y se desplaza navegando en nuestra conciencia colectiva como pueblo.
La Insurrección Nacionalista es historia y es proceso. Su detonante fue el 30 de octubre de 1950. Sus antecedentes, sin embargo, podemos trazarlos en la historia al primer quinquenio de la década de 1930.
Para el Dr. Pedro Albizu Campos, presidente del Partido Nacionalista de Puerto Rico-Movimiento Libertador, ya entonces era una verdad indiscutible aquello que a la altura de los años sesenta del pasado siglo describía Fanon en referencia al colonialismo cuando afirmaba que “la descolonización es siempre un fenómeno violento.” Por eso, al aproximarnos en la búsqueda de un entendimiento de la concepción articulada y desarrollada por el nacionalismo, venimos obligados forzosamente a examinar su participación en el accionar político-militar de esta organización a partir del año 1930.
La prédica nacionalista y antiimperialista y su vinculación con el movimiento obrero
Durante las primeras décadas del siglo XX en Puerto Rico, el desarrollo del movimiento obrero y sus organizaciones estuvo hegemonizado por el Partido Socialista y la Federación Libre de Trabajadores. Ambas instancias, el primero surgido como una criatura de la segunda, logró acumular una fuerza considerable al aglutinar gran parte de los trabajadores del sector de la caña de azúcar en Puerto Rico. Eran momentos en que el capital absentista estadounidense y sectores de la burguesía nacional irrumpían en nuestra economía convirtiendo la Isla en una gran plantación cañera.
A pesar de su naturaleza clasista y proletaria, sus dirigentes y gran parte de sus afiliados favorecían la anexión de Puerto Rico a Estados Unidos como un estado más de la Unión. Contrario a esto, los dirigentes de las organizaciones que promovían la independencia nacional respondían más a los intereses de clase burgueses no necesariamente vinculadas al capital absentista estadounidense o a la pequeña burguesía intelectual del país.
Los sucesos con los cuales fue recibida la década de 1930 en Puerto Rico encuentran su génesis en la caída de la Bolsa de Valores de Nueva York en octubre de 1929. Esa fecha vino a rematar el estado de crisis en el cual el país ya había quedado sumido en desgracia como resultado del Huracán San Felipe del 13 de septiembre de 1928. La situación, a su vez, llega a niveles inimaginables luego del Huracán San Ciprián cuando una vez más un fenómeno atmosférico de esta naturaleza golpea nuestra Isla en 1932.
Para tener una idea del daño causado al país por el Huracán San Felipe, basta examinar algunos datos aportados por Gonzalo F. Córdova en su libro Santiago Iglesias: Creador del movimiento obrero en Puerto Rico (1980) págs. 99-101, a los efectos de que en un momento en que el presupuesto fiscal de Puerto Rico apenas era de $12 millones de dólares, los daños materiales ocasionados solamente por el Huracán San Felipe ascendieron a $85.3 millones. Los renglones económicos principales en los cuales descansaba la producción agrícola como eran el café, el azúcar y el tabaco, reflejaron las siguientes pérdidas: en el café, el 44% de los árboles de café y el 59 % de los árboles de sombra, con una pérdida del 80 al 90 por ciento de la cosecha, equivalentes a su vez a $8.7 millones de dólares; en el azúcar, la cosecha se perdió en un 32%, equivalentes a $17.3 millones de dólares; y en el tabaco, las pérdidas fueron estimadas en $1.9 millones de dólares.
El ingreso anual per cápita, que en 1929 había alcanzado $116.00, ya en 1933 había bajado a $82.00. Aún diez años después, para 1939, el ingreso per cápita en Puerto Rico apenas alcazaba $107.00.
Al comienzo de 1930, el analfabetismo, a pesar de los modestos progresos habidos en la educación pública en Puerto Rico, se mantenía en 41.4 %; mientras el 68.1% de los niños en edad escolar no asistían a clases; y el 80.6% de la población no hablaba inglés.
En cuanto al desempleo, para 1927, en un Informe rendido por el Gobernador Towner, se indicaba era de 60%.
Estos índices, constituyen un botón que como muestra indican las condiciones que precedieron los sucesos que llevaron a las históricas jornadas de la Huelga Cañera de 1934 y a la represión inmisericorde del Gobierno de Estados Unidos contra el Partido Nacionalista.
Uno de los eventos desde el punto de vista de político y sindical menos discutidos y de mayor importancia en nuestra historia, es la huelga en el sector azucarero de 1934 y su vinculación con el nacionalismo como movimiento político. Electo Pedro Albizu Campos Presidente del Partido Nacionalista, en la Asamblea General del Partido efectuada en el Ateneo el 13 de mayo de 1930,[2] el tema de los trabajadores y sus luchas fue abordado. A tales efectos se indica:
“Libremos al obrero inmediatamente del caudillaje del obrerismo desorientado de origen yanqui, que, bajo la sugestiva denominación de socialista, pero sin definición política alguna, y, por tanto, los más hábiles y eficaces defensores del coloniaje, lo han hecho portador de la bandera norteamericana, bajo cuya sombra impera este coloniaje que nos ha convertido en esclavos de las corporaciones y empresas norteamericanas.”
A partir de dicho manifiesto, el Partido Nacionalista plantea, como primer punto en su programa económico, el siguiente propósito o aspiración:
“Organizará a los obreros para que puedan recabar de los intereses extranjeros o invasores la participación en las ganancias a que tienen derecho, asumiendo su dirección inmediata, poniendo hombres de talla, responsabilidad y patriotismo para dirigirlos.”
