Sylvia Pankhurst: Natural Born Rebel es una obra extraordinaria, una aportación vital y necesaria y una lectura imprescindible para los tiempos que corren. La autora, Rachel Holmes, ha escrito la biografía definitiva de una de las gigantes políticas del siglo XX. Rebelde política, campeona de los derechos humanos y feminista radical adelantada a su tiempo, Pankhurst fue encasillada durante demasiado tiempo de “sufragista británica”. Aunque militó en el corazón mismo de la lucha radical por el sufragio universal (arriesgando incluso su vida), su activismo fue mucho más allá de este combate, desde dos guerras mundiales hasta el fascismo y el colonialismo y las luchas contra estas lacras. En esta biografía se abordan todos estos capítulos de la vida de Sylvia, contados desde la intimidad del punto de vista de esta mujer única que aspiró a “hacer del futuro un lugar que queramos visitar”.
Nacida en 1882, Estelle Sylvia Pankhurst era hija de la sufragista británica más famosa, Emmeline Pankhurst. Su padre, el abogado Richard Marsden Pankhurst, llamado el “Letrado Rojo”, había redactado la Ley de propiedad de las mujeres casadas de 1870, junto con su amigo John Stuart Mill. Con las dos hermanas de Sylvia y un hermano, las Pankhurst se convirtieron en la “primera familia del feminismo británico”, que contribuyó a generar un movimiento de masas que, según asevera Holmes, fue de una magnitud nunca vista desde el cartismo.
Sylvia tenía muy interiorizada la famosa máxima de Rosa Luxemburg (que un día llegaría a ser compañera de militancia de Pankhurst) de que la disyuntiva siempre es entre socialismo o barbarie. Su padre la llevó a una charla que dio Eleanor Marx en 1896, y esa fue una experiencia definitiva e inspiradora para la joven Sylvia. (La biografía anterior escrita por Holmes trata de esta precursora del feminismo socialista.) La educación de Sylvia como activista adolescente en el movimiento sufragista aguzó la especial sensibilidad que mostró durante toda su vida por el modo en que la opresión afecta de manera diferente a las mujeres; más tarde escribiría sobre los efectos del fascismo sobre las mujeres y cómo el imperialismo y el colonialismo ejercen una violencia añadida contra las mujeres nativas.
Durante su juventud, Sylvia militó en el “partido de la familia”, la Unión Política y Social de Mujeres (Women’s Political and Social Union, WPSU), fundada en 1903 y lanzada desde la sala de estar del hogar familiar; su lema era “Hechos, no palabras”. Sin embargo, pronto emergieron divisiones en el seno de la familia. La madre de Sylvia y su hermana mayor, Christabel, abogaban por que una vanguardia de mujeres de clase media, con educación, fuera la primera línea en la lucha por el derecho de voto, atendiendo solo después a las preocupaciones y el sufrimiento cotidiano de las mujeres de clase obrera. Defendían que la WPSU debía centrarse exclusivamente en la cuestión de derecho de voto de las mujeres, situando el género por encima de todas las demás categorías organizativas. Sylvia, en cambio, mantuvo los valores socialistas de su padre al propugnar el derecho de voto de todas las mujeres y los hombres de clase obrera, lo que motivó que su madre y su hermana la rehuyeran debido a su tenaz insistencia en la igualdad y la inseparabilidad de todas las luchas, no en vano el socialismo era un hilo rojo de su pensamiento.
Artista visionaria y de gran talento que obtuvo dos becas para la Royal College of Art (en una época en que pocas mujeres accedían a la academia), Sylvia diseñó el broche con la reja y la flecha que se entregaba a las sufragistas que habían cumplido condena de cárcel por su acción combativa en demanda del voto. Pintó a obreras trabajando, a reclusas y a sufragistas en campaña. Inspirándose en los legados del arte público de Walter Crane y William Morris, entre otros, Sylvia destacó con obras de arte público de gran tamaño, que incluyeron instalaciones y murales. Para ella, el arte y la lucha se entrelazan y la lucha por la justicia presidió el desarrollo de su talento como artista por temperamento y vocación, como demuestra Holmes.
Sylvia fue encarcelada por primera vez en 1906 y en el apogeo de la campaña de movilizaciones, en 1913 y 1914, entró y salió trece veces de la cárcel de Holloway, más que ninguna otra sufragista. Las sufragistas activas eran objeto de torturas rutinarias en la cárcel, pero Sylvia supo reponerse una y otra vez, y su capacidad para seguir movilizando a pesar de las múltiples detenciones que sufrió hizo que fuera un peligro mayor para el Estado británico, al tiempo que mostró la magnitud de los retos que tenía que abordar el movimiento sufragista.
