El Archivo de Seguridad Nacional de Estados Unidos ha desclasificado los informes que vinculan a la CIA y a la Casa Blanca con el golpe militar que acabó, en 1973, con la democracia en Chile. Que el presidente Richard Nixon y su consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, estaban detrás de aquel golpe era un secreto a voces. Ahora hay pruebas fehacientes.
En los días posteriores al 4 de noviembre de 1970, día de la victoria de la coalición izquierdista Unidad Popular en las elecciones chilenas, Nixon reunió a su Consejo de Seguridad Nacional para evaluar la situación. Según un informe de Kissinger, que ha visto la luz 50 años después, el gobierno de Salvador Allende era para Estados Unidos “uno de los desafíos más graves encarados nunca” en el continente americano. La Casa Blanca temía que aquella victoria socialista se replicara en otros países latinoamericanos y planeó la mejor forma de evitarlo. “Nos mostraremos muy tranquilos y muy correctos, pero las cosas que hagamos deben ser un mensaje muy claro para Allende y para otros”, dijo Nixon ante el Consejo de Seguridad.
Según las notas redactadas por el director de la CIA, Richard Helms, en esa reunión, el presidente Nixon fue muy claro en su propósito: “Si hay alguna manera de derrocar a Allende… mejor hacedlo”. No todos estaban de acuerdo con una estrategia dura. Entre los menos ardorosos estaba, por ejemplo, William Rogers, el jefe de la diplomacia estadounidense, que sería sustituido por el propio Kissinger tiempo después. Rogers pensaba que se podía hacer caer a Allende de una forma más sutil, sin que una agresión abierta acabara siendo “contraproducente” para EEUU. Pero el secretario de Defensa, Melvin Laird, lo tenía muy claro: “Tenemos que hacer todo lo que podamos para hacer daño a Allende y derribarlo”. Y los halcones ganaron.
La versión oficial
Kissinger mantuvo durante años que el plan estadounidense en Chile se limitaba a apoyar a los partidos de oposición para que derrotasen a Allende en las elecciones de 1976, no el golpe militar que daría paso a la dictadura comandada por Augusto Pinochet y que se extendió durante 17 años. Los documentos desclasificados parecen contradecir esa versión oficial.
No es algo nuevo. En 1974, tan solo un año después del golpe, un periodista del New York Times, Seymour Hersh, ya publicó las maniobras de la CIA para derrocar al Gobierno chileno. El escándalo llegó hasta el Senado de EEUU, pero el presidente Gerald Ford hizo uso de su prerrogativa especial para mantener buena parte de la documentación bajo secreto. Kissinger declaró ante el Senado (y en sus memorias) que, efectivamente, no simpatizaban con la política de Allende pero que no tuvieron nada que ver con su violento derrocamiento: “Nuestra preocupación era la elección de 1976, y en absoluto un golpe de Estado como el de 1973, del que no sabíamos nada y con el que no teníamos nada que ver”.
Lo cierto es que Nixon y Kissinger decidieron apretar el acelerador contra Allende cuando este nacionalizó las minas de cobre en julio de 1971. Comparado con lo que otros gobiernos hicieron, la política del socialista chileno no fue exactamente revolucionaria. El Reino Unido, por ejemplo, nacionalizó el algodón, los transportes, la electricidad, el gas, el hierro y el acero tras la Segunda Guerra Mundial. Pero Inglaterra no entraba dentro de la doctrina Monroe: “América para los americanos”. Una filosofía maximalista que históricamente ha incluido en la órbita estadounidense todo lo que hay en el continente, desde el Polo Norte al Sur.
Su largo historial de intervenciones en Latinoamérica empezó en Guatemala, en 1954, con el golpe organizado por la CIA para derrotar al presidente Jacobo Arenz, tras una reforma agraria que perjudicaba los intereses de la United Fruit of Company. A partir de entonces, la lista de dictaduras vinculadas de una u otra forma a la Casa Blanca es interminable: Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela…
Torturas, secuestros, asesinatos
Desde el inicio de la Operación Cóndor, se multiplicaron los secuestros, los asesinatos y las torturas contra los elementos considerados “subversivos”. Los ejércitos aprendían estas técnicas de “contrainsurgencia” en la Escuela de las Américas, en Panamá, en instalaciones del ejército estadounidense. En su libro Juicio a Kissinger, el periodista Christopher Hitchens vinculaba directamente al exsecretario de Estado (hoy nonagenario) con la Operación Cóndor.
El sangriento putsch chileno, gestado ideológicamente en las limpias aulas de la Universidad de Chicago y planificado desde Washington, dejó un saldo de más de 3.000 muertos y desaparecidos y decenas de miles de torturados. Lo que hoy es calificado de monstruosidad, en su momento contó con la comprensión de buena parte de la prensa occidental. El Times de Londres, por ejemplo, escribía esto la mañana siguiente al golpe: “Tanto si las fuerzas armadas tenían razón o no en hacer lo que han hecho, dadas las circunstancias, un militar razonable podría haber pensado, de buena fe, que intervenir era un deber constitucional”.
En la década de 1970, cuando los golpes de Estado se multiplicaban por todo el Cono Sur, Henry Kissinger, como jefe de la política exterior estadounidense, desplegaba su influencia en todos los frentes de la Guerra Fría. En 1973, el mismo año en el que Allende fue derrocado, le otorgaron el premio Nobel de la Paz.
Este artículo fue publicado originalmente en La Marea.