En el panorama político e ideológico actual nos encontramos con el hecho de que la derecha cuenta con dos posiciones extremistas. Una es la posición de la derecha nacional-nativista o incluso nacional-etnicista, en este sentido tenemos casos como Trump, Bolsonaro, Le Pen, etc. Otra posición extremista es la del neoliberalismo. El liberalismo ha mutado en las últimas décadas hacia un desacomplejado liberalismo extremo que busca la extensión de la lógica del mercado, controlado por élites, a todas las esferas de la vida política y social y la sustitución de la sociedad y el Estado por el mercado global.
Ante la ausencia de la izquierda en el escenario del debate, la contienda política e ideológica se está estableciendo entre las dos posiciones extremas de la derecha. La izquierda de los países occidentales y desarrollados parece que ha identificado al nacional-nativismo como su principal enemigo y, en esta situación, ha comenzado a asimilar el discurso del neoliberalismo en algunos aspectos fundamentales. Se trata de un paso más en el camino de su desaparición como alternativa.
Hemos visto cómo, ante la contienda entre nacional-nativismo y neoliberalismo en las últimas elecciones presidenciales norteamericanas, la izquierda internacional se ha decantado por los representantes del neoliberalismo, Biden y Harris. Es muy posible que en algunos casos haya sido por apoyar al “mal menor”, pero en esta operación se ha ido asumiendo el discurso propio de aquel al que se considera “mal menor”.
La adscripción de un discurso político o social a una determinada ideología se sustenta en algunas características fundamentales de dicho discurso. Por ejemplo: qué personajes, individuales o colectivos, aparecen; qué roles cumplen cada uno de estos personajes; qué valores sustentan el entramado del discurso, su desarrollo y sus conclusiones, cómo se entienden dichos valores, etc.
Una de las operaciones fundamentales en la construcción ideológica del discurso es el uso de determinadas categorías y no de otras. La categoría es una manera de clasificación para definir personajes y cualidades que aparecen en todo discurso. Por ejemplo: si en un discurso aparece la categoría “clase obrera” o “clases trabajadoras”, como categorías antagónicas respecto a las categorías “burguesía” o “oligarquía”, sabemos que será un discursos que presentará el mundo de la forma en que lo ve la izquierda; sin embargo, si aparecen las categorías “emprendedores” frente a “asalariados subvencionados por el Estado derrochador”, entonces sabemos que a través de dicho discurso se nos presenta un mundo visto a través del prisma neoliberal.
Una de las categorías que más éxito está teniendo, a raíz de la pugna entre nacional-nativismo y neoliberalismo, es la de “hombres blancos sin estudios universitarios”. Es una categoría que, por ejemplo, se ha estado usando con profusión en los diferentes medios de comunicación, liberales y de izquierda, para designar a un sector de la población norteamericana que ha dado su apoyo mayoritario a Donald Trump.
De hecho, el constructo “hombres blancos sin estudios universitarios” está diseñado para estigmatizar al sector social al que se refiere. “Hombre” refiere a una posición de poder frente a “mujer” y “blanco” alude a una posición de poder frente a “negro” u otras etnias. Por lo tanto, se construye la imagen de una posición de dominio que en la cultura de la izquierda se considera ilegítima: aquella que se fundamenta en el género y la raza. Pero la categoría se cierra con una característica que remite a una carencia: “sin estudios universitarios”. A veces se dice sólo “sin estudios”, que es más radical. Esta carencia supone una falta de educación, cultura, conocimientos, etc. Así tenemos la representación de un sector social que ostenta un poder ilegitimo y, además, este poder es ejercido de manera inculta, ignorante, con poco o nulo conocimiento del mundo actual, etc.
Vamos a ver el sector social al que se refiere la categoría mencionada desde otro ángulo. “Hombres blancos sin estudios universitarios”, ¿quiénes son? Sencillamente una parte muy importante de la clase trabajadora norteamericana y europea. En un país como Estados Unidos donde sólo el 30% de la población tiene estudios universitarios y donde la mayoría de la población aún es blanca, apelar al hombre blanco sin estudios como parte natural del sujeto antagonista de la izquierda es algo realmente irresponsable y supone lanzar a la basura la propia ideología de la izquierda. Este proceso ya fue denunciado por Owen Jones cuando aludía a la demonización de la clase obrera.
El discurso liberal ha categorizado a un sector social a partir de criterios de género, raza y de nivel de instrucción; el discurso de la izquierda lo debería hacer a través de su posición en el sistema de producción y hablaría de “una parte de la clase trabajadora”. La izquierda ha asimilado las categorías del discurso neoliberal. Y ello ocurre por pereza intelectual, por falta de un discurso propio o porque no se quiere reconocer el fracaso que supone el hecho de que hay una parte importante de un sector social con el que la izquierda tiene el deber de conectar, pero que ha sido conquistado por uno de los polos de la derecha extrema.