Establecida la anterior premisa, tomó un giro distinto en el seno del Partido Nacionalista de Puerto Rico la vinculación entre el desarrollo de la lucha por la independencia y el desarrollo de la lucha por las conquistas de los trabajadores. En su Programa, se formuló una línea de trabajo en la cual ambas luchas, la política y la económica, se conciben vinculadas y entrelazadas una de la otra como parte de una lucha común en la lucha de independencia.
En los movimientos sociales más trascendentales de esa época en Puerto Rico en las cuales estuvo involucrado la clase trabajadora y el pueblo en general, el nacionalismo no estuvo ausente.
Nos dice Marisa Rosado en su libro Pedro Albizu Campos: Las Llamas de la Aurora, un acercamiento a su biografía[3], al respecto:
“Albizu Campos con su incesante prédica generó una serie de movimientos huelgarios contra el abuso de las compañías gasolineras. Los carros públicos se paralizaron y una huelga general contra el alto costo de la gasolina amenazó por primera vez el monopolio gasolinero.”
Hacia el 1933 venían sucediendo en el país diferentes movimientos huelgarios, los cuales incluían al transporte público y protestas contra los abusos de las compañías gasolineras. Luego, surgieron otros movimientos huelgarios vinculados al alza en el precio del pan y, finalmente, otros vinculados a las condiciones de trabajo prevalecientes en la industria del azúcar. Nos dice la escritora Marisa Rosado en su citado libro, a la página 191, lo siguiente:
“En enero de 1934 los trabajadores de la caña de la Central Fajardo declaran huelga por mejores salarios y en rechazo al Convenio Colectivo firmado entre los líderes de la Federación Libre (Partido Socialista) y los azucareros. El liderato obrero ocupaba en ese momento posiciones en el gobierno colonial, hecho que le impedía representar a los obreros en forma adecuada, por ser ellos mismos parte de la clase dominante. Esta huelga iba dirigida no a los patronos, sino contra el propio liderato obrero que los había traicionado firmando un contrato muy por debajo de sus aspiraciones.”
Por su parte, el Taller de formación Política, en su libro Huelga en la Caña: 1933-34,pág.119, expresa la preocupación que representaba para las clases propietarias la vinculación del movimiento social de los trabajadores con las concepciones políticas e ideológicas del nacionalismo. Así indica:
“La participación del nacionalismo–que era el único movimiento claramente anti-imperialista en la isla– en el seno de la propia protesta obrera, creaba una situación explosiva que ponía en serias dificultades al gobierno. La huelga había nacido desde las entrañas mismas de las masas proletarias. Y desde esas mismas entrañas había surgido el llamado al dirigente máximo del nacionalismo.”
Ese mismo año, el 12 de enero, el Partido Nacionalista de Puerto Rico durante una manifestación obrera a la cual concurrieron 6 mil trabajadores, funda en Guayama la “Asociación de Trabajadores Puertorriqueños (ATP)”, pasando a presidir la misma el Doctor Eugenio Vera. Capítulos adicionales de la ATP se fueron organizando en diferentes asambleas convocadas por trabajadores en Fajardo, Yabucoa, Luquillo, Canóvanas y Guánica. En esas asambleas participaban miles de trabajadores.
En sus estatutos, la ATP expresaba que era su finalidad la siguiente:
“1. Organizar a todos los trabajadores en una organización genuinamente portorriqueña capaz y en condiciones de hacer valer los derechos de todos y cada uno de sus asociados; 2. defender los intereses de todos y cada uno de los trabajadores de Puerto Rico en sus luchas contra la fuerza del capitalismo y contra cualquier fuerza que ilegal e inhumanamente le respalde en detrimento del obrero y de sus derechos a vivir una vida decorosa y decente mediante el recibo de un jornal adecuado por sus labores; 3. cualquiera otros fines análogos a los ya enumerados y no incompatibles con ellos y con el espíritu de esta asociación.”
Indica el Taller de Formación Política en su libro La cuestión Nacional: El Partido Nacionalista y el movimiento obrero puertorriqueño (aspectos de las luchas económicas y políticas de la década de 1930-40)[4]:
“El nacionalismo no pretendía controlar el movimiento obrero, como tampoco, temía a la movilización independiente de los trabajadores. Confiaba que el obrero consciente y dispuesto a defenderse comprendería que el imperialismo era su enemigo. Después de identificar a su enemigo el obrero actuaría por su propia iniciativa, complementando la lucha nacional.”
Más adelante, en el Capítulo XIII, titulado ¿Por qué no se vincularon sólidamente el nacionalismo y el movimiento obrero?, nos indica a la página 152 lo siguiente:[5]
“La organización de los trabajadores en lucha por sus intereses históricos y la formación de una organización rebelde eran dos tareas que el nacionalismo no veía en términos conflictivos. Si el liderato nacionalista estuvo dispuesto a participar de la gran huelga de 1934, lo hacía porque era coherente con su ideología. A su vez, los obreros pidieron a Albizu que participara en la huelga y en su sentido más profundo querían que sustituyera el liderato obrero. Este es el significado histórico de los telegramas de cientos de obreros, dirigidos por Albizu en los primeros meses de 1934…” (Énfasis en el original)
Si bien para el “Taller de Formación Política”, en el caso del Partido Nacionalista no se trababa de una aproximación clasista que postulara un programa anti capitalista, la vinculación del movimiento nacionalista con las luchas obreras le imprimían a esta última un potencial de lucha antiimperialista. Esto, unido a la posibilidad del desarrollo de un proletariado industrial en el curso de una revolución democrática, era capaz de proyectar e impulsar esas luchas en forma ininterrumpida hacia el socialismo.
