Nuestra América y el mundo necesitan una nueva mirada internacional que enfrente al poder del capital, hoy más destructivo que nunca.
Hoy tenemos elementos para recuperar la tradición internacionalista que comprendió al movimiento obrero y a las fuerzas políticas de izquierda al menos desde mediados del siglo XIX y se prolongó en las distintas internacionales que ocuparon gran parte del siglo XX.
Ese internacionalismo se proyectó en una tradición de acción y pensamiento que tuvo su auge en torno a la revolución rusa y su estela y tiene referencia en Vladimir Lenin, Rosa Luxemburgo, León Trotsky, Antonio Gramsci.
Fue el espíritu que enfrentó a fondo las guerras, que hacía que trabajadores se solidarizaran con conflictos que se desenvolvían al otro lado del globo, que daba lugar a una contracultura proletaria autónoma, enfrentada con la cultura dominante
Hoy tenemos rebeliones populares que en mayor o menor medida se enfrentan al poder del capital y recorrieron buena parte del mundo, antes de la pandemia. Se vivió todo un ciclo de grandes movilizaciones, desde Chile hasta Líbano, pasando por Francia o Haití. De más reciente data son las masivas protestas contra el racismo en EE.UU.
Viejas y nuevas opresiones sacuden a los pueblos y apuntan a los núcleos mismos de los poderes presentes e históricos imperialistas, coloniales, esclavistas. Hemos asistido en 2021 a un paro nacional y rebelión popular en Colombia, en un cuestionamiento inédito de una elite corrupta y represora que lleva décadas en el poder.
Todo eso nos marca el posible sentido de un nuevo internacionalismo, un impulso que logre aunar esos esfuerzos, que extienda la solidaridad y la identificación. La lucha de clases es internacional por su contenido, como pensaron los clásicos del pensamiento socialista.
El contenido internacional de la lucha de clases
En este mundo globalizado más intercomunicado y trasnacionalizado que nunca, necesitamos el internacionalismo de los pueblos. Es el modo de enfrentar la mundialización del poder del capital. Los nuevos elementos de crisis que acarrea la pandemia e incluso las conmocionantes consecuencias de la guerra en Ucrania, pueden marcar nuevos rumbos para estas rebeliones.
No podría ser una internacional sólo de partidos, sino de diversos agrupamientos políticos y sociales, con las formas organizativas más diversas y con la lucha contra el sistema social basado en la alienación y la explotación como bandera.
La fuerza de la articulación tiene un eje disponible hoy, hasta cierto punto inédito: La convicción de que el capitalismo actual no sólo es explotador y alienante. Sino que amenaza con instaurar el reinado de la barbarie, e incluso puede acarrear la destrucción de todo el planeta. No ya por medio de la guerra, sino por el propio funcionamiento “normal” de la producción y el consumo bajo las reglas del supuesto “libre mercado”.
La tradición antiimperialista es un patrimonio común de la historia de Nuestra América. Desde los tiempos de José Martí y luego de José Carlos Mariátegui se fue construyendo un pensamiento basado en la resistencia a la hegemonía del capitalismo norteamericano. Es necesario el sostén y el enriquecimiento de esa tradición con un impulso renovador y el desarrollo de mecanismos de solidaridad entre los pueblos.
Es el modo de enfrentar al gigante que nos ataca. Si no siempre con armas, sí por medio de megacorporaciones que invierten destruyendo, con endeudamiento condicionado, con hostigamientos de todo tipo al que siquiera amaga con seguir un sendero de autonomía.
Cuba y Venezuela han resistido y resisten todas las presiones del estado norteamericano. El antiimperialismo sigue y seguirá siendo bandera de solidaridad y unidad; y potencial basamento de una perspectiva antiimperialista.
Con Venezuela a la cabeza, seguida tiempo después por Bolivia y Ecuador, los primeros años del siglo XXI fueron los de una renovada puesta en cuestión del poder del imperialismo y del gran capital en nuestra región.
No sólo eso, sino que fueron procesos que colocaron de nuevo al socialismo (el del siglo XXI) en el vocabulario político y tuvieron un eje en la movilización y organización popular.
Lo que incluyó procesos constituyentes (en el sentido amplio del término, no el remitido a reformas constitucionales) que apuntaron a conformar una democracia desde abajo, asamblearia, superadora de las deterioradas formas representativas que le debían mucho a las derrotas de la década de 1970.