Rebelde de nacimiento, ciudadana del mundo
En 1912, Sylvia se mudó al East End de Londres y en mayo de 1913 fundó, junto con Norah Smyth y la sufragista estadounidense Zelie Emerson, la WPSU del distrito este de Londres, donde impulsó la campaña por el sufragio al tiempo que batalló por un sistema de seguridad social. Holmes señala que el gobierno de posguerra de Clement Attlee se basó en su trabajo y sus escritos para crear el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido.
En un periodo en que el movimiento sufragista estaba dividido con respecto a la postura a adoptar ante la primera guerra mundial, Sylvia defendió una posición de principio, internacionalista, distanciándose de nuevo de su madre y su hermana Christabel, que apoyaban la guerra. Frente a ellas, alegó que esa guerra, al igual que la guerra de los bóeres y todas las guerras que hemos conocido, se libraba para obtener ganancias materiales…, siendo una enorme y vergonzosa pérdida para la humanidad. Fue esta participación en la lucha contra la guerra la que puso a Sylvia en contacto con algunas famosas radicales de su época que también se oponían a la guerra, entre ellas Clara Zetkin. Al comienzo de la primera guerra mundial, Sylvia era una socialista reformista renuente y sufragista que apoyaba al Partido Laborista; al término de la guerra, era una comunista revolucionaria de izquierda. Sylvia fue una revolucionaria en todos los ámbitos de su vida. Su primer gran amor fue Keir Hardie, el primer dirigente del Partido Laborista.
Cuando estalló la revolución bolchevique en Rusia, Sylvia ofreció su apoyo entusiasta. Su periódico, el Workers’ Dreadnought (Acorazado obrero), saludó el triunfo de la revolución rusa y apoyó la disolución inmediata de la asamblea constituyente, granjeándose la admiración de Lenin, quien la elogió por representar “los intereses de cientos de miles de personas”. En efecto, en noviembre de 1917 ella escribió que:
El problema ruso es nuestro problema: se trata simplemente de si la gente comprende el socialismo y si lo desea. Mientras, depositamos nuestra impaciente esperanza en los bolcheviques de Rusia: ojalá abran la puerta que conduce a la libertad de todas las tierras.
En la conferencia del Partido Laborista británico celebrada en 1918 se opuso a la intervención en Rusia; el Partido Laborista estaba haciendo concesiones en relación con la guerra y se mostraba hostil de la revolución bolchevique. El artículo publicado por Sylvia en Workers’ Dreadnought en 1920, Towards a Communist Party (Hacia un Partido Comunista), despertó el interés de Lenin por la posibilidad de creación de una Partido Comunista Británico. La negativa de ella a unir a los partidos socialistas y su defensa del antiparlamentarismo en el transcurso de la acción revolucionaria desató el enfado del líder bolchevique. Lenin escribió La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo a raíz de su debate con Sylvia.
Sylvia nunca cuestionó su compromiso con el socialismo internacional. En 1921 la acusaron de sedición y ella misma hizo su alegato de defensa: “Lucharé contra el capitalismo aunque me mate. No está bien que gente como ustedes se encuentren cómodos y bien alimentados mientras por todas partes haya personas que mueren de hambre.”
Los años veinte fueron una década revolucionaria para Sylvia en más de un aspecto; en 1927, a la edad de 45 años, estaba soltera cuando dio a luz a su único hijo, Richard, cuyo padre era su pareja de entonces, el anarquista italiano Silvio Corro. Su madre y su hermana Christabel rompieron entonces totalmente con ella, aunque en aquel momento su relación ya estaba bastante deteriorada a raíz de sus profundas diferencias políticas. Entre los compromisos internacionalistas de Pankhurst figura su crítica a los ataques de Italia contra Etiopía; ella percibió los peligros del ascenso del fascismo antes que muchas otras personas. En 1933 escribió con contundencia: “El fascismo niega y destruye toda libertad de pensamiento, de partidos, de prensa y de asociación: explota y esclaviza a la clase trabajadora.” Bregada en la lucha por la democracia, Sylvia vio cómo la estaban desmantelando antes de que otros percibieran estos procesos. La resistencia, como siempre, surgió de la humanidad y la resiliencia de los sectores atacados por el fascismo.
Sylvia estudió arte y cultura etíopes, y su dedicación a las luchas anticoloniales la puso en contacto con W. E. B. Du Bois, quien la alabó por llevar la Etiopía negra a la Inglaterra blanca. Durante la segunda guerra mundial ayudó a refugiados judíos a escapar de las garras nazis. Sus compromisos internacionalistas no solo se manifestaron en su militancia política, sino también en sus viajes. Su visita a Estados Unidos en 1912-1913, donde conoció a comunidades inmigrantes en Nueva York y Chicago, el Sur con su segregación racial y una universidad de indígenas norteamericanos, le causó un profundo impacto. Tras la revolución de 1917, un acontecimiento que conmocionó las vidas de todas las gentes revolucionarias del mundo, incluida Sylvia, viajó de incógnito a la Rusia soviética, una experiencia que también plasmó en una crónica.