En su artículo La Huelga Agrícola[6] Albizu Campos indica que no debía extrañar a nadie que los trabajadores optaran por organizarse corporativamente. De esa manera, señala, nadie tendría que hablar a nombre de ellos. Si los profesionales, empleados gubernamentales, industriales y otros se organizaban, por qué entonces los trabajadores no habrían de hacerlo. De acuerdo al Albizu Campos que asume las riendas de dicho proceso huelgario, los trabajadores “son el verdadero poder y la verdadera fuente de riqueza que tiene la patria”. Identificando al gobierno colonial como un gobierno “rompe huelga” que está al servicio de los intereses yanquis, es decir, como capataz de las empresas del capital estadounidense en Puerto Rico, Albizu vinculaba directamente la situación del pueblo y la de los trabajadores con la dominación y dependencia colonial.[7]
Finalmente, Albizu Campos, en otro escrito de fecha 19 de enero de 1934, publicado en el periódico El Mundo a la página 6, el cual figura también recogido en sus Obras Escogidas,[8]indicaba lo siguiente:
“…lo único que puede salvar al obrero de la explotación capitalista es la implantación de un respetable salario mínimo y de menos horas de trabajo en virtud de ley.”
Recordemos que aquella gran huelga de los trabajadores de la caña de azúcar tenía como aspectos reivindicativos principales los siguientes: (a) el repudio a la implantación de salarios más bajos; (b) el reclamo de una verdadera participación de los trabajadores en la riqueza que estos producían; es decir, una mejor redistribución de la riqueza; (c) aumentos salariales y el rechazo de la influencia e injerencia del capital estadounidense en el gobierno colonial; (d) el rechazo al uso de “tickets” o vales por parte de las centrales azucareras como instrumento en sustitución del pago en efectivo de los salarios de los obreros.
Indica una vez más el “Taller de Formación Política” en sus investigaciones recogidas en el libro ¡Huelga en la Caña! 1933-34[9]:
“…Albizu no venía a romper la huelga. Venía a insuflarle energía a un proceso desorganizado que se batía en múltiples frentes, sin dirección, y que ya daba muestras de agotamiento en algunas regiones, mientras se extinguía en otras.” [10]
Probablemente, sin embargo, donde queda ilustrado de manera más diáfana el impacto que la participación de Albizu tendría en la Huelga Cañera, fue en las declaraciones periodísticas aparecidas en el periódico El Imparcial [11] donde se indica lo siguiente:
“La entrada de Albizu Campos en la lucha proletaria señala un cambio trascendental en el temperamento de los huelguistas y amenaza seriamente la existencia de la subsidiaria local de la American Federation of Labor. Al entrar en el campo obrero el líder nacionalista, se inicia una consolidación de los elementos izquierdistas del Socialismo y de todos aquellos grupos que, no siendo radicales, estiman, sin embargo, que sería saludable nacionalizar el obrerismo puertorriqueño con vistas a intensificar la lucha contra el dominio que ejercen en el país las corporaciones norteamericanas.
…La opinión general es que, si Albizu se hace cargo de la reorganización de la huelga y se pone frente a la misma, junto a los líderes que aún están firmes, a los propagandistas del nacionalismo, la huelga continuará y asumirá las proporciones de un verdadero conflicto. El Partido Nacionalista cree en la lucha de clases y tiene tendencias de renovación social de acuerdo con su credo político. Además, favorece la resistencia militante en cualquier forma efectiva contra el Gobierno.”
Esta afirmación, en nada difería con aquella expresada por un sector disidente dentro del Partido Socialista – disidente respecto a la huelga, aunque no disidente respecto a su identificación con el Partido propiamente–. Este sector, auto denominado “Afirmación Socialista”, indicaba en un Manifiesto publicado el día 15 de enero de 1934:
“Al entrar en el campo obrero el líder nacionalista, se inicia una consolidación de los elementos izquierdistas del Socialismo y de todos aquellos grupos que, no siendo radicales, estiman, sin embargo, que sería saludable nacionalizar al obrerismo puertorriqueño con vistas a intensificar la lucha contra el dominio que ejercen en el país las corporaciones norteamericanas.”[12]
Ramón Medina Ramírez[13], por su parte, nos indica al respecto:
“En 1934, la población agrícola, esclavizada con jornales de hambre en los enormes latifundios cañeros, se levanta en huelga general. Albizu Campos es llamado urgentemente por los trabajadores para que les dirija nuevamente. Los trabajadores rechazan en esta ocasión la intervención solapada de los líderes socialistas, entregados hace ya mucho tiempo al capitalismo explotador.”
Más adelante indica que, “cada discurso de Albizu Campos– en referencia a su participación en la Huelga– es un incentivo de fervor revolucionario contra el poder ilegal impuesto por los Estados Unidos.”
Juan Antonio Corretjer por su parte, señala[14] que el programa del Partido Nacionalista aprobado en 1930 demuestra de principio a fin la conciencia que tenía Albizu Campos en relación a la importancia que representaba para la lucha anti colonial precisamente ésa lucha reivindicativa de los trabajadores. Al respecto indica:
“Todas las grandes cuestiones sociales empiezan por plantear un problema filosófico que finalmente se resuelve en el campo de batalla.”