Para entender el despropósito que el uso de esta categoría supone para la izquierda, solo hace falta imaginar lo que implicaría que, por ejemplo, en España, los líderes de Podemos declararan que, entre otros sectores sociales, quieren hacer políticas incluso a favor de los “hombres blancos sin estudios”, en lugar de decir que quieren hacer políticas para los diferentes sectores de las clases trabajadoras. Pero al paso que vamos, todo llegará.
Con respecto al contexto norteamericano, existe otra categoría bastante curiosa: “los afroamericanos”. Esta es una categoría que los propios negros norteamericanos acogen de forma positiva, pues hace referencia a su origen. Sin embargo, para los blancos norteamericanos no se ha generado una categoría como “euroamericanos”. De ello se deduce que los blancos norteamericanos son simplemente norteamericanos o, más en general, americanos. Y, así, una historia de conquista y expolio de tierras y riquezas no propias y de exterminio de los pueblos indios originarios queda ocultada. Cierto que existen términos como italoamericano o angloamericano, pero no suelen utilizarse casi nunca. El primero, por cierto, sólo para las historias en las que la mafia es protagonista. En Latinoamérica, existen también categorías como “afrocolombiano”, “afroperuano” o “afroboliviano”, pero no se utilizan las categorías “eurocolombiano”, “europeruano”, etc. De hecho, la izquierda debería hacer suya una categoría como “euroamericano”.
Otra categoría que la izquierda ha asumido del discurso neoliberal se refiere a la “igualdad”. La igualdad es un valor fundamental en la ideología de la izquierda y se refiere a la igualdad entre los humanos, sea cual sea su actividad laboral, su nacionalidad, su raza, su género, su religión, etc. Las categorías son flexibles y se pueden encoger o ensanchar y abarcar más o menos ámbitos. El interés de la ideología neoliberal es que la categoría “igualdad” se encoja lo máximo posible y que afecte lo menos posible a los intereses fundamentales de las élites económicas.
Durante una buena parte de la historia de la izquierda, desde la Revolución Francesa, el discurso sobre la igualdad se centró en la igualdad entre sectores socioeconómicos y así se ponía en primer plano la igualdad en el acceso a bienes y recursos por parte de las clases trabajadoras respecto a otras clases sociales o, incluso, en la supresión de las clases sociales. Pero durante demasiado tiempo no se atendió debidamente a la igualdad entre géneros, entre razas, entre culturas, etc.
Hoy la situación se ha invertido y hay un uso cada vez más mayoritario de la categoría “igualdad” que hace que se restrinja aún más el espacio de esta categoría. Cada vez más, se utiliza el término “igualdad” para hacer referencia sólo a la igualdad de género. Únicamente por poner un ejemplo, muy sintomático, en el gobierno actual de España hay un denominado “Ministerio de Igualdad” y este ministerio sólo se dedica a las cuestiones relativas a la igualdad de género. Esta es una práctica corriente. En nuestras universidades, por ejemplo, cuando existe un cargo o un plan dedicado a la “igualdad”, se suele referir también sólo a la igualdad de género. El caso del “Ministerio de Igualdad” es especialmente problemático porque, primero, para un gobierno de izquierdas, la igualdad, incluida la igualdad de género, debería ser un objetivo de todos los ministerios, no de uno específico y, segundo, la igualdad se debería entender como igualdad entre los géneros, pero también entre las clases sociales, las razas, las lenguas, las culturas o las nacionalidades. Un término como “Ministerio de Igualdad” es en sí mismo un discurso ideológico y es un discurso que, lo quieran o no quienes lo promueven, también lanza a la basura buena parte de la tradición ideológica de la izquierda. Por otro lado, se trata un discurso que reduce la reivindicación de la igualdad a ámbitos que no molestan demasiado a las élites socio-económicas ya que no atenta a sus intereses más importantes. De hecho, el neoliberalismo se presenta hoy acompañado de un feminismo que, aunque sea un feminismo liberal, es un feminismo que defiende el acceso de las mujeres, siempre burguesas o perteneciente a las élites sociales y culturales, a cargos empresariales y políticos de responsabilidad.
Frente al “hombre blanco sin estudios universitarios” la construcción de la categoría opuesta daría como resultado: “mujer negra con estudios universitarios”. Y ahí tenemos a Kamala Harris de vicepresidenta. Una profesional culta y neoliberal como Biden. El discurso neoliberal se viste de progresista y ello a través de operaciones discursivas realmente sofisticadas y eficaces, tanto que la izquierda queda deslumbrada y, sin un discurso tan sofisticado y eficaz como aquel, va recorriendo el camino que el neoliberalismo le marca hasta llegar a su mimetización y a su definitiva anulación.
Publicado originalmente en Ctxt.es