Viajó por toda Europa continental y estudió la legislación social progresista que se iba implementando. Su militancia antirracista y antiimperialista la llevó al este de África, donde se interesó por la historia cultural etíope, que describió en sendas crónicas para contrarrestar las narrativas racistas y degradantes al uso. Pasó los últimos años de su vida en Etiopía, invitada por Haile Selassie, con quien entabló estrechas relaciones durante su exilio en 1935. En este país le rindieron los máximos honores de Estado; cuando Sylvia murió a la edad de 78 años en Etiopía, organizaron un funeral oficial.
Sylvia afrontó sin miedo todos los retos que le plantearon la vida y la historia. “Cuando sabes que tienes razón, no pueden pararte”, dijo una vez, y sus compromisos políticos vinieron acompañados de una firme claridad moral. Su hermana Adela observó en 1933 que “a los ojos de Sylvia, dejar de ser socialista si lo has sido alguna vez es un delito moral”.
“Búscame en un vendaval”
Es todo un logro de la biografía escrita por Holmes permitirnos revivir la notable vida de Sylvia Pankhurst en todos sus aspectos. Su interés por los detalles nos conduce a lo largo de esta biografía desde el salón familiar en Manchester, donde se celebraban reuniones feministas “en familia” hasta el confinamiento en solitario en la cárcel de Holloway, pasando por el Lower East Side neoyorquino, donde el pujante movimiento obrero estadounidense combatía el capitalismo desde el interior de su núcleo duro, por una reunión en el Kremlin con Lenin, y hasta la Etiopía independiente, un baluarte contra el fascismo donde Sylvia descansaba a la sombra de los eucaliptos.
Al mismo tiempo, el libro de Holmes nos transmite una semblanza real, humana y humanista de Sylvia, una mujer que odiaba las gachas de avena, era muy mala cocinera y amaba las películas de Charlie Chaplin. Fue una pareja y madre cariñosa, amiga leal y compañera de mucha gente, comprometida a dejar un mundo mejor que el que le tocó vivir. Fue una mujer humilde que vivía con sencillez, como afirmó en una rara reflexión sobre sí misma, “las ambiciones personales eran para ella nimias y efímeras, pues era consciente de que dentro de mil años, cuando todas y todos quienes luchamos y trabajamos en nuestros días finitos nos hayamos convertido en polvo, la humanidad seguirá labrándose su destino”. Al mismo tiempo, su capacidad inimitable para calibrar la realidad como es, mientras sostiene una idea visionaria de un mundo justo que todavía no ha llegado, se refleja en cada decisión tomada por Sylvia Pankhurst. Esta historia es contagiosa para las lectoras y lectores del siglo XXI.
Cuando el mundo va de un confinamiento a otro en medio de una pandemia global, resulta sorprendente leer sobre la firme autoconciencia de Sylvia, su resiliencia, valentía y capacidad de acción. Esta autoconciencia, como muestra Holmes poderosamente, se apoyaba en su implicación en la lucha. La pobreza escandalosa, la alienación y las adversidades contra las que luchó continuamente nunca mermaron su deseo de crear un mundo nuevo de cooperación, belleza, justicia y paz.
En el zeitgeist actual del siglo XXI, en el que las máximas neoliberales y capitalistas nos dicen que debemos autocuidarnos y centrarnos en la individualidad para alcanzar el bienestar, es una lección necesaria ver cómo una vida vivida en pro del mundo compartido puede empoderar y estimular a cada uno y cada una de nosotras. Holmes cita el tributo profundamente evocador que le rindió uno de los hombres etíopes que la conocieron en sus últimos años de vida: “Trabajaba día y noche sin descanso, dedicaba toda su energía y su mente brillante a ayudar a la gente. Lo que me entristece es que quedaran tantas cosas que ella deseaba completar.”
El libro Sylvia Pankhurst: Natural Born Rebel de Rachel Holmes rebosa de honestidad e integridad que brillan en cada página y llegan directamente el corazón de quien lo lee. Cuando nos esforzamos por reconstruir la izquierda internacional, en tiempos de enorme pobreza y grandes conflictos, urge que reconozcamos nuestra deuda con Sylvia Pankhurst, dando continuidad a su labor por un mundo de justicia y plena igualdad, como ella misma escribió una vez en un ensayo visionario, “A lo que aspiro: una oportunidad para los niños y niñas de mañana”.
Tomado de Viento Sur.