Eso era lo que precisamente implicaba en aquel momento para Estados Unidos, desde la perspectiva de la propuesta del nacionalismo albizuista, la participación de dicho sector político en el conflicto huelgario contra los dueños de las centrales azucareras yanquis, contra los intereses económicos imperialistas en Puerto Rico, contra la dominación de Estados Unidos sobre nuestro país: un conflicto que solo podría encontrar solución en el campo de batalla de los intereses nacionales del capital absentista y aquellos de los trabajadores y trabajadoras puertorriqueños enmarcados dentro de un reclamo de independencia y soberanía política.
En aquel momento la población de Puerto Rico era apenas de dos millones de personas de las cuales 137 mil eran trabajadores empleados en las fases agrícola y fabril de la industria del azúcar. Como indica Corretjer,[15] “en una población de menos de dos millones, algunos 700 mil puertorriqueños dependían de la agricultura y elaboración fabril del producto.” Más adelante, a la página 26, nos indica:
“El llamamiento hecho por los trabajadores a Albizu Campos para que liderara la huelga alertó al imperialismo que la organización de los trabajadores agrícolas de la principal explotación del país ya no podía ser diferida. Era probable que esa organización se hiciera con una orientación independentista, anti imperialista quizás.”
Las coordenadas, estaban delimitadas. Independientemente de cualquier apreciación sobre el carácter de clase ideológico pequeño burgués que se atribuya al movimiento nacionalista en ese momento—que no necesariamente es la composición social y de clase de sus integrantes—la vinculación de la reivindicación nacional de la independencia, la soberanía y la libertad política con una clase social como la clase trabajadora, vinculada a un reclamo social y económico que empalmara con el reclamo político de tal libertad, soberanía e independencia, comprometía el proyecto colonial e imperialista de Estados Unidos en Puerto Rico. Es a partir de tal experiencia que Estados Unidos redefinen sus planes de dominación política en Puerto Rico.
Dentro del contexto del desarrollo de la huelga, Albizu Campos compareció a una tribuna en Guánica encontrando la misma rodeada de policías. Estos eran supervisados personalmente por el Coronel estadounidense a cargo de la Policía de Puerto Rico, Francis E. Riggs. El propósito era impedir que los trabajadores pudieran acercarse a la tarima. En dicha ocasión, Albizu lanzó una severa advertencia a la Policía de Puerto Rico cuando indicó, que “si por las balas de la policía muere un obrero, morirá el gobernador Winship. Y si por las balas de la policía muere un trabajador, morirá Riggs”. Finalizó indicando: “Si aquí suena un tiro, matamos al gobernador inmediatamente.”
Se indica que a partir de ese momento se elaboraron por parte de los Estados Unidos dos opciones para manejar al nacionalismo: la primera, sobornarle como organización; la segunda, destruirle como organización. Paralelo con este propósito, comienza a llegar a Puerto Rico el resultado de unas recomendaciones económicas que, bajo la política del Nuevo Trato de la Administración Roosevelt, se extenderían a nuestro país por vía de transferencias federales; y se intensificaría la labor de sobornar dirigentes dentro del Partido Nacionalista que solicitaran, primero la destitución de Albizu y luego, en el caso de otros, plantear la eliminación física de Albizu Campos.
La represión desatada por el gobierno de Estados Unidos
Las órdenes represivas dictadas en Washington y ejecutadas por la Policía de Puerto Rico bajo el mando del Coronel Elisha Francis Riggs en contra del Partido Nacionalista tomarían cuerpo un 24 de octubre de 1935 en la Calle Braumbaugh de Río Piedras. Esta se materializaron con el atentado perpetrado a mansalva contra cinco nacionalistas resultando cuatro de estos muertos y otro herido. Estos sucesos pasarían a ser conocidos en nuestra historia como la “Masacre de Río Piedras”.
En en el duelo ofrecido por Albizu ante las tumbas de estos mártires, quedaría plasmada la advertencia nacionalista al gobierno norteamericano de devolver golpe por golpe toda afrenta contra la dignidad nacional de nuestro pueblo y la integridad de sus defensores. Allí éste sentenció:
“Aquí se repite la historia de todos los tiempos; la libertad de la patria se amasa con nuestra sangre y se amasa también con la sangre de los yanquis.”
Posteriormente la Junta Nacional del Partido Nacionalista emitiría una Declaración Oficial la cual concluía con el siguiente llamado, “Guerra, guerra, guerra contra los yanquis.” Esta concepción, lejos de ser un llamado retórico, era una convocatoria a la acción. Decidido el nacionalismo a adelantar esta concepción de lucha se planteó la necesidad de organizar un Cuerpo de Cadetes de la República que fuera el armazón del futuro ejército libertador. La respuesta del Gobierno de los Estados Unidos al llamado nacionalista no se hizo esperar. En adelante, sería de “Guerra, guerra, guerra” contra los nacionalistas puertorriqueños.
Dentro de la concepción nacionalista que Albizu Campos desarrolló, era requisito indispensable en todo pueblo que se pretendiera organizar para el rescate de su soberanía -como este decía en referencia al Partido Nacionalista-, era indispensable desarrollar no solo una moral de combate, sino, además, una mística de lucha basada en el valor y en el sacrificio de sus combatientes.