En el terreno de la teoría esas experiencias contribuyeron a revitalizar una visión del internacionalismo pensada desde Nuestra América. Los procesos “bolivarianos”, con sus grandezas y sus carencias, marcaron una praxis revulsiva, entroncada con las mejores tradiciones del continente y en búsqueda de convergencias internacionales para enfrentar el poder del gran capital en general y de EE.UU en particular.
Todxs contra el capital
La centralidad de las trabajadoras y trabajadoras sigue siendo un punto de partida fundamental. Hay que evitar y combatir la tendencia a diluir a ese sujeto, y que a partir de ahí proclamar la caducidad de los ideales socialistas.
Con todos los cambios en la organización del trabajo, en la tecnología y la incidencia de la precarización impulsada por las grandes empresas, los trabajadores y trabajadoras siguen siendo los productores de la riqueza. Incluso desde la precariedad o con formatos que disimulan la condición de asalariados.
La lucha de los trabajadores necesita ir acompañada con un amplísimo movimiento de “los de abajo”, que incluya a los no asalariados (o no reconocidos en su condición de tales), que comprenda, en la otra punta, a los sectores más especializados, técnicos y profesionales. Y que apunte también a los “asqueados” por el sistema aunque no sean explotados de modo directo.
Se necesita un movimiento sindical de nuevo tipo, que incluya a las organizaciones territoriales y de la economía popular y desarrolle al máximo las instancias asamblearias e impulsadas desde las bases. En el objetivo de hacer saltar por los aires a los sindicalismos burocráticos, empresariales, adheridos al capital y prohijados por los estados burgueses.
Los movimientos ligados a pueblos originarios y afrodescendientes, a los feminismos, las disidencias, los movimientos ambientalistas, es indispensable que se integren y aporten la potencia creciente y la visibilidad incrementada de estos últimos años, muy en particular el movimiento de mujeres.
Se requiere que ninguno de esos sujetos se encierre en sus problemáticas específicas o que le asigne absoluta prioridad a la propia sobre las otras. El enemigo busca dispersar, segmentar, fragmentar. Buscar que una identidad, un tipo de reivindicaciones, se impongan sobre cualquier otra, puede ser un modo involuntario de hacerle el juego a los poderes fragmentadores.
Diversidad, pluralidad, por supuesto. Sin renunciar a percepciones mutuas, enriquecedoras de las respectivas “visiones del mundo” y engendradoras de acciones en común.
Necesitamos que a partir de una mirada elevada e integrada, se proyecte a una impugnación en conjunto del orden existente y una apuesta emancipatoria sostenida desde la pluralidad social, política y organizativa.
El feminismo, la defensa del medio ambiente, por ejemplo, pueden adquirir su pleno sentido y dimensión puestos en perspectiva de crítica radical al capitalismo. No hay “soluciones de fondo” para el medio ambiente, para la problemática de las mujeres, para la posesión de la tierra; mientras exista la propiedad privada de los medios de producción.
Todo auténtico programa se construye al tiempo que se hace camino en el movimiento y la organización. No se trata de hacer largas elaboraciones a priori, de establecer caminos únicos y predeterminados. Asimismo tenemos que abrevar en las tradiciones, en las banderas de un siglo y medio de movimiento obrero y socialista.
Hay que partir de la tradición de los tiempos del Manifiesto Comunista: Socialización de los medios de producción y autogobierno de las masas como los grandes objetivos estratégicos, históricos
Hoy cabe renovar el cuestionamiento de la propiedad privada de los medios de producción y de cambio, en una perspectiva que tienda a superar la “estatización” pura y simple.
De modo de eludir las miradas “estadólatras” como escribía Gramsci. En la idea de trabajar con autonomía frente al estado sin hacer “autonomismo”. Sin renunciar nunca a la disputa por el poder político, a la irrupción de las masas para destruir el aparato estatal de la burguesía. Colectivización, autoorganización, autogestión, como grandes pasos. Que es probable que durante un tiempo deban construir su terreno de disputa con el poder del capital, que seguirá existiendo y actuando.
Otro gran punto programático es la defensa de los bienes comunes, que incluye las distintas soberanías (alimentaria, energética), y la autonomía frente al capital financiero mundial. Cada “soberanía” en manos del pueblo implicaría un recorte sustancial al poder del capital. Y llevaría a la desmercantilización de un amplio conjunto de bienes y servicios, a contramano de la tendencia del capital a mercantilizar todas las relaciones sociales.
Otro importante campo de acción es la defensa y promoción liberadora de naciones y etnias, en una perspectiva no particularista, que apunte contra el racismo multiforme que ha sido consustancial al capitalismo.
Lo mismo la perspectiva de género, orientada a la impugnación del capitalismo como la formación social con más afinidades con el dominio patriarcal.
Por una auténtica democracia y un genuino internacionalismo
En el terreno de la organización política se impone abrir paso a una demanda de democracia radical, que avance en los mandatos imperativos y revocables, en la organización desde abajo, con basamentos locales. Y a través de allí marche adelante en la desmitificación de ese supuesto “gobierno del pueblo” que cada vez más es una “democracia sociedad anónima”, en manos de las corporaciones.
Que cuestione a una dirigencia política y cultural puesta al servicio exclusivo del gran capital, signada por la corrupción y el desentenderse de las demandas de la población.
El dominio del capital obtiene gran parte de su legitimidad del hecho de poderse presentar como “gobierno del pueblo”. Hay que luchar para destruir esa creencia. El único gobierno popular es el que se construye en lucha contra el capital y sólo llegará a su plena realización sobre las ruinas del capitalismo.
Ha faltado en las últimas décadas una perspectiva internacionalista con capacidad de consolidación y permanencia. Se logró constituir foros, como el de San Pablo, que nucleaba partidos. Y el Foro Social Mundial, con las organizaciones sociales.
Otro campo son las experiencias de integración entre estados de Nuestra América, que acompañaron a las experiencias bolivarianas, como Unasur, Celac, el Alba, que podrían verse proyectadas a integraciones entre los pueblos , como estaba contenido en la idea del “Alba de los pueblos.”
Son todas experiencias importantes. Ninguna hasta ahora ha logrado consolidar una expresión internacionalista claramente orientada a un orden mundial diferente.
Creemos que habría que aspirar al establecimiento de un programa común (aunque fuera expresado en unos pocos puntos de coincidencia) y a alguna forma de coordinación permanente. Quizás apuntar primero a una dimensión continental, para avanzar luego hacia una proyección mundial.
Hoy el nuevo internacionalismo puede pensarse desde el plano de los alzamientos mundiales contra la primacía del gran capital y su posibilidad de articulación. Un obstáculo a despejar es la fuerte influencia de quienes creen que se puede superar el “neoliberalismo” como expresión extrema o “salvaje” del capitalismo sin romper con ese modo de organización social.
Precisamos fortalecer la posición de quienes, al contrario, estamos convencidos de que no hay perspectiva de capitalismo “serio” o “humano”. No se trata de estigmatizar a las visiones reformistas sino de discutir contra la idea de un “reajuste” del capitalismo, buscando que se diluyan esas ilusiones.
Se cierne el fantasma de las nuevas derechas extremas, que marcan un riesgo de empeoramiento aún mayor de la situación. En un mundo en que se multipliquen las construcciones políticas del tipo de las que ha encabezado Donald Trump en EE.UU y conduce Jair Bolsonaro en Brasil. Allí debería radicar otro incentivo para la acción internacionalista, la lucha para que los heraldos de la visión más desbocada del capitalismo sean derrotados.
No se los vencerá con ninguna “Internacional progresista”, sino con un empuje que apunte hacia la raíz misma de los males, que enarbole la transformación socialista del continente y de la humanidad.
Hemos asistido al rápido crecimiento de una expresión de ultraderecha en Chile, que emergió como favorita de la primera vuelta de elecciones presidenciales. Felizmente terminó derrotada por una coalición expresiva tanto de las viejas tradiciones de la izquierda chilena como de movimientos que tuvieron actuación central en las manifestaciones populares de los últimos años.
Y sigue abierto un proceso constituyente, asimismo con predominio de la izquierda y de nuevos movimientos templados en la lucha social.
Más allá del rumbo que tome la flamante gestión del nuevo presidente Gabriel Boric, la conjunción de una coalición de izquierda en el gobierno y las sesiones de la convención constitucional requiere un seguimiento atento.
En las últimas décadas la cultura hegemónica ha tratado de convencer acerca de que el internacionalismo es, en el mejor de los casos, una bella utopía enterrada en el pasado. Se trata de nuestra parte de demostrar la vitalidad avasalladora que puede tomar lo que nos quisieron hacer creer que era un cadáver.
El internacionalismo más amplio, más profundo, más claro en la impugnación del orden social injusto y desigual pertenece al futuro. Guiado por la perspectiva socialista. Se trata de construirlo, llevando al porvenir lo mejor del pasado y del presente.
Fuente: Tramas