La imagen no podría ser más apocalíptica. Una ciudad abandonada, detenida en el tiempo, arrasada por la naturaleza. Así se encuentra hoy Fordlandia, creada por el empresario automotriz estadounidense Henry Ford hace casi 100 años en Brasil, en el medio del Amazonas.
Hoy la frecuentan algunos pobladores locales, trabajadores rurales y turistas ocasionales que quieren conocer este esqueleto de cemento tan particular en el medio de la selva. La idea original de Fordlandia era convertirse en un “ejemplo civilizatorio” del capitalismo en el Siglo XX pero terminó teniendo una corta y trágica vida.
Un pedacito del Medio Oeste en el Amazonas
Corría el año 1928. Henry Ford era noticia porque había lanzado al mercado el nuevo modelo de auto a colores que se sumaban al ya clásico negro Ford T, y porque informó a la prensa que había adquirido un territorio en Sudamérica que equivalía al tamaño del estado de Nebraska. Tenía 200.000 kilómetros cuadrados y se encontraba ubicada al norte de Brasil, en el Estado de Pará.
El objetivo de Ford era obtener en aquellas tierras caucho de los árboles para producir a gran escala látex, el compuesto usado para la fabricación de neumáticos, mangueras, válvulas, cables y otras piezas claves para los automóviles y para las máquinas que hacían los ensambles.
Conseguir caucho era muy caro para los empresarios estadounidenses porque el control del mercado lo tenía Gran Bretaña y ponía impuestos altos y trabas aduaneras a la comercialización. Sus colonias del sudeste asiatico se habían convertido en las principales productoras desplazando a Brasil de ese lugar, lo que llevó al gobierno de este país a buscar inversores extranjeros para reactivar su economía.
Le ofrecieron la concesión de un gran territorio a Henry Ford, quien aceptó rápidamente para conseguir lo único que le faltaba para controlar el conjunto de la producción de sus autos: el caucho.
A partir de allí se puso en marcha una obra de infraestructura enorme y muy cara para desmontar la zona. Se abrieron caminos, se construyeron carreteras y galpones de almacenamiento, se delimitaron zonas de cosecha y se puso en pie la urbe que lleva su nombre y que hasta llegó a visitarla Walt Disney en 1941.
Pero Fordlandia, para el millonario estadounidense, era mucho más que un área productiva. Quería construir una ciudad a “su imagen y semejanza”. Nacido en el campo en 1863, se había convertido en el símbolo de la industrialización. De pensamiento conservador, anticomunista, anti derechos laborales, racista y antisemita. También fue admirador del nazismo apenas surgido en Europa.
Buscó fomentar las costumbres, el estilo de vida y los valores estadounidense a plena selva, pero buscando evitar lo que para él significaba la perdición en las ciudades: juegos, alcohol, fiestas pero sobre todo las huelgas y movilizaciones constantes de trabajadores descontentos.
El historiador estadounidense Greg Grandin recorrió hace algunos años la zona e hizo una gran investigación sobre la historia de esta ciudad. La describe con casas tejanas con jardines y huertas, tuberías y pavimento, tendido eléctrico y telefónico. Había una plaza central, un hospital, una iglesia, un cine, piscinas y hasta campos de golf. Por encima de los árboles se levantaba el tanque de agua que era el punto más alto de la zona. El Ford T era el auto más visto.
Estaba el “barrio americano” para los administradores y el “barrio brasilero” para los trabajadores, quienes no eran pobladores locales sino que venían de otras partes del país, muchos junto a su familia. El racismo de Ford hacía considerar a los nativos como seres con capacidades inferiores.
Los estadounidenses impulsaron la lectura de poesías, bailes y festivales de música country. También proyectaban documentales de expediciones africanas y antárticas. Prohibieron el alcohol, el juego y la leche de vaca, que debía ser reemplazada por leche de soja, simplemente porque Ford odiaba estos animales.
La decadencia de Fordlandia
Grandin dijo que “los gerentes de Fordlandia se encontraron presidiendo una versión extrema del capitalismo de la cuna a la tumba, literalmente”.
Para la década del 50 ya era una ciudad fantasma. El gobierno de Brasil se hizo cargo de la concesión que Ford había dejado en 1945 pero duró poco porque desde el punto de vista capitalista fue un gran fracaso debido a distintas causas.
Primero porque nunca llegó a ser un proyecto rentable. Se intentó copiar el sistema productivo usado en Estados Unidos sin tener en cuenta las propias condiciones sociales, ambientales y económicas de la zona. La plaga de insectos y tizón azotaron las plantaciones prácticamente desde los primeros años diezmando la producción. Además de lo costoso que resultó el traslado de mano de obra e infraestructura y también las consecuencias de la crisis económica internacional de 1929 se hicieron sentir. No podían competir con las zonas productoras del sudeste asiático. Además los soviéticos habían expandido el uso del caucho sintético extraído del petróleo, en reemplazo del caucho natural, que se extendió en las industrias de todo el mundo a partir de a partir de la Segunda Guerra Mundial.
El segundo motivo del fracaso del proyecto de Ford es que, lejos de su ideal, los trabajadores protestaban continuamente por las terribles condiciones a las que eran sometidos. Estaban expuestos a altas temperaturas sin vestimenta adecuada y sin ningún elemento de protección.
El millonario estaba obsesionado por eliminar lo que llamaba “tiempos muertos”, mientras que para sus empleados esos eran tiempos de descanso. Hicieron huelga por las largas jornadas laborales, por la comida rancia, por los capataces corruptos, por el insuficiente servicio de salud. Para tener una idea la tasa de rotación de trabajadores llegó al 300%.
Para construir Fordlandia además se provocó uno de los mayores incendios que se hayan visto en el Amazonas. Animales y vegetación fueron quemados en forma irracional para construir la ciudad. Cantidades de materiales de construcciones quedaron oxidándose a orillas del río, contaminando el agua.
Ford nunca conoció la ciudad que levantó. Le tenía miedo a las enfermedades tropicales que podría contraer en la zona.
En los restos de la ciudad abandonada desde hace décadas, hoy es usada por locales para la producción de ganado vacuno. Y aunque el proyecto faraónico quedó en el olvido, las consecuencias tanto ambientales como económicas siguen presentes en la memoria de sus habitantes.
Fuente original: La Izquierda Diario