Por eso, cuando Hiram Rosado y Elías Beauchamp reivindicaron con el ajusticiamiento del Coronel Riggs los asesinatos cometidos cuatro meses antes en Río Piedras, Albizu aprovecharía ese momento para hacer su famosa alocución en torno al Valor como virtud suprema. Así, ante cientos de seguidores al despedir los restos mortales de estos héroes – mártires, con verbo elocuente pronunciaría:
“El valor más permanente en el hombre es el valor. El valor es la suprema virtud del hombre y se cultiva como se cultiva toda virtud y se puede perder como se pierde toda virtud. El valor en el individuo es su supremo bien. De nada vale al hombre estar lleno de sabiduría y de vitalidad física si le falta el valor. Porque el valor es lo único que permite al hombre pasearse firme y serenamente sobre las sombras de la muerte y cuando el hombre pasa tranquilamente sobre las sombras de la muerte, entonces es que el hombre entra en la inmortalidad.
El culto el heroísmo no es un culto romántico. El culto al heroísmo es un culto a la eternidad.”
Es esta noción sobre el valor el alimento espiritual sobre el cual descansaría la lucha nacionalista en los años siguientes encontrando su expresión en sucesos tales como aquel donde un Cadete de la República de nombre Bolívar, durante la plena matanza llevada a cabo por la Policía en Ponce en 1937, con su propia sangre escribiera en la pared al lado de la cual ofrendaría su vida “¡Viva la República, Abajo los Asesinos!”. Es también el valor con el cual supieron enfrentar su encarcelamiento y el destierro en prisiones federales durante largos años Albizu Campos y el liderato nacionalista; es la decisión mostrada por Raymundo Díaz Pacheco, primero en el año 1936 cuando, junto a un Comando Nacionalista, le salieran al paso a tiros al automóvil en que viajaba el mismo Juez federal que había ordenado el encarcelamiento de Albizu y es el valor que revalidaría años más tarde Raymundo, entregando su vida en el Ataque a la Fortaleza en 1950 junto a otros cuatro nacionalistas.
Es el valor del joven estudiante Ángel Esteban Antongiorgi aquel que un 25 de julio de 1938, cuando caería abatido por disparos de la Guardia Nacional en su intento de ajusticiar al verdugo responsable por la Masacre de Ponce y entonces Gobernador Blanton Winship.
Es el mismo sentido del honor, dignidad y decoro el que orientó durante los años de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra de Corea a aquellos nacionalistas que enfrentaron a costa de su libertad personal el Servicio Militar Obligatorio que había impuesto el gobierno norteamericano sobre la juventud puertorriqueña.
La respuesta del gobierno de Estados Unidos al desafío nacionalista condujo, como indicamos, al enjuiciamiento y encarcelamiento de su liderato, donde luego de un segundo procedimiento judicial amañado en la Corte de Distrito Federal en Puerto Rico, Albizu Campos y el liderato máximo del Partido Nacionalista fuera condenado por conspiración sediciosa para derrocar al gobierno de Estados Unidos.
Las condenas tuvieron repercusión inmediatamente. Al día siguiente del traslado de Albizu Campos y sus compañeros a la prisión federal en Atlanta, Georgia, como ya indicamos, el auto en el cual viajaba el Juez Cooper que les había condenado, fue tiroteado a la altura del Puente Dos Hermanos a la entrada de la Isleta de San Juan por un comando nacionalista encabezado por Raymundo Díaz Pacheco.
A partir de aquel suceso, el gobierno estadounidense desató en el país una intensa campaña represiva, la cual tendría su efecto más significativo el Domingo de Ramos de 1937 en Ponce cuando fueron asesinadas 19 personas, incluyendo algunos agentes de la Policía de Puerto Rico y más de 150 heridos en lo que se conoce como la “Masacre de Ponce”.
La reorganización del nacionalismo
En los años que transcurrieron durante la prisión y el destierro de Albizu Campos y del liderato del Partido Nacionalista, el nacionalismo concentró sus actividades organizativas en la búsqueda de solidaridad internacional con las repúblicas de América Latina, a la vez que desarrolló un vigoroso esfuerzo en contra del Servicio Militar Obligatorio con motivo de la Segunda Guerra Mundial.
Fue durante dicho período que el Gobierno de Estados Unidos dirigió sus esfuerzos hacia la implantación de una estrategia dirigida a debilitar el apoyo de importantes sectores de nuestro pueblo a la independencia. En un primer momento, indica Juan Antonio Corretjer Montes, hicieron acercamientos en prisión a Albizu Campos ofreciéndole su libertad y el respaldo al Partido Nacionalista como fuerza dirigente bajo una autonomía tan amplia que sería equivalente “a una independencia sin bandera”. A cambio de esto, el Partido Nacionalista presentaría su renuncia a la independencia y su enfrentamiento con el poder imperialista de Estados Unidos en Puerto Rico.
El rechazo de Albizu Campos a dicha pretensión colocó en la agenda de Estados Unidos a Luis Muñoz Marín y a su Partido Popular Democrático, fundado en 1938, el que ya se encontraba abandonando su propuesta inicial de independencia por un nuevo arreglo al modelo de dominación colonial para Puerto Rico. De hecho, a la altura de 1945, Muñoz Marín había declarado la incompatibilidad entre ser afiliado al Partido Popular y formar parte del Congreso Pro Independencia, presidido entonces por Gilberto Concepción de Gracia, quien más adelante fundaría el Partido Independentista Puertorriqueño el 20 de octubre de 1946. A través de Luis Muñoz Marín y del Partido Popular Democrático el Gobierno estadounidense aseguraría legitimar un nuevo modelo de dominación colonial en Puerto Rico ante la comunidad internacional.
Extinguida su condena y la de sus compañeros, Albizu Campos regresó a Puerto Rico el 15 de diciembre de 1947 para inmediatamente dedicarse a la tarea conspirativa iniciada durante la década anterior.
Como indicamos, a su llegada a Puerto Rico ya el imperialismo había echado a caminar sus planes con su nueva carta, Luis Muñoz Marín, quien indicaba que en Puerto Rico no había condiciones para la independencia. Para entonces se había desarrollado un nuevo escenario producto de la correlación mundial de fuerzas surgidas entre Estados Unidos y la Unión Soviética, como también el desarrollo de las luchas descolonizadoras en Asia y África y el surgimiento de nuevos movimientos sociales en América Latina.
La respuesta militar del nacionalismo
El 26 de octubre de 1950, luego de los actos convocados por el Partido Nacionalista en el municipio de Fajardo para honrar la memoria de uno de los precursores de la independencia de Puerto Rico, el Mayor General Antonio Valero de Bernabé y del arresto de nacionalistas, Albizu Campos impartió órdenes para el levantamiento armado. Con él pretendía llamar la atención de la comunidad internacional sobre el reclamo de independencia de Puerto Rico, a la vez que descarrilar los planes del gobierno estadounidense para Puerto Rico luego de la aprobación de la Ley 600 por parte del Congreso.
Con la aprobación y ratificación por parte del electorado en Puerto Rico de la convocatoria a una Asamblea Constitucional con el propósito de redactar una Constitución que regulara los asuntos internos del país, ello bajo los controles del Congreso de los Estados Unidos, estaba en marcha una reformulación del modelo de dominación colonial para Puerto Rico.
Las acciones armadas llevadas a cabo por el Partido Nacionalista incluyeron el Ataque a Fortaleza el 30 de octubre; las acciones armadas en pueblos como Jayuya, Utuado, Arecibo, Naranjito, Mayagüez, Peñuelas, San Juan; y el ataque a la Casa Blair en Washington, residencia provisional del presidente de Estados Unidos. El resultado del levantamiento armado, del cual participaron aproximadamente 140 nacionalistas, fue de 29 muertos (21 nacionalistas y 8 policías y militares) y 47 heridos.
Luego de los sucesos, se desató una gran represión contra todo el movimiento independentista en Puerto Rico. A pesar de la derrota militar, el nacionalismo no cesó en su propuesta de lucha libertaria preparando las condiciones para un nuevo enfrentamiento.
Se tiene acceso a dos Informes (de tres que fueron en total), redactados los días 22 de noviembre y 2 de diciembre de 1954, enviados con carácter confidencial a Luis Muñoz Marín, detallando los nuevos planes nacionalistas. Estos informes están basados en el testimonio de un traidor y delator del nacionalismo de nombre Gonzalo Lebrón Sotomayor, hermano menor de Lolita Lebrón y quien fuera presidente de la Junta Nacionalista de Chicago. A estos informes confidenciales se vino a tener acceso en la década de 1990 como resultado de un pleito entablado por el historiador Pedro Vázquez y la dirigente nacionalista Doña Isabel Rosado solicitando del Departamento de Justicia y de la Administración de Corrección la entrega del material obtenido por la Policía de Puerto Rico en los allanamientos hechos contra los nacionalistas a raíz de la Revolución de 1950. La documentación incautada hoy se encuentra en los depósitos del Archivo Histórico de Puerto Rico, mientras que la mayor parte de los objetos incautados pasaron a la custodia del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
En los informes confidenciales, el entonces Jefe de la Policía Insular, Coronel Salvador T. Roig, informa a Muñoz Marín, y este a su vez, por conducto de su Ayudante Ejecutivo Marco A. Rigau, al entonces Secretario de Justicia José Trías Monge, que desde 1949 el liderato nacionalista venía planificando una “revolución” que se llevaría a cabo en Puerto Rico previo a las elecciones de 1952. En la misma se contemplaba, como parte de las acciones que se habrían de llevar a cabo en Puerto Rico, la participación de nacionalistas residentes en Estados Unidos. Indican los informes que Gonzalo Lebrón Sotomayor señala que los sucesos que ocurrieron en el país previo al 30 de octubre de 1950, habían precipitado la decisión de la dirección de Partido Nacionalista de impartir órdenes de atacar en esa fecha, por lo que se había adelantado el movimiento insurreccional.
Señala el delator que durante los años en que la dirección del Partido Nacionalista había estado presa en Estados Unidos, clandestinamente miembros de dicho Partido que no fungían públicamente como parte de dicha organización, mantenían la comunicación continúa con Albizu Campos; y que bajo sus instrucciones, habían procedido a reorganizar las estructuras políticas y militares de dicho Partido, gestionando, además, recursos económicos y el armamento necesario para llevar hacia adelante los planes insurreccionales, originalmente previstos para 1952.
Como parte de los preparativos, las Juntas Nacionalistas en Estados Unidos jugaban un papel de importancia en el trabajo internacional en la ONU, además de en la preparación de combatientes para participar en acciones militares contra objetivos localizados en Estados Unidos. Estos incluían ataques a los centros de poder de dicho país tales como el Pentágono, Casa Blanca, el Tribunal Supremo de Justicia, el Congreso, etc. De esta manera, dentro del desarrollo de sus planes insurreccionales, el nacionalismo había incorporado al arsenal teórico de la lucha de liberación nacional puertorriqueña, la concepción de llevar a cabo acciones de guerra en la retaguardia del enemigo.
A diferencia de lo que había sido el desarrollo de una concepción de lucha independentista durante el siglo XIX, el nacionalismo había incorporado en su quehacer esta concepción de lucha, según la cual era necesario organizar también políticamente estructuras de lucha en la retaguardia; es decir, dentro de las entrañas mismas del invasor, ello a partir de unas estructuras que ofrecieran la posibilidad de llevar a cabo el accionar militar dentro de los propios Estados Unidos. La existencia en dicho país de una considerable emigración puertorriqueña, principalmente hacia distintas ciudades en los Estados Unidos y la posibilidad de desarrollar allí, no solo una estructura legal que allegara recursos económicos y logísticos para el adelanto de nuestra lucha, sino además, que contara con la capacidad de atacar objetivos políticos y militares dentro de los Estados Unidos, vino a reforzar el teatro operativo desde el cual se desarrollaría en adelante nuestra lucha de independencia.
Contrario a algunas nociones históricas que han pretendido oscurecer el significado y alcance de dichos sucesos, la Insurrección Nacionalista de 1950, el Ataque a la Casa Blair el 1 de noviembre de 950 y más adelante, el Ataque al Congreso el 1 de marzo de 1954, se inscriben hoy día dentro del contexto de un difícil y complejo proceso organizativo llevado a cabo por el Partido Nacionalista dirigido proclamar la independencia de Puerto Rico.
En su relato, Lebrón Sotomayor provee importante información sobre quienes asumieron la dirección de Partido Nacionalista luego de la Revolución de 1950, contactos y planes insurreccionales futuros. Lebrón Sotomayor también informa los antecedentes al Ataque al Congreso de los Estados Unidos de 1954 y las diferencias surgidas entre la Junta Nacionalista de Nueva York y la Junta Nacionalista de Chicago. Detalla la manera en que se transmitieron las órdenes para el Ataque al Congreso.
Otro dato que es importante destacar de dichos informes, que, dicho sea de paso, nos lleva en conjunto con otros datos como los antes identificados, a descartar la tesis según la cual los sucesos de 1950 fueron producto de una improvisación espontánea o un aventurerismo suicida, es que como parte de la planificación existía un Jefe Militar que afortunadamente nunca fue identificado por el enemigo, a cuyo cargo se encontraba el desarrollo de los planes insurreccionales. De acuerdo con Lebrón Sotomayor, el Partido Nacionalista contaba con una estructura militar (también denominado “grupo subterráneo”) y otra social donde la primera no participaba en actividades públicas del nacionalismo, son de la absoluta confianza del Presidente del Partido y su liderato, a los cuales se les entrena con distintos tipos de armas de fuego.
Como en la historiografía de los sucesos del 1950 en pocas ocasiones se documentan los objetivos insurreccionales, dichos Informes nos permiten también incursionar en dichos datos. Dentro de los objetivos definidos se encontraban los siguientes:
(a) iniciar acciones de distracción en los días previos al inicio de la Insurrección pegándole fuego a los cañaverales y estaciones de gasolina cercanos a las entradas y salidas de los pueblos donde se atacaría para atraer hacia ellos a los bomberos y la Policía;
(b) la toma de rehenes entre los funcionarios del Gobierno que se consideraban claves;
(c) un plan de repliegue hacia las áreas montañosas para desde allí continuar luchando ante la eventualidad de que el Gobierno se recuperara del factor sorpresa y contraatacara;
(d) el trabajo de coordinación con aquellas repúblicas amigas de la independencia de Puerto Rico para obtener reconocimiento internacional de las fuerzas insurgentes;
(e) la realización de juicios por traición a los principales implicados en la represión del nacionalismo;
(f) el ataque al Presidio y otras cárceles donde se encontraran nacionalistas encarcelados;
(g) el ataque contra instalaciones donde se pudiera recuperar armamento;
(h) la sincronización de la hora de ataque adecuada a la rutina de los cuarteles policiacos;
(i) la adquisición de medios logísticos tales como armamento, explosivos, radio-comunicadores, etc.
Con el propósito de captar la atención internacional de la comunidad mundial hacia el caso de Puerto Rico y con el propósito de evidenciar el hecho de que no se trataba de una lucha de puertorriqueños contra puertorriqueños, a la par que se desarrolló el levantamiento insurreccional de 1950, el 1 de noviembre de 1950 un Comando Nacionalista integrado por Griselio Torresola y Oscar Collazo, atacó la Casa Blair, sede de la residencia temporal del Presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman.
El legado de nuestros mártires
Esa semilla, regada por la sangre de mártires y combatientes que, con honor, dignidad, valor y sacrificio, cumplieron con el llamado a las armas es la que nos ha permitido al día de hoy saborear y apreciar ese deseo de libertad y la voluntad para alcanzar la misma que hoy decenas de miles de luchadores, desde todas las trincheras de lucha expresamos.
Desde la acción electoral hasta la clandestina; desde la lucha política organizada hasta las luchas populares y cívicas; desde los frentes culturales, ambientales, sindicales, comunales, religiosos; pasando por las luchas anti-militaristas de varias generaciones; las luchas estudiantiles y juveniles; las luchas por los derechos democráticos, y por que no, las luchas libradas a lo largo de los años hemos vivido por la paz y la desmilitarización y la descontaminación de nuestra Isla Nena; como más recientemente, las increíbles movilizaciones de nuestro pueblo reclamando la renuncia del pasado gobernador y el fin de la presencia de la Junta de Control Fiscal y la Ley PROMESA, todas ellas separadas o vistas en su conjunto, con una perspectiva histórica, no son sino la continuación de una sola lucha: la lucha del pueblo puertorriqueño por su soberanía, su autodeterminación y su plena independencia.
El concepto ético que el nacionalismo inculcó, ese sentido del cumplimiento de un deber supremo con nuestro pueblo, la reafirmación de nuestra nacionalidad, la búsqueda incesante de nuestro propio espacio como nación latinoamericana y caribeña hoy en un mundo cada vez más globalizado y la solidaridad necesaria en la misma, constituyen valores sin los cuales seríamos poco más que una tribu o conglomerado amorfo de personas en búsqueda de una definición propia que nos oriente y nos guíe.
Jamás en la historia de los Estados Unidos y posiblemente jamás en la historia de los procesos políticos en que se desenvuelvan las luchas anti-coloniales y de liberación nacional, un país como el nuestro ha ofrecido ejemplos de tan alto valor para las presentes generaciones.
Para desgracia del imperialismo y para honra de nuestro pueblo, la derrota militar de la insurrección Nacionalista de 1950 no ha podido enterrar la vocación de lucha de los puertorriqueños(as). Por eso nos sentimos victoriosos, por eso creemos que la sangre de cada mártir alimenta la semilla de liberación de nuestro pueblo. Precisamente por eso, la Insurrección Nacionalista de 1950 no es un capítulo separado o superado por la historia. La insurrección nacionalista es un suceso de gran importancia para nuestro futuro que enmarca en una lucha iniciada a finales del Siglo 18, cuando nos dice don Germán Delgado Pasapera en su libro Puerto Rico: sus luchas emancipadoras[16], aparecen las primeras manifestaciones independentistas en nuestro país, manifestaciones estas que casi dos siglos después, siguen estando presentes en nuestra lucha cotidiana por afirmar nuestro derecho a la libre determinación e independencia..
El imperialismo sabe que mañana, con la unidad de todo un pueblo, por encima de diferencias que hoy nos separan, seremos capaces de construir una nueva realidad, una donde hagamos un 30 de octubre en todos los rincones patrios.
¡Gloria eterna a nuestros mártires!
Notas al calce:
[1] Años atrás, en un evento llevado a cabo en el Barrio Mariana de Humacao, dedicado a Lolita Lebrón, Isabel Rosado y Carmín Pérez, donde dediqué palabras a cada una de estas tres heroínas de la Patria, me referí a Lolita como Lolita Lebrón Sotomayor. Ella me comentó luego de mi presentación su agradecimiento por mis palabras pero indicó que quería aclarar un asunto. Me indicó que sus apellidos eran Lebrón Soto, no Sotomayor. Que el problema es que a la hora de inscribirla a ella y algunos de sus hermanos, el apellido Soto de su madre se registró como Sotomayor. Si bien así figura en el Registro Demográfico, el nombre correcto es Dolores Lebrón Soto.
[2] Torres, Benjamín J., El Lcdo. Pedro Albizu Campos fue electo Presidente del Partido Nacionalista de Puerto Rico, en Pedro Albizu Campos: Obras Escogidas, Editorial Jelofe (1981) Tomo I, páginas 85-87.
[3] Rosado, Marisa, Pedro Albizu Campos: Las Llamas de la Aurora, un acercamiento a su biografía, página 190, Segunda Edición (1998).
[4] Taller de Formación Política, La Cuestión Nacional: El Partido Nacionalista y el movimiento obrero puertorriqueño (aspectos de las luchas económicas y políticas de la década de 1930-40), Capítulo XII, “El Nacionalismo y la Auto-organización obrera”, Editorial Huracán, 1982, página 146.
[5] Ídem., página 152.
[6] Pedro Albizu Campos: Obras Escogidas, Op. Cit. Tomo II, Editorial Jelofe, 1981, páginas 11-14.
[7] Véase, además, Pedro Albizu Campos: Obras Escogidas, “La Esclavitud Azucarera”, Op. Cit.,Tomo II, páginas 15-19.
[8] Ídem, páginas 15-19.
[9] Taller de Formación Política, Óp. Cit., Ediciones Huracán (1982).
[10] Taller de Formación Política, ¡Huelga en la Caña! 1933-34, Op. Cit., página 124.
[11] El Imparcial, 15 de enero de 1934.
[12] Taller de Formación Política, ¡Huelga en la Caña! 1933-34, Op. Cit. página 147.
[13] Ramón Medina Ramírez, El Movimiento Libertador en la Historia de Puerto Rico, Capítulo XV, “El Imperio inicia su Terrorismo Oficial”, página 103.
[14] Juan Antonio Corretjer, El Líder de la Desesperación, Guaynabo, 1972, página 58.
[15] Juan Antonio Corretjer, Op. Cit. página 25.
[16] Delgado Pasapera, Germán, Puerto Rico: sus luchas emancipadoras, Editorial Cultural, (